Tres días con la familia

Como una pastilla de chocolate despues de cenar, el sabor de una avellana recien abierta, una manzana bien ácida o una taza de te viendo atardecer, el placer de las pequeñas cosas es lo que me evoca esta película. Una historia común y mínima, personajes familiares, escenanas ya vistas, oidas y vividas, todo coriente pero contado con cariño y respeto. Una invitación a pararse y observar a nuestro alrededor, las cosas que pasan sin que nos percatemos del tiempo, de las relaciones humanas, familiares en este caso, de las personas que nos rodean, un alegato a favor de la vida. Me encandilan siempre estas pequeñas historias, mínimas pero dulces, con tanto optimismo dentro de un envoltorio gris y frío. Le he encontrado muchos rasgos comunes con el cine de Cesc Gay, Eduard Fernández ayuda a ello, siempre magistral en su papel de ser depistado pero lleno de corazón, la humildad de querer contar situaciones cotidianas sin dejarse llevar por generalidades ni capas superfluas es algo que se agradece y disfruta.

Obra excelentemente en formas pero algo desprovista de quid de la cuestión, de "intríngulis", de la emoción que está más allá de lo correcto o bien llevado.

No obstante hay que reconocer lo bien filmada, fotografiada y dirigida por Mar Coll.

Saludos y más alma para la próxima, Mar.

La burguesía catalana nunca muere. Mina argumental infinita y generosa.
Disección afinada, con buenos instrumentos (grandes actores: los tres hijos son prestigiosos con motivo, Orella, Fontseré y Fernández), de una familia en descomposición. Clan que se queda sin patriarca, a todas luces con pinta de ser un humano odioso.
Se cuenta lo de siempre con el tono habitual, no hay novedad ni riesgo, pero se hace con gusto y sensibilidad. La pena son los lugares comunes (los hijos son demasiado prototípicos: el responsable, el cobarde, el bueno y la rebelde), la no demasiada sutileza (se insiste con denuedo en los dolores de la madre y, especialmente, en los de la hija) y cierta pedantería (esos, por ejemplo, trozos bonitos de ópera que enfatizan la intención y la clara ambición).
Está bien, entretiene y interesa, está hecha con esmero y respeto (al espectador, normalmente zarandeado); es corta y atinada.
Si nos atenemos a lo principal, a esos ojos glaciales, preciosos, de Nausicaa (estupenda), se trataría de intentar fundir un trozo de hielo, lleno de ira y rabia, repleto de odio feroz y gran desconsuelo, ochenta minutos para que reaccione, despierte o, por lo menos, salga de su ensimismamiento egoísta e infantil, para que comprenda, de verdad, y asuma, para que se dé cuenta de una vez de que su dolor es el de todos, más o menos igual, de que es compartido, democrático y familiar, ordinario, nada excepcional, aunque unos disimulen con más garbo que el resto, de que nadie le debe nada en verdad y de que toca ceder y madurar, por mucho que cueste.
Retrato de una familia que, como no podía ser de otra manera, sirve para todas, con las mismas habitaciones de antepasados muertos cerradas hace mucho tiempo, pero esperando ser abiertas por las nuevas generaciones.
Todo queda explicado y entendido, todos tienen sus razones, a nadie se le juzga ni condena, la mirada es comprensiva, crítica pero piadosa. Quizás peca de cierto desequilibrio provocado por el contraste entre la excesiva atención prestada al dúo madre-hija (los excesos y mohínes de la niña eternamente refunfuñada y las cansinas idas y venidas de la madre es un conjunto exhaustivamente botarate) y el soslayo con que se trata o cuenta a todos los demás (lo que dificulta que puedan pasar de meros arquetipos).

Sencillo pero no simple drama de la debutante Mar Coll, una definición de los personajes perfecta, acercándonos de una forma humana a ellos, interpretaciones de lo mas naturales , ayudándonos a empatizar con todos los personajes. El ritmo es pausado pero no deja nada pendiente ni se hace nada larga, al revés se hace bastante corta. El guion es sencillo en sus formas pero complejo en el resultado y esto se nota mucho en el resultado final. Me gusta que se haga cine así en España, es una pena ver tantas y tantas comedias, todas iguales y la gran mayoría sin el mas mínimo sentido. Cinta que recomiendo a todo aquel que tenga la oportunidad de verla.

Lo fácil es decir, que esta película es un retrato de la burguesía catalana. Es cierto que sus protagonistas pertenecen a ella, pero a través de este microcosmos familiar, Mar Coll, es capaz de retratar el tarannà catalán, esa manera de ser, en la que ni los problemas ni las lagrimas salen nunca al exterior, donde es mas importante lo que los demás ven de uno que lo que propiamente uno siente.

Estamos delante de una película que a priori podríamos decir que le debe mucho al cine francés, y aún siendo así, me atrevo a decir que la película esta filmada a la catalana, sencilla, sin artificios ni dramatismos, pero al mismo momento con una gran sobriedad. Todo esto ayudado por una interpretación, introspectiva, una forma de actuar, a la que también podríamos nombrar como “a la catalana”.

Siendo una película, muy local, nos plantea un tema muy universal, el drama familiar y personal, la dificultad de encajar en un entorno, que tiene que ser el tuyo aunque tu no te sientas parte de el, y esto es lo que hace a esta película totalmente exportable y fácil de entender, sin la necesidad de conocer en profundidad el ámbito cultural que refleja el film.

En definitiva, nos encontramos delante de un buen debut, tanto de la joven directora, como de un cine catalán en origen y en espíritu.