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Perder la razón

Drama Un generoso médico lleva a Bélgica a un joven marroquí, a quien educa como si fuera su hijo. Cuando el joven se enamora y decide fundar una familia, su esposa se encuentra encerrada en un clima afectivo irrespirable que tendrá un desarrollo insidioso. Con la llegada de los hijos, la pareja se hace cada vez más dependiente del médico. El altruismo sin límites del doctor se convierte en poder. (FILMAFFINITY)
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Críticas 26
Críticas ordenadas por utilidad
15 de septiembre de 2012
17 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al comenzar la película, después de un innecesario flashforward, asistimos a como una pareja comienza a salir, deciden casarse, vivir junto con un amigo/benefactor de la familia, ella quedarse embarazada, ir al trabajo, tener un bebé, discusión de pareja, ir al trabajo, quedarse embarazada, discusión con el amigo/benefactor, tener un bebé, cuidar los niños, quedarse embarazada...
Llegada la mitad de la película es el espectador se pregunta ¿qué me quieren contar? ¿Esto lleva a alguna parte?

Y es el gran problema de esta película, no es hasta su parte final cuando la narrativa se aleja un tanto de pequeños momentos de la vida de una familia, y se pone a contar algo todo seguido.

Lo mejor de la película, sin duda, es el gran trabajo que realiza Émilie Dequenne, sorprende que no se la nombre como protagonista fundamental, es cierto que hasta su segunda mitad están más presentes los otros protagonistas, pero son abandonados para fijarse en este personaje, por fortuna, pues los otros no conducían a nada.

La historia bien narrada podía estar bastante bien, es cuando menos interesante, podía caer en terrenos de drama psicológico o incluso terror psicológico, pero la forma que posee tanto director como guionistas de acercarse a esta es pésima, se crea un producto muy deslavazado, a base de pequeños momentos, lo que impide conocer a los personajes o tener empatía por ellos, solamente por la labor de su actriz protagonista somos capaces de comprender su estado anímico.

Pero lo peor es sin duda su estilo, dan ganas de sentarse con el director de la película y el de fotografía y explicarles como se rueda una película, porque esta es de esas que van de modernas, por lo que implica cierto sufrimiento para el espectador, primerísimos planos constantes, cámara en movimiento perpetuo, montaje rápido, actores conversando pero solamente se ve a uno (perdón parte de la cara de uno) y el otro está fuera de campo, y si, desenfocados. Y, especialmente, dan ganas de dejarles bien clarito que si quieren una película rodada en formato 4:3 no utilicen una cámara panorámica, y es que, para quedar moderno, transgresor o artístico, se opta por, prácticamente todo el rato, meter algún elemento que tape un lado de la cámara, acercarse a algún mueble, objeto, o actor que esté lo suficientemente cerca para que se vea borroso y solamente dejar media pantalla a la vista... Esto es de las formas más cutres y estúpidas de ir de artístico que he visto, máxime cuando en ciertos momentos, al no haber nada a lo que puedan recurrir, parece que usan un trapo marrón que tiran encima de la lente de la cámara... Podría entenderlo como un recurso dramático, cuando la situación psicológica es más claustrofóbica recurrir a cerrar la imagen, acercarla, incluso hacerla borrosa, tendría sentido, pero es que esto se hace desde el minuto 1, cuando todos son felices, por lo que no tiene ninguna razón de ser, simplemente el director se cree mejor que los demás y quiere demostrar cuan artista es. Lo que termina haciendo que el espectador resulte molesto o se entretenga, como si fuese un partido de tenis, ahora cortan la imagen por la izquierda ahora por la derecha.

Lástima, porque se desaprovecha una historia con posibilidades y una gran interpretación, solamente su final (y alguna escena suelta) está bien rodado, en este sabiamente se crea una escena que destroza al espectador, la película argumentalmente es muy sutil, y nunca quiere mojarse, con el final tampoco, por lo que deja a la imaginación del espectador, lo que siempre es perturbador, aunque si mostrase fugazmente llegaría a crear una imagen difícil de borrar en del recuerdo, pero esta es simplemente una opinión sobre lo mejor de la película, el resto, hasta esa parte final, no deja de ser aburrido, pese a pasar muchas cosas.
Meinster
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13 de septiembre de 2013
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Interesante película. El planteamiento es extraño y enrevesado: una pareja en la que el chico tiene un padre adoptivo que se convierte en la tercera pata de la pareja, hasta el punto de que les acompaña en su viaje de bodas y se los lleva a vivir a su casa. Casi nada. Ningún personaje merece nuestras simpatías: el viejo doctor es un hombre que bajo su generosidad parece esconder graves carencias, o incluso ambigüedades que quedan sólo apuntadas; el joven novio es un mindundi aprovechado y ambicioso, que prefiere sacrificar su desarrollo personal y su vida de pareja por la comodidad y el estatus que le confiere una estructura familiar eminentemente machista; la chica acepta este triángulo deslumbrada por el lujo, cree estar aprovechándose de una oportunidad única, sin darse cuenta de que se mete en la boca del lobo de una vida alienante.

A partir de esta premisa, la película avanza y evoluciona con una rara coherencia. La historia abarca varios años, con grandes elipsis y escenas cortas sobre episodios muy puntuales, y a pesar de ello podemos seguir sin dificultad el hilo argumental de una manera continua. Y poco a poco descubrimos a Émilie Dequenne como una actriz memorable, dando vida a un personaje que se muestra incapaz de rebelarse, y que va cayendo progresivamente en el trastorno.

La pega es la manera en que "Perder la razón" está rodada, con planos desenfocados, objetos que ocupan el plano y un estilo de "cámara al hombro", con el que el director también quiere volver loco al espectador, y que no aporta absolutamente nada. Pretenciosidad estilística, a mi entender. Creo que un lenguaje visual más espartano le habría ido mejor a la película, y de hecho los mejores momentos corresponden precisamente con los planos de mayor concisión formal: la canción mientras la protagonista conduce, los luminosos encuadres en Marruecos, etc.

A pesar de ello, la película va a más progresivamente, hasta derivar en un final que no sorprende (sabemos el desenlace desde el principio) pero que sobrecoge por la inteligente y brillante manera en que está rodado. Lo mejor de la película.

Recomendable
rober
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18 de agosto de 2013
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Titulo así mi crítica porque Dequenne ES esta película. Su evolución de jovencita dulce y enamorada a mujer devorada por los lobos que la rodean tiene tal multitud de detalles y matices que, simplemente por permitirnos "sufrir" de su actuación, merece la pena que exista Perder la razón.

Más allá de la maravillosa protagonista, la película narra una historia muy dura y, bajo mi punto de vista, la narra bien. Sin entrar en valoraciones estéticas (pese a que algunos momentos están perfectamente rodados, como la escena de la caída en la escalera, el baño en Marruecos, la despedida de la suegra en el aeropuerto o el final), Lafosse consigue contarnos una historia dura, que nos deja con un amargo sabor de boca y el corazón encogido, sin entrar en sentimentalismos baratos. Un canto de amor a la mujer, a todas las mujeres; incluso (y sobre todo) a las vencidas por lobos con piel de cordero.

¿Quién es más temible, el manipulador o el manipulado manipulador?

Lo mejor: Dequenne, Dequenne, Dequenne.
Lo peor: Que los protagonistas masculinos no estén a su altura, especialmente Rahim.
tombuctu
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23 de agosto de 2013
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tahar Rahim y Niels Arestrup, dos de los protagonistas de Perder la razón, coincidieron en 2009 en Un profeta, el drama carcelario de Jacques Audiard. En aquella ocasión, la cárcel era un contexto explícito, un microcosmos en el que la ley del más fuerte regía las normas. Lo que esta vez nos narra Joachim Lafosse no tiene lugar en prisión, aunque la historia de Murielle termine siendo más claustrofóbica y angustiante que entre rejas. Una condena sin el estigma del presidiario pero con la misma libertad coartada y las mismas relaciones de dominación, que curiosamente vuelve a ejercer el personaje de Arestrup.

Perder la razón arranca con una imagen de alto impacto y termina con una de las escenas, sin miedo a exagerar, más escalofriantes de la historia del cine. La primera, en forma de flashforward, condiciona todo el metraje posterior, obligando al espectador a conjeturar sobre el futuro de la relación entre una adorable profesora belga y un joven marroquí. La última es menos evidente, mucho más dura, y deja un poso amargo, que trasciende más allá de los títulos de crédito. Entre ambas se explica con sosiego, con absoluta fidelidad y empatía, lo inexplicable.

Una pieza de Scarlatti es la encargada de vertebrar esta apabullante crónica de la depresión, la que poco a poco va mermando la felicidad de una joven con su pareja, del colorido de los primeros pasos a la oscuridad de la impotencia y la dependencia. Etapas de un declive que se van escenificando con cada recién nacido, de la primera pequeña recibida con entusiasmo al cuarto vástago, venido al mundo entre el hartazgo y la indiferencia de unos padres encadenados.

El guardián de la llave no es otro que el padre de Mounir, el novio marroquí que le debe constante lealtad y gratitud a su mentor por rescatarle de sus orígenes y brindarle un futuro más prometedor en el viejo continente. Lo que en un principio parece un acto solidario termina convirtiéndose en un mecanismo de opresión que va ahogando poco a poco la existencia de Murielle, pudriendo de manera sibilina el que un día fue un idílico entorno.

Las primeras concesiones al suegro dan paso a la resignación para convertirse más tarde en desesperación. Un proceso hacia la debacle al que asistimos desde la impotencia, llegando incluso a comprender lo indefendible. Por ese motivo, por tratar un suceso incomprensible desde el más absoluto respeto, Perder la razón se convierte en una película honesta, valiente y, sobre todo, indispensable.
polvidal
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27 de noviembre de 2013
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las primeras e impactantes escenas de esta producción nos muestran a una mujer desconsolada en la cama de un hospital, que pide incansablemente que sus hijos sean enterrados en Marruecos. La siguiente imagen nos enseña cómo cuatro pequeños ataúdes blancos son introducidos en un avión. El resto de los 111 minutos de esta cinta darán respuesta a las incógnitas que plantean esas aciagas imágenes.

Perder la razón, del director Joachim Lafosse, es fundamentalmente la historia de una mujer, Murielle, interpretada maravillosamente por una actriz inmensa, Emilie Dequenne (Rosetta), justa ganadora del Premio a la Mejor Actriz en Una Cierta Mirada del Festival de Cannes 2012.

Murielle conoce y rápidamente se enamora de Mounir (Tahar Rahim, Un profeta), un emigrante marroquí, que se encuentra bajo la protección del doctor André Pinget (Niels Arestrup, Un profeta). Pero lo que parecía una bella relación con el hombre del que se enamora se convierte poco a poco en un infierno para Murielle.

Este intenso largometraje versa sobre las relaciones disfuncionales y de dependencia, con un impacto especialmente duro para Murielle, que se ve atrapada en medio de ellas, y que sufrirá los efectos del machismo y del maltrato psicológico hasta destruir su vida y su personalidad.

Emilie Dequenne ofrece una actuación impresionante, en la que parece transformarse físicamente. Es casi imposible reconocer a la luminosa, radiante, feliz y bella Murielle enamorada del principio, en la mujer anulada, deprimida y desesperada en la que se convierte.

Los coprotagonistas masculinos, Tahar Rahim, como su esposo, y Niels Arestrup, como su mentor André, que ejercen esas malsanas relaciones de dependencia entre ellos y de desaprobación continua hacia Murielle, no se encuentran a la altura de la interpretación de la actriz belga, que se come literalmente la pantalla y es capaz de mostrar una variada gama de emociones con una naturalidad desgarradora.

Un drama sobrecogedor, conmovedor y estremecedor sobre lo que ocurre puertas adentro en la vida de una familia cualquiera, una vez que el primer periodo de intensa felicidad del enamoramiento ha terminado.

Lo mejor: la espléndida interpretación de Emilie Dequenne.

Lo peor: las pocas oportunidades comerciales que tiene una cinta de este tipo, a pesar de su calidad.

http://www.bollacos.com/perder-la-razon-camino-a-la-infelicidad/
Beatriz Jimenez
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