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Pa negre (Pan negro)

Drama Durante los duros años de la posguerra, en una zona rural de Cataluña, un niño llamado Andreu, cuya familia pertenece al bando de los perdedores, encuentra un día en el bosque los cadáveres de un hombre y su hijo. Las autoridades sospechan de su padre, pero Andreu intentará encontrar al culpable. En estas circunstancias, se produce en Andreu el despertar de una conciencia moral que se opone a la mentira como instrumento del mundo de los adultos. (FILMAFFINITY) [+]
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Críticas 162
Críticas ordenadas por utilidad
26 de enero de 2011
62 de 90 usuarios han encontrado esta crítica útil
Casi. Casi hemos tenido por fin en Catalunya una gran película. Casi. Ha ido del canto de un duro. Y ese canto es un abismo, lo que separa una buena de una mala película.

No son muchas las cosas que fallan en Pa Negre. Pero son esenciales. Como en el fútbol. Si falla el delantero, no es muy grave, pero si falla el portero, te meten un gol.

Los fallos esenciales suelen llegar más bien de los excesos que de las omisiones. Este es el caso. Y el exceso proviene en Pa Negre, de meter a un lobo en la piel de un cordero (o a la inversa, da lo mismo), es decir, de querer ser lo que no se es. Agustí Villaronga trata de hacer una película costumbrista, a partir de una adaptación literaria, y pretende hacer un cine de gran corrección formal, realista en gran medida, narrativamente transparente, con un guión complejo lleno de personajes y de tramas paralelas. Craso error. Quizá buscaba ser más comercial, más convencional, pero no se puede renunciar al ADN si no se es un genio. Hay tipos como Billy Wilder, o John Huston, entre otros, que son capaces de hacerte un pedazo de película negra, un drama espléndido al año siguiente, y una comedia hilarante al próximo. Y todas funcionan. En el ADN de Villaronga no existe esta polivalencia. Si bien es un director muy interesante, por el uso creativo que hace de la cámara, no tiene una habilidad equivalente para convertirse en un corderito y hacernos una gran película costumbrista, aunque esté aderezada de misterios y leyendas.

El guión, hunde esta película. El exceso de tramas e hilos, el desmadre de personajes, la orgía de "jugadas" que, individualmente, pueden resultar interesantes, pero que destrozan al equipo. Éste no consigue ser compacto. Síntesis, simplicidad. John Huston lo decía, simplicidad, amigo, simplicidad. Es esta una película desarbolada y abatida por el viento, los ecos de una esquina, no se oyen en la otra. Hay tramas que podrían desaparecer y lo único que ocurriría es que Pa Negre mejoraría. Hay personajes, ramas, que sobran. Y esto es importante, trasladado al patio de butacas, significa que el espectador, ávido de emociones, desconoce cual es el camino que debe tomar, no sabe con quien empatizar, pues está abrumado por el exceso. No sabe qué o quien es importante, y qué o quien no lo es. Las emociones se diluyen sin remedio en el exceso. No es que no se pueda hacer una película altamente compleja, se hacen y funcionan (véase La Cinta Blanca). Pero aquí no, porque las diferentes piezas de este puzzle, emocionalmente, no se dan la mano, no se complementan, no se enriquecen.
(Sigo sin desvelar)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Uma
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5 de mayo de 2011
36 de 42 usuarios han encontrado esta crítica útil
Largometraje escrito y dirigido por el realizador Agustí Villaronga (Palma 1953), que adapta la novela “Pa negre” (2003), de Emili Teixidor, con algunas escenas inspiradas en la novela “Retrat d’un assassí d’ocells” (1988), del mismo autor. Se rueda en las comarcas catalanas de Osona y Berguedà. Obtiene 9 premios Goya y la concha de plata del Festival de San Sebastián. Producido por Isona Passola para Massa d’Or Produccions, se proyecta por primera vez en público el 21-IX-2010 (Festival San Sebastián).

La acción dramática tiene lugar en un predio rural de la localidad de Osona (Barcelona) y alrededores durante varios meses de 1944 y 1945. El drama se ambienta en tiempos de la etapa más dura y oscura de la posguerra española y en un espacio rural, que se recrea con acierto y notable riqueza de detalles. El protagonista es Andreu (Colomer), un niño, hijo de padres republicanos, que siente fascinación por el padre, Farriol (Casamajor), y devoción por la madre, Florència (Navas). El relato explora el proceso de aprendizaje del niño y la evolución interior (emocional, psicológica y afectiva) que experimenta a medida que pasa el tiempo y toma conciencia de lo que ocurrió en el pasado reciente y de lo que ocurre ahora en la comunidad de vecinos de la localidad. El chiquillo, de unos 10 años, mira, escucha, busca, pregunta y observa el mundo de los adultos y comparte experiencias con su prima Núria (Comas), su primo Quirze (Pla) y con sus amigos. El film presenta al chico mirando desde ventanas, tras las puertas, desde posiciones elevadas en el bosque, desde el tejado, etc. Es el narrador de la historia, que explica desde su punto de vista infantil y fantasioso.

La narración es lineal y objetiva en la medida que explica lo que ve y entiende el muchacho. Muestra un mundo de hechos, situaciones y personas en el que están presentes con una brutalidad escalofriante el crimen y el asesinato, la prepotencia y los abusos de poder, la miseria y la desgracia de los vencidos, la falsedad, la explotación del dolor ajeno, el trabajo infantil, una furiosa homofobia, la pedofilia, la envidia y los odios, la locura, secretos inconfesables, la lucha por la supervivencia.

El bosque domina la vida de la localidad, la condiciona y la determina. En él habita el misterio, la muerte, la traición, el asesinato. Allí se refugian los proscritos y los excluidos, a quienes ofrece refugio en sus cuevas, cavernas, grutas y desniveles. Es símbolo del poder de lo desconocido, superior e inaccesible. No es el único símbolo que usa el realizador. También lo son la fotografía escolar, la bicicleta, el tic-tac del reloj de péndulo, la fábrica de tejidos, las campanadas de la iglesia, las joyas y los pasteles de los Manubens, el luto, el coche Renault Stromberg, la casita del cuco, la fiesta de matajudíos, etc.

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SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Miquel
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11 de noviembre de 2010
94 de 159 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quizás me equivoque, lo admito, pero creo -sinceramente- que “Pa negre” tiene muchos números para acabar pasando a la historia de Catalunya como un film de referencia obligada. O, por lo menos, como un film de visión absolutamente recomendable para todo adolescente catalán que desee conocer de cerca cómo vivían, cómo hablaban y cómo sufrían sus parientes payeses en los años 40 y para todo espectador que desee presenciar desde los ingenuos ojos de Andreu, el niño protagonista, un triste, crudo y amargo retrato costumbrista de la vida rural en un pequeño pueblo del Pirineo durante los primeros años de la posguerra española.

No se trata, sin embargo, de otra peli más de la posguerra. De otra peli que nos vuelva a contar una vez más lo malos que eran los fascistas y cuánto sufrieron los pobres rojos. De eso nada. “Pa negre” se sitúa en ese contexto, sí, pero la trama argumental pasa casi de puntillas por encima de su componente histórico o político y se centra mucho más en los efectos colaterales padecidos por una serie de personajes absolutamente condicionados por un entorno y unas condiciones de vida sórdidas, miserables y opresivas.

Y aunque siempre habrá quien saque a relucir algún que otro traspiés narrativo y alguna que otra interpretación mediocre, yo creo que -en términos generales- “Pa negre” constituye un trabajo más que correcto (el principio y el final son, por ejemplo, soberbios) que gustará especialmente a los admiradores de cineastas como Erice y Armendáriz y que, además, atesora la suficiente calidad para que en un futuro no muy lejano pueda ocupar el mismo estatus que ocupan hoy en día películas como “Los santos inocentes”, “La lengua de las mariposas” o “La cinta blanca”. Y, si no, tiempo al tiempo.
Taylor
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24 de marzo de 2011
28 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me remito a las cuestiones señaladas por Macarrones en su crítica para ahorrarme la pormenorización de recursos discursivos de guion (acumulación de meandros o secundarios instrumentales con tópicas finalidades marcadas de antemano). Cuestiones de estructura que no respiran, por exceso retórico, que no se perciben como narrativa ligera porque están tan encorsetadas en la estructura del relato que cantan a la legua como andamiaje narrativo. No es narrativa ligera pero sí clara, luminosa, nada opaca –cosa extraña, pues esta historia exigía respirar mayor ambigüedad atmosférica–. Al guion se le notan demasiado las costuras del “librillo” del maestrillo.

La factoría visual de Villaronga, ese montaje tan criticado ahora, ya se apunta en 'Tras el cristal'. Película donde tras una pátina de morbo y psicología barata, aunque tonal, emerge el formalismo ramplón del thriller y el suspense evidente y desgastado. Ese montaje hiperbólico, incisivo y machacón ya se apunta, por tanto, en su primer largometraje. Televisivo y efectista. Queda pese a todo, volviendo a 'Pa negre', alguna composición de plano a reivindicar. Y a esos flashes me encomiendo yo para disfrutar la cinta por el ojo, como el caso de la espera remarcada por el tic tac de un reloj o la magnífica secuencia inicial.

Una vez llegados a este punto debo decir que andaba yo, visionándola, mosca con la peli. Andaba mosca por su convencionalismo, por la escasa capacidad de magia infantil (radica el problema en la gestión del punto de vista del que habla Maldito Bastardo, una perspectiva que busca la explicitud expositiva), etc. Y me pesaba, sobre todo, ese maniqueísmo ramplón –efecto evangelizador que apunta Servadac– con el que tanto nos identificamos en nuestra Guerra Civil, pero que tantísimo cansa. Sin embargo, llega el desenlace… Y con él llegó el escándalo.

(Spoiler)
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Bloomsday
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23 de marzo de 2011
26 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine desgraciadamente es un arte colectivo. Por muy bueno que sea un creador, si no colabora con otros creadores de talentos equivalentes, no hay nada que hacer. Los dones suelen estar repartidos, poca gente vale para un roto y un descosido. Y de esos pocos tienen que tener una virtud, que no don: ser consciente de sus limitaciones. Por ejemplo, que vale para esas dos cosas pero igual no para un zurcido.

Villaronga demuestra mucho talento, aunque no sé si para director. Como la propia palabra indica, la principal labor de este cometido es saberse rodear de gente de igual o mayor talento que tú. Eso Villaronga lo logra a medias.

La ambientación, el vestuario, la fotografía y la elaboración de escenas son estupendos. Pero el montaje es confuso; los actores por mucho que estén sacados de la factoría TV3 demuestran su españolidad haciéndolo fatal con un catalán murmurado o enfadado. Como si te hablasen de espaldas o te escupiesen a la cara, del que hay una escena sobrante que lo plasma literalmente. No saben vocalizar, salvo la que hace de la senyora Manubens que es un primor.

Pero lo peor de todo es el guión. Anda, si es del propio Villaronga. En fin, la típica metedura de pata esquizoide de alguien con cierto genio. Y eso que la historia bien contada y podada podía haber resultado muy interesante.

Pero donde brilla más Villaronga es en la construcción de escenas. La inicial es la más impactante, aunque no sé si se debe a una idea suya, ya que me recuerda demasiado a otra de "Orgullo" de Manuel Mur Oti, sólo que con ganado vacuno en vez de caballar.

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En mí tierna y feliz infancia fuimos dos o tres de veces de convivencias con el colegio por Banyoles. Cerca del lago había un museo que albergaba un negro disecado, que luego se hizo famoso internacionalmente porque se formó un pitoste de no te menees que llegó hasta la ONU, y se lo llevaron para enterrarlo en su tierra donde nadie lo recuerda, claro. Ya se sabe, llegaron los tiempos políticamente correctos, las delaciones y todo eso tan de moda hoy en día.

Bueno, pues cuando el aborigen bosquimano (AKA negro) aún estaba en ese museo, y ni siquiera lo habían encerrado en una vitrina, mis salvajes compañeros de cole y yo teníamos un habitual reto: a ver quién le tocaba los huevines al negrito. Este tierno pasaje me ha venido a la memoria a partir de una escena nada tierna, que por otra parte sobraba como tantas otras, y ha sido la única emotiva para mí.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Gilbert
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