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El increíble hombre menguante

Ciencia ficción. Fantástico Scott Carey (Grant Williams) navega con su mujer en una lancha motora y, mientras ella va a buscar una cerveza, se ve envuelto en una extraña nube. Unos meses después, empieza a notar extraños cambios en su cuerpo: poco a poco va perdiendo peso y altura hasta hacerse casi invisible. A partir de entonces, su vida será una pesadilla, una lucha constante por la supervivencia, en la que lo cotidiano (un gato, una araña) representa para él ... [+]
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Críticas 98
Críticas ordenadas por utilidad
11 de abril de 2011
15 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
A parte de si filósofos tenían razón o no (no me interesa), personalmente creo que la pregunta por el sentido de la vida tiene razón de ser cuando se tiene delante a la misma muerte. Si vamos a morir, entonces nos preguntamos por qué o para qué vivimos.

Scott (Grant Williams) parece sufrirlo mejor que nadie. Sólo que él no muere… empequeñece. Y su disminución es tan inexplicable, imponente, angustiosa y fatal como la muerte. Lo arranca poco a poco de la vida que lleva. De su trabajo, de su mujer, de su supuesto dominio del mundo, de sí mismo.

Su lucha contra la muerte (perdón: contra su merma) se traduce en demostrarse a sí mismo que sigue siendo capaz de dominar su mundo. Porque esa es la imagen que tenía Scott de sí mismo antes de su funesto encuentro con la niebla. Orgulloso hombre de “su” yate, de “su” mujer, de su éxito. “American Dream” de los años 50. Aunque tampoco ha llovido mucho desde entonces. De hecho, parece ser el camino por excelencia de autoafirmación humana desde los inicios de la hominización. Somos “homo faber”.

Ergo, tanto antes como ahora, ahora ante la muerte, Scott sólo es capaz de confirmar su identidad como “hombre”, dominando. Domina su angustia escribiendo. Domina a su mujer desde su casa de muñecas (una simbólica metáfora sobre la impotencia y la tiranía doméstica). Domina el sótano con los instrumentos que fundaron la civilización y disputa con las bestias la supremacía de su humanidad. Porque ante todo se trata de no menguar más, de no morir.

Cuanto más dominio, más humano; cuanto más humano, más soledad. La desquiciante huida hacia delante no le brinda la paz. El espíritu de dominio le impide ver verdaderos valores. El amor de su mujer. El calor de la amistad. “El cielo es igual de azul para los enanos”. Desde el sótano, contempla con anhelo, a través de una rejilla (otra brillante metáfora sobre los estrechos parámetros de la mentalidad humana), un pájaro en libertad, en medio de la naturaleza. Pájaro y hombre. Naturaleza y dominio. Libertad inalcanzable y esclavitud paradójica. Como humano, es capaz de soñar la paz y la libertad pero no de alcanzarlas.

Sólo cuando acepta lo inevitable, cuando se acepta a sí mismo, cuando es capaz de renunciar a su dominio y a la falsa imagen que se desprende de éste, Scott es capaz de vencer la prisión que se ha autoimpuesto. Y reconciliarse, así, con la vida y el mundo.

“El increíble hombre menguante” es una película maravillosa, una de mis favoritas… y del que “La mosca” (David Cronenberg, 1986) es su oscuro reverso.
Especialista Mike
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17 de marzo de 2018
12 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Le preguntaron en una entrevista a Cabrera infante que en qué momento de una película sabía que era una obra maestra y dijo (citando a Vértigo) algo sorprendente: “ Desde los créditos iniciales, ¿cómo no saber que ante la conjunción de una obstinada habanera y un ojo en espiral estamos ante una obra de arte?.
Pues lo mismo me sucede con un arranque mucho menos suntuoso, más bien minimalista ante esa silueta blanca que mengua en la izquierda de la pantalla a medida que crece una nube blanca y amenazante al fondo y emergen brumosos los créditos que rezan The incredible shrinking man, con el absorbente subrayado de una trompeta quejumbrosa.
Es esta una de las películas importantes (si no la más) de mi adolescencia, cuando en televisión solo había dos canales para sintonizar., y , ahora , rebasados los 40 años, solo puedo decir que esta obra, aparentemente modesta, sigue siendo una de la cintas más relevantes que haya visto.
Y el motivo de tal devoción no son las inolvidables secuencias épicas de supervivencia con un gato y una araña como protagonistas, sino ese giro copérnicano que supone el tramo final, que deviene en reflexión metafísica.
Se trata, simplemente, de un desvío de la mirada de determinantes consecuencias para Scott, el protagonista, e, indefectiblemente, por reflejo, para nosotros, los espectadores.
Scott, a medida que mengua irremisiblemente, se ve obligado, para enfrentarse a los peligros que crecen cada vez más a medida que disminuye su tamaño, a mirar hacia lo alto, y una de las visiones va a resultar crucial para que esta obra se haya convertido ya en un mito: la magnificencia e inefabilidad de un cielo estrellado, que con inefable elocuencia minimizan su instinto de supervivencia (hace unos momentos había rechazado con nausea la comida), y alienta en él, en cambio, un impulso que no se me ocurre sino tildarlo de místico.
De las preocupaciones cotidianas, del drama familiar y de la simple supervivencia se pasa, con asombrosa naturalidad a un plano metafísico, de la épica de la supervivencia a la mística que quiere abrazar el universo entero. Dios y lo infinitesimal, la nada y el todo que cierra el círculo, la refutación del cero, el hambre de inmortalidad que diría Unamuno, el origen y fin de todo, el sentido de la existencia, todas estas cuestiones surgen de forma tan natural y a la vez tan extraordinaria, con una iluminación alucinógena en esa noche (fabulosa fotografía) que no nos queda sino sucumbir ante el subyugante hipnotismo del tapiz que se ofrece a nuestros ojos, y a nuestros oidos con una voz en off perfectamente ensamblada a las imágenes.
Hemos pasado en un abrir y cerrar de ojos del terror a la calma seráfica de un cielo estrellado y nos percatamos de lo insignificante de nuestras vidas, comparado con la esperanza y el misterio intuido en ese final. El cero, para Dios, no existe.
Se puede creer en Dios o no creer en nada, pero lo que me parece muy empobrecedor es ni siquiera dejar cabida a la duda. Hay dos posiciones con las que nunca he comulgado: La del ateismo materialista y la del dogmatismo exacerbado e intransigente. Son dos maneras de fanatismo y a la postre, destructivas.
El Dios/ Primer motor de Aristóteles, el mundo inteligible platónico, el ente de Parménides, el “ens perfectisimus” y cuantos otras ideas de la divinidad nos ha transmitido el pensamiento lógico, no son argumentos irrefutables sencillamente porque con la razón, Dios, el misterio, lo inefable o como lo queramos llamar es inaccesible.
Pertenezco a la capilla de "los escépticos con sentido del misterio" (como se definía a si mismo Salvador Paniker), esto es, aquellos que sin necesidad de adscribirse a ningún credo determinado, siguiendo a Kant, sí tienen a Dios como objetivo principal de cualquier indagación filosófica, y, por tanto, absolutamente permeables a cualquier indagación metafísica. En definitiva , el misterio y sentido de toda existencia es lo único que vale la pena preguntarse.
La vía más plausible para coquetear con el misterio inefable, según mi experiencia, es el arte, a través del símbolo, ya sea visual o sonoro (y claro, el indefectible silencio).
Pero no tiene que ser necesariamente el arte el único vehículo místico. Sin querer parecer cursi, creo que un atardecer, un almendro en flor, la perfección de una tela de araña, o el cielo estrellado de esta cinta son también un trampolín al reino de lo inefable.
La cinta es rica también en ironías. Scott acaricia el gato que estará a punto de devorarlo o contempla, encerrado, a un pájaro libre , y su risa no traduce sino su desesperación.
Pero La gran ironía es que Scott ha tenido que empequeñecer para engrandecerse en un plano existencial. Su vida, sin esta desgracia que a mí se me antoja providencial, no hubiese ido más allá de lo mundano, de la simple satisfacción de los placeres, sin ningún tipo de trascendencia.
Lejos de la distopía de La invasión de los ladrones de cuerpo o del mad doctor de El hombre con rayos x en los ojos, la cinta de Arnold es, en cambio, un drama existencial de aliento metafísico en toda regla que no dudaría en colocarla en un listado de las mejores películas que uno haya visto.
pakos
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8 de marzo de 2012
11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Leo las críticas ajenas y descubro la sabiduría, el ingenio y la habilidad de mis compañeros de Filmaffinity, así que decido no añadir nada más, salvo un trozo de mi biografía. Vi esta película de bien pequeño, la volví a ver en la juventud ("Mis terrores favoritos") y luego en la madurez. Lo que entonces me pareció cine de aventuras, ciencia ficción y terror, ahora me conmueve vitalmente. A partir de la excusa argumental de un hombre afectado por un proceso de mengua sin fin, la película nos traslada una idea inquietante: nacimos, crecimos y quisimos comernos el mundo, para luego ir tomando conciencia, poco a poco, de las dimensiones del teatro. No nos engañemos, envejecer, morir, disminuyendo progresivamente de tamaño, es el verdadero argumento de la obra, como dejó dicho el poeta. Por eso, cuando ayer la volví a ver, la vi con otros ojos: los de un hombre que mengua y se aproxima al crepúsculo, presto a desaparecer del mundo visible. No ser visto, pero, ¿y ver? ¡Ya veremos lo que pasa!
Perico Baranda
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2 de mayo de 2008
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Durante los años de la guerra fría, además de los típicos films de espías, creció y se desarrolló dentro de cine fantástico un género, o más bien subgénero, de bajo presupuesto (o série B) en el que, normalmente, el hombre era amenzado por un agente exterior (alienígenas, o bichos radioactivos diversos.
Dichos films, además de la modestia en el presupuesto, también compartían una cierta modestia en los argumentos y desarrollos de la historia, aunque de lo que andaban más sobrados era de imaginación. El director Jack Arnold, con este film dió una vuelta de tuerca al género para ofrecernos un film que partía desde un planteamiento diferente

El protagonista del film, Scott Carey (Grant Williams), mientras está veraneando junto a su mujer, es afectado por unas gotas radioactivas. A raíz de esa "lluvia", sufre un cambio molecular que le hace disminuir de tamaño contínuamente.

Todo el film está planteado y estudiado a partir de este hecho. A medida que el protagonista empequeñece, el resto de los objetos de su hogar crecen. Esto lo plantea en diversas fases, por las que vamos asistiendo paulatinamente. Arnold nos ofrece una puesta en escena ejemplar, perfectamente estudiada, y con unos efectos especiales realizados de forma artesanal pero tremendamente efectivos, con los que consigue captar el interés del espectador por la suerte de su protagonista. De hecho esta es la base del film ya que no encontraremos caras conocidas en el reparto, por lo que prestamos más atención al hecho en sí, que no a los personajes.

Por otro lado,
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
manulynk
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2 de octubre de 2011
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Destacaría un par de cosas en esta película que hace pensar profundamente. Primero destacaría, como no, los efectos especiales, por ser un aspecto importante que casi parece que no se tiene en cuenta y es que son unos efectos que causan simpatía, son graciosos. Dentro de su laboriosidad hay que reconocer que hacen gracia. El problemón de este sujeto es ya de por sí bastante terrorífico como para que encima lo banal, lo intranscendente, ya sea el gato de la casa o una misma casa de muñecas de la que nadie le sacaría más partido que la de jugar con su hija pequeña y solamente un ratito porque, la verdad, cansaría pero que mucho a una persona mayor…, estas banalidades sean presentadas como auténticas pesadillas que a pesar del miedo y asombro que producen al hombre menguante causan sonrisas en el espectador y lo que es peor, sonrisas sardónicas con atisbos de auténtica crueldad por ver el sufrimiento ajeno, el sufrimiento de un hombre que sin querer está cambiando, está empequeñeciendo.

Lo segundo viene de acuerdo con el comentario del señor Palomo, sobre que además de todo lo expuesto, esta película es una “intensa y original reflexión acerca del sentido de la existencia”. Creo que es una gran verdad. No sé, ni es necesario saberlo, si el autor de la idea quería exponer algo más profundo que simplemente un caso en los límites de la realidad a base de estudiados efectos especiales y sin querer, y he aquí la cuestión, expuso algo más que carne y sangre llegando al alma y a los miedos del ser humano. Hay muchas películas (pienso en Blade Runner) que realizadas para contar una historia de ciencia ficción, sus consecuencias llegan con el tiempo mucho más allá que lo simplemente expuesto porque dejan intrínsecamente un problema existencial de aspecto originario.

El increíble hombre menguante es el hombre cuando llega al momento de su vida que todo le va como en una balsa en aguas tranquilas y, de repente, se le nubla el pensamiento y empieza a pensar en la muerte. Esa muerte que prevé que le llegará porque la vejez está a la vuelta de la esquina y sabe que tendrá que empezar a empequeñecerse y que las camisas se le quedaran grandes y que todo se irá alejando de su proximidad porque todo le parecerá inmenso e inalcanzable. Dependerá de los demás, de su mujer que está a su lado, pero tendrá que vérselas solo; entonces los miedos le invadirán, cada vez estará más solo, oirá a los suyos que le llaman pero el mundo le abandona de forma acelerada, empequeñece de una manera inexorable.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
floïd blue
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