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Capitanes intrépidos

Aventuras. Drama Harvey Cheyne (Freddie Bartholomew) es un caprichoso y malcriado niño rico que está haciendo un crucero con su padre. Inesperadamente, cae por la borda del yate y es rescatado por un barco de pesca al mando de un intrépido capitán (Lionel Barrymore). El pesquero tiene que acabar la larga campaña de pesca antes de llevar al chico a tierra firme. Harvey, al principio a regañadientes, conseguirá adaptarse a la dura vida en alta mar gracias ... [+]
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Críticas 91
Críticas ordenadas por utilidad
21 de abril de 2011
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
O la vida, sin más...

Veamos, voy a comenzar por lo malo y así me lo quito de encima rápido: toda la parte final sobra. Siendo completamente predecible dadas las intenciones de la propuesta, aun con eso se antoja forzada, en busca del lagrimeo último que ponga la guinda a un visionado, por lo demás, maravilloso. Quiero decir que no hacía falta acabar de esa manera, pero vamos, que si tu pensamiento primero, querido director, era ése, digamos que podrías haberlo filmado con algo más de maña para que no choque tanto: ahora un tono, ahora otro completamente distinto y tratado con prisas, pues claro, la cinta debía acabar de un momento a otro (aunque personalmente pienso que con los hechos arrojados en su conclusión se podría haber filmado incluso otra película, tal es la complejidad). En resumen, exceso de melaza y demasiadas pretensiones didácticas, que, como digo, requerían bastantes minutos más para su tratamiento.

Ahora bien, y ya pueden apartar sus dedos del No, incrédulos míos -que a la mínima os ponéis a la defensiva-, Capitanes intrépidos tiene vida propia, cosa al alcance de muy pocas obras, lo que la convierte en un referente atemporal para el que no pasan los años ni las generaciones, pues sus lecciones vitales son de una profundidad e importancia humanas imperecederas, como dicen por ahí, de obligada visión en las escuelas. Y es que resulta raro, la verdad, encontrar cintas que reafirmen dicha aseveración; cintas que procuren no sólo un excelente modo de evasión, sino que desarrollen un fresco y un tributo al mismo tiempo a las buenas costumbres y a lo que de verdad importa en la vida, me refiero.

Así, Capitanes intrépidos es todo eso y mucho más, pues cuenta además con el privilegio de la actuación sin actuación, por parte de dos colosos como son el chico -en este caso, nada repelente, ¡aleluya!- y el adorable Manuel, respaldados por una tripulación igual de carismática y cuyo perfil humano no se traza por encima, a trazo grueso, sino que el guión se para aquí y allá, repartiendo líneas de calidad tanto a unos como a otros. Y se agradece.

Por último, igualmente de agradecer, contamos con una fotografía excepcional, un genial trabajo de cámara, dadas las dificultades del rodaje, una banda sonora muy acorde y la certeza al acabar de haber visto Cine en su hábitat natural, el de las emociones y los tesoros escondidos en lugares de lo más insospechados, resistiendo olas y tormentas. Nutriendo, en fin, pasadas, presentes y futuras generaciones y afianzando sus pasos en el inclemente mar de la existencia.

Sube, pescadito, no hay mejor barco que éste...
José (FullPush)
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15 de marzo de 2009
10 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me parece una película maravillosa. Un espectáculo para la vista y para el alma. Solo un fallo...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Chord
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7 de febrero de 2011
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Freddie Bartholomew brilló por un lapso breve en el firmamento de las estrellas de Hollywood. Su infancia no fue un lecho de rosas. Supo en sus carnes lo que era ser repudiado por sus padres. Tutelado por una tía, de la que adoptó su apellido artístico, fue fichado por el pez gordo de David O. Selznick y su rostro se hizo mundialmente famoso, aunque la popularidad no se prolongó más allá de su adolescencia.
Alcanzó su momento culminante en una de las gigantes del género de aventuras, “Capitanes intrépidos”, cuando sólo contaba trece años. Victor Fleming consolidaba a pulso una sólida trayectoria como director, y regaló a su generación y a las subsiguientes un maravilloso ejemplar de estupendo cine.
Con sabor a esos clásicos repletos de ternura, emociones, sensación de libertad, amistad y aprendizaje sobre los valores de la vida, pasamos un par de horas en un santiamén con esta odisea de un niño rico, malcriado y arrogante, aunque buen chico en el fondo, que tiene que bajar de su pedestal al encontrarse un buen día en alta mar y teniendo que trabajar duro, rodeado de pescadores.
Manuel se convierte en la figura paterna que tanto necesitaba Harvey. El sencillo pescador portugués no tiene riquezas materiales, no posee yates ni grandes empresas ni mansiones, pero sabe cantar al océano, al viento y a los peces y es feliz porque su padre lo espera en una barca allá en el cielo, donde le reserva un asiento para él.
Y Harvey sueña con un asiento en la barca del cielo junto al progenitor al que tanto añora, porque nada hay tan cálido como la certeza de que él espera siempre y le guarda ese sitio a su lado, lo único que realmente Harvey desea, más que nada.
El par Tracy-Bartholomew conmueve, la aventura de crecer y querer se graba en las fibras, y esos marineros se tornan a nuestros ojos tan intrépidos como los piratas de las leyendas, y más aún, porque no puede haber mayor valentía que la de unos hombres que se juegan el todo por el todo para ganarse el sustento retando con respeto a su admirado y temido mar.
Vivoleyendo
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24 de agosto de 2007
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con las olas rompiendo entre los créditos llega a nosotros la historia del pescadito, la cual entre travesuras y aventuras nos abre el corazón de un niño rico y malcriado que no tiene más problema que la falta de afecto de su padre. Es entonces cuando el sabio destino cruza a Manuel en su vida, que le da todo lo que le faltaba y le hace ver cuánto le sobraba para ser feliz.

Triste y conmovedora, arrebata sonrisas y lágrimas gracias al elenco de estrellas que intervienen. Manuel es la viva imagen de la paciencia y la sabiduría, y su escala de valores siembra en el pequeño Harvey el más profundo sentimiento de la amistad, acercándose a él a través de sus tiernas canciones; merecidísimo óscar a Spencer Tracy.

Capitantes intrépidos es una poesía hecha película que se desarrolla mar adentro, desde mi punto de vista genial para poder comprobar cómo reacciona el ser humano cuando lo sacan del círculo en el que se suele mover. Como cortinas en esta obra, destacar los magníficos planos de la goleta, gran maestría en el manejo de la jerga y el honor de los marineros, frases que quedarán para la eternidad, excelentes personajes secundarios... y en palabras todo se queda corto.

Un detalle que ensombrece algo la película es la mala calidad en la que está editada. Sin embargo, es admirable la grandeza de la dirección datando el film del año 1937. Es por ello que la considero una película indispensable en la vida de cualquier persona, pues a parte de ser de las mejores que he visto, tiene un contenido emocional desbordante que deja un poco sin habla.

Quedará en vuestras memorias el mismo sabor dulce que Manuel dejó en el corazón de Harvey. Cojan los pañuelos que empieza.
Una_de_ellos
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20 de octubre de 2010
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Harvey es un pobre niño rico. Egoísta, manipulador, prepotente y caprichoso. Tiene todo lo que quiere, al menos todo lo que tiene precio. Pero, como solo es un niño, no sabe comprar lo que necesita realmente: afecto, compañía y amigos. Tiene un padre que le quiere, claro, pero es un pobre hombre rico, que trabaja a todas horas para hacer el mal negocio de ganar dinero y perder a su hijo. Para reencontrarse, se van de crucero, pero Harvey se cae al mar, sin que nadie se dé cuenta, y es recogido por un barco pesquero, donde tiene que vivir varios meses hasta que acabe la temporada de pesca y lleguen a puerto.

Hasta aquí el argumento que parecerá muy poca cosa para los que no hayan visto la película, y más pobre todavía para los que la han disfrutado sin olvidarla nunca. Yo soy de esos. Tenía la edad del hijo del capitán (¡qué lindo Mickey Rooney!) cuando la vi por primera vez, y cuando tuve un hijo, miles de años y películas después, todavía podía cantarle, nota por nota, la canción del pescadito... Como un mantra infalible contra las tormentas, el miedo o la soledad, Harvey descubre esa canción de labios de Manuel, porque en ese viejo y desvencijado barco, pasará unos meses trabajando, comiendo rancho y compartiendo fatigas, trabajos, risas, sustos, alegrías y penas, en lo que viene siendo la camaradería humana, con los demás marineros mientras él es el último mono. Y feliz, además. Tiene un jersey viejo, unos pantalones prestados, una litera de madera, una escoba y un cuchillo para pelar y destripar pescado, pero, con tan poca cosa, se convierte en un rico niño pobre. Porque tiene mucho más de lo que pueda querer o desear. Aventuras, el horizonte infinito, el mar, la pesca y la amistad y la compañía de un grupo de hombres listos, fuertes y buenos. Y, además, tiene a Manuel, que es el más listo, fuerte y bueno de todos, porque Manuel sabe pescar y cantar y contar cuentos como nadie. Con Manuel, Harvey es inmensamente rico.

Y lo seguirá siendo cuando se separen porque ya Manuel le ha enseñado a navegar, a pescar, a reconocer las estrellas y a comportarse como un valiente, bueno, fuerte y listo capitán intrépido. Y para cuando tenga miedo o esté triste o se sienta solo, a recordar aquella vieja e inolvidable canción: "Ay mi pescadito deja de llorar, ay mi pescadito no llores ya más..."
paki
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