Lejos del mar

La mitad de Óscar, El portero de noche y, claro, Días contados.
Dramatización extrema que a cada paso fuerza más la máquina de la trama hasta que esta chirría, se quema o agota, echa humo, se rompen las piezas, de moral romantizada que convierte al etarra, asesino confeso, en un héroe de nuestro tiempo, torturado y estoico, lleno de culpa y grandeza por como la derrota la asume o afronta, y que, en comparación con la debilidad/mediocridad del resto de hombres que por allí pacen, es un titán o gigante al que le meten o endosan (en) una relación sadomaso (Misery/El hilo invisible) de amor, necesidad, pasión, obsesión, perdón y dolor, de padre y muy señor mío.
La película, pese a todo, pese a lo inverosímil de la mayoría de lo que allí sucede o nos cuentan, está bastante bien, o no tan mal, por ellos y porque no tiene prisa y se explica, cada paso al precipicio que da se adensa/calma, y porque tampoco es temerosa, arriesga, y por el morbo y por el lugar áspero/precioso-desolado/esencial, es bonita de mirar, y por ella, sí, y por él, también, los dos otra vez.
Lo idealiza y en verdad el asunto etarra está mucho más cerca del esperpento aberrante grotesco que de la renuncia ascética, samurái, en silencio, y el sacrificio kamikaze. De hecho, esto no pasa, los matarifes se agarran a la vida y hasta les celebran y cantan con algarabía, a bombo y platillo, no se esconden ni mucho se arrepienten la gran mayoría, en su natal tierra y los otros, los pobres, las víctimas penan en silencio, casi todos, y siguen, no buscan venganza de ninguna clase.
Es una sublimación de unos hechos atroces y estúpidos, corrompidos y miserables, cobardes y viles, pero bueno, contado todo de forma digna, ajustada dentro del delirio, de la apuesta enloquecida, mesurada en el desbarre, seca, potente, rotunda, no está mal mirada esta historia estupefaciente, no parecen mala gente los que la narran; Imanol es cumplidor, no alardea ni tanto exagera, decente dentro del contexto viciado/sectario de nuestro cine/política, un pequeño guerrero humilde, un honesto profesional, todo lo que se puede ser teniendo en cuenta las horrorosas circunstancias que, por ejemplo, explica, más o menos, esta película.
Elena y Eduard. Qué bien.

No me gusta hacer críticas negativas. Lo que no me gusta, simplemente lo ignoro, pero este casi siempre interesante director sí merece algún comentario. Para expresar la idea de que un falso idealismo fanático inculcado en tu juventud arruina la vida de tu víctima, las de sus familiares, la de los tuyos y la tuya propia, el autor podía haber buscado un argumento menos absurdo y delirante. Sobre el tema de ETA, Mario Camus lo hizo mucho mejor en “Sombras en una batalla” (1993), y el propio Uribe en “Días contados” (1994).

Sin embargo, el film contiene implícita la eterna idea de que en la primera juventud casi todos creemos que lo sabemos todo, y no sabemos nada, y los de temperamento más nervioso, apasionado e irreflexivo, son terreno abonado fácil para los canallas lavacerebros que los saben encauzar hacia donde a ellos les conviene para que den la cara mientras ellos dan órdenes escondidos en la sombra. Esto se sigue viendo en todo el mundo hasta hoy, con sus terribles consecuencias, y me temo que seguirá.

Nunca mejor dicho, me dejo bastante indiferente y eso pese a que tiene un buen comienzo. Pero conforme empieza a desarrollarse se va apagando ese interés. Me dejó bastante frio, se va perdiendo, no sabe situarse. Para mi gusto creo que hay un momento en el cual no saben por donde tirar, muchas cosas no se explican bien. Me defraudó, tanto por quien la dirige, por los protagonistas, nada más por eso debería ser mejor de lo que es, me la esperaba mejor, pero no dió la talla. Un placer, completamente olvidable.

Desde hace ya más de una década Uribe no anda muy fino. Sus títulos emblemáticos quedaron en la memoria hace un cuarto de siglo. Vuelve o lo intenta a contarnos una historia arriesgada y eso se agradece, sobre el entorno de ETA y el peliagudo drama de aquellas personas que cometiendo un crimen de sangre, sea bajo banderas o no, cumplen su pena con la sociedad y vuelven a intentar reinsertarse. !Ahí es nada!.
No acierta Uribe ni el fondo ni en la forma con una historia que cuesta creerse por lo extremo del planteamiento aunque la realidad siempre supere a la ficción y tampoco funciona como metáfora de la imposibilidad de reconciliar polos opuestos.
El director se deja muchas cosas en el tintero que si bien incitan al espectador a interrogarse por las respuestas debería plantear mejor y con más datos las preguntas. Cada caso es un mundo.
Pero sobre todo está dirigida con sensación de desgana. Fernández y Anaya hacen lo que pueden para tirar de un carro que se demora muchos minutos en hechos banales que poco aportan al interés general, por no hablar del desnudo integral de Anaya que podría ser el paradigma de ese eufemismo tan de moda en los tiempos del destape: "exigencias del guion".
Las similitudes de algunas escenas y puntos en común con "Almas desnudas" (Max Olphus / 1949) no hace sino desmerecer con la comparación. En fin, oportunidad desaprovechada en manos de un director al que le deseamos vuelva a encontrar el pulso de otras décadas de su carrera.

Vano intento, o algo así, del bueno de Imanol Uribe, por reverdecer laureles tras tantos años tras su buen trabajo en "Días contados".

En aquella ocasión logró un estimable producto, bien facturado y creíble, que es lo más importante y casi casi algo mínimo de desear en este tipo de dolorosas historias.
Pero en esta ocasión yerra más de la cuenta por cuanto, creo, el caballo se le escapa y ya no logra un punto de retorno verosímil.
Y es que, tras un primer tercio tranquilo, sosegado, bien puntualizado, llegamos al núcleo de la historia, donde se alcanzan, supongo que sin proponérselo Uribe, cotas de casi ridiculez, con momentos tensionables resueltos con incongruencias en los diálogos y situaciones varias.
No se explica ni medio bien la deriva de la protagonista, resultando todo forzado, por supuesto sin credibilidad alguna, y además resuelto todo de una forma en la que el espectador bien podría pensar: "Pues para este viaje no se necesitaban tantas alforjas".
En fin, los intérpretes hacen lo que pueden, pero es que todo resulta de lo más estrambótico.

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