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Umberto D.

Drama Umberto Domenico Ferrari es un jubilado que intenta sobrevivir con su miserable pensión. Sumido en la pobreza, vive en una pensión, cuya dueña lo maltrata porque no consigue reunir el dinero necesario para pagar el alquiler de su habitación. Los únicos amigos que tiene en este mundo son una joven criada y sobre todo su perro Flike. (FILMAFFINITY)
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Críticas 67
Críticas ordenadas por utilidad
22 de mayo de 2023
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desdichada desubicación. Batallas de atención y derechos de humanidad. Ultraje de civismo hipócrita. Dignidades en rebaja por liquidación de amparo.

De Sica vuelve al cine criticó y social. Neorrealismo con pedigrí. Humor amargo y ansiedad argumental. De la fragilidad de la niñez, en trabajos anteriores, a la incapacidad de la vejez. Desventuras para ejercitar la conciencia.

Humanismo encapsulado. Cine para ser educado.
La puerta de Tannhäuser
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19 de enero de 2008
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
He de reconocer que no me siento un gran seguidor del neorrealismo italiano de los años 50 y 60, sin embargo no, dejo de tener curiosidad por ver de vez en cuando alguna perlita como la que nos ocupa. Esta película la vi hace bastantes años, aún así, mantengo el regusto amargo de su influencia. Una cosa que no me convence del genero antes mencionado es su eterna tristeza (las causas sociales y culturales impedían que fuese de otra manera), quizá gracias a mi idiosincrasia positivista me es difícil aceptar tales películas, aún así, es una gran película, aunque como he dicho la melancolía y la tristeza me acechan siempre que la recuerdo.
misled
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22 de marzo de 2014
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dedicada a su padre con todos los honores y en el difícil contexto de la postguerra, Vittorio De Sica es el gran nombre propio de "Umberto D.", por encima del desconocido actor principal, por lo visto sin experiencia en la interpretación hasta esa fecha. El que llegue aquí posiblemente ya sabe de qué va el neorrealismo italiano, la plasmación en imágenes del drama de las vidas de los más necesitados, señalando con el dedo a una sociedad insana. En este caso el italiano nos pone delante de la desdichada existencia de un hombre mayor, jubilado con escasos recursos económicos, que tiene que enfrentarse a un inminente desalojo por impago de la habitación en la que lleva viviendo desde hace años. ¿Se puede hacer más pupita? Pues sí, nuestro triste protagonista además de ser pobre, no tiene amigos, nadie a quien recurrir, y su única compañía es la de un perro que para colmo, en uno de los lances más tristes de la historia, se extravía por las calles de Roma.

Siempre se ha dicho, y yo lo suscribo, que en esto del cine es más difícil hacer reír que hacer llorar. Lo que sucede es que hay quien sabe hacer llorar, no todas las formas son bellas, no todas las causas son dignas. De Sica hace hermosa la tragedia introduciendo elementos de amor propio como el perro. Si hubieran premios a la mejor interpretación animal de la historia del cine, seguramente ese "Fleek" (o "Flike", no importa) sería firme candidato a llevarse la mayor condecoración. Hay momentos en los que sin hablar, ese perro lo dice todo. Nadie quiere llegar a viejo y estar solo, nadie quiere llegar a la recta final de la vida y sentirse ninguneado, Umberto al menos tiene a su perro. Todos podemos intuir que hay ciertas cuestiones resultadistas como el desprecio ajeno y el desenlace de un desahucio, ahora bien, hay que saber filmarlas. El director italiano hace daño porque sabe hacer daño. Otra cosa es que gusten manifestaciones de tristeza tan tajantes, sin solución, sin posibles salidas, ni optimismo ni remedio.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Luisito
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27 de diciembre de 2014
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La cámara sigue a Umberto en su quehacer cotidiano, en su intento de conseguir algo de fondos para pagar a la casera; vende el reloj, los libros que le han acompañado toda la vida…

Uno puede preguntarse por qué Umberto se empeña en quedarse en esa pensión que tanto le cuesta (en todos los sentidos) y tampoco hay explicación alguna sobre por qué Umberto no tiene familia, parientes o amigos de verdad. Pero en el fondo no importa, el filme no trata de explicar el porqué de la soledad, sino la soledad misma. Y no hay respiro. La trama se centra exclusivamente en este drama cotidiano, en un anciano que no tiene nada, ni siquiera apellido (solo en una ocasión el protagonista dice su nombre completo: Umberto Domenico Ferreri). Así es, la sociedad le ha despojado de todo, incluso del “nom de famille”, el nombre de familia, es decir, el apellido, la partícula que nos liga a la primera comunidad afectiva, los parientes.
Alrededor de Umberto, solo hay egoísmo o indiferencia. Desde luego, no ofrece una imagen amable de la sociedad italiana. Quizás sea el periodo histórico, pocos años después del final de la guerra, cuando la sociedad y sus gentes se tenían que buscar la vida, sin tiempo o ganas de ocuparse de los demás.

Así, la única compañía del anciano es la joven criada, Maria. Ella está embarazada (no sabe de quién) y presentimos que lo que une a los dos personajes es la marginación: lo más seguro es que Maria acabará en la calle en cuanto la dueña se entere de su estado. Flike es el perro, incondicional compañero de Umberto. (por cierto, un Óscar para el perro, ¡ya! Está impresionante).
Hay una escena preciosa que lo cuenta todo sin una sola palabra: Umberto abre la ventana yobserva pasar el tranvía; por su mirada se adivina que calibra la posibilidad de tirarse en las vías para acabar con su vida. Pero la cámara/mirada de Umberto se dirige a continuación al perro, plácidamente tumbado en la cama... Entonces se entiende que si no lo va a hacer es porque Flike no merece quedarse “huérfano”.

Vittorio de Sica empezó su carrera en el cine durante la época fascista. Actor, director y uno de los mayores representantes del neorrealismo, es autor de Los limpiabotas (1946) o la celebérrima Ladrón de bicicletas (1948). Umberto D (1952) no obtuvo éxito en su estreno al ser considerada demasiado triste. Frente a un Roberto Rossellini o a un Luchino Visconti de mirada más analítica, De Sica empatiza con sus personajes. Umberto D empieza con una escena de masa (la manifestación de los jubilados), pero muy rápidamente la acción se centra en el protagonista al que seguimos en la desesperante búsqueda de una salida. El autor dedicó la película a su padre.

Lo más:
- La sobriedad de la narración
- Lo empático y cercano, evitando el patetismo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Francesca
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1 de abril de 2010
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vittorio de Sica era los ojos y la voz de un pueblo doliente, mísero, encallecido. Aquella Italia negra de hambrientos crónicos posa sin paliativos frente a una cámara sufrida y desnuda, que rueda desde la delicada, compasiva y respetuosa visión de un director que tenía la llave maestra para fotografiar el sufrimiento con el mayor tacto.
Los desempleados, las mujeres solas y amenazadas, los niños que tienen que madurar deprisa, los ancianos desvalidos… Todos los sectores sociales en peligro de abandono e inanición desfilan por esas imágenes de protesta que ponen en evidencia las carencias de la agigantada deshumanización.
El pensionista desahuciado que da con sus huesos en la indigencia, es la viva estampa del egoísmo individual y colectivo. Ha rendido servicios a la comunidad durante treinta años. Ciudadano honrado a carta cabal, no habría contado entre sus expectativas la de ser recibido por una vejez homicida. Cualquiera que ha trabajado tantos años espera lo que es natural: alcanzar una ancianidad de plácido descanso. Algo muy, muy lejos de la realidad. Con la jubilación empieza la acelerada caída hacia el tormento. La pensión no alcanza para cubrir las necesidades básicas, y vivir requiere unos gastos que no puede sufragar un anciano que no cuenta con nadie que le ayude. Don Umberto es empujado a esa carrera despiadada que es peor que el hambre, que las deudas eternas, que la patrona sin escrúpulos que quiere echarle de la habitación por impago. Es la carrera de los microbios, que ya son menos que personas, que mueren despacio más por la decepción vital que por las exigencias primarias cada vez menos satisfechas. Lo que mata a los viejos tirados en la calle, que ya sólo tienen lo puesto y como mucho la inapreciable compañía de un fiel perro o la amistad de alguna moza doméstica en apuros, es constatar que su mundo se ha derrumbado. Que no cuentan con más manos que, quizás, las de muchachitas tan desahuciadas como ellos, también apaleadas y arrolladas, pero que, a pesar de su precaria situación, aún regalan ternura y sienten lástima por otros que están tan mal como ellas. En cambio, los que pueden pasear tranquilos su buena fortuna, se desentienden, huyen como conejos ante los mendigos que abundan en Roma, y en todas partes, como si la mendicidad fuese una pandemia contagiosa y marcada con un estigma de mal augurio, semejante a la lepra.
Umberto contempla el fallecimiento de sus esperanzas, el cruel ocaso y, terco, se resiste a pedir o aceptar limosna. Es intolerable malvivir con la obsesión de las liras que siempre faltan, de la malnacida de la patrona usurera, de las pequeñas triquiñuelas de pobre para ir tirando. Si la vida se ha reducido a algo tan miserable… ¿Para qué seguir? Si los únicos que se preocupan por ti son tu perro y la bondadosa criada de la patrona, y ya no puedes mirarte al espejo porque sólo ves a un desgraciado que no tiene donde caerse muerto… ¿Qué sentido tiene continuar?
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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