Y exactamente un par de huevos, que se los sirve él mismo, y esa es la razón por la que puede picar la curiosidad para seguir con la película. Empieza muy bien con ese primer contacto entre la pareja, él sin blanca y ella con un gran apuro a descubrir. Los diálogos entre ellos tienen su gracia, enganchan, es el típico entre que si se gustan pero se pican un poco y luego cuando aparece el misterio, el interés aumenta. Por el año de la película se ve que Londres estaba recibiendo buenos bombazos con los saludos del Führer, encima existían nidos de espías dedicados a la conspiración y al sabotaje. Esta trama, con algún toque de humor que no descoloca, está llevada sin mucho riesgo y en ella descubrimos que el amigo Alfred Hitchcock se fijó aquí —para su película Encadenados (1946)— en esas botellas que en vez de whisky o cava, contienen compuestos altamente peligrosos.

Por aquellos años y por lo que llevo visto, los polares no son comparables al cine negro americano ya que rozan más el drama. Al menos los referentes a este director: Willy Rozier. Yo no soy crítico de nada, lo digo porque en su día, un crítico de cine francés comentó algo negativo sobre esta película y el señor Rozier, muy cabreado, terminó retándolo a florete, un duelo —real— a primera sangre. El crítico perdió. Como el señor Rozier ya está muerto (otra cosa que llama la atención de este tío, pues se suicidó, vete a saber porqué), la he puesto un cinco y nada más.

Lo primero que falla es el reparto. Ninguno de los amantes sabe expresar nada a excepción de pena. Él es un error de casting con su cara de enterrador, y ella no vale para nada, no he visto mujer más sosa. Hay secuencias más válidas para el cine mudo que otra cosa. Por suerte está el mayordomo, que da algo de caché al tema, y el marido cornuto, que con su cabreo anima el cotarro. La cabaretera canta dos temas de estos tristones franceses que son para tirarla unos cuantos tomates (qué diferencia con las rubias cantantes de los garitos americanos). La labor del director es correcta pero el punto violento, real y ameno del cine americano, brilla por su ausencia. Aquí todo es más aburrido.

Roaring City forma parte junto a Pier 23 del mismo año, de cuatro episodios del detective Dennis O´Brien creados para televisión y que fueron emitidos en dos películas. Los cuatro se parecen un montón. Apenas un par de escenarios, la presentación del caso, la mujer fatal, el malo y el policía que no traga al detective; tiene por tanto todos los elementos de la idiosincrasia del detective privado, contando con el amiguete que le dice por donde tiene que ir con su retórica de filósofo del club del bar de la esquina. El detective está bien perfilado pero los casos pecan de la falta de presupuesto, del tiempo y de ideas. El poli aparece siempre como por arte de magia (parece que se pasa la vida esperando detrás de la puerta), el detective recibe más palos que una estera y siempre le tumban. No merece la pena verlos, de hecho el único que ha llegado hasta aquí es el usuario El Rey del Noir y ni se molestó en hacer una crítica (a mí es que me pagan). Nadie más en el horizonte.

Acercarse puede uno acercarse tranquilamente a la trama de esta película. Transcurre con oficio presentando una sociedad francesa con sobriedad y se adentra en el mundo de la droga y del juego con muy buenas maneras. Lili Bontemps canta una canción entera y sin problemas, mientras, su amante el médico trata a patadas a su enfermera y perfila a un tío amargado muy a propósito que personalmente, en mi parecer, interesa. Hasta ahí, bien. El tema está a partir de cuando el marsellés acude a la consulta del doctor que pudiéndose muy bien tirar la película hacia el cine negro, rompe el ritmo y prefiere irse por el camino de la fatalidad, del drama y de la redención.
A mi eso de la redención me suena a películas baratas.

Creo que a estas alturas está claro que la CIA tiene muchos intereses en el cine, posiblemente sea dueña de un tanto por ciento muy elevado de alguna de las productoras; o por el contrario, sea el cine quien mantenga de alguna forma, la agencia de Inteligencia. ¿Quién cree hoy día en la CIA? Ni siquiera son capaces de frenar todas las movidas habidas en los últimos años en su país. Es posible que antaño funcionara pero hoy día debe ser una unidad obsoleta mantenida por el cine para que los guiones cinematográficos se sustenten con credibilidad, no solo el cine, sino también las novelas, que recordemos son fuentes para crear películas. Porque una cosa está clara, si uno sabe algo del tema supondrá que un espía tiene que ser alguien que pase inadvertido, que sea discreto, feo, y mejor si parece tonto. ¿Quién se puede creer que Brad Pitt es un agente de campo de la CIA en países árabes o en China? Un guaperas que llama la atención a cualquiera despertará extrañeza en los chinos y en los moros. Vamos, yo soy un jefe de policía chino y veo a un tío como Brad Pitt rondando por las calles, husmeando aquí y allá, con las mujeres detrás de él, y digo: ¡A por él! Pero es que además no cuela que se meta en las cárceles chinas y todo, que por cierto, luego la policía le pega una paliza y no queda bien porque los chinos no son de puñetazos, no tienen las manazas de los americanos, si son famosos son por sus torturas mandarinas y no por pegar hostias como hacen ellos. En fin, que de la guerra del Vietnam pasa al año 2000 y sigue igual físicamente, ni le ha salido tripa ni se ha cortado el pelo. Joder. Y Robert Redford, sale viejo de joven y de viejo sigue igual. Además se traen un lío que demuestra lo que digo, hoy día no están nada más que para figurar, pillar cuartos y hacerse un plan de pensiones para pasar la jubilación en Malibú, con los de Dos hombres y medio. Resumen: una tontería como otra cualquiera pero mega aburrida y sin sentido.