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España España · santiago de compostela
Críticas de berenice
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Críticas 149
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
24 de abril de 2020
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las grandes de Dino Risi, a la que solo cabe achacar cierta previsibilidad en la culminación de algunas escenas, no tanto por ingenuidad de la película como por lo resabiados que estamos ya todos cerca de 60 años después.
Como en alguno de sus otros frescos de la vida italiana, está plagada de ruido y de furia, en el sentido de un fresco vibrante, conducido con una tensión y un pulso que siguen admirando, con una mezcla asombrosamente eficaz entre las escenas de multitudes y gritos (la mayor parte, obviamente, pues se retrata a la masa fascista) y las más íntimas reservadas a planos medios y primeros planos, con sabrosos diálogos, donde vamos conociendo mejor a los dos antihéroes, curiosa inversión de los dos personajes cervantinos, pues el alto y gallardo (Gassman) es todo tierra sanchopanziana; y el bajito y más rechoncho (Tognazzi) esgrime aún, de vez en cuando, ese programa de idealismo que le hace permanecer en las filas de sus camaradas. Aunque también diste de ser un Quijote, pues Risi no confía en la integridad de ninguna de estas dos criaturas del arroyo. Aunque los camisas negras avasallen la pantalla cantando a pleno pulmón GIovinezza, Risi, que era de convicciones de izquierdas, nunca avasallaba con sus tesis; es cierto que aquí ridiculiza el movimiento fascista con dos brutos que no saben ni por qué están en él, pero les deja unas briznas de conciencia (los fascistas son humanos). Tampoco dejaba en muy buen lugar a sus héroes políticamente concienciados, como el inolvidable Magnozzi que interpretó Alberto Sordi en Una vita dificile, solo un año anterior a esta. Como Risi era psiquiatra, y por tanto conocedor de la psique humana y sus contradicciones, supongo que no creía mucho en categóricos. Quizá por ello su cine no envejece, por esa inteligencia en los trazados psicológicos. Además, era casi siempre piadoso con sus personajes (y con su público),y solía dejarles una salida, un asidero moral, aunque no fuera muy creíble: tanto los dos despojos de La marcha hacia Roma como el periodista Magnozzi tienen ocasión de volver a la "conciencia", para que la amargura se disuelva un poco.
De suma eficacia dramática es, (al modo stendhaliano de La cartuja de Parma, con ese Fabrizio del Dongo en Waterloo corriendo de un lado para otro sin entender nada) ver pasar un monumental fresco de historia italiana a través de los ojos de dos seres que apenas alcanzan a comprender lo que ven, como así sería sin duda con muchos de los que engrosaron las filas de los camisas negras: por hambre , por falta de salidas., engañados por promesas populistas (como dice Sinhué en su crítica)... Los acontecimientos, sí, te envuelven absolutamente gracias al manejo impresionante de una puesta en escena que requiere muchísimo ruido y movimiento, pero será casi mejor si el espectador parte de salida virgen de Historia de Italia y del Fascismo, y se deja sumir en el torbellino como los dos desgraciados protagonistas. Se aprende historia igualmente, incluso más, y será más difícil olvidar la cara de asombro del oficial del ejército de Vittorio Emmanuel obedeciendo la orden de dejar pasar a la multitud fascista o la progresiva comparación que Tognazzi va haciendo entre la realidad y el "programa". Qué diferencia con el cineasta Luigi Magni, por ejemplo, que se puso a ejemplarizar un poco después con unas plúmbeas recreaciones históricas sobre el Risorgimento.
Unas últimas palabras para Vittorio Gassman y Ugo Tognazzi. Está casi todo dicho de ellos. Pero hay que quitarse el sombrero, dos de los más grandes bufones tragicómicos (cuando querían). Con más de una secuencia absolutamente magistral, la película es altísimamente recomendable.
berenice
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6
28 de marzo de 2020
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Insólita película sobre un sediario pontificio de la nobleza romana en las postrimerías del Antiguo Rëgimen, rodada en espléndios palacios y con vestuario que no repara en gastos. No he leído casi nada sobre el Onofrio del Grillo real, pero lo haré, porque en todas partes me prometen que era un personaje de los especiales. La estructura de la peli en forma de episodios, tan cara a los cineastas italianos de los años 60 y 70, no entorpece el conjunto, que cuenta, para dar cohesión, con los oportunos ritornelli (en forma de personajes que vuelven a aparecer); y, sobre todo, cuenta con el sempiterno nexo de unión de Onofrio del Grillo-Alberto Sordi. Este está como siempre, entre genial y cargante, con una verborrea que no se detiene ni un momento a lo largo de las dos horas de metraje. Digamos que, en general, como marqués está soberbio y como carbonero no hay quien le soporte. En medio de la descomposición social general, retratada sobre todo en unos personajes del lumpen maravillosos, (con la cuadrilla de bandidos en primer lugar), habría que haberle pedido a Monicelli un poco más de hincapié en cómo el personaje se mantiene a flote siempre precisamente por hacer gala de unos principios un tanto laxos, orgulloso de su estirpe pero aviniéndose perfectamente a los aires nuevos que llegan de Francia. Podría haber sido el marqués de esta película un arquetipo genial de la capacidad de adaptación de las élites que saben adoptar tácticas camaleónicas cuando todo cambia, en este caso el Ancient Règime, que aún deja muchos recovecos donde esconderse. Aunque haya muy buenas pinceladas en este sentido, el cineasta italiano ha preferido, en general, optar por el tono bufo, o muy bufo, con lo que el marqués demasiadas veces roza la caricatura. También hay que decirle a Monicelli que ha alargado el artefacto en demasía, y no siempre con buen ritmo. El interés va por tramos y de manera muy desigual. Y, por qué no, que la película pierde mucho desde el desdoble bromista con el carbonero.
Algunos episodios son magistrales, como el encuentro con los bandidos en las ruinas de la iglesia de San Buonaventura, con sus reminiscencias del Luigi Vampa del Conde de Montecristo dumasiano. Espléndidas también las escenas de la decrépita corte pontificia, (no sé si rodadas en el Palacio del Quirinal) siendo esta la única recreación que recuerdo en cine de la detención de Pio VII (a quien, por cierto, se le parece el actor Paolo Stoppa) por las tropas napoleónicas. Y atención al duelo del castrato (representante de lo que se extingue) contra la soprano (representante de los nuevos tiempos que llegan, con asombro del público que no está acostumbrado a ver papeles protagonistas cantados por mujeres). En esa escena, el después oscarizado Nicola Piovani (La vita é bella) adapta su espléndida y "otoccentística" marcha operística de la banda sonora y la convierte en un fragmento de verdadera ópera, con un sabio sabor de época. Me encantó también alguna escena nocturna entre las ruinas del foro, con el marqués y su amante eligiendo la ruina más gloriosa para hacer el amor. O aquella otra nocturna del marqués y su amigo francés en el viejo y mohoso caserón campestre familiar, ya vacío (otro símbolo), de genuino sabor romántico.
En suma, una película que dista de ser grandiosa pero que resulta interesantísima de ver. Sin duda. Mi nota estaría entre el 6 y el 7.
berenice
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7
21 de marzo de 2020
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Algo obvia en su mensaje moral,(ejemplificado en esa cara de perdedor de un impresionante Nino Manfredi), la película de verdad se recuerda por el agotador desfile coral que se da de continuo en todo su metraje, con una planificación perfecta, agilidad de ballet y diálogos justos. Orquesta Gassman, bordando su clásico papel de caradura, presente en casi todas las mil y una situaciones efervescentes, casi siempre en planos generales para poder abarcar la inmensa cantidad de situaciones y personajes, pero con convincentes paradas en primer plano para dar un tono reflexivo cuando toca. Risi, en este sentido, era un auténtico maestro, y destapa psicologías profundas sin ponerse nunca cansino, no como otros directores mucho más reputados en ese campo.
Convincentes las relaciones entre los personajes, casi contrapuntísticas debido a la cantidad de encuentros y desencuentros que se van entrelazando unos con otros y todos a la vez. Destaca esa complicidad y amistad de Gassman-Pampanini, soberbia. Pero está todo soberbiamente perfilado, y los actores impresionantes, incluidas las dos mujer-objeto ( Annie Gorassini, Maria Grazia Buccella) ,con las que Risi hace fantasear al espectador, y a las que aún no podía sacar en pelotas en su paseo en yate, aunque años más tarde se desquitaría en "La habitación del obispo". Todo, además, bañado en esas sintonías como de infancia setentera con que el gran Trovajoli sabía dar casi siempre el exacto punto sentimental, mezcladas aquí con tonadas pampeanas populares o rancios éxitos porteños de la época.
En suma, una película muy recomendable, dificílisima de rodar con esta soltura y que llega, no obstante, a buen puerto casi en todo momento. El final hace trampas, como siempre con el Risi que se ponía sentimental, pero es maravilloso. A reivindicar.
berenice
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5
12 de enero de 2020
10 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace no mucho, había un anuncio en TV donde un hombre de mediana edad echaba pan a las palomas en un parque. De repente, el hombre era consciente de que, en el banco de al lado, otro hombre, este ya anciano, hacía lo mismo. La cara del más joven reflejaba entonces la preocupación del "ya no me queda tanto" y justo ahí entraba el nombre del plan de pensiones que se anunciaba. La vejez es un tema universal que nos afectará a todos, incluso a los que nunca llegarán a ella, (porque no se podrá evitar ir teniédola cada vez más presente, sobre todo desde que se sale de la única época en que uno es inmortal, la adolescencia). Por eso, un anuncio tan tonto ganaba la batalla sentimental de calle, sin oposición por parte del espectador. Es fácil violar espectadores con caballos de batalla sentimentales ganadores.
De esto me acordé viendo 1917. La pintura de los cuatro jinetes del Apocalipsis desatados es otro caballo de batalla sentimental que no va a encontrar resistencia por parte del subyugado público. Sam Mendes parece intuirlo, y por eso se recrea tanto, y nos hace recrearnos, en la parte inapelable, la que va al hígado más que al corazón: la visual. Y la pintura del horror siempre ha hipnotizado, más si es detallada. Que le pregunten a pintores como Brueghel el Viejo, o a los barrocos como Valdés Leal, o a los escultores funerarios autores de "transi-tombs" (representación del cadaver en estado de descomposición), o a tanto cine de serie B y no tan B. Pero en otras épocas pasadas, más acostumbradas a la convivencia con la muerte, estas representaciones solían añadir a su universal fascinación figurativa un interés moral o didáctico. Y aquí es donde Mendes viola espectadores: parece que moraliza con el eterno mensaje antibelicista pero, en realidad, eso lo hace por sí mismo el caballo ganador del tema elegido. No lo hace Mendes, quien se limita a coger el pincel de forma detallada y aun detalladísima para hacer un "transi tomb", a sabiendas que el gafapasta de turno, la parejita, el escéptico, el grupo de amigos, todos nosotros, sentados en nuestras butacas, no tenemos este paisaje cotidiano, precisamente (gracias a Dios), y que por eso tendrá fácil hipnotizar con el horror del detalle exacto. Las trampas se notan por todas partes, como las costuras de ese eterno plano secuencia: se notan en la música, en el aspecto de videojuego de la película (de esos tipo "shooter", donde el jugador adopta el mismo punto de vista que el protagonista); se notan en los tours de force obligatorios y en la invulnerabilidad del personaje. Así que, para mi gusto, tenemos una película bastante infantil camuflada, eso sí, con cara de preocupación de señor sentado en un banco de parque. En la sala donde la vi nadie soltó el joystick y todos aguantamos hasta el final, eso sí. Mendes es un pintor cojonudo de esos de hiperrealismo.
berenice
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7
24 de diciembre de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la ficha de los intérpretes de la película en Filmaffinity han puesto en última posición, no lo merece, a Eugene Walter, uno de los actores del cuarteto protagonista y, sin duda, el que realiza la más soberbia creación de todos como el acompañante homosexual, aunque rayan todos a gran altura: la sutilmente ambigua, y espectacularmente guapa, Janet Agren; Jeff Monrow cínico, amargo y sabio, reverso desencantado del pipiolo que empieza a vivir, alba y ocaso; este último, el joven Lino Capolicchio, en quien Risi descarga la parte más bufa, tiene una actuación más forzada y con unos no siempre oportunos flashforward y premoniciones, (lo que en lenguaje culto se llama prolepsis), que cortan el presente demasiadas veces, pero el muchacho cumple. Volviendo a Walter, un actor que era absolutamente desconocido para mí, y supongo que para todo el mundo, me pareció claro que una actuación tan portentosa y creíble, con los rasgos del personaje tan bien perfilados, no podía corresponder a un novato; efectivamente, buscando un poco sobre su vida, me encuentro con que fue guionista, poeta, autor de cuentos, actor, titiritero, chef gourmet, criptógrafo en la Segunda Guerra Mundial, traductor, editor, diseñador de vestuario y conocido narrador, además de, entre otras cosas, amigo de Truman Capote y actor con Fellini. En otra época se habló mucho de sus cenas en Roma, con asistentes como TS Eliot , William Faulkner , Judy Garland , Anaïs Nin , Leontyne Price , Gore Vidal ... un hombre, de verdad, de mundo. Hoy ya todo es humo, desaparecido para siempre, pero algún jirón queda enganchado en la retina intuitiva tanto tiempo después al verle.
¿Y la película? Pues ya hemos dicho bastante. Cuando a Risi le daba por ponerse a dirigir actores los resultados solían ser muy buenos. Y esta es una película básicamente "actoral", con cuatro personajes embarcados en una insólita road movie por un Mediterráneo muy anterior a la destrucción del litoral con cemento y hormigón y muy anterior al Estado Islámico. Una road movie donde también hay un joven iniciado, como en Il sorpasso, como en Profumo di donna... Solo por ver cómo se desenvuelven los turistas de finales de los años 60 por Túnez, España y la Costa Azul merecería echar un vistazo. Pero hay más: las relaciones que se establecen en el grupo tienen enjundia, el anecdotario del diario de viajes es jugoso, hay momentos de una deliciosa y melancólica acidez que nunca carga las tintas, pasa casi de soslayo... hay alguna escena de impresionante tensión erótica, como el baile "oriente-occidente". Hay también algún otro momento que sería, literalmente, imposible filmar hoy debido a la corrección política asfixiante de la ridícula izquierda actual (censura se ha llamado toda la vida, imposición de la moral adecuada), como la secuencia del burdel tunecino. Y, sin asombrar en ningún momento, sin pretender ninguna escena inolvidable, sin grandes asaltos melifluos de la banda sonora, (la cual se limita, en su aspecto extradiegético, a un delicioso sesentero ritornello del gran Armando Trovaioli que podría recordarnos, a los que ya vamos peinando canas, al ambiente de las lejanas vacaciones mediterráneas con nuestros padres); en suma, sin bombos ni platillos, se nos ofrecen unos pequeños retazos de vidas con las que, acaso, nos cruzamos algún lejano verano en algún momento haciendo auto stop, y se nos dejan caer algunas amargas reflexiones sobre la partida y la llegada, sobre la ilusión y el cansancio, sobre el deseo , mucho deseo...pero sin ponerse pesado nunca. Si Risi moraliza, júzguelo el espectador.
Buena película.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
berenice
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