Tiene Sánchez Arévalo la virtud de conectar con la gente con sus películas, personajes, circunstancias, paisajes, conversaciones, risas y lágrimas que nos son familiares. Así nos enganchan todas esas situaciones comunes y el tiempo se nos pasa volando. Me distraen sus películas, que ya es mucho, se lo que me voy a encontrar, como voy a reaccionar, que me voy a divertir y a pasar un buen rato, nada mejor para fidelizar a un cliente. Podemos argumentar que es un cine sin pretensiones, que no trate temas profundos, que no llegue al notable alto,...pero para estar cómodo no hay como andar por casa.

Descubrí esta película tras ver "el odio" del mismo director, como aquella transcurre en un territorio en los límites del documental y la realidad, no deja márgen para la ficción, nos muestra los acontecimientos en toda su crudeza, pasados por el tamiz de sus ojos y su mente, sin dejar cabos sueltos a la imaginación. Agradezco como espectador que se me permita juzgar con todos los datos, que no se pongan paños calientes ni velos ideológicos para enmascarar la historia que se nos cuente, este es un ejercicio loable de peridismo en crudo. El ordén y la moral son dos máximas de cualquier democracia adulta, dos preceptos bajo los que se pueden minar otros tan nobles y respetables como la libertad, pasando a ser pretextos de una justificación tiránica. Subyace en toda la película la lucha por la libertad dentro de nuestras sociedades de paises democráticos y ejemplares, los dos protagonistas principales comparten sus principios, pero cada uno está en su bando y no dejan de ser más que dos piezas de un juego que abarca mucho más allá de donde ellos se encuentran. el director critica los oscuros intereses de poder que gobiernan y deciden incluso las vidas de un puñado de personas que creian en un sistema que acaba por ahogarlos, el fariseismo de unos políticos sólamente preocupados por mantener un estatus y una condición que los mantenga en su lugar. Nada más cerca de la realidad que vivimos hoy en día, cada uno que juzgue por si mismo.

Como una pastilla de chocolate despues de cenar, el sabor de una avellana recien abierta, una manzana bien ácida o una taza de te viendo atardecer, el placer de las pequeñas cosas es lo que me evoca esta película. Una historia común y mínima, personajes familiares, escenanas ya vistas, oidas y vividas, todo coriente pero contado con cariño y respeto. Una invitación a pararse y observar a nuestro alrededor, las cosas que pasan sin que nos percatemos del tiempo, de las relaciones humanas, familiares en este caso, de las personas que nos rodean, un alegato a favor de la vida. Me encandilan siempre estas pequeñas historias, mínimas pero dulces, con tanto optimismo dentro de un envoltorio gris y frío. Le he encontrado muchos rasgos comunes con el cine de Cesc Gay, Eduard Fernández ayuda a ello, siempre magistral en su papel de ser depistado pero lleno de corazón, la humildad de querer contar situaciones cotidianas sin dejarse llevar por generalidades ni capas superfluas es algo que se agradece y disfruta.

Más allá de la historia, esta película rezuma gusto por todos los lados, eso que, como reza el dicho, se tiene o no se tiene, gusto por lo bello como marca personal. Los sonidos, el silencio, las imágenes, los planos, todo parece un trabajo de orfebrería al servicio de la narración, un dulce pastel que nos hace saborearlo antes de meterlo en la boca. Escueta en medios sin racanear, personal sin ser pretenciosa, amena sin salirse del guión, se maneja cerca de los márgenes del estilo habitual del cine pero sin salirse de ellos. Excepcional el trabajo de las actrices, madre e hija, comunicando sin muchas palabras ni gesticulaciones, más que creibles y expresivas. Muy buena fotografía, armoniosa y resaltando siempre el foco de interés, sutil y transparente. La historia es lo más flojo, pero queda firmemente recompensado por las formas de contarla, y, es que en ocasiones, las formas lo son todo.

Como un exprimidor, la película saca todo el jugo a una historia sin muchos más alicientes y chicha de la que nos dan. La directora aprovecha en toda su medida un mínimo escenario, unos divertidos personajes y un sólo echo para mostrarnos una buena obra, sin muchas pretensiones y sin caer en la atonía. Estupendo trabajo con los actores, con mención especial al hijo pequeño, logran comunicar y aproximarnos a esta familia que vive al borde de la autopista.