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Monos

Drama En la cima de una imponente montaña, donde lo que a primera vista parece un campamento de verano, ocho muchachos guerrilleros apodados “Los Monos» conviven bajo la estricta instrucción de un sargento paramilitar. Su única misión es la de cuidar a "la doctora" (Julianne Nicholson), una mujer norteamericana a la que han tomado como rehén. Cuando esta misión empieza a peligrar, la confianza entre ellos empezará a ser cuestionada. (FILMAFFINITY) [+]
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Críticas 43
Críticas ordenadas por utilidad
18 de agosto de 2019
2 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un despliegue de imágenes poderosas, de mundos interiores que surgen del alma de ocho jóvenes inmersos en una tragedia de la violencia, de límites extremos en los que a veces son empujadas las criaturas humanas. La película de Landes desde el primer cuadro nos convoca a un extraño viaje por los paisajes del miedo y la imaginación, el ritmo es frenético, la música sostenida desde un fondo parece un barco en la noche con los faros encendidos que va rompiendo las brumas. Las alturas dibujan un mapa del suspenso que se apodera de la historia. Todo es fantasmal y onírico, hay algo de un mundo apocalíptico, los jóvenes atrapados en una trampa despiadada, sueñan, aman, lloran, expresan con su humanidad y sus cuerpos los desafíos de un tiempo, las circunstancias que los atenazan, el horror de vivir en “el corazón de las tinieblas”. El páramo trasmite el infierno de un tiempo muerto, los colores de la soledad, la imposibilidad de escapar de un destino de hierro que han forjado otros. Hay que llevarse a la doctora secuestrada a otra parte y descendemos vertiginosamente a la geografía de la selva donde las almas se embriagan de la luz, las mentes enloquecen como si de Aguirre: la ira de Dios se tratara y los cuerpos embadurnados como antiguas deidades elevan plegarias solares. Las amarras se rompen, las cadenas se imponen, el delirio del poder en un roto universo, mientras la muerte acecha en las miradas. Unas pruebas de vida en medio del bosque parecen un eco de lo que vivió Ingrid Betancur. Las fuerzas de la oscuridad intentan imponer su lógica fúnebre, los fugados corren con el viento entre los árboles, pero allí está majestuoso el río Samaná con el gran rumor de su caudal, el río es una casa que se mueve con los perseguidos que por fin llegan al cañón del Samaná y lo que sucede es un baile de las aguas profundas, una sinfonía de remolinos azules y blancos, un túnel de luz y agua que desembocará en la salvación. Los ejércitos se multiplican como peces en una fiesta cristiana, unos mueren, otros son rescatados, ninguna respuesta para nadie; todas las preguntas quedan abiertas para que de algún podamos hacer una expiación colectiva. La última escena concluye y el espectador en su butaca por fin respira…
Alejandro Veramar
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8 de abril de 2019
2 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
En una llanura del altiplano colombiano, flanqueada por la luz azulona de los nubarrones que avecinan tormenta, un grupo de adolescentes juega al fútbol con los ojos vendados dándole puntapiés a una pelota revestida de cascabeles que delata su ubicación cada vez que alguien la golpea. De esta inocente manera da comienzo la película del director y guionista Alejandro Landes, que nos presenta una especie de fábula social con tintes de realismo mágico y referencias directas a la obra cumbre de William Golding, El señor de las moscas. Ambientada en el corazón de la selva cafetera, fue rodada casi en su totalidad en exteriores, de los que la fotografía y algunos de los planos generales y aéreos consiguen provocar una sensación onírica en el espectador de una potencialidad estética enorme.

La historia relata las vivencias de los mismos jóvenes que al comienzo de la cinta se comportan como lo que son, al fin y al cabo: niños; pero ya en la secuencia posterior descubrimos que su misión dista mucho de lo que podríamos llegar a pensar en un principio. En realidad, todos ellos forman parte de un comando paramilitar que está siendo entrenado por un dirigente de la guerrilla con enanismo, que los somete a toda una serie de duros entrenamientos físicos con la intención de acelerar su proceso de madurez y poder usarlos de esta forma como carne de cañón en los conflictos bélicos que asolan el país. Entre tanto, y a medida que la acción transcurre, los protagonistas aprovechan la ausencia de este pequeño tirano para dar rienda suelta a sus apetitos e intrigas sexuales, propios de la edad, al mismo tiempo que las relaciones jerárquicas que se establecen entre ellos se desestabilizan como consecuencia de las inseguridades de unos, los delirios de grandeza de otros, una ciudadana americana a la que mantienen cautiva y una vaca lechera de la que tendrán que hacerse cargo hasta que la autoridad regrese.

Cuando parece que todo está bajo control y que los imberbes pubescentes son capaces de mantener el orden que se les ha delegado, una bala perdida surgida de un arrebato desmedido de exaltación acaba con la vida del rumiante, al cual, por cierto, habían bautizado con el nombre de “Shakira” –un dardo cargado de sátira hacia la cantante currambera–. Se desata entonces el pánico y las obligaciones que anteriormente servían como mera distracción recreativa cobran ahora un cariz mucho más tétrico y realista; el juego se transforma en una cruda realidad que comienza a desbordar poco a poco los límites de sus fantasías infantiles, derrumbándose lentamente al compás de los disparos y las explosiones de metralla.

La habilidad técnica de Landes se hace patente a la hora de acompañar las vicisitudes que narra el guion con unos efectos audiovisuales que logran casi a la perfección una simbiosis claustrofóbica entre la angustia y el sueño; los elementos musicales, por su parte, actúan como intensificadores de la atmósfera que se respira en los momentos de mayor tensión dramática, sin llegar en ningún momento a abusar de su preponderancia sobre otros aspectos de la producción, y los escenarios, enfoques e imágenes que capta la cámara destilan una referencialidad simbólica y poética que recuerdan –salvando la debida distancia– al mismo Tarkovsky. Todas estas cualidades que corren por parte de la realización se complementan con las interpretaciones de los jóvenes actores y actrices que se meten en la piel de los despojados personajes que protagonizan la trama y que, al igual que los náufragos ingleses de la novela de Golding, construyen un panorama caracterológico a través del cual se representan las maldades y perversiones innatas del ser humano. En definitiva, Monos nos invita a balancearnos entre la visión rousseauniana del hombre bueno por naturaleza y aquella que Hobbes metaforizaba con el aforismo que reza Homo homini lupus (El hombre es un lobo para el hombre), mientras nos vemos imbuidos en una narración a la que tampoco le falta la acción necesaria para mantenernos pegados a la butaca durante la hora y cuarenta minutos de metraje.
Lucho Garmán
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6 de diciembre de 2019
1 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es una película muy interesante sobre secuestro civil y la desapariciones de personas inocentes que están en un mundo aislado totalmente del mundo exterior que viven como animales porque viven como manadas en las montañas ocultando a la rehén para sus beneficios.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
bianchy
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