Secretos del corazón

Bonita película sobre el descubrimiento del mundo de los adultos a través de los ojos de un niño. Todo el reparto, incluso los chavales, magnífico. Da la impresión de que Montxo Armendáriz quiso homenajear a su tierra navarra, quizá incluso con algunos recuerdos de infancia ambientados entre el mundo rural y el urbano.
No obstante, tiene alguna escena que se hace larga (como la del comienzo del ensayo de la función en el colegio).
Mi nota: 6,8

"Secretos del corazón" se aproxima a ese subgénero malicioso de ¿Carlos Boyero? titulado "La guerra civil contada por un niño" pero de hecho pasa de largo como los coches que dejan tirados a los autoestopistas. Sí, hay un chaval pero estamos a finales de los años 50 o inicios de los 60 (se ve el retrato de Juan XXIII, papa entre 1958 y 1963). O sea que la guerra queda ya lejos y menos aún se la menciona, aunque el abuelo da algún zarpazo, como viejo republicano resignado. De todos modos, no es una obra ni remotamente política, a lo sumo social, pero sobre todo intimista: el paso de la niñez a la adolescencia del protagonista, Javier (Andoni Erburi).

Claro que ya que estamos, podemos aclarar que Andoni no es el que sale en "La lengua de las mariposas" (1999), si no Manuel Lozano, que aunque no se parecen demasiado, en mi recuerdo los mezclaba uno con otro. Incluso confundía las dos películas en los primeros compasas. Pero vamos al tema. ¿Qué le pasa a "Secretos del corazón"? Pues que no tiene historia, como alguien dice, planeamiento, nudo y desenlace. Montxo Armendáriz, que también escribe el guión y me temo que, ocupado en las tareas de dirección, apenas ha redactado nada, se conforma con ir acumulando anécdotas bastante sosas. El remate llega con la estúpida relación con las niñas.

Es una ascensión hacia lo hermoso, lo escondido, los miedos y cosquillas de la infancia que comienza a despertar hacia una pubertad sin marcha atrás.
Esa época en la que aprendes a tus expensas; que avanzas en el camino de la vida sin brújula; o mejor dicho, con las brújulas ajenas; con las verdades y mentiras del otro; de los otros. Y hay que avanzar. No siempre sin saber que el semáforo está en verde ni por qué estaba en rojo.
Mil veces tendríamos que ver películas así; sin tapujos, o con los suficientes para comprender los tapujos de una época que nos ha tocado vivir a todos; a unos en este época como a mí, a otros en otras épocas pero seguramente con los mismos tabúes o los mismos temores desplazados a la época de cada cual.
El pequeño actor principal está para comérselo de lo bien que interpreta. Ese abismo que hay en la interpretación dentro de la interpretación de una especie de fábula en el marco escolar está muy bien escogida. Los dos personajes de las tías de Pamplona son dos joyas de autenticidad. Las dos; tanto la estrecha como la tirada p'alante; un poco achispada pero viva todavía.
El lenguaje está bien escogido. Se habla como se hablaba en aquella época en blanco y negro. Con mucho negro.
Mi único bemol son ciertas elipses en lo ocurrido entre los niños en la escuela.
Viva el cine de esta calidad.

Entrañable drama semi-autobiográfico dirigida por Montxo Armendáriz, que supone uno de sus trabajos más reconocidos con nominación al oscar de mejor película extranjera incluida.

Cuenta la historia de un niño en la Navarra de los años sesenta, quien a través de su mirada tierna e inocente va madurando a medida que descubre los secretos de su familia y de la vida en general.

Impecable trabajo el de sus actores protagonistas, en especial el del maravilloso Andoni Erburu que con sus expresivos ojos y su mirada dulce logra arrebatarnos el corazón.

Le habría dado más nota si el guion hubiese aclarado algo más los secretos de los personajes adultos. Se echa en falta una explicación mayor sobre la vida de las tías del crío por ejemplo. No obstante, es una gran película.

Un realismo nada sutil, siempre hacia fuera, claro, directo, desnudo, expuesto, nunca hacia dentro, niega la ambigüedad o lo soterrado (hablo, claro, de las maneras o mirada, no de lo contado), es muy chato.
Tan obvio todo. Telegrafiado. Transparente. Sumiso. Sin riesgo, nada importa, impávido. Ni misterio, poesía o descubrimiento ninguno, trillado, surcos.
Justo lo contrario de lo que aparenta, finge o pretende, lo que le parece a la inmensa mayoría, lo que vende y se traga, esa medicina, ese supuesto naturalismo de andar por casa tan tierno y acostumbrado, y no. La vida es lo opuesto a esto. La fantasía más loca se parece mucho más a ella. El expresionsimo más lisérgico se asemeja también más. La locura, el absurdo, el disparate o el esperpento tienen más que ver con lo que somos que este ejercicio pulcro y romo, este encorsetamiento tan plano o ralo, un acercamiento tan soso e impostado, ortopédico y artificioso, muy subrayado, falso desde todo punto de vista, pensado para un público perezoso al que le gusta que se lo den todo hecho, papilla, facilón, entregado, la mentira como forma de vida.
Siempre confundimos las cosas. Por eso nos dan gato por liebre constantemente, a fuerza de burdas o baratas engañifas. La infancia de la gente son otras cosas, entre fantasmas o sombras, nada clara, vislumbres, extraña, esa es su gracia, que en verdad es inaprensible e intraducible salvo con verdadero arte, es decir, inventada, corrompida, imaginada o soñada.
Y las tragedias de las personas, igual, dudosas, no nos miramos tanto a la cara ni al espejo ni decimos chingar a cada rato, las solteronas tampoco lloran o bebían tanto, basta de drama, nadie es así, tan estereotipado y reducido, estrepitoso y delimitado, muy explicado. Por eso sorprendentemente interesa tan poco todo esto, es anodino, fofo, flojo, olvidable, sin sustancia a pesar, o por eso mismo, de ese afán desesperado por agradar y simplificar, por dirigir/conducir la atención y el pensamiento del vago y moralista (de pega, pura superficie o fachada que esconde u oculta malamente un pragmático y desolador nihilismo la mar de cotidiano y común, aburrido y conservador, de manada, la supervivencia como hipocresía robótica que supone o cree que es conveniente el disimulo, la apariencia) espectador hacia el camino más concurrido o establecido, previsible, estabulado, por no dejarle lugar a pensar o barruntar de verdad, todo mascadito y trituradito, sin miedo.
Una fotocopia trucada de los verdaderos sentimientos que se nos escapan arrebatada o desordenadamente por todos lados, que son una vorágine y un sindiós, que nunca están tan individualizados, separados o controlados, sino contradictorios y penosos/mezclados/confundidos, en tensión y disputa, en negociación y rebeldía, insurrectos y hermosos, a punto de entregar la cuchara, pero.