Doce hombres sin piedad

¿Quien no se ha sentido alguna vez Henry Fonda, defendiendo una causa casi perdida y en contra de la opinión de todos?

Confieso que me animo a escribir estas líneas con la humilde pretensión de que, si algún despistado me lee, se acerque a la tienda mas próxima y compre el video.

Sidney Lumet ha sabido contar el asfixiante calor del verano neoyorquino, un calor que impide pensar y hace que las mentes se abandonen en una plácida somnolencia.

Pero aún así, ha podido encontrar esa pizca de justicia que ¡bendita sea! sobrevive en todas las personas y consigue que once hombres abandonen el sopor de esa tarde de verano y se planteen una duda razonable... A partir de hay solo queda el arte, el raro arte de un agudo guión que va mostrando con infinita piedad las miserias de cada uno de los miembros del jurado y mantiene al espectador sobrecogido durante toda la obra.

Por cierto, tengo grabado el estudio 1 que, con el mismo guión y título, protagonizó para TVE José María Rodero, acompañado de José Bódalo, Pepe Sancho, Jesús Puente, etc. y tiene muy poco que envidiar a la película. Es mas, quizás para el público español, algunas actuaciones, como la de Bódalo, son más creibles.

Inolvidable, la mirada de Henry Fonda pidiendo a sus compañeros que recapaciten ante una duda razonable.

El “happy” debo ser yo.

Y es que no tantas veces como quisiéramos experimentamos en el séptimo arte esa sensación de satisfacción, de trabajo bien hecho, de “esta tenía que verla”.

Y cuando lo haces no eres el mismo, has “crecido”, te ha aportado algo que solo ella podía aportarte.

“Doce hombres sin piedad” entró en mi vida el año pasado, y desde entonces me he deleitado una o dos veces más con esta absoluta obra maestra.

Según el jurado delibera, poco a poco nuestra sonrisa va ampliándose, conforme a la duda razonable se hace mayor, cuantos más papelitos abandonan el negro para tornarse de un incierto gris claro; el color de la esperanza, del que no se erige en verdugo, del que duda.

El iracundo, el inconsciente, el observador, el irresponsable, el clasista…

Las personalidades de “Doce hombres sin piedad” son una delicia, no solo están bien construidas e interpretadas, sino que dan lugar a unos diálogos de esos de quitarse el sombrero, de los que huelen a cine…

La dirección de Sidney Lumet es un manual de cómo debe rodarse una película: Magistral.

El momento en el que Henry Fonda te habla directamente a ti, no a cámara, sino a ti, te deja sin habla… y como no me quedan palabras como para seguir deshaciéndome en halagos, aquí tendré que dejarlo, no sin antes aconsejarte: Tienes que verla.

P.D: Nunca levantarse de una mesa dijo tanto.

OBRA MAESTRA DEL CINE.

Espectacular cinta del malogrado Sidney Lumet, una de las mejores películas de todos los tiempos, con un guión sobresaliente que narra los momentos en los que un grupo de 12 personas, miembros de un jurado, deben decidir en cuarto cerrado si un chico de 18 años es condenado a muerte por el supuesto asesinato cometido hacia su padre, todos piensan que es culpable al entrar, (porque así lo indican las pruebas) , todos menos uno, ahí es donde entra en juego Henry Fonda, el único que tiene dudas y que las hará exponer al resto del grupo...
Una película perfecta en todos sus sentidos, con unas interpretaciones que te llevan por donde ellos quieren y hacen que conozcas la personalidad que cada individuo en 90 minutos, mencion especial para Ed Begley y una dirección que requiere un punto aparte, de como Lumet consigue crearte una atmósfera claustrofóbica y sofocante, que te sitúa en esa habitación para que formes parte del grupo y tomes tus propias conclusiones.
Demoledora crítica como nunca se ha hecho en el séptimo arte hacia el sistema judicial y la pena de muerte.
Sólo nos muestran unos segundos del acusado al comenzar la cinta, pero quien no ha vuelto a poner la película para verle de nuevo el rostro y sacar nuestras propias conclusiones. Sencillamente magistral
Concluyo con que "yo tengo una duda razonable"
Un honor ser el votante 40.000.

Auspiciosa ópera prima de este cineasta estadounidense. La eficacia del argumento se sustenta en un sólido guion donde los miembros de un jurado deben declarar inocente o culpable a un joven de dieciocho años acusado de cometer parricidio. La primera imagen nos muestra las gradas del tribunal mediante un contrapicado que hace lucir las enormes columnas del edificio. La mayor parte del metraje tiene lugar al interior de la sala de deliberación y la cinta concluye con un plano picado donde los dos jurados más conscientes descienden por las escaleras. La acción transcurre durante tres horas en una misma sala, alternando los argumentos de cada uno de los doce jurados, representando a diferentes estratos de la sociedad neoyorquina. El director recurre a primeros planos, contrapicados y movimientos de cámara que hacen notar el espacio claustrofóbico donde se desenvuelven, lugar donde este grupo de hombres decidirán si envían al acusado a la silla eléctrica.

Hablando de esta película, casi perfecta en su ejecución, pocas cosas se pueden añadir. Prejuicios tendenciosos, testigos aparentemente sólidos, causa perdida. Y sin embargo, desde el principio, ya se adivina que algo huele a podrido en Dinamarca. Las argumentaciones de los que tildan de culpable al chico van mostrando, poco a poco, que no es precisamente la justicia lo que guía sus pasos. Aunque de una manera claramente manipuladora, la obra pone de relieve la necesidad de una ética basada en la razón, y no en los prejuicios morales.
Por otra parte, la película se ve de un tirón.

Como añadido, he de recomendar una obra de teatro sobre el mismo tema y mismo título, protagonizada por José Bódalo, Ismael Merlo, Sancho Gracia, etc., simplemente perfecta. En mi opinión, es incluso mejor que esta película, y estoy poniendo el límite alto, como se puede apreciar por mi votación. La tensión en la película, en comparación con la obra de teatro, parece diluída...