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Monos

Drama En la cima de una imponente montaña, donde lo que a primera vista parece un campamento de verano, ocho muchachos guerrilleros apodados “Los Monos» conviven bajo la estricta instrucción de un sargento paramilitar. Su única misión es la de cuidar a "la doctora" (Julianne Nicholson), una mujer norteamericana a la que han tomado como rehén. Cuando esta misión empieza a peligrar, la confianza entre ellos empezará a ser cuestionada. (FILMAFFINITY) [+]
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Críticas 43
Críticas ordenadas por utilidad
7 de diciembre de 2019
5 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Monos
Filmada con poder alucinógeno, su escenario observa a un grupo de soldados adolescentes, conocidos solo por sus apodos, encargados de proteger a una doctora estadounidense y a una vaca lechera. Si fallan, las consecuencias para ellos serían fatales.

Además de la Doctora, el único adulto en su órbita es un oficial superior llamado el Mensajero, un hombre minúsculo pero extremadamente musculoso, que amplifica la cualidad surrealista y fantástica del filme, interpretado por el ex líder guerrillero de la vida real Wilson Salazar. Él entrena a los jóvenes con simulacros militares sádicos y les enseña a combatir.

El título se refiere a los monos que se escabullen en el denso follaje de la selva, pero también hace alusión a los ocho guerrilleros adolescentes que tienen como rehén a la Doctora para fines desconocidos. Tres niñas, cuatro niños, el protagonista llamado Rambo (Sofía Buenaventura), quien es de género indeterminado, y una vaca llamada Shakira que los campesinos simpatizantes han prestado a la Organización. No existe ninguna realidad fuera de su propia burbuja, a través de la cual pelean, se besan, disparan sus AK-47 y consumen hongos alucinógenos. Bajo presión, son capaces de crueldad, ternura, capricho y traición instantáneos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
juancontreras
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24 de febrero de 2020
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sobre una solemne montaña, surge lo que parece un campamento de verano. Ocho chicos y chicas viven allí entrenando y armados con AK-47, se les llama los Monos. Utilizan unas instalaciones defensivas como vivienda, en un rígido régimen jerárquico militar. Son jóvenes al servicio de una guerrilla paramilitar que tienen como misión vigilar a una doctora estadounidense (Julianne Nicholson) secuestrada y en espera de cobrar un rescate por ella.

El brasileño Alejandro Landes nos lleva de las manos de su cámara a las montañas de Cundinamarca, en Colombia, y se va adentrando hasta un territorio agreste dentro del cual se confunde el valor de la vida y de la muerte. Es un escenario tan silvestre que el instinto manda sobre la razón. Más altos que las nubes, los ocho muchachos armados hasta los dientes son auténticos seres inmaduros pero listos a volarle la cabeza al que asome por su feudo.

Cuando el disciplinario instructor que los entrena se marcha, son ellos los exclusivos responsables de lo que allí ocurra. Se prodigan las fiestas con alcohol, celebración de un cumpleaños, bailes en torno a la hoguera y así, esta espiral alocada con las hormonas por las nubes y lo propio de la edad, va haciendo olvidar que su pertenencia es a una organización militar precisa a la que deben obediencia y disciplina.

Destaca en esta cinta la belleza de los paisajes, la luz, una cámara en comunión con los bosques, las encrespadas pendientes, los torrentes de ríos y manantiales. La esplendente fotografía de Jasper Wolf pinta la pantalla de vibrantes colores, verdes refulgentes o cielos tono pastel. Acompaña síntónicamente la estupenda música de Mica Levi. Y cuando todo este lienzo de música y luz parece anhelar la hermosura cósmica, nos tropezamos frontalmente con la saña, el salvajismo y la brutalidad de que son capaces los protagonistas.

En el film la fotografía está minuciosamente trabajada por Landes, cuyas secuencias de corte naturalista se toman su tiempo para que podamos ver y entender que esa realidad asilvestrada toca de lleno a los jóvenes guerrilleros que parecen sumirse en cierto estado regresivo y selvático, donde la supervivencia es crucial; abundancia de primeros planos de rostros de los confusos jóvenes-monos. Toda una atmósfera inquietante, pues aunque parece la cosa un juego, sin embargo las armas de todo tipo que portan son reales. En ese espacio, la misma doctora se ve obligada a encarar sus propias contradicciones morales, pues su realidad está muy lejos de su mundo civilizado.

En la segunda parte del filme los acontecimientos se precipitan y los jóvenes forman su propia célula; en ese paraíso de Adán, la demencia sobrevuela las mentes de los jóvenes que eligen a su líder y se apropian de la prisionera. Será el gran comienzo del brote de locura que pone de manifiesto lo arbitrariedad de cualquier guerra. El filme se precipita por la pendiente de la sinrazón, en un plano final, momento en el cual ya no discernimos entre secuestrador y secuestrado, entre el bien y el mal.

El grupo paramilitar de los muchachos es de difícil calificación, con personajes ultraviolentos como Patagrande, muy bien interpretado por Moisés Arias; los chicos y chicas, son capaces de mostrar su faceta edulcorada infantil y cándida como compañeros de juego, o derivar por la brutalidad cuando golpean sin piedad a un compañero para divertirse. Grupo impredecible y alocado, y un estudio arrollador sobre la violencia, que mantiene al espectador inseguro sobre si el siguiente corte irá acompañado de felicidad, de éxtasis dionisíaco o directamente de pesadilla.

Película apabullante en lo visual y en lo sonoro que concluye de manera tremenda y paradójica, entre el horror y la belleza.
Kikivall
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21 de febrero de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
“¿Qué es lo que somos? ¿Personas? ¿O animales? ¿O salvajes?” Es una de las tantas reflexiones dentro de la novela El señor de las moscas que publicó William Golding en 1954. En aquel momento, sería incapaz de predecir la repercusión cultural que la misma tendría, aún después de décadas de literatura y cine: las adaptaciones de la novela a diferentes formatos son numerosas; el número de referencias inagotables, aunque en ocasiones casi inapreciables por sutiles. Llegado el momento, el cine colombiano a tomado su propia historia reciente de la mano de la ficción de Golding para crear una película de crudeza carmesí, inspiración aventurera y trasfondo de complejidad humana en busca de una salida de su selva de irracionalidad.

Todo resulta confuso en un inicio. Sin embargo, somos capaces de encontrar un sentido al caos desarrollando una nueva mirada guiada por los códigos del propio film: el grupo de jóvenes se presenta salvaje, desnortado y hambriento de experiencias; también domesticado por una organización superior, adiestrado para obedecer como niños soldados que mantienen como rehén a una doctora. Tienen sus propias normas, métodos y castigos, viven al margen, pero se debaten entre la necesidad de pertenencia y la exploración de los deseos animales. Fruto de ello surgen escenas de violencia casi poética, despertar sexual descontrolado, o amor y odio guiados por la confusión, que hacen mutar los vínculos entre los personajes en la continua indecisión de la moral.

A lo largo del metraje, el enfoque escogido genera una monotonía que queda lejos de jugar en contra del espectador, denotando una firma autoral y genera una nueva capa de lectura más allá del diálogo (escaso) y las acciones (frenéticas). La fotografía, de gran contraste entre el primer y segundo acto gracias al cambio de escenarios, acompaña de forma valiente jugando entre planos cortos y cercanos, extensos y generales, bañados siempre por un hilo musical que roza la psicodelia y lo experimental para engullir al espectador.

Desde la brutal tranquilidad de la cima rocosa del primer acto, hasta la angustiosa profundidad de la selva y las aguas torrenciales, la película discurre en una continua carrera hacia el poder a través del terror de los conflictos latinoamericanos, intentando comprender a su vez cómo alcanzar la libertad personal o la redención. El conjunto resulta abrumador por su crueldad, a la vez que esplendoroso por su exposición y las observaciones que regala.

Lo mejor: Ser capaz de hablar de la complejidad humana desde la brutalidad del belicismo sin dar la espalda a la delicadeza audiovisual.

Lo peor: Que en muchos momentos juegue en la cuerda floja entre lo autoral y lo pedante.

CarlosDL - Colaboración con https://redrumcine.com/
CarlosDL
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26 de febrero de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alejandro Landes, desde Colombia, nos trae una película diferente, de esas que gustan u odian tanto espectadores como cinéfilos. El retrato de la guerra de guerrillas con una potencia visual y metafórica en forma de niños soldado, quienes conviven en la espesura de los bosques y de las más altas montañas mientres retienen a su mayor premio: una doctora americana. Con el honor y la disciplina como sus mejores amigos, el grupo pronto comenzará a establecer disenciones, a descubrir quiénes son realmente y a actuar en consecuencia.

MONOS es una película que no pasa desapercibida, tanto para bien como para mal. En ocasiones es pesada, tarda en volar, pero se toma su tiempo en mostrar imágenes bellas, potentes y poéticas, su sonido y banda sonora también son para recordar. Es una experiencia magnética, seductora y terrible a la vez. Trasmiste final, desesperanza terror a partes iguales. Los protagonistas lo dan todo, apenas cuestionándose moralmente sus actos, sabedores de que no encontrarán mucha salida.

En definitiva, MONOS no ha sido nominada a mejor película iberoamericana a los Goya, ni a tantos otros festivales, por nada. Su fotografía y sonido son brutales, pero cuenta con que es cine de puro autor, Alejandro Landes a la estela de Iñárritu. Tendremos que seguirlo de cerca. La amarás o la odiarás, pero algo te hará sentir. No os la perdáis.
XuCoOo
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27 de febrero de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Niños y niñas guerrilleros, demasiado jóvenes para soportar el frío y la sangre de una guerra; demasiado pobres para poder escapar de ella. Dolor, lucha de poderes, amor, bebida. Dilemas éticos y morales constantes, política en su esencia más humana, pura y atroz. Sin embargo, no es un film sobre la guerrilla colombiana como tal. No hay buenos ni malos, ni vencedores ni vencidos. 'Monos' huye de lo que vienen siendo los dramas sociales y las películas documentales de denuncia. Está muy lejos.

De repente, todos los elementos narrativos, incluso la narración misma, pierden los significados habituales para ganar otros nuevos, distintos. Se trata de una experiencia sensorial en el Amazonas más salvaje, en el que uno puede sentir, a la vez, un miedo paralizador, paz contemplativa gracias al juego de la música y la belleza de las imágenes, odio profundo hacia algo incierto, o incluso amor. Es la verdad de la guerra expresada a través de elementos muy explícitos y elementos casi fantásticos. Todo confuso a la vez que verdadero. Una especie de realismo mágico como actitud frente a la realidad.
Laura Prat
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