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Voto de Kyrios:
8
Drama Sentaro tiene una pequeña pastelería en Tokio en la que sirve dorayakis (pastelitos rellenos de una salsa llamada "an"). Cuando una simpática anciana se ofrece a ayudarle, él accede de mala gana, pero ella le demuestra que tiene un don especial para hacer "an". Gracias a su receta secreta, el pequeño negocio comienza a prosperar. Con el paso del tiempo, Sentaro y la anciana abrirán sus corazones para confiarse sus viejas heridas. (FILMAFFINITY) [+]
28 de noviembre de 2015
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
An (Una Pastelería en Tokio, 2015) es una de las películas más interesantes de este año 2015. El filme dirigido por la directora Naomi Kawase es una buena muestra de los excepcionales resultados que puede dar el minimalismo en las manos adecuadas, pues con apenas tres personajes principales consigue crear un drama (¿Podemos calificar realmente la película como un drama puro y duro ?) de primer nivel. Es difícil describir Una Pastelería en Tokio con palabras, porque el filme en realidad rehúsa constantemente de ellas y porque Naomi Kawase apuesta por una singular lírica, quizá sólo entendible al cien por cien con una mentalidad oriental. Aún así, sólo como tour de sensaciones y sensibilidades, la película merece estar en un lugar destacado en la lista de filmes del año.

El argumento, como decía, es totalmente minimalista. Masatoshi Nagase interpreta a un solitario personaje, que tiene una pequeña tienda de Doriyakis (un dulce tradicional japonés), el negocio no le va demasiado bien del todo y a nuestro personaje se le nota totalmente perdido y desanimado. Sólo una joven estudiante, quien interpreta Kyara Uchida, parece hacerle algo de compañía. Sin embargo, sus vidas quedarán totalmente alteradas con la aparición de un tercer personaje, una adorable anciana, quien es interpretada por Kirin Kiki, que busca un puesto de trabajo en la pequeña pastelería. Al principio es rechazada por nuestro protagonista al ver la avanzada edad de la señora, pero al comer la pasta especial de An que ha preparado para él, decide contratarla. A partir de esta sencilla premisa, la película desarrollará un intenso argumento, que pasará por varios tonos entre los que destacan el humor al principio del filme y el drama en su parte final. Eso sí, nunca es un drama entendido de manera tradicional, sino que el filme rebosa vitalidad y en esencia, unas ganas de vivir tremendas.

En definitiva, como vemos, el guión se centra en tres personajes que se encuentran apartados de la sociedad. Tres almas que no conectan con el resto de personajes secundarios (que representan una sociedad mucho más extensa), pero sin que Kawase tenga que recurrir nunca al subrayado para mostrarnos estas diferencias. La joven estudiante, por ejemplo, con sólo su gestualidad y su interpretación ya vemos que poco tiene que ver con el resto de estudiantes chillones (y para más inri, la cineasta nos muestra una primera secuencia significativa, donde el protagonista interpretado por Masatoshi Nagase sólo se siente cómodo con esta joven, a pesar de que no haga falta ni siquiera entablar una conversación con ella). La película puede degustarse de diversas maneras pero cuando mejor funciona es cuando el guión gira alrededor del personaje de la entrañable anciana. Podemos decir que es la voz de la experiencia, un testigo vital que tiene el objetivo de hacer vivir a los demás protagonistas, pues mediante su propia historia dramática los dos otros personajes sufren una catarsis que les permite despertar del insulso modo de vida que llevaban hasta el momento previo a conocerla. Realmente este personaje y sus lecciones no sólo están dirigidos a estos dos personajes, sino también a nuestras propias conciencias, las del público asistente a la sala de cine. En este sentido, la película es un tour de force capaz de sacudir al espectador, y llegando a sacarle del letargo, algo que sólo consiguen las buenas obras de arte.

La estética de la película es una de las joyas de la corona. Kawase se extiende en numerosos planos de Tokio que únicamente tienen la intención de elevar la categoría de belleza y fortalecer el discurso de la directora. La fotografía que firma Shigeki Akiyama ha sido acusada de buscar un tono cercano al New Age o más bien dicho, la fotografía de postal, pero eso no es en realidad cierto. La fotografía va en perfecta consonancia con el discurso que pretende imbuir la directora al filme y tiene por ello un sentido trascendental. La película se detiene especialmente en la naturaleza (en consonancia con el discurso panteísta de la película) y en elementos cotidianos que son los que acaban aportando la verdadera felicidad a los tres protagonistas, según el discurso del filme.

Por cierto, el tema del filme no es casual, sino que además tiene una importancia crucial en Japón, lugar de origen del filme. Como efectivamente vemos en la película, la lepra fue una enfermedad totalmente estigmatizada por la mayoría de la sociedad[1], a pesar de que se llegó a encontrar un remedio médico. Muchos de los afectados por la enfermedad fueron recluidos contra su voluntad en sanatorios (tal y como nos muestra la película) donde no se les permitía bajo ninguna circunstancia salir al exterior. Naomi Kawase se centra en este aspecto, pero también lo utiliza para explayarse y ampliar su discurso a una amplia capa de la sociedad japonesa. La Hipocresía en concreto, que nos muestra una sociedad que a pesar creerse moderna y avanzada, en realidad sigue anclada en los mismos miedos pasados, que resultan ser los que llevaron al encerramiento de nuestra protagonista. Sólo nuestro trío protagonista es capaz de escapar de esta vorágine de silencio y falsedad que envuelve el, por otra parte, precioso Tokio que nos presenta la cineasta. Kawase parece querernos decir que aunque la vida nos de la espalda, siempre nos podremos refugiar en la belleza natural y en algunas pocas personas que son las que realmente hacen mover el mundo.

[1] http://www.ipsnoticias.net/1998/09/japon-enfermos-de-lepra-demandan-al-gobierno-por-recluirlos/
Kyrios
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