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Una pastelería en Tokio

Drama Sentaro tiene una pequeña pastelería en Tokio en la que sirve dorayakis (pastelitos rellenos de una salsa llamada "an"). Cuando una simpática anciana se ofrece a ayudarle, él accede de mala gana, pero ella le demuestra que tiene un don especial para hacer "an". Gracias a su receta secreta, el pequeño negocio comienza a prosperar. Con el paso del tiempo, Sentaro y la anciana abrirán sus corazones para confiarse sus viejas heridas. (FILMAFFINITY) [+]
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Críticas 68
Críticas ordenadas por utilidad
10 de mayo de 2016
19 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
La palabra Kintsugi puede quizás no sonarnos demasiado pero es para la cultura japonesa un arte milenario que simboliza en cierta forma la filosofía del pueblo oriental. Pacientemente los maestros de esta técnica rellenan con hilos de oro las grietas que se generan al romperse un objeto. En lugar de deshacerse de él o disimular sus daños los finos trazos de oro tiene la propiedad de realzarlos. Al destacar la belleza de lo imperfecto lo que se manifiestan son las fortalezas mas que las debilidades y el resultado en general es mucho mas resistente que su original.

Bajo un mar de cerezos en flor una anciana camina por las calles de una ciudad cualquiera de Japón. Le cuesta moverse pero por una extraña razón se acerca a un puesto de Dorayaki, unos pasteles rellenos de una pasta de porotos dulce, en donde piden un asistente. Tokue es anciana, le cuesta moverse y tiene problemas en sus manos, lo que dista de convertirla en la candidata ideal para el trabajo. Pero ademas es perseverante y pese a llevarse un no de entrada se presenta con un relleno de dorayaki artesanal y al empleado (Sentaro) no le queda alternativa que terminar contratándola.

De inmediato Tokue le enseña que para conseguir ciertas cosas el trabajo es arduo y lento. La cocina, como la gran mayoría de las artes japonesas implica una innumerable serie de pasos y leyes a seguir. El relleno ideal contiene cientos de secretos y Sentaro se deja llevar por el ceremonial arte que propone Tokue. Mientras asistimos a la elaboracion de estos dulces vemos como poco a poco ambos se relajan y empiezan a mostrarse como un equipo. Alumno y profesora se refugian en la cocina para reconstruir el alma de los dorayaki ideales.

Esta pastelería de Tokio se convierte en un cuento sobre dos personajes simples al que la vida los ha golpeado demasiado pero que siguen levantándose dispuestos a dar pelea. Como dice Tokue "todos tenemos nuestros problemas, solo tenemos que seguir adelante". Ambos son seres solitarios y tristes que buscan desesperadamente una segunda oportunidad. Sentaro no lo dice pero odia su trabajo. Se siente atrapado por ciertos errores del pasado en una labor mecánica y monótona y la llegada de Tokue le permite explorar sus propias capacidades y talentos. Mientras que para ella es la posibilidad de cumplir un viejo sueño y ser parte de una sociedad que la ha excluido.

Porque también la película habla del miedo a lo extraño. Como la sociedad construye muros invisibles que nos separan de lo que no conocemos. La ignorancia, la discriminación y la exclusión aparecen cuando se descubre el secreto de las manos de Tokue y como la sociedad japonesa reacciono en el pasado. "Intentamos vivir pero nos chocamos con la ignorancia del mundo y debemos utilizar nuestro ingenio para sobrevivir" escribe la directora en un momento del guion mostrando con simpleza la forma positiva que tiene Tokue de relatar sus experiencias pasadas. En un mundo con cada vez mas barreras la directora da vuelta a la ecuación y propone acercarnos mas a nuestros vecinos para poder comprenderlos en lugar de alejarnos por precaución.

Cualquier director sin confianza en si mismo hubiera utilizado ciertos elementos para disparar un terrible melodrama pero Kawase escapa de esa posibilidad. Sin caer en la denuncia social ni en el golpe bajo, Kawase relata los puntos oscuros del pasado japones. Para ella el cine es una mezcla constante de ficción y realidad y los elementos de la practica documental también están presentes para darle contexto a la historia. Su cine esta basado en la creación de atmósferas y donde todos los detalles construyen la historia central. Las flores de los cerezos, el paso de las estaciones, los planos detalles de los ingredientes intentan transportarnos a ese pequeño mundo de la pastelería. Kawase cuenta la historia con pocos elementos y de manera pausada, sin ninguna prisa. Como Tokue que une como en el Kintsugi pacientemente los pedazos de sus vidas desechas. De manera lenta y casi imperceptible mientras cocina el relleno de los dorayaki vuelve a pegar y recubrir con oro las grietas de su pasado y el de Sentoro. Sabiendo también que el resultado final no sera quizás mas bello ni mas perfecto pero si mucho mas resistente.
fran
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7 de noviembre de 2015
17 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando uno está en el otro extremo del mundo, no exactamente en nuestras antípodas, pero sí bastante lejos (“En el Japón, miá questá lejoh el Japón”, como decían los de No me pises, que llevo chanclas), es el mes de diciembre y hace un frío que pela, vosotros me vais a disculpar, queridos hermanos, pero lo que más se agradece es una sonrisa de oreja a oreja multiplicada por el número de camareros que tenga la cafetería o el restaurante, una sonrisa coral, por lo tanto, y estas palabras: “Arigato gozaimashita”. Acto seguido, como por arte de birlibirloque aparecerá delante de tu entumecido rostro un té, pidas algo o no pidas nada. Simplemente por el hecho de haber entrado en esa cafetería (salvo que sea un Starbucks) o restaurante (salvo que sea un McDonald’s). Luego pides algo, pues claro que pides algo, si lo que tú quieres es que esa amabilidad no se acabe nunca.

Y puede que sí, que vale, que no se trata de una sonrisa sincera, y que probablemente detrás de ella se ocultan estrategias comerciales. Probablemente, no: seguro. Pero cuando, insisto, estás en la condiciones supradicta, lo que más se agradece es un gesto de cordialidad. Porque en Japón ocurren esas cosas, que la más rabiosa modernidad cohabita con las modalidades más tradicionales de vida. Muy ostensible en Kioto, pero también en Tokio, donde una misma zona, el barrio de Harajuku, donde el barroquismo cospley comparte espacio con un parque donde se celebran las bodas de siempre, con sus kimonos y trajes de toda la vida. Tan ricamente.

Bajo esas premisas, acaba de llegar a las pantallas españolas Una pastelería en Tokio (2015), de Naomi Kawase, que abrió el Festival de Cannes, dentro de la sección “Una cierta mirada”, y ha formado parte del Festival Internacional de Cine de Toronto (TIFF), así como de la Semana Internacional de Cine de Valladolid (SEMINCI), donde fue galardonada con la Espiga de plata a la Mejor dirección, un dato que, por la proximidad en el tiempo, no ha sido posible trasladar aún a la cartelera del filme.

Sin embargo, no ha sido en Valladolid donde pude verla, sino ya en las pantallas una vez que ha iniciado su andadura en la exhibición en nuestro país.

Varias son las maneras de aproximarse a esta película, que además serían válidas, como un análisis de tres generaciones diferentes personificadas por la anciana Tokue, Sentaro, el encargado de una microtienda de dorayakis, que debe andar por la treintena, y una adolescente escolar, con su uniforme académico incluido. Nos hallaríamos así ante un entramado que conjuga pasado, presente y futuro, respectivamente, totalmente aceptable, como digo, lo cual además nos permite una estructura alrededor de los tres ejes cartesianos esenciales. Pero prefiero abordar mi análisis desde otro punto de vista.

Y es que, efectivamente, ¿qué cabe espera de una película que se inicia con el esplendor de los cerezos en flor en un barrio de Tokio? Belleza, belleza y belleza, es decir, belleza, que no sé si he mencionado ya. Porque el argumento se puede resumir en muy pocas palabras: una anciana de 76 años que padeció una terrible enfermedad en su adolescencia (no voy a desvelar cuál) empieza a trabajar en un minicafetería de dorayakis, cuyo encargado es el treintañero al que hemos aludido más arriba, y una de sus más fieles clientes es la escolar, de la que también hemos dicho ya algo. Y ya está: a pesar de que el filme está basado en una novela de Durian Sukegawa, el guion básicamente no tiene más acciones que las anteriores.

Ahora bien, si Kawase ha sido galardonada con la Espiga de plata de Valladolid es por algo, y ese algo es, por ejemplo, el rodaje en primerísimos planos, más próximos a los actores que los de Yasujiro Ozu, quien, como es de sobra conocido rodaba mediante un objetivo exclusivo de 50 milímetros, que es lo que más acerca la óptica fotográfica al ojo humano. Algo hay de esto en Una pastelería en Tokio, pero los planos son mucho más cercanos y se graban en no pocas ocasiones de abajo arriba, puesto que la cámara tiene que buscar su ángulo en un espacio mínimo, como es el establecimiento donde Sentaro hace sus dorayakis.

La película se sostiene sobre la poderosa presencia del repostero, que no prodiga precisamente en palabras, sino que su elocuencia se transmite en la mirada, los gestos, su actitud, en general. El texto más largo que le recuerdo es el de una carta que escribe a Tokue, que no es un diálogo, evidentemente.

Muchos planos, así mismo de hojas de árboles que van cambiando de aspecto según transcurren los meses, porque esta es la lectura con la que me quiero quedar: “Estamos aquí para ver y para escuchar”, manifiesta Tokue en un momento dado, y de la plasticidad del filme se infiere fácilmente que se refiere a ver y escuchar la naturaleza.

Porque este largometraje podría ser muy plañidero, dado que nada más plañidero que una historia plañidera. Sin embargo, no es ésa la intención de Kawase. Nada más lejos de la realidad: la directora japonesa recoge una historia tristísima para sublimarla en un poema de amor a la vida, fusión telúrica, pequeños placeres naturales, incluso en una de las ciudades más tecnificadas del planeta, si no la que más.

Confieso que he vivido se titulan las memorias de Pablo Neruda y ése es el objetivo final que al que nos dirigen los textos de autoayuda (confieso que he leído uno) (sólo uno) (no voy a decir cuál). Con otras palabras, que la conciencia de la muerte nos anime a vivir mientras esto dure, que al final de nuestros días podamos mirar hacia atrás y comprender que hemos vivido, la vida que nos ha tocado vivir, pero vivido.

Eso es, en definitiva, lo que quiere transmitirnos Kawase en Una pastelería en Tokio: el sentimiento hermoso de la vida.

¿Polvo somos y en polvo nos convertiremos? Ja, ja, qué risa, tía Felisa. Perdona, pero no: naturaleza somos y en naturaleza nos convertiremos.
Fco Javier Rodríguez Barranco
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28 de octubre de 2015
16 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dentro de la sencillez de su propuesta argumental, lo nuevo de Kawase retrata de manera elegante y emotiva el encuentro en Tokio entre dos personas solitarias y el corazón cerrado debido a viejas heridas de un pasado que no se atreven a revelar. Sentarou (Masatoshi Nagase) trabaja en una pequeña y artesanal panadería especializada en dorayaki o 'an', un producto dulce típico japones formado por un puré de alubias dulces entre dos obleas de harina y huevo. Seguramente muchos las habréis probado en la variante que Panrico introdujo hace unos años, 'Bollycao Dokio', o en las clásicas 'Conchas' de Codan. Sentarou no es feliz. En la panadería habla Wakana (Kyara Uchida) una joven estudiante con problemas que acude a menudo allí en su paso con las amigas hacia la escuela. Un día como otro cualquiera a la panadería llega una mujer anciana llamada Tokue (Kirin Kiki) en busca de un puesto de trabajo. Ante la negativa inicial de Sentarou, Tokue regresa al día siguiente con un preparado de judías para el dorayaki hecho especialmente por ella misma que convencerá del todo a Sentarou empezando así una relación de amistad y respeto capaz de ablandar los corazones de los dos y también el de la joven Wakana. 'An (Sweet Red Bean Paste)' está basada en la novela de mismo titulo y escrita en 2013 por Durian Sekugawa (intimo amigo de la directora que incluso aparece en un filme suyo de 2012, 'Hanezu') que eligió personalmente a Kirin Kiki para el papel de Tokue y cuya nieta, Kyara Uchida, interpreta a la joven Wakana.

Historia sencilla, emotiva, sin florituras y cuyo potencial pasa principalmente por las buenas interpretaciones de sus dos protagonistas, Masatoshi Nagase y Kirin Kiki. asi como el marco en el que se desarrolla la película de Kawase, Tokio. Un Tokio calmado, madrugador, mañanero, repleto de cerezos y almendros en flor y un dulce olor a dorayaki que invade toda la cinta desde el minuto hasta casi su final. 'An (Sweet Red Bean Paste)' nos habla de como los cambios mas sencillos pueden hacernos mejorar como personas, como la sociedad aparta a unos cuantos que a su larga pueden parecer enfadados con el mundo, incapaces de soportar a una sociedad que no comprenden pero a los que si acercamos la lupa comprobaremos que hay mas tristeza que ira en su interior y que esta solo es fruto de una monotonía de la cual ni saben ni quieren salir. Naomi Kawase: 'Me da la impresión de que en las sociedades actuales la gente crea sus propias barreras. En un ámbito más amplio, esas barreras podrían hacernos replantear la idea de deshacernos de 'los demás'. A veces, una persona parece muy furiosa de lejos. Pero si nos acercamos lo suficiente, vemos que está llorando. Es posible que esa persona sólo busque la atención y el afecto de los demás.'. Es lo que le ocurre a Sentarou al inicio cuando rechaza en su primer intento a Tokue para trabajar pues no quiere complicaciones en su triste y mecánica vida, cree que nadie puede llegar a comprender su drama personal y por lo tanto, rechaza toda incursión de una extraña en su vida. Pero que pasa cuando esa extraña no deja de insistir? Y si esa extraña tiene mas experiencia en la vida que tu y aun habiendo sufrido mas sigue insistiendo? Son estas personas 'mágicas', las que provocan el cambio en aquellas que no quieren o temen afrontarlo. Porqué, que diferencia hay entre los dorayaki de el y de ella? La pasión, el amor y el cuidado por hacer correctamente las cosas, con esfuerzo y dedicación. Sentarou y Wakana aprenden de Tokue una lección de vida que no solo no olvidaran jamas sino que les ayudara a superar sus traumas y dramas personales para tomarse la vida de otra manera, para levantar la mirada hacia los cerezos cada mañana y sonreír. La vida es demasiado corta para pasarla enfadado o apartado y, como confesaba su directora en una entrevista: '...nadie puede vivir completamente solo. Es lo que pienso de los seres humanos.'

Critica completa en BLOODSTAB: http://bloodstab.blogspot.com.es/2015/10/an-sweet-red-bean-paste.html
marckwire21
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8 de febrero de 2016
14 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Advertidos quedan, no se les ocurra disfrutar de esta maravillosa Una pastelería en Tokio con hambre. Porque el último trabajo de la directora nipona Naomi Kawase es una declaración de amor a la elaboración de los deliciosos dorayakis.

Las texturas, los colores y hasta los aromas parecen traspasar la pantalla, gracias a una realización que cuida con especial mimo todos los pasos de la preparación de estos dulces japoneses y su relleno de judías. Por momentos, la sala de cine nos transporta a una cocina ambulante, y nos deja rodeados de sus vapores y olores, hasta casi poder saborearlos.

Kirin Kiki es Tokue, una excéntrica, pero adorable, anciana que desea trabajar en un puesto de dorayakis. Sensero (interpretado por Masatoshi Nagase) terminará contratándola tras probar su excepcional pasta de judías. Igual de excepcional será también la relación que se establece entre ellos.

Delicada y poética, se trata de un precioso relato sobre la tolerancia, el cariño y la posibilidad de encontrar una familia en los sitios más inesperados.

Kirin Kiki consigue que el público se enamore de su enternecedor personaje y caiga rendido ante sus excentricidades, convencida como está de que todas las cosas tienen algo que contar.

Una historia preciosa y también muy estética, que transmite el pasar del tiempo gracias a los colores de las diferentes estaciones en un parque rodeado de bellos cerezos.

De los 4 días que hemos podido asistir a la edición 60 de la Seminci, Una pastelería en Tokio es sin duda la producción más deliciosa y hermosa que hemos disfrutado, y esperamos que pueda optar a la Espiga de Oro como mejor película y al premio a mejor actriz principal.

Y ahora me van a permitir que les deje, tengo que salir en busca de unos dorayakis.

Lo mejor: una historia que transmite pura belleza; y la dedicación en las escenas que describen la preparación de los dulces y su relleno.

Lo peor: el filme se alarga, un poco innecesariamente, en su parte final, pero se lo perdonamos.

http://www.bollacos.com/una-pasteleria-en-tokio-simplemente-deliciosa/
Beatriz Jimenez
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28 de noviembre de 2015
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
An (Una Pastelería en Tokio, 2015) es una de las películas más interesantes de este año 2015. El filme dirigido por la directora Naomi Kawase es una buena muestra de los excepcionales resultados que puede dar el minimalismo en las manos adecuadas, pues con apenas tres personajes principales consigue crear un drama (¿Podemos calificar realmente la película como un drama puro y duro ?) de primer nivel. Es difícil describir Una Pastelería en Tokio con palabras, porque el filme en realidad rehúsa constantemente de ellas y porque Naomi Kawase apuesta por una singular lírica, quizá sólo entendible al cien por cien con una mentalidad oriental. Aún así, sólo como tour de sensaciones y sensibilidades, la película merece estar en un lugar destacado en la lista de filmes del año.

El argumento, como decía, es totalmente minimalista. Masatoshi Nagase interpreta a un solitario personaje, que tiene una pequeña tienda de Doriyakis (un dulce tradicional japonés), el negocio no le va demasiado bien del todo y a nuestro personaje se le nota totalmente perdido y desanimado. Sólo una joven estudiante, quien interpreta Kyara Uchida, parece hacerle algo de compañía. Sin embargo, sus vidas quedarán totalmente alteradas con la aparición de un tercer personaje, una adorable anciana, quien es interpretada por Kirin Kiki, que busca un puesto de trabajo en la pequeña pastelería. Al principio es rechazada por nuestro protagonista al ver la avanzada edad de la señora, pero al comer la pasta especial de An que ha preparado para él, decide contratarla. A partir de esta sencilla premisa, la película desarrollará un intenso argumento, que pasará por varios tonos entre los que destacan el humor al principio del filme y el drama en su parte final. Eso sí, nunca es un drama entendido de manera tradicional, sino que el filme rebosa vitalidad y en esencia, unas ganas de vivir tremendas.

En definitiva, como vemos, el guión se centra en tres personajes que se encuentran apartados de la sociedad. Tres almas que no conectan con el resto de personajes secundarios (que representan una sociedad mucho más extensa), pero sin que Kawase tenga que recurrir nunca al subrayado para mostrarnos estas diferencias. La joven estudiante, por ejemplo, con sólo su gestualidad y su interpretación ya vemos que poco tiene que ver con el resto de estudiantes chillones (y para más inri, la cineasta nos muestra una primera secuencia significativa, donde el protagonista interpretado por Masatoshi Nagase sólo se siente cómodo con esta joven, a pesar de que no haga falta ni siquiera entablar una conversación con ella). La película puede degustarse de diversas maneras pero cuando mejor funciona es cuando el guión gira alrededor del personaje de la entrañable anciana. Podemos decir que es la voz de la experiencia, un testigo vital que tiene el objetivo de hacer vivir a los demás protagonistas, pues mediante su propia historia dramática los dos otros personajes sufren una catarsis que les permite despertar del insulso modo de vida que llevaban hasta el momento previo a conocerla. Realmente este personaje y sus lecciones no sólo están dirigidos a estos dos personajes, sino también a nuestras propias conciencias, las del público asistente a la sala de cine. En este sentido, la película es un tour de force capaz de sacudir al espectador, y llegando a sacarle del letargo, algo que sólo consiguen las buenas obras de arte.

La estética de la película es una de las joyas de la corona. Kawase se extiende en numerosos planos de Tokio que únicamente tienen la intención de elevar la categoría de belleza y fortalecer el discurso de la directora. La fotografía que firma Shigeki Akiyama ha sido acusada de buscar un tono cercano al New Age o más bien dicho, la fotografía de postal, pero eso no es en realidad cierto. La fotografía va en perfecta consonancia con el discurso que pretende imbuir la directora al filme y tiene por ello un sentido trascendental. La película se detiene especialmente en la naturaleza (en consonancia con el discurso panteísta de la película) y en elementos cotidianos que son los que acaban aportando la verdadera felicidad a los tres protagonistas, según el discurso del filme.

Por cierto, el tema del filme no es casual, sino que además tiene una importancia crucial en Japón, lugar de origen del filme. Como efectivamente vemos en la película, la lepra fue una enfermedad totalmente estigmatizada por la mayoría de la sociedad[1], a pesar de que se llegó a encontrar un remedio médico. Muchos de los afectados por la enfermedad fueron recluidos contra su voluntad en sanatorios (tal y como nos muestra la película) donde no se les permitía bajo ninguna circunstancia salir al exterior. Naomi Kawase se centra en este aspecto, pero también lo utiliza para explayarse y ampliar su discurso a una amplia capa de la sociedad japonesa. La Hipocresía en concreto, que nos muestra una sociedad que a pesar creerse moderna y avanzada, en realidad sigue anclada en los mismos miedos pasados, que resultan ser los que llevaron al encerramiento de nuestra protagonista. Sólo nuestro trío protagonista es capaz de escapar de esta vorágine de silencio y falsedad que envuelve el, por otra parte, precioso Tokio que nos presenta la cineasta. Kawase parece querernos decir que aunque la vida nos de la espalda, siempre nos podremos refugiar en la belleza natural y en algunas pocas personas que son las que realmente hacen mover el mundo.

[1] http://www.ipsnoticias.net/1998/09/japon-enfermos-de-lepra-demandan-al-gobierno-por-recluirlos/
Kyrios
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