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La tumba india

Aventuras. Romance Continuación de "El tigre de Esnapur". El arquitecto europeo Harald Berger y la bailarina Seetha son capturados por los hombres de Chandra. Mientras tanto, Ramigani planea arrebatarle el poder a su hermano, sirviéndose de sus aliados en palacio. Cuando Chandra se entera de la relación amorosa entre Seetha y Berger, hace llamar al doctor Rhode para encargarle la construcción de una enorme y lujosa tumba destinada a los dos enamorados. (FILMAFFINITY) [+]
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Críticas 26
Críticas ordenadas por utilidad
14 de diciembre de 2011
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Harald Berger y su enamorada Seetha, intentan huir de la venganza del Maharajá Chandra, pero sus hombres los atrapan cuando ellos desfallecen en el desierto. Entre tanto, Ramigani, quien ha comenzado a sentir deseos de ser él quien esté sentado en el trono de su hermano, se alía con Padhu y con los decontentos del reino, para usurpar el trono de Chandra. Seetha, a quien le han dado el palacio por cárcel, mientras su enamorado Berger se pudre en una mazmorra, será usada para los intereses de Ramigani, mientras que Irene, la hermana del arquitecto y su esposo el sr. Rhode, intentan como pueden hacer algo para salvar al prisionero.

En todo este lío se desenvuelve “LA TUMBA INDIA”, continuación de “El tigre de Esnapur”, en la cual Fritz Lang consigue elevar de alguna manera el bajo nivel que traía la primera parte. Sirviéndose libremente de la interesante historia del Taj Mahal (un proyecto que había acariciado, en 1956, al lado de Alexander Korda, pero que no consiguió salir avante) y valiéndose incluso del significativo cuento oriental “La telaraña en la cueva”, el director va nutriendo esta historia que sigue demostrando que el amor no es para nada un asunto material sino tan sólo una causa del espíritu.

Debra Paget carga esta vez –y por fortuna- con el mayor peso del filme y consigue lucirse en su sensual danza ante Shiva con una cobra al lado que todo el tiempo está pensando lo mismo que nosotros. Pero, fatal error ha cometido Lang al representar a uno de los más grandes dioses de la india como una mujer fea y desnuda cuando, para los hindúes, Shiva es símbolo de la belleza andrógina (como creador de todo cuanto existe y como ser destructor que regenera siempre en un plano superior).

Tampoco fue muy afortunado en las escenas de acción, las cuales deslucen con sus improvisados actores secundarios y con unos ataques que dejan mucho que desear. Pero, el filme tiene su encanto visual al poder contar con atractivas locaciones de la India. Y aunque la iluminación resulta bastante artificiosa, y fallida en algún momento (el final de Ramigani), la fotografía cumple en general con el preciosismo del filme y la historia se deja ver como un simpático entretenimiento.

Resulta bastante curioso que, en su regreso a Alemania y terminando su carrera, la luz de Thea von Harbou vuelva a iluminar el sendero de nuestro estimado Fritz Lang, y los restantes filmes que pudo realizar, llevan su nombre como un sello indeleble... como si el destino hubiera hecho de ellos una pareja para la eternidad.
Luis Guillermo Cardona
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23 de febrero de 2018
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
El tigre de Esnapur y La tumba india podían haber sido perfectamente una película sola, con una duración extra pero muy entretenida.

Bajo la apariencia de una terrible sencillez, La tumba india, tanto como El tigre de Esnapur, es una película muy sofisticada, creada para mostrar la aventura exótica en tierras de un pueblo diferente, de otro mundo, para ello nos plantea un argumento diáfano de conspiraciones, amor, odio y celos, con unos personajes muy definidos.

Las imágenes son de un preciosismo absoluto al que contribuye un extraordinario vestuario lleno de joyas, magnético a tope. Lo demás es abandonarte a la narración visual de laberínticos sótanos, cámaras espaciosas en palacio, postales panorámicas de lo más relajantes, en un conjunto que hasta el cartón piedra es atrayente.

Irrepetible.

Y por supuesto siempre agradeceremos a Lang habernos presentado a una mujer tan inteligente como Debra Paget.
floïd blue
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6 de enero de 2010
9 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Maravillosa cinta, en la cual continuan las aventuras y desventuras de Sheeth, la exhuberante danzarina del templo encarnada por ( Debra Paget), y Harald el arquitecto ( Paul Hubschmid), perseguidos por el frustrado y ofendido Chandra,Maharajá de Eschnapour.
Imprescindible y muy recomendable visionar antes El tigre de Eschnapour, para poder valorar debidamente ésta exótica y trepidante historia en la que se dan cita el misterio, la intriga, la conjura y la conspiración, y una amor apasionado y indomable
Todos los ingredientes citados son recreados por la magia y genialidad de su director Fritz Lang, artesano del septimo arte, que consigue con su habilidad y intución mostrarnos con encuadres y imagenes de antología, una India en la que existen y conviven las riquezas más fabulosas, propias de las más fantásticas y miticas leyendas orientales, con las más miserables y miseras formas de vida y de vejaciones físicas y de salud de los nativos súbditos del Maharajá y menos agraciados por la fortuna.

La fusión de la tradición y los misterios de la religión de una India desconocida y profunda, en convivencia con los poderosos y su intereses, gira entorno a la historia de amor de los protagonistas y la venganza meditada y ciega del Maharajá herido en su soberbia y prepotencia, todo ello junto a las trepidantes aventuras sin tregua, al paisaje con su flora y fauna extraña y llamativa, y a los palacios majestuosos que ocultan bajo ellos tenebrosos y vergonzosos secretos, proporcionan un espectáculo entretenido y colorista, en el que no falta el mensaje moral.
Una nota de frivolidad cargada de erotismo la pone Sheethe ( Debra Paget) con su danza en el templo ofrecida a la diosa. Digna y impresionante de ver y de disfrutar como el resto de la cinta
fisquero
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18 de junio de 2020
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
175/24(17/06/20) Soporífero film de aventuras dirigido por el otrora gran Fritz Lang, que parece anclado en su época del cine mudo de por ejemplo la saga de “Los Nibelungos”, no ha avanzado lo más mínimo, si acaso ha retrocedido para ofrecernos una cinta que con el McGufing de haber sido rodada en parte en los exóticos escenarios de la India (en Udaipur y Jaipur), aunque en gran parte se desarrolla en interiores rodados en los estudios Spandau de Berlin Occidental, y esto canta y desentona como si aparecieran los Locomia en escena. Es la segunda de dos películas que comprende lo que se conoce como Indian Epic de Fritz Lang, la otra es “El tigre de Eschnapur (Der Tiger von Eschnapur)”, se basó en la novela Das indische Grabmal, escrita por la ex esposa de Lang, Thea von Harbou, quien murió en 1954, sirviéndose libremente de la historia del Taj Mahal (un proyecto que había acariciado, en 1956, al lado de Alexander Korda, pero que no consiguió salir adelante) y valiéndose incluso del significativo cuento oriental “La telaraña en la cueva”. En esta segunda entrega se ahonda más en las intrigas y conspiraciones palaciegas, pero resultando estas más simplistas que el mecanismo de unas tijeras, sin complejidad alguna. Dan algo más de ‘vida’ a la escena de los leprosos de la primera parte, aquí ya convertidos en un ejército (patético) de zombis, que no se sabe porque atacan a las personas. Potenciando los bajos del palacio del gerifalte en un laberinto de galerías subterráneas, que en realidad solo esconden la necesidad de rodar en estudios para reducir costes, pues además estas cuevas cantan a cartón piedra tanto que despiertan ternura en su proyección de gritar que es una seri B, chirriando cuando saltamos de las secuencias exteriores unos interiores fotografiados por el DP Richard Angst de un modo burdo híper fulgente artificioso en las cuevas (renegando del expresionismo gótico que hizo famoso a Lang), que solo hacen resaltar lo teatral de la ambientación, sacándote de cualquier realismo posible. Pues no me vale que la película tiene más 60 años, pues por entonces ya se habían filmado “La Reina de África” y ese mismo 1959 se estrenó “Ben-Hur”. Y es que hay que sumar unas escenas de acción que parecen coreografiadas por Ed Wood en su nefasta exposición y desgana con que se comportan los peleantes, ejemplo son los penosos acuchillamientos y ensartamientos de espadas. Hay un tropel de actuaciones que van de lo inane a lo ridículo, unos caracteres tan planos como una mesa. Pero es que estos personajes caricaturescos en su comportamiento se añade un racismo latente condescendiente que raya en lo denunciable, pues ver a muchos roles encarnando a hindúes, que en realidad son alemanes tiznados resulta grimante, me recuerda a “El Nacimiento de una Nación” (1915), no tienen excusa, pues rodaron en la India y pudieron fichar a intérpretes del país y destilar ese tufo xenófobo de los ‘blackface’, esto para alguien como Lang que huyó y luchó contra los nazis resulta paradójico, al destilar este tufillo de superioridad moral. Pero ahí no acaba la cosa racista, pues todos los personajes europeos, o de raíz de nuestro ‘viejo continente’ (como Seetha) resultan los buenos y civilizados, mientras los hindúes son los pérfidos y villanos, ello en una visión paternalista proto-colonialista en que se nos viene a decir que los no europeos no son buena gente, son personas cercanas a lo salvaje, esto atomizado por el modo chusco en que se da una visión atávica-cerril de la religión en la India, acudiendo a tópicos de sacrificios rituales vomitivos. Y ojo, este film parece influencio a “Indiana Jones y el Templo Maldito”, aunque el modo de cuasi comedia de Spielberg hace redimibles los ‘pecados’ de Spielberg. Hay un romance entre la ‘princesa’ hindú (de origen europeo, pues no es bueno mezclarse con estos ‘incívicos’ asiáticos) y el arquitecto alemán, que en esta segunda parte resulta aún más frio que en la primera. Ello en un contexto naif de tratar el amor y su cercanía al odio como motor de las relaciones, pero esto abordado en un nivel de parvulario.

Film que solo pasará a la historia por el sensual baile de Debra Paget (la novia de Joshua en “Los Diez Mandamientos”), ya nos deleitaba en la primera parte con otra sexy danza ante la Diosa Shiva. Pero en esta segunda entrega la actriz estadounidense se supera con una erótica coreografía ante una cobra (la más risible que yo recuerdo en una película por su aspecto de juguete propio de sketches de José Mota), en lo que es un juicio a muerte en que Seetha (Debra Paget) debe intentar encantar a la serpiente para no le ataque, ello con sus movimientos hipnóticos que comienzan con ella con una túnica de la que comienzan a sobresalir sus manos haciendo gestos serpentiles, hasta que llega el impacto de que se quita la túnica, y nuestros ojos no dan crédito con el atuendo de peep-show que vemos, un pequeñísimo apósito gris tapa su entrepierna (no son braguitas), y unos diminutos parches a juego cubren sus pezones, de una ridiculez aparatosa en el modo en quieren alimentar a onanistas de la época.

Película solo recomendable a los incondicionales de Fritz Lang, si esta película la hubiera filmado otro yacería en el baúl de los olvidos más justificados. Solo mínimamente recordable por el mencionado baile cuasi-pornográfico de Debra Paget, pero esto es solo un artificio de trampantojo que no puede ocultar tanto infantilismo y nivel bluff imperante en su metraje. Fuerza y honor!!!
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TOM REGAN
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10 de marzo de 2013
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La única diosa de la película, Debra Paget, toma el relevo en la segunda parte de “El tigre de Esnapur”. Participa mucho más, o al menos esa es la sensación que me queda, sobre todo por su maravilloso baile. Yo pensaba que, tras “Ave del paraíso”, (Delmer Daves, 1951), esta chica ya había echado el resto en provocación sensual, pero lo de este film de Lang es de verdadera antología. Para provocar ese torrente de erotismo en su baile ante la cobra, ayudan a su cuerpo pequeño y rotundo un diseño de vestuario y una composición escenográfica impresionantes. Además, más adelante, cuando ya no tiene salida, le quedan sus miradas encendidas, que hablan de un regodeo en el odio, y por momentos recuerda a otras mujeres de Lang, como la turbia Joan Benett de “Perversidad”; parece que Lang disfrute como un masoca del rechazo definitivo, entre ascos, de la hembra.
Y, bueno, sigue siendo todo de un preciosismo acartonado, aunque los decorados pierden un poco de peso a favor de la historia. También queda en segundo plano el galán ridículo, y además le ponen barba para que parezca un poco más duro. La pareja occidental no es creible, él da vueltas y ella parece mirarlo todo como una turista comprensiva. Las conspiraciones políticas son de cartón piedra y carecen de demasiado interés, y las torpísimas escenas de acción son marca de la casa de Lang, cuya especialidad era la psicología. En este caso, los acuchillamientos por los pasillos parecen de un corto de instituto de secundaria. Hay también una curiosa escena del género pre zombie, que no se me ha podido olvidar desde que la vi de pequeñito, pero que hoy resulta tontorrona.
No puedo olvidar las inmensas posibilidades que tenía la idea del palacio concebido no como un simple elemento arquitectónico, sino como un personaje más, que cobraba vida exhibiendo su belleza u ocultando sus secretos. Por ahí apunta la cosa por momentos, pero ese palacio de Esnapur, que iba a ser el fascinante envase de todos los avatares de la trama, (no sólo expuesto deslumbrantemente, sino también entrevisto por medio de mapas, croquis, túneles y laberintos en penumbra), acaba siendo, lamentablemente, la calle de “Farmacia de guardia”, donde todos se van encontrando con todos por casualidad y sólo les falta decirse “buenas tardes” en cada ocasión. Otro recurso teatral de dudosa genialidad en un film que no pasará a la historia sino por ese baile, y por cierta dudosa intoxicación oriental.
berenice
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