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Umberto D.

Drama Umberto Domenico Ferrari es un jubilado que intenta sobrevivir con su miserable pensión. Sumido en la pobreza, vive en una pensión, cuya dueña lo maltrata porque no consigue reunir el dinero necesario para pagar el alquiler de su habitación. Los únicos amigos que tiene en este mundo son una joven criada y sobre todo su perro Flike. (FILMAFFINITY)
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Críticas 67
Críticas ordenadas por utilidad
3 de noviembre de 2015
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando Vittorio de Sica y su amigo, el guionista Cesare Zavatini hicieron esta obra capital del cine europeo, Italia aún atravesaba una dura post guerra, por lo que a casi nadie gustó esta neorrealista película, triste y desoladora donde se reflejaban, las miserias y penurias de los jubilados. Seguramente, lo que nunca imaginaron sus autores, es que sesenta años después, el tema seguiría siendo actual. Me refiero a los problemas de nuestra sociedad con la tercera edad, de cómo los viejos quedan aparcados en un arrabal de soledad y abandono, después de habernos servido bien, sin pararnos a pensar que a ellos les debemos nuestras vidas. La grandeza de esta película de ochenta y pocos minutos se adscribe a la capacidad para, a partir de la angustiosa epopeya anónima de un viejo entre muchos ancianos jubilados, lograr retratar tan acertadamente los temas de nuestro tiempo.

De Sica retrata a Umberto (Carlo Battisti, en la vida real, un profesor de latín, amigo del cineasta que se prestó a encarnar al anciano) como un ser humano, con sus virtudes y defectos, pero sobre todo, como un ser íntegro. El cineasta era un hombre con una inmensa sensibilidad por el desfavorecido, una sinceridad intuitiva, una especial capacidad para compadecerse del que sufre. Nos retrata la falta de sentimientos en las relaciones personales, el vejatorio trato a los jubilados, que viene de la palabra “júbilo”, que triste ironía nos depara la lengua de Cervantes. Umberto es un ex funcionario al que su mísera pensión no le alcanza para vivir: sus posesiones caben dentro de una maleta, para poder malcomer debe acudir a diario a los comedores de caridad, forzado a malvender su reloj y sus libros para poder pagar la habitación a una patrona que lo amenaza con echarlo a la calle y al que acompaña el único consuelo que le queda, un perrito blanco con manchas negras que responde al nombre de Flike.

Para Umberto no hay amigos ni compañeros, como no los habrá, si llegara el caso, para ninguno de nosotros, porque la situación no sólo no ha mejorado sino que ha ido a peor en esta sociedad hedonista y huérfana de valores, donde impera el dinero y los sentimientos provocan hilaridad y burla malsana. Esta película es un acta de acusación, un certificado desolador de nuestra ingratitud y una llamada a la conciencia. El film tiene un sentido poético, una mirada lúcida y humanista. Una película purificadora que todo aficionado al cine debe ver, porque es una historia transformadora, que nos hace mejores, recapitulando sobre lo que estamos haciendo mal, es el desprecio a la sabiduría, la experiencia y la memoria que guardan nuestros abuelos. Cuentan que a Chaplin le subyugó la película, manifestando al propio de Sica que le hubiera gustado filmarla él, y es que hay mucho de Chaplin en ella, quizá nuestro protagonista no es tan simpático como los personajes de Chaplin, pero no cabe duda que está la profundidad humana típica del genio inglés.
Antonio Morales
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28 de octubre de 2010
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
La corriente neorrealista italiana se encarga de mostrarnos un país en la postguerra. Sumido en la desesperanza, en la pobreza, en el pesimismo. Este cine social, sin tesis, de resistencia; no es de mi preferencia ciertamente; pero se reconocer que estos directores, como Antonioni, Visconti, Rossellini, De Santis y el propio Vittorio. Supieron darle su toque especial característico, a estos filmes que retrataban un panorama desolador, como en “Ladrón de bicicletas” y “Roma, ciudad abierta” y que sentaron las bases en un cine europeo para corrientes venideras y contemporáneo. Se podría decir que este cine es un documento con grandes valores humanos.

Italia, ciudad abierta en canal, con heridas profundas que ha dejado la guerra. Sus actores no profesionales y sus exteriores empobrecidos parecen campos de exterminio en donde un maldito anciano, se conmisera de su suerte y no deja de observar como pende de la soga el cadáver de Musollini.
RAMON ROCEL
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9 de octubre de 2013
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
La tercera y última de esta trilogía neorrealista de Vittorio De Sica. Algunos apuntan a ella como la mejor y más dura de las tres, aunque lo que si fue seguro es la que peor acogida tuvo por parte del público italiano, quizás hartos del pesimismo de la época ya que no se vivía precisamente 'tranquilo' en Italia como para ir al cine a pasar 'un mal rato', se buscaba más la risa y dejar por unos momentos las preocupaciones a un lado.

Umberto Doménico Ferrari, Umberto D., es un jubilado que intenta sobrevivir con la mísera pensión que recibe del Estado, y malvendiendo sus propias posesiones y pertenencias. Se aloja en una pensión cuya dueña intenta deshacerse de él para sacarle un mayor rendimiento económico a su habitación. Para ello le pone todas las dificultades posibles, las cuales tendrá que superar Don Umberto, cada vez más cansado de vivir así. La única compañía que posee es la inestable amistad de una joven criada de la casera, María, y de su inseparable y entrañable compañero Flike, un perro con el que superará todo tipo de situaciones.

Con este film, De Sica plantea la deshumanización que sufre la sociedad italiana de la época, la desesperación e impotencia de Umberto al ver que allá donde va estorba, una situación que sumerge al espectador en un conjunto de emociones empáticas, que llegan hasta la situación social actual, que no se diferencia ni se sitúa a mucha distancia de la planteada en el metraje.

Una de las escenas que pasaron a la historia, es esa en la que Don Umberto no es capaz de pedir limosna para poder subsistir, y ante varios intentos decide que sea Flike quién, de una forma más amable y sobretodo menos culpable, la pida a los transeúntes del Panteón de Roma.

Dedicada al verdadero Umberto, el padre de De Sica, que vivió una situación parecida. Es una obra cargada de sensibilidad, similar a una poesía humana y emotiva a la hora de sentir la tristeza de Carlo Battisti, un profesor de filosofía que interpretó este papel ante la gran pantalla y no volvió a ejercer de actor nunca más. En el recuerdo quedará con solo una actuación.

Después de esta película que puso punto y final a su etapa más realista, su gran trilogía, Vittorio De Sica rodó films menos comprometidos y más de lo que venía demandando el público contemporáneo, en las que siguió demostrando el gran director que fue.

Más en -> lacintablanca.com
Fleming22
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21 de diciembre de 2013
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
En un momento de ‘Umberto D.’, el protagonista, desolado, en un cuarto derruido que le está siendo arrebatado pero en el que vivió toda su vida, se asoma a la ventana sin esperanza y mira fijamente el suelo. La cámara contempla el duro pavimento durante un rato y de golpe se acerca a él con rapidez vertiginosa. Entonces cambia de plano y vemos al perro Flike tumbado en los restos de la cama. El protagonista se aleja de la ventana.
Esta escena condensa todo el último tercio de la narración que no consiste más que en un desarrollo de esto. Es de una factura perfecta, el tiempo está medido a la perfección, nos permite asomarnos a la mente de Umberto sin necesidad de diálogos o voces en off y es emotiva hasta la medula, pero no por la música o la manipulación de las imágenes, sino por la historia real y humana que hay detrás. Es la esencia de la película.

Umberto es un jubilado al que han recortado la pensión y no puede sobrevivir. Está solo, abandonado, sin ayuda (desconocemos si tiene familia pero si así es no puedo contar con ella), viviendo sus últimos días en la habitación alquilada en que vivió siempre, con problemas con la casera a la que vio crecer pero que ahora le maltrata amenazándole con desahuciarle si no paga y alquilando su habitación por horas a parejas que quieren echar un polvo cuando el viejo no está. Ahora, con más indiferencia que desprecio, la patrona le quiere echar para continuar con sus planes de boda. A Umberto solo le queda en la vida su fiel perro Flike, con quien comparte su tiempo, su casa y su comida. Pero está también la criada de la casera, una chica de pueblo preciosa, vivaz, condenada a esta casa hasta que la señora se enteré de que está embarazada -la chica, con inocencia, admite no saber decir cuál de sus dos amantes es el padre y ambos solo la dan largas-. Esta chica es la única que trata al viejo con comprensión y con ternura, a pesar de sus problemas tan grave o más que los de Umberto.
La joven criada es el gran acierto de De Sica, un ángel condenado a la pobreza, una muchacha inocente a la que la película solo la dedica una escena preciosa dedicada por entero a ella, pero que sabemos que en su vida se avecina una odisea y un abandono similar o peores que los de Umberto. Es la única brizna de esperanza en la solidaridad -y también uno de los hilos más desesperanzados- de la película.
Umberto tampoco es un santo. Está tan preocupado por sus problemas y, sobre todo, por su perro, que en cierto modo es indiferente al dolor de su amiga y compañera de penurias. Hay un momento en que el amante de la chica acaba de rechazar ayudarla con su hijo, llega Umberto, deja escapar al amante sin reprocharle nada y solo es capaz de preguntar a la muchacha por su p*to perro. Umberto podría sobrevivir si, como vemos en tantos otros, aceptara su condición, rechazara luchar por su habitación y estuviera dispuesto a malvivir en casas comunitarias o mendigando, pero no lo está. Umberto ha trabajado toda su vida y toda su vida ha vivido en ese cuarto, no merece semejante trato, semejante olvido. Si por algo es tan conmovedora la lucha de este hombre contra la sociedad que le ignora es por su sencillo sentido de la dignidad -conmovedor la escena de mendicidad. Si no se quita la vida al sentirse solo y abandonado sin importar a nadie es tan solo por su perro y amigo. El resto de sus amigos le rehúyen cuando se entera de que está pasándolo mal, fingen estar atareados como pueden y escapan a las plegarias de su amigo. Siempre es mejor mirar hacia otra parte, siempre es mejor pensar que en nuestro día a día nos cruzamos con más de un Umberto.

‘Umberto D.’ es emotiva como deben serlo las películas, por la sinceridad de su historia, no por el discurso o la manipulación de sonidos e imágenes. Además de una enorme sensibilidad con sus criaturas, De Sica muestra un gran oficio tras la cámara, sobre todo en su tímido pero brillante trabajo del tiempo en el que prolongando los planos y con sonidos como ‘tic tacs’ y goteos sentimos el paso del tiempo y la rutina de los hombres que vagan en la pantalla y su vida cotidiana, adelantándose así a la modernidad cinematográfica.

Ha llegado la hora de arrojar a la basura los guiones para seguir a los hombres con la cámara. Eso es cine comprometido, no con una ideología o un partido comunista sino con la humanidad. Zavattini y De Sica se dejan de tipos, abandonan los discursos elaborados como discursos y las ambiciones sociológicas y se entregan a la realidad de lo cotidiano, a lo humano. Ese es el compromiso social importante, aquel que hace que esta película sobre la dignidad, el abandono y desprecio por el anciano y el miedo al desahucio sea más vigente que nunca en nuestros días. Esto es cine.
Hernando
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18 de abril de 2014
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un anciano juega en el parque con su perro. Feliz, como un niño. Es una escena normal, de lo más cotidiana, una de tantas. Quizás nos la hemos encontrado nosotros mismos miles de veces. Quizás detrás de esa imagen haya una historia que merezca ser contada, quizás todas lo merecen. Nuestras historias. Nuestras pequeñas historias. Quizás no haya historias pequeñas. El cine nos obliga a mirar historias que por muy cercanas a nosotros que sean de otro modo nos pasarían inadvertidas. El cine es sentarse junto al fuego y que te cuenten un cuento. Uno de aventuras, de monstruos, de princesas o de señores mayores. Y los de monstruos no son mejores que los de princesas. Lo importante, lo que hace que un cuento sea inolvidable y lo recuerdes cuando la hoguera se haya apagado es la habilidad del narrador para sumergirnos en la historia que nos está contando ¿Te ha conmovido? ¿Te ha hecho reír? ¿Te ha transportado a un mundo distinto durante hora y media? Entonces el cuento es bueno, no hay duda.

Umberto D es un cuento. Un cuento en el que el héroe busca defender su castillo, o lo más parecido a un castillo que se puede permitir. Hay un dragón, pero tiene apariencia de casera cabrona. Y en su aventura nuestro héroe se encontrará con duendes buenos en la cama vecina del hospital y con orcos malvados que no le dejan 2.000 liras. Umberto D es un cuento en el que el narrador ha conseguido que la historia de un viejo que intenta pagar el alquiler sea una odisea tan apasionante como cruzar el monte del destino para derrotar a Sauron. Y para mí este cuento es un tesoro. Pues me ha removido por dentro hoy exactamente igual que cuando me lo contaron por primera vez siendo un chaval. Lo de menos quizás sea saber qué me ha removido por dentro y por qué. Nos gusta tanto que nos cuenten un cuento que prolongamos el disfrute debatiendo si el cuento ha sido bueno. Si no te ha gustado quizás simplemente no era tu cuento. Si el de hoy no te ha gustado, te gustará el de mañana. Sólo hay que volver a encender la hoguera.
Pabloody
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