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España España · Barcelona
Voto de Gilbert:
5
Drama Durante los duros años de la posguerra, en una zona rural de Cataluña, un niño llamado Andreu, cuya familia pertenece al bando de los perdedores, encuentra un día en el bosque los cadáveres de un hombre y su hijo. Las autoridades sospechan de su padre, pero Andreu intentará encontrar al culpable. En estas circunstancias, se produce en Andreu el despertar de una conciencia moral que se opone a la mentira como instrumento del mundo de los adultos. (FILMAFFINITY) [+]
23 de marzo de 2011
26 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine desgraciadamente es un arte colectivo. Por muy bueno que sea un creador, si no colabora con otros creadores de talentos equivalentes, no hay nada que hacer. Los dones suelen estar repartidos, poca gente vale para un roto y un descosido. Y de esos pocos tienen que tener una virtud, que no don: ser consciente de sus limitaciones. Por ejemplo, que vale para esas dos cosas pero igual no para un zurcido.

Villaronga demuestra mucho talento, aunque no sé si para director. Como la propia palabra indica, la principal labor de este cometido es saberse rodear de gente de igual o mayor talento que tú. Eso Villaronga lo logra a medias.

La ambientación, el vestuario, la fotografía y la elaboración de escenas son estupendos. Pero el montaje es confuso; los actores por mucho que estén sacados de la factoría TV3 demuestran su españolidad haciéndolo fatal con un catalán murmurado o enfadado. Como si te hablasen de espaldas o te escupiesen a la cara, del que hay una escena sobrante que lo plasma literalmente. No saben vocalizar, salvo la que hace de la senyora Manubens que es un primor.

Pero lo peor de todo es el guión. Anda, si es del propio Villaronga. En fin, la típica metedura de pata esquizoide de alguien con cierto genio. Y eso que la historia bien contada y podada podía haber resultado muy interesante.

Pero donde brilla más Villaronga es en la construcción de escenas. La inicial es la más impactante, aunque no sé si se debe a una idea suya, ya que me recuerda demasiado a otra de "Orgullo" de Manuel Mur Oti, sólo que con ganado vacuno en vez de caballar.

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En mí tierna y feliz infancia fuimos dos o tres de veces de convivencias con el colegio por Banyoles. Cerca del lago había un museo que albergaba un negro disecado, que luego se hizo famoso internacionalmente porque se formó un pitoste de no te menees que llegó hasta la ONU, y se lo llevaron para enterrarlo en su tierra donde nadie lo recuerda, claro. Ya se sabe, llegaron los tiempos políticamente correctos, las delaciones y todo eso tan de moda hoy en día.

Bueno, pues cuando el aborigen bosquimano (AKA negro) aún estaba en ese museo, y ni siquiera lo habían encerrado en una vitrina, mis salvajes compañeros de cole y yo teníamos un habitual reto: a ver quién le tocaba los huevines al negrito. Este tierno pasaje me ha venido a la memoria a partir de una escena nada tierna, que por otra parte sobraba como tantas otras, y ha sido la única emotiva para mí.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Gilbert
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