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Ladrón de bicicletas

Drama En la Roma de la posguerra, Antonio, un obrero en paro, consigue un sencillo trabajo pegando carteles a condición de que posea una bicicleta. De ese modo, a duras penas consigue comprarse una, pero en su primer día de trabajo se la roban. Es así como comienza toda la aventura de Antonio junto con su hijo Bruno por recuperar su bicicleta mientras su esposa María espera en casa junto con su otro hijo. (FILMAFFINITY)
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Críticas 199
Críticas ordenadas por utilidad
16 de mayo de 2006
211 de 241 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine neorrealista se caracteriza por tramas ambientadas entre los sectores más desfavorecidos, mostrando una Italia deshecha y miserable, con abundante uso de rodajes en exteriores. Faltos de decorados y de medios debido a la ocupación de los estudios Cinecittà por una multitud de personas desalojadas a causa de las penurias de la guerra, las películas se rodaban con las devastaciones bélicas de fondo. Se utilizan nuevos modos de producción con iluminación natural y una importante presencia de actores no profesionales entre sus secundarios y, a veces incluso, entre sus protagonistas.
El neorrealismo italiano se caracterizó básicamente por mostrar las cosas tal cuales eran hablando de temas profundos.
Europa se encontraba en plena posguerra y como le ocurre a todo arte, el cine también sufrió los cambios que resienten en lo social, recayendo éstos en sus obras.


El LADRÓN DE BICICLETAS fue filmado en 1945, pocas semanas antes de que terminara la II Guerra Mundial. Supuso el lanzamiento al estrellato de su apenas conocido director, Vittorio De Sica y, más importante aún, la definitiva consagración del neorrealismo italiano en el contexto cinematográfico internacional.
La narración, por otra parte, es perfectamente clásica. Su estructura es cíclica: el protagonista sale de la multitud anónima en la primera secuencia y vuelve a ella al final.
Maravillosamente fotografiada en un crudo blanco y negro, casi en tono documental, EL LADRÓN DE BICICLETAS presenta un intencionado escenario de la posguerra lleno de personajes que, perdidos en su anonimato, impregnan sus carencias por las pobladas y vívidas calles romanas. Una joya testimonial.

Más que por su tenue mensaje social, El Ladrón de bicicletas perdura hoy como un documento insustituible de la Italia de posguerra; y, sobre todo, por la metáfora escondida en el argumento, y por la magnífica historia entre el padre y el hijo (lo que uno y otro descubren de sí mismos en su afanosa búsqueda.)
Un hito del cine mundial.
anaïS
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5 de septiembre de 2008
174 de 187 usuarios han encontrado esta crítica útil
Octavo largometraje de De Sica y una de sus obras más emblemáticas. Escrita por Cesare Zavattini y De Sica, con un grupo de colaboradores, se basa en la novela “Ladri di biciclette” (1946), de Luigi Bartolini. Se rueda en escenarios reales de Roma entre mayo y junio de 1948. Nominado a un Oscar (guión), gana el Oscar honorífico a la película de habla no inglesa. Producido por Giuseppe Amato y De Sica para PDS, se estrena el 24-XI-1948 (Italia).

La acción dramática tiene lugar en Roma en 1948, a lo largo de unos pocos días. Antonio Ricci (Maggiorani), en paro desde hace más de 2 años, consigue a través de la oficina de empleo de su barriada (Città Valmelaina) un empleo municipal de fijador de carteles. Por contrato se le exige que ha de disponer de bicicleta. Poco después de iniciar su primera jornada laboral, se la roban al descuido. Antonio es obrero manual, está casado con María (Carell). Desilusionado y desesperanzado forma parte de la legión de trabajadores en paro de larga duración de la Posguerra. Malvive gracias al subsidio de paro y a las ayudas de la beneficencia.

El film presenta un detallado retrato de la Roma de 1948, cuando habían transcurridos 3 años desde la finalización de la IIGM. La cámara muestra las colas del paro, la desesperanza de los parados, la presencia en las calles de mendigos, descuideros, vendedores furtivos, las colas de las casas de empeños (Montes de Piedad), las colas para tomar el tranvía o el trolebús, comedores de caridad, prostíbulos, videntes, etc. Las imágenes, directas y sinceras, dan testimonio de un país arruinado por la guerra, azotado por la miseria y paralizado por la incapacidad de las instituciones públicas. La narración está hecha con ánimo más documental y testimonial que reivindicativo.

La historia es sencilla, simple, casi minimalista, pero directa, conmovedora e intensa. Los intérpretes son actores no profesionales, que aportan verismo y naturalidad. Los personajes son seres corrientes, normales, del montón. No se emplean decorados artificiales: se rueda lo que hay según se ve, sin artificios, ni adornos. El guión elabora unos diálogos que reflejan el modo de hablar de las personas sencillas. Desarrolla una progresión dramática creíble y convincente, que se focaliza en la desesperación individual. La autenticidad y realismo que animan al film son posiblemente las causas por las que éste conserva su frescura y su fuerza.

En un segundo nivel narrativo, se explican las relaciones padre/hijo, puestas a prueba en la empresa de buscar la bicicleta sustraída. La dinámica de los hechos hace que las actitudes de ambos evolucionan, maduren y se transformen. La figura de Bruno (Staiola), de 6 años, listo, tierno y afectuoso, compone uno de los personajes infantiles más atractivos del cine. La obra incorpora momentos de emotividad chaplinesca: la comida de niño rico y del pobre en el restaurante, la ternura de Bruno evoca la de “El chico” (Chaplin, 1920) y el emocionante plano final.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Miquel
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9 de febrero de 2007
120 de 141 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo peor que le ha podido pasar a El ladrón de bicicletas es que se la haya designado como la obra maestra del neorrealismo italiano, porque cualquier catalogación huele a museo, a viejo, a pasado, a ciclo de filmoteca. Nada de eso. El ladrón de bicicletas es una película actual, no ha perdido con el tiempo, y transmite una honestidad sencillamente imposible de encontrar en las películas actuales: la mayoría de los dramas presuntamente sociales de Hollywood resultan frente a El ladrón... fatuas, vacías y artificiales. Jamás volverán a rodarse películas como esta, porque el mundo ha cambiado, y este de ahora es fatuo, ególatra, superficial e insolidario. ¿En qué película actual podemos encontrar unos personajes con tanta dignidad? Esa dignidad, y la presencia del niño (qué desparpajo el del chaval!) hacen sobrellevable el dramatismo de la situación. Yo no creo, siquiera, que sea una película triste, porque alrededor de los personajes la vida bulle, no se para, palpita el optimismo que alienta el afán de supervivencia. Es una película de luchadores anónimos nada impostada por el típico guionista que escribe sobre las miserias de los otros desde el cómodo despacho de su chalet de puta madre. No me cabe duda de que lo que realmente huele a viejo, a museo, a pasado (y sin duda quedarán para ser exhbidas en los ciclos de las filmotecas) son los dramones intelectualoides actuales del tipo Dogville o Babel. Al margen de las numerosas anécdotas del rodaje (la negativa de Vittorio de Sica a que la protagonizara Gary Cooper con la consiguiente pérdida de financiación, o la precariedad del rodaje) que nada quitan o ponen a este excelente film, esta es una de las películas más hermosas de la historia del cine. Vale la pena verla.
Emilio Cappa Segis
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8 de junio de 2007
84 de 89 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vaya sorpresa me he llevado al visionar esta película de Vittorio de Sica. Neorrealismo cien por cien, sin la necesidad del uso de violencia explícita que realiza el "amigo" Rossellini. Una historia tan simple, tan sencilla, nunca fue tan maravillosa. Además el ritmo es totalmente bien calculado, se hace muy amena, sin duda, una pequeña joya para la vida.

Una Italia pesimista, para un mundo pesimista, un mundo ruín, infeliz, hipócrita, embustero, falso, donde todos nos movemos como sombras. Antonio (el personaje, homónimo de quien escribe), es una víctima más, sólo eso, una víctima de la sociedad en la que se desenvuelve.

En general, una obra imprescindible, de un director más desconocido que Rossellini, Visconti o Fellini, pero igual o más genio a mi juicio que ellos. La obra maestra del neorrealismo italiano como ya han apuntado otros. Si no la has visto, ya tardas mucho.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
antonio_corleone
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18 de enero de 2008
74 de 84 usuarios han encontrado esta crítica útil
Películas como la De Sica nos hacen retroceder hasta aquella época en la que el cine de calidad no estaba reñido, en absoluto, con todo aquello natural, simple y meridiano. Sin embargo, parece como si hoy en día la genialidad fuera parcela exclusiva de aquellos cineastas que tan sólo conciben el cine como una obra de arte inevitablemente densa, plúmbea y abstrusa. Parece como si para Lynch y sus acólitos el cine deba entrañar ineludiblemente laberínticos mensajes, metafísicos propósitos y extravagantes propuestas estéticas. Y todo eso está muy bien, por supuesto. Es legítimo y necesario, incluso. Siempre y cuando todo ello sea fruto de un estudio previo, de un bagaje, de una evolución. Y siempre y cuando uno lleve bien ajustadas las gafas de pasta, claro. Pero regresemos a “Ladrón de bicicletas”. Regresemos a esa concepción artística del cine realista, descarnada, cotidiana. La peli de Sica constituye, en ese sentido, un emblemático patrón de un neorrealismo italiano que nos legó un buen puñado de joyas cinematográficas.

De Sica nos sumerge en la Roma de los cuarenta a través de los ojos de Antonio Ricci, un fijador de carteles, y Bruno, su hijo. La casa de empeños, los mercadillos ambulantes, las largas colas para coger el autobús, el atestado piso de la vidente, los locales de beneficiencia, los tumultos callejeros... todos esos escenarios nos ayudan a pulsar progresivamente la miseria, la penuria, la desesperación que embarga a Antonio (“maldito sea el día en que nací”). De Sica y el neorrealismo italiano en general demuestran fehacientemente como cualquier penalidad cotidiana como el robo de una bicicleta puede llegar a condensar efectos tan devastadores como los que originaría la peor tragedia conocida. Por lo demás, la peli funciona como un reloj suizo. La música aporta la correspondiente tensión dramática, la fotografía esculpe la pobreza y el virtuoso ritmo narrativo del film nos arrastra torrencialmente a las despiadadas condiciones de vida de la jungla de asfalto romana. El único fulgor de esperanza, la única concesión balsámica que De Sica se permite brindar al espectador es Bruno, el chiquillo. Un angelote. Para mi quisiera un vástago así.

Sencillamente soberbia.
Taylor
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