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El marido de la peluquera

Comedia. Drama. Romance Antonine (Jean Rochefort) ha crecido con una secreta pasión: casarse con una peluquera. Ya en la madurez su deseo se hace realidad: se une en matrimonio a una bellísima peluquera (Anna Galiena). La pareja comparte una felicidad perfecta, y su vida es un idilio permanente tan sólo comparable a un sueño. (FILMAFFINITY)
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Críticas 55
Críticas ordenadas por utilidad
6 de abril de 2007
36 de 48 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es como una fábula, como un cuento para adultos. Estamos allí donde lo imposible es posible. El "país de nunca jamás" en un pueblo francés de los años ochenta.
La película cuenta sensaciones que todos (¿casi todos?) hemos tenido o al menos, nos resultan abrumadoramente familiares. Esa fascinación por la peluquera que nos lava la cabeza y nos afeita el cuello, ese dejarse hacer, solo sentir y quizá ver (el pecho de la primera peluquera). Ese enamoramiento, esa pasión que apenas se entiende, pero se vive.
El padre del protagonista le dice a este que para conseguir algo, solo hay que desearlo con todas sus fuerzas. El "decide" casarse con una peluquera. No sabe cuando pero sabe que lo conseguirá.
Patrice Laconte nos narra la historia de una forma portentosa, nos arrulla, nos sugiere, nos engaña. Amamos el mundo irreal en el que vive la pareja protagonista. No existen los problemas, solo el amor, la seducción, el sexo y la pasión. Esa pasión que nunca podrá ser sustituída por la ternura.
Fascinante y sensual Anna Galiena. Inconmensurable Jean Rochefort.
Es inevitable mencionar la escena en la que, tumbados en el suelo, tras haber pasado una noche fumando y bebiendo cócteles de agua de colonia, ella dice que tiene mucha resaca y él le responde: "La culpa es del after shave. No debíamos haberlo bebido. Las mezclas son malas". Unico toque de humor que pone la guinda a una película preciosa.
Rober
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16 de diciembre de 2008
27 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
La urgencia y la intensidad del momento, la brevedad inconclusa del segundo exaltado, la necesidad de la correspondencia instantánea, la saciedad de la pasión ahogada al minuto… como un baile exótico cuando nadie espera que te pongas a bailar, como la visión de un pecho asomando tímido a través de una bata, como una masturbación robada dónde y cuándo la receptora menos se lo espera, un masaje de cabello con agua caliente, los ojos cerrados y el champú borboteando sobre y a través de una mente en blanco, que se deja llevar por la calidez de una sensual melodía árabe y las manos de una linda peluquera. Ardores de niñez que se desparraman en la vida de un adulto, como si el tiempo no hubiera pasado más que entre bastidores. Como si el tiempo fuera un absurdo que hubiera de exterminar entre el hombre y el niño. La vida no es más que el eterno recuerdo de un verano en la playa, de unas gónadas incómodas o de la primera erección. La vida no es más que la búsqueda del primer recuerdo de amor, o mejor quizás el recuerdo de la primera y única búsqueda de ese mismo amor. Una búsqueda que gira en círculos alrededor de aquel etéreo aroma a sudor fuerte, a jabón y a espuma de afeitar. Un hombre que busca la felicidad a través del amor, a través de ver realizados sus sueños sin más que desearlo tan fuerte como su corazón le permita. Y si no fuera capaz, reventar hasta hacerlo posible. O llamar a aquella pala excavadora para que levante una presa donde nadie pudiera levantarla jamás. Allí donde no llegan las manos, llega el corazón. Una mujer que espera en silencio, que es feliz porque está hecha de melancolía, y que al conocer el amor, su lado triste le impida enfadarse, le obligue a disfrutar intensamente y con fruición de cada gota de placer, de cada lágrima de sexo, de cada baile y cada trago de elixir o de colonia. Pero la pasión es efímera, la inmediatez del enamoramiento es caduca, y sólo la lluvia de la ternura y la cotidianeidad pueden hacer brotar la hierba de la vida en ese erial devastado por la locura de los enamorados.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
lyncheano
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24 de julio de 2011
24 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
La verdad, si deseas cortarte el pelo vete a otra peluquería porque te va a ir mejor. A veces no todo es querer encontrarte con un ambiente de sensualidad embriagador, entre aromas de mujer mezclados con Abrótano Macho y sentir el amor de una pareja surgido del recuerdo de la niñez, o sea, vivir la victoria del deseo más infantil y tontaina sobre el rigor de la vida; es querer también sentirte partícipe de todo ello, sentir que la peluquera se acerca bien mientras hace la faena.

Esta peluquería no tiene nada de nada, en todo caso muy poco de lo que parece ofrecer porque no está trabajada y al final no sientes más que lo que ves, poco. Ahora, si luego quieres divagar sobre lo que crees que has visto, eres muy libre. La realidad es que el niño saldría con los ojos como platos y la foto de la teta asomando por el pliegue en su mente y con el tiempo le gustaría mucho las grandes tetas. Al cliente ya revenido, al final ni le han cortado el pelo.

Nos quieren colar una historia de amor, que no un drama, para que sea el espectador el que la trabaje, que él mismo descubra sus sentimientos entre el erotismo y la belleza para que brinque y se contorsione a su gusto.
Pero no. Sencillamente porque pronto se da cuenta que está entre muermos, con un transcurrir flácido de la historia y un deseo de amor que más bien parece una pareja de tontos a la hora de la siesta.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
floïd blue
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17 de diciembre de 2008
19 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Normalmente, el olfato, es uno de los sentidos al que menos importancia otorgamos, pero es el sentido que más memoria posee. Un olor de la infancia nos traslada directamente al lugar y el tiempo en el que lo percibimos por primera vez. El sabor de las comidas, que tanto asociamos al gusto, es en gran parte, por el olor que percibimos. Antoine recuerda el olor de la muerte: vainilla. Antoine recuerda los olores que de niño percibía en la peluquería y esos recuerdos olfativos le marcan durante toda la vida. Hasta que su búsqueda da con Mathilde, la peluquera, el olor de la infancia. La madre que siempre quiso.

La verdad es que Freud se pondría las botas con los comportamientos de Antoine y Mathilde. En cambio, a Patrice Leconte le trae al pairo dichos comportamientos. Los usa para crear una fábula de desterrados y almas solitarias. De sueños que se alcanzan. Y luego, alcanzada la meta, el miedo irracional por perderlo.

Para esta fábula Leconte cuenta con su actor fetiche Jean Rochefort, de quien consigue una gran y cálida interpretación y al célebre compositor inglés Michael Nyman, conocido por sus colaboraciones con Peter Greenaway o por la magnífica composición de “El piano” (Jane Campion, 1993). Nyman, combina una banda sonora llena de ritmos árabes y sencillos pianos que de nuevo demuestran su talento.

Leconte da bueno el refrán:

… porque podría volverse realidad.
Chagolate con churros
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12 de abril de 2009
19 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
El realizador francés Patrice Leconte dirige esta irregular "dramedia" donde reflexiona sin mucho acierto y de forma precipitada sobre temas trascendentales como la vida y la muerte, abordando con clichés y tópicos la vida en pareja y la sexualidad desmesurada de ambos miembros, cubriéndolos con una fina capa para aparentar un deseo de amor y de vida que resulta artificial en todos sus sentidos.

En el comienzo del film se describe la juventud de un muchacho obsesionado con una peluquera y con un claro fin, casarse con una algún día. Llena de melancolía y de un ambiente retro que le hace muy bien a la cinta, en algunos momentos llega a recordar -solo en el comienzo- a títulos como Leólo, pero esto se convierte en un mero espejismo cuando se usa como pretexto para relatar la fogosa "relación" de un hombre mayor con una peluquera, desde su precipitado encuentro la historia se desenvuelve en un ejercicio incompleto de seducción, desbordante de una sensualidad que consigue en pocos momentos engatusar al público y que solo sirve para que la mente calenturienta del director pueda plasmarse en imágenes que no dejan de ser curiosas.

Como manera de experimentar con las formas y con el espacio, el resultado es potable, rodada de una manera bastante monótona, limitado también por el espacio en el que se desarrolla la acción. En este caso la peluquería es una excusa para narrar la historia, sirviendo a modo de confesionario improvisado para que unos cuantos personajes comente a modo de tópico sus problemas. Haciendo un vago y estereotipado reflejo de la sociedad, estas personas balbucean sinsentidos, con cierta gracia sobre el devenir de sus vidas y del mundo si se les hubiera propuesto.

Si espera ver una buena película no apueste por esta, si usted es de risa fácil y se enternece y excita con facilidad ha acertado, le gustará y le hará reír, pero no se emocione, detrás de todo esto hay un claro deseo de poner cachondo al espectador con escenas nada desdeñables en el aspecto visual, no le conmoverá pero será una decisión correcta en una tarde de domingo.
Alexander Supertramp
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