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Atlantic City

Drama. Romance A Lou Pascal (Burt Lancaster), un viejo gángster de poca monta que consigue algún dinero con las apuestas, lo mantiene en realidad la viuda de su antiguo jefe. En el mismo edificio que él vive Sally (Susan Sarandon), una atractiva mujer aspirante a croupier cuyo cuerpo lo tiene obsesionado. (FILMAFFINITY)
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Críticas 23
Críticas ordenadas por utilidad
9 de octubre de 2019
13 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fuerte sabor americano en un film que retrata a Atlantic City en un periodo de decadencia. De ser una ciudad esplendorosa famosa por su turismo y por el juego ha llegado el momento en que parece que va a desaparecer por un agujero. Rezan en un tanatorio que funciona en el mismo pasillo junto a un centro de fiestas donde viejas glorias de la canción siguen haciendo su espectáculo. Y una vieja gloria es el gran Burt Lancaster en otro papelón de los suyos, uno determinante. Admiración es lo que produce este gran actor interpretar a un don Nadie que boquea como pez en las últimas en un ambiente de tierna nostalgia y apuestas a centavo. La ciudad está siendo demolida por vejez y por inservible y así le pasa al viejo gangster al que le llamaban “El Cagao”.

Qué poco respeto por Burt Lancaster, no ven su presencia elegante, su estilo, sus modales… ¡Ah!, y su sonrisa de siempre. Será un don Nadie pero ahí está. Un papel conmovedor a tope. Y Susan Sarandon hasta atrayente a más no poder frotándose limón por el cuerpo; que gran Oscar mereció ahí esta mujer. Igual que él. Espléndida trama es poco decir, un asunto finamente trazado, lo es, mejor contado, imposible, y con toda la fuerza de un guion con la lógica más coherente acorde a los hechos. Bueno, hay que tener en cuenta que es la vida de gente que no triunfó, sólo eran los que hacían recados al capo de turno, alguno quedó como limpiabotas, gente sin importancia; puede que alguien haya oído hablar de ellos, se les ve pasear y tal, pero claro, lo más seguro es que para muchos no sean nada importantes, pero la película no te quepa duda que sí lo es.
floïd blue
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14 de abril de 2009
12 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Burt Lancaster ofrece una increible interpretación (suma y sigue) de un solitario pobre y cobarde hombre que con la llegada de una vecina que huye de su Canada natal, consigue ponerle a su vida un broche final digno de análisis psiquiátrico. La vecina es nada más y nada menos que Susan Sarandon en sus años mozos, dando vida a un personaje obsesionado por dejar atrás su pasado, absorver información (al más puro estilo cortocircuito) y convertirse en una buena crupier que le lleve hasta Mónaco. La historia es muy buena, así como la dirección. Le falta fotografía y decorados, por lo demás está bien. A disfrutar.

Saludos a todos.
Victor M Lazaro
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15 de abril de 2009
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Colores mates para personajes vulgares, víctimas de eventuales catástrofes. La desgracia se cierne sobre ellos, por lo que los personajes principales se valoran a sí mismos más por lo que fueron o lo que serán que por lo que son. El dinero es el Sumo Bien: Atlantic City es el templo donde fluye el dinero para los afortunados. Los desdichados lo pierden todo cuando gira adversamente la rueda de la fortuna. Cuando la necesidad se extiende, los deseos se intensifican. Esta es una película, por tanto, de frustraciones. Seres deseosos interactúan en el paradigma del American Dream, Atlantic City. El deseo adquiere distintos ropajes: Este quiere ser el rozagante y liberal gangster que fue, ese quiere vender la cocaína y hacerse rico, aquella quiere ser croupier y hacerse rica, la arcaica pin-up quiere seguir siendo caprichosa -y, por tanto, rica-, los malos ser malos ricos, y, en definitiva todos quieren la felicidad y hacerse ricos. Todos menos ese personaje tan puro que parece bobo o tan bobo que parece puro, mero accidente en la ilusión del oro. El amor está condicionado igualmente por la necesidad: El incitante masaje con limones no es otra cosa que un revulsivo del mal olor, los personajes se enamoran defraudándose. Y cuando todo va de mal en peor, y la trama parece que se desliza hacia el apocalipsis, los sentimientos de los personajes se dulcifican un tanto y aflora el lado luminoso del ser humano, los gestos que justifican nuestra existencia. Sirven de antítesis para la primera parte en que solo hay desgracia y sordidez, de ahí que el último tramo de la película redunde en una síntesis tibia: Una frágil esperanza tamiza el futuro de los personajes. Este es el único final feliz posible en la cenicienta Atlantic City.
Talladal
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16 de enero de 2013
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Por qué será que la vida no nos concede a veces las pequeñas cosas que le pedimos?, ¿Por qué habrá personas que se pasan la vida entera anhelando algo en particular y jamás lo consiguen ni por asomo?, ¿Por qué ha de ser que algunos solo aspiren a lo que las vida les deniega y no ven jamás la posibilidad de buscarse otra cosa?... Nada sencilla resulta la comprensión de la existencia, sobre todo cuando se nos enseña que, si no logras lo que tanto ansiabas, solo frustración puede caber en tu alma. Y por esto, tantas cabezas bajas entre los mayores, tantos hombros encogidos y tantos ceños fruncidos.

A nadie, o a casi nadie, se le ocurre enseñarnos que puede tener mejor suerte el que no logra lo que desea que el que siempre obtiene lo que se le antoja, porque no siempre es bueno lo que deseamos y no deseamos siempre lo que sería correcto. Tampoco se nos enseña que no basta con anhelar las cosas, ya que muchos desean con temor, con maleabilidad, con negligencia y hasta con sentimientos de no merecer aquello desean… y a quienes así piden, jamás se les concederá lo que dicen desear. Y también deberían enseñarnos, que a veces la vida nos deniega algunas cosas porque tiene para nosotros otras mucho mejores. De estas, nos dará pistas, pero es deber nuestro estar atentos para conseguir verlas.

En una ciudad (Atlantic city) que está siendo demolida paso a paso para dar lugar a una nueva esperanza, Lou Pascal, ahora viejo, no desea grandes cosas: solo sueña con ser un gánster (como Capone), tener una amante joven (como Sally la vecina de al lado) y ser capaz de defenderla de todo aquel que pretenda maltratarla. Pero, desde hace 40 años, Lou es solo un mantenido, cuidandero y amante esporádico de la enferma mujer de su exjefe... y consiguiendo centavos con pequeñas apuestas en las frías calles de las afueras.

Cuando Buddy, el arruinado marido de Sally, osa aparecerse con la hermana de ésta… embarazada de él, una ocasión de oro se presenta en el destino de Lou, cuando Buddy lo entra en el negocio de vender una droga que recién ha hurtado a unos mafiosos. Quizás, entonces, comience a tomar forma su lejano sueño y sus últimos días den sentido a las eternas mentiras que sobre su propia vida pregonó ante los demás.

Louis Malle, un director que sabía mucho de seres humanos, ya que tuvo sobradas experiencias de las buenas y de las malas, logra bordar unas figuras humanas vibrantes y muy sentidas. Y sirviéndose de solventes intérpretes como Burt Lancaster, Susan Sarandon y Kate Reid, consigue uno de los más redondos filmes de su carrera. “ATLANTIC CITY” desborda nostalgia, mirando con respeto ese turbio pasado que a veces persiste como si perteneciera a lo eterno.

Tanto Lou como Sally -quien por su parte ansía convertirse en la primera mujer croupier del casino de Montecarlo-, sienten los tropiezos, pero ellos insistirán en sus anhelos porque no han tenido ocasión de comprender otra cosa. No pueden verse como seres ejemplares, pero lograremos comprenderlos y aceptarlos en su pequeñez existencial y en esa sensación de soledad que les ha deparado la vida.
Luis Guillermo Cardona
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27 de agosto de 2017
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es el tema fundamental de una de las últimas perlas del cine negro con aroma francés, una co-producción franco-canadiense que filmó el galo Louis Malle, sin duda su mejor película de su etapa americana, desde una mirada europea del género clásico, no debemos olvidar que Malle debutó en la dirección con el magistral thriller “Ascensor para el cadalso”. El film es en cierto modo la crónica de una destrucción, pero entremezclándose en el relato hallamos una serie de apuntes acerca de la pasión senil de un ex ganster reciclado en fullero subalterno por una joven camarera de marisquería que estudia para crupier y sueña con el Casino de Montecarlo, Sally (una deslumbrante Susan Sarandon), una mujer voluble y contradictoria a la que admira con el sigilo de un “voyeur” mientras ella frota sus espléndidos pechos con limón para eliminar el olor a pescado mientras escucha enajenada el aria “Casta diva” de la ópera “Norma”, el drama de la sacerdotisa de la Galia (Francia) cuya cultura adora.

Por otro lado tenemos a un infeliz hippie que ha apostado demasiado alto contra unos traficantes de Filadelfia junto a su novia, una embarazada, diplomada masajista y ferviente creyente de la teoría de la reencarnación, que dan un cierto brillo colorista como ex marido que anda con la hermana de Sally, a la acción que les lleva a una peligrosa aventura con la cocaína como eje de la trama. Es también la decadencia y la metamorfosis, pues el proceso de destrucción que antes apuntaba es doble: el de una ciudad y el de un hombre. El de Atlantic City, esa ciudad de New Jersey que quiere ser la prolongación de Las Vegas en Nevada, y sólo es una estación balnearia triste y anodina donde envejecen antiguos ganters y matones de medio pelo. Ciudad espejo del fútil y falso “sueño americano” que se consuela con ser sede anual del concurso de “Miss América”. Una urbe pasto de la ferocidad moderna, instalándose casinos, mientras los edificios históricos y señoriales son derruidos. Metamorfosis de un presente peor que el pasado y esa nostalgia es presentada en la figura de Lou por parte del cineasta, siendo un viejo y conmovedor truhán. Un coetáneo de Bugsy Siegel, del que presume conoció en la cárcel, un tipo mediocre con sueños de grandeza que sirve de gígolo y protector a la anciana esposa de un antiguo hampón.

“Atlantic City” es, además de una loa al pasado, un film amargo poblado de perdedores en busca de redención, Louis Malle nos ofrece una acuarela de personajes grises donde destaca Lou Paschall (un magistral Burt Lancaster), un tipo patético que aprovecha la última oportunidad que se le ofrece para realizar un gesto espectacular, reivindicándose como lo que le hubiera gustado ser ante sus conocidos e invitándonos a una reflexión sobre la vejez, los sueños perdidos y el inexorable paso del tiempo. Ubicando la acción dentro de un espacio geográfico que es una metáfora recurrente de nuestro viejo guardaespaldas, de modos y trajes anacrónicos, presumido e impenitente mentiroso. Todo este material es reciclado por Malle y su guionista cuya puesta en escena resulta extraña y fascinante a través de una confesión de amor imposible entre Lou y Sally, un punto de encuentro entre pasado y futuro. Gracias por seguir estas opiniones sugeridas por una apreciable cinta que se mantiene inalterable al tiempo y que nos regala uno de los últimos grandes trabajos de Lancaster.
EL ALBATROS
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