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Interiores

Drama Eve, una mujer que ha sido abandonada por su marido, se reúne con sus tres hijas para tratar de afrontar la situación. Ella se encuentra en un momento crítico, pero sus hijas también tienen sus propios problemas, algunos de ellos derivados del poco cariño que han recibido de su madre. Las emociones se desbordan cuando el marido se presenta en la casa familiar acompañado de la mujer con la que quiere casarse. (FILMAFFINITY)
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Críticas 51
Críticas ordenadas por utilidad
30 de agosto de 2008
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Woody Allen es un icono del cine estadounidense normalmente asociado con el género humorístico, sin embargo, como devoto admirador de Ingmar Bergman que es, no ha dudado en abordar esporádicamente aspectos oscuros de la psique humana desde una perspectiva dramática, inflexible y profundamente analítica que de alguna manera evoca y glorifica al gran maestro sueco. “Interiores”; un maduro, riguroso y brillante drama familiar es el primer título en el que se puede apreciar al insigne director y escritor experimentando con sus habilidades en esta faceta.

La trama de “Interiores” se desarrolla en el seno de una familia neoyorquina pudiente cuyos miembros, gente intelectual e insegura, sufren intensamente debido a sus respectivos conflictos existenciales. Eve (Geraldine Page), una perfeccionista así como exitosa decoradora de interiores, y Arthur (E.G. Marshall), un abogado adinerado que le debe todo a su esposa, conforman un matrimonio longevo que ha procreado tres hijas ya adultas: Renata (Diane Keaton), una poetisa talentosa que vive angustiada con la idea de la muerte; Joey (Mary Beth Hurt), la hija más inteligente, consentida del padre pero herida por sus propias inseguridades y el desafecto de la madre; y, Flynn (Kristin Griffith), la actriz de la familia, tan hermosa como vacía. Eve ama obsesiva y posesivamente a su marido, esto, acompañado de una seria debacle de su salud mental, motiva la decisión de Arthur de separarse, decisión que conlleva graves repercusiones en las relaciones familiares y que más adelante; cuando Arthur se compromete con Peral (Maureen Stapleton), una viuda jovial, tonta y de buen corazón; culmina con un final trágico para algunos y la oportunidad de un comienzo doloroso para otros.

El argumento es bastante sólido, contempla reflexiones interesantes y profundas acerca de la vida así como un desarrollo de personajes muy prolijo que describe sin cesar sus características psicológicas explicando, de esa forma, sus inconsolables angustias e incontestables dudas. Además, la obra penetra en el meollo de las relaciones familiares proporcionando al espectador una mirada íntima e incisiva, a ese entorno, acompañada de una propuesta visual sencilla, algo lacónica, pero que bellamente transmite la desesperanza a la que alude la totalidad del film.

Woody Allen demuestra a través de este drama con visos “kafkianos” su total capacidad de hallar belleza en el dolor y también su solvencia para dirigir actores: Geraldine Page es fantástica, ha capturado la esencia de su personaje asumiendo una figura resuelta, dramática y revestida con una altivez tan magna que es capaz de avasallar a cualquier persona; Maureen Stapleton trabaja con esmero su pequeño papel, con su entusiasmo y energía disgrega un poco el tono general de la película; también son elogiables, en este departamento, las honestas y conmovedoras interpretaciones de Diane Keaton y Mery Beth Hurt.
Luigi De Angelis
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17 de abril de 2015
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
54/11(14/03/15) En su octavo film Woody Allen dio un cambio radical a su cine, lo despojo del mejor de sus dones, el humor, acercándose a su admirado realizador Ingmar Bergman, con una obra con claras referencias a este. Allen dirige y guioniza un relato seco, árido, cuasi-teatral, en ambientes cerrados, con gran uso de la fotografía para emitir la claustrofobia de los personajes, a través de la radiografía de algo ya muy manejado por el autor neoyorkino, la introspección de una familia de Nueva York, acomodada, culta, de neuróticos protagonistas, inseguros, acomplejados y con evidentes taras de cariño. El coral elenco actoral es una de las mejores bazas del relato. Se me hace una historia demasiado dura, sin remansos, ni oasis alguno en el que reposar tanta intensidad, extenuante tanto nivel de aires trágicos, film muy bien rodado, con narración que al no ser extensa en tiempo no llega a hacerse pesada, pero lo roza. Lo terrible es que Dios bendijo a Woody Allen con el Don de la vis cómica, la mordacidad, la ironía, el desmenuzar a nuestra sociedad con ingenio y sarcasmo, aquí esto brilla por su ausencia, gran error privarnos de estos elementos, con lo que la cinta se queda en un drama asfixiante, de hondura, pero sin posibilidad de trascendencia.

Gira en torno a las 3 hijas de Arthur (EG Marshall), acomodado abogado, y la introvertida Eva (Geraldine Page), decoradora de interiores. Son Renata (Diane Keaton), poeta de éxito casada con Frederick (Richard Jordan), profesor universitario, la menor es Flyn (Kristin Griffith), actriz de películas de baja calidad, y la tercera es la indecisa Joey (Mary Beth Hurt), mantiene una relación con Mike (Sam Waterston), no puede mantener un trabajo, resentida, cree su madre favorece a Renata. Cuando Arthur cumple 60 años anuncia inesperadamente quiere la separación de su esposa, que quiere vivir solo.Eva, en plena depresión y mentalmente inestable, intenta suicidarse. Este acontecimiento provoca un terremoto entre las hermanas, aumentado cuando su padre regresa de un viaje a Grecia con una novia, Pearl (Maureen Stapleton), mujer extrovertida que pone a las hermanas en zozobra.

El drama se adentra en temas de profundidad psicológica, como la soledad, frustraciones vitales, relaciones familiares frías, celos, envidias, complejos, la necesidad de cariño, el egoísmo, la incomunicación, la muerte como acto escapista, el sentido de la vida, el sentido de la culpa, la infidelidad, los matrimonios desavenidos, ello con una espléndida construcción de personajes, con diálogos de calado emocional, con la edificación de un mundo cerrado, gracias a su teatral ambientación, emitiendo claustrofobia, la de los personajes, apresados en sí mismos, personajes fríos, parecen asentimentales, guardan en su interior su sufrimiento, sus miedos, sus angustias, su tormento, sus dudas, su odio, un arduo retrato de caracteres en un estilo marcadamente intimista, con multitud de silencios que hablan, con miradas fijas que evocan deseos de libertad, sobre todo las simbólicas por las ventanas, son cautivos voluntarios de la infelicidad, el nuevo personaje entra en la historia como un soplo de aire fresco, ser ajeno a este viciado microuniverso, los descoloca a todos, su superficialidad y alegría por disfrutar de la vida los coloca frente a un espejo, su vitalidad es contrapuesta a su melancólica existencia de envidias y rencores malsanos, no pueden soportar las hijas que la nueva pareja de su padre sea tan diferente a su deprimente madre. Allen al contrario de la mayoría de su filmografía, la neurosis típica de sus personajes es manejada de modo seco y adusto, no hay lugar al cinismo y mordacidad, nos muestra un submundo de personajes insatisfechos por naturaleza, reclusos de su inconformismo, de sus inseguridades, de sus altas pretensiones.

Con todo lo bueno dista de ser perfecta, alardea de una pretenciosidad cargante, excesivamente solemne, demasiado seria, se equivoca Allen al privarnos de su vis cómica, el humor da humanidad, y puede ser más patético que tanta recome de tristeza que termina por hastiar, es de una auto-impuesta intensidad que por momentos sobrepasa, no tienen aristas los personajes, son lineales desde la primer vez que los vemos, avanzan hacia la nada, sin evolución, el rumbo se denota deprimente y sin salida, a esto se añaden monólogos y diálogos buenos, pero al redundar en esta permanente profundidad se sienten pomposos, cayendo en lo que no quiere Woody, en lo hueco, tampoco los personajes ayudan, mutilados en la empatía mínima para sentir algo por ellos, unos petulantes que encuentran en su intelectualidad la razón de ser de su patetismo.

La puesta en escena es un pilar robusto sobre el que se cimienta la transmisión de emociones, casi todo lugares interiores, excepto la playa de Southampton, manejada de modo soberbio, su hostil oleaje es una clara alegoría de los tormentosos sentimientos de los personajes, en interiores con paredes desnudas, decoración minimalista, ambientes sombríos, amenazantes, opresivos en penumbra esto gracias a la extraordinaria fotografía de Gordon Willis (“El padrino” o “Manhattan”), surte los fotogramas de frialdad, no se ve el sol, los planos en el exterior son siempre nubosos, tomas simétricas, tonos entre grisáceos, ocres, verdosos y azules apagados, todo tristón, jugando con las sombras y la oscuridad en la que sume a muchos personajes, en contraste con la exposición que hace de Pear, un torbellino de colorido, con suaves movimientos de cámara, bellos travellings, con toma-voyeur excepcional como la de la conversación de las hermanas en la playa y la cámara las sigue tras una valla a modo simbólico de encerrarlas, con sibaritas primeros planos ultraexpresivos, o captando la ira de la naturaleza, todo contribuye a que nos llegue el pesimismo que se respira. La música es un elemento casi extirpado, sólo dos temas, ambos durante la boda, "Wolverine Blues" y "Keeping Out Of Mischief Now". (continua en spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TOM REGAN
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2 de marzo de 2014
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cineasta de Brooklyn tras sus éxitos con “Annie Hall” y “Manhattan” en las que, en sus geniales monólogos se declara admirador de las películas de Bergman, quiere experimentar con otro lenguaje alejado de su estilo habitual que era la comedia, para adentrarse en el drama y los conflictos existenciales muy recurrentes en el universo del cineasta sueco. Allen escribe un guión donde se refleja la angustia por la soledad, la falta de cariño y amor entre padres e hijos y el egoísmo de los personajes, más preocupados por sí mismos que por ayudar a sus seres queridos.

En “Interiores” los personajes miran mucho por las ventanas. Miran las tres hermanas (Diane Keaton, Kristin Griffith y Mary Beth Hurt), miran el padre (E. G. Marshall) y la madre (Geraldine Page). Por dichas ventanas entra mucha luz, centros restallantes de luz, una luz que, posiblemente, quiere iluminar esas zonas de sombra que, a pesar de sus esfuerzos, los personajes dejan siempre fuera en sus diálogos, por más que se empeñen en sacarlas al exterior con frases, miradas y gestos trascendentes. A esto se le llamó influencia “bergmaniana”.

Si “Interiores” tiene influencias o reminiscencias de Bergman es a través de su construcción argumental y a través de la frialdad de su tono fotográfico, excelente Gordon Willis, al Bergman de “Secretos de un matrimonio” más que al de “Persona” o “Pasión”. Pero la historia es algo anodina, a pesar de los excelentes actores, la historia no fluye, no interesa demasiado y sus relaciones tampoco. Quizá sea que la trascendencia, como la originalidad, no se busca: se encuentra a lo largo del camino. La película era un riesgo para Allen del que no termina de salir airoso. Los elementos juegan en contra del realizador: cuando Diane Keaton habla sobre la muerte, la fatalidad de la vida y el acto creativo literario, es Woody Allen el que está hablando por su boca. Se nota demasiado.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Antonio Morales
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5 de febrero de 2008
14 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Maldita tarde la de este día... cómo se arrastra el tiempo y de qué forma se dilatan los minutos; seguro que ahí afuera las cosas están sucediendo más rápido, pero entre estas cuatro paredes celestes el tiempo no mide lo mismo, es imposible. Supongo que cuando la soledad forzosa es la única que te acompaña, los días pasan así, regodeándose en su parsimonia...

Hace frío; apenas sé si en la calle luce el sol o las nubes ocultan su luz, pero la verdad es que poco me importa, necesito distraer mi ansiedad y templar mis nervios, es difícil pasar toda una semana esperando a su quinto día, y más aún cuando las horas pasan así, sigilosas. ¡¡Oh, cine!! acógeme otra vez en tu regazo... Apago las luces y empieza el opening; no hay música, solo se ven los acostumbrados rótulos de las cintas de Allen sobre un fondo negro, pero esta vez sucediéndose en un silencio que predispone mi ánimo y despierta mi curiosidad. Llegan los primeros planos, parecen los interiores de una casa mínimamente decorada; ventanas... al otro lado del cristal se rompe el mar. La mano de una mujer y su rostro se acercan a la frontera de vidrio; la chica parece recordar algo, algún pensamiento melancólico se atisba en su gesto; me pregunto en qué piensa...

Pasan los minutos, que siguen muriendo lentos, y a medida que expiran me voy dando cuenta en qué pensaba aquella mujer que se acercó a los cristales; pensaba en su familia, en sus hermanas; quizás recordaba el momento en el que su padre decidió separarse temporalmente de su madre en aras de experimentar una nueva vida, o quizás pensaba en su marido, o en ella misma... cualquier cosa que hubiese ocurrido bajo aquel techo podía asaltarle el pensamiento... Recuerdos encerrados bajo cinco muros; paredes, puertas y cristales; testigos silenciosos de todo lo que acontece en una familia, ellos son los observadores que no juzgan, los interiores... aunque una simple pared solo sea para la mayoría de nosotros una mera excusa para expresarnos decorándola... ¿Quiénes creen de verdad en eso de que ellas también oyen y ven?.

Pues tienen más historias para contar de las qué creemos, y yo acabo de enterarme con pelos y señales de una muy triste; me la han contado casi susurrada, me la han pintado en colores fríos y sobrios, deslizándose a esa velocidad con la que todo parece suceder esta tarde. Y me he emocionado viendo la soledad de Eve, observando la nueva ilusión de su ex-marido Arthur, y viendo el conflicto emocional que todo eso provocaba en sus hijas. Y me he aburrido con sus petulantes inquietudes, me he exasperado viendo cómo se ahogaban en vasos de agua y obviaban lo verdaderamente importante... Será que no soy el perfecto fisgón, y que al no ser un frío muro me estremezco y me asusto ante la triste soledad que he visto en la cara de Geraldine Page, empañándose todo lo demás; o será que todo ocurre hoy tan despacio que no puedo concentrarme en nada... maldita tarde la de este día...
HEIFER
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12 de junio de 2006
9 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Adolece de los mismos inconvenientes que los demás dramas del director (ritmo lento, cierta monotonía...), pero esta vez ofrece más puntos de apoyo emotivos. No es nuevo, aunque sí poco frecuente, que sus personajes femeninos sientan, lloren y estallen cuando no aguantan más, cuando no pueden seguir reprimiéndose; pero sí es la primera vez que distribuye bien los momentos de tensión.

La escena final es quizás la más poética y recia de toda su filmografía.
jastarloa
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