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La regla del juego

Drama. Comedia. Romance Un rico aristócrata duda si abandonar a su amante para conservar el amor de su esposa, una mujer cortejada al mismo tiempo por su confidente y un famoso aviador. En el trascurso de una cacería de fin de semana en Sologne y de una fiesta, las intrigas amorosas de señores y sirvientes se mezclarán desembocando en un hecho inesperado. (FILMAFFINITY)
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Críticas 65
Críticas ordenadas por utilidad
19 de mayo de 2010
7 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Obra de arte. Película completísima. Inolvidable. Con letras de oro.
Esta película es como la vida real; por fuera todo muy bonito y muy correcto, pero por dentro sólo se salva un aviador, -sensible y de buen corazón-, al que la gente y sus conocidos le consideran un héroe y por tanto libre de problemas, y que en realidad sufre mucho, ya que es el único que siente amor verdadero por la protagonista, la cual es una mujer que, al igual que Marlene Dietrich en El diablo es una mujer, va pasando de hombre a hombre pero no movida por una ambición monetaria como la Dietrich, sino simplemente por seguir la regla del juego. Por lo tanto retrata una sociedad mentirosa, en la que todo vale y todo es simplón, mediano, sin sentimientos profundos.
Mi opinión: Es una película visionaria; es increíble como de 1939 a 2010 lo poco que ha cambiado la sociedad.
Lo mejor de la película: Que gran parte de ella es una comedia y muy divertida.
Que todos los personajes están perfectamente retratados, tanto los de las clases altas como los de las bajas.
La muerte de los conejos en la cazería, que luego se convierte en todo un símbolo.
Un 10 de 10, sin duda.
Veánla y saquen consecuencias. La película se lo merece.
Piano y yo
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6 de agosto de 2019
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
121/13(29/07/19) Muy sobrevalorado film francés, una dramedia dirigida por Jean Renoir que intenta satirizar a alta sociedad gala pre-WWII, ello en medio de un humor bufo, pasado de vueltas, con unos personajes caricaturescos nada creíbles, una cinta que quiere mucho más de lo que consigue. Sé que voy contra corriente pues parece ser esta obra uno de los tótems de la historia, pero es que para mí es una decepción total pues todo me resulta fachoso, con situaciones grotescas, entiendo la maestría de Renoir en el manejo de la cámara, en como sabe mostrar en planos largos diferentes acciones en diferentes planos, potenciando además la coralidad del relato, algo por lo que seguro estuvo influido nuestro genial José Luis García Berlanga (epítome ssería “la escopeta nacional”), o en Robert Altman (epítome sería “Gosford park”), pero para mí esto es accesorio, lo importante es lo que se cuenta y como, y aquí la historia patina. Su gusto por el vodevil mezclado con la crítica a la hipocresía de la sociedad pudiente me resulta de sal gorda, al no ser creíble mínimamente pierde toda la fuerza incisiva. Una historia donde reina la amoralidad, donde no hay brújula principios éticos, donde se desarrolla un argumento que va dando tumbos entre encadenados-enredos amorosos (con adúlteros infidelidades, engaños) de una profundidad propia del cine de Pajares y Esteso, donde la evolución de caracteres es nulo, donde los personajes resultan anti-empáticos por su modo plano de desenvolverse, una farsa de personajes huecos, con mucho de comedia slapstick (sin gracia), con algunas frases sueltas henchidas de presuntuosidad, ejemplo es la que he leído es la mejor, y es cuando uno de los protagonistas (Octave), "Verán, en este mundo, hay una cosa horrible, y es que todos tienen sus razones", menuda frase lapidaría, me suena a aquellas del dueto humorístico Gomaespuma “No, si eso es como todo”.

Fue la película francesa más cara hasta ese momento, con presupuesto original de 2.5 millones de francos aumentado a más de cinco millones. Al dirigir la película, Renoir y el director de fotografía Jean Bachelet utilizaron cinematografía de enfoque profundo y tomas largas durante las cuales la cámara se mueve constantemente, ambas técnicas cinematográficas sofisticadas en 1939. Durante muchos años, la versión de 85 minutos fue la única disponible, pero a pesar de esto, su reputación creció lentamente. En 1956, se redescubrieron cajas de material original y se estrenó una versión reconstruida de la película ese año en el Festival de Cine de Venecia, con solo una pequeña escena del primer corte de Renoir. Desde entonces, The Rules of the Game ha sido considerada una de las mejores películas de la historia del cine. Numerosos críticos de cine y directores lo han elogiado altamente, citándolo como una inspiración para su propio trabajo.

En el inicio del film hay un cartel que advierte: “Esta comedia, cuya acción se sitúa en vísperas de la guerra de 1939, no pretende ser un estudio de costumbres. Los personajes son puramente imaginarios”, y seguidamente Renoir incluye el siguiente fragmento de Las bodas de Fígaro: “Corazones sensibles, corazones fieles, que censuráis el amor ligero. Dejad vuestras quejas crueles. Acaso es un crimen cambiar? Si el amor posee alas, no son para revolotear?”. Pareciera estuviéramos en una comedia romántica ligera con reminiscencias shakesperianas a “El sueño de una noche de verano”, ello potenciado por el hecho que casi toda la acción sucede en un lugar concreto (Château de La Ferté-Saint- Loiret, France, para la mansión de los marqueses de La Chesnaye) la mansión del anfitrión durante un fin de semana), pero de rondón e cuelan que estamos en la antesala temporal del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, quizás para enmarcar en un halo nostálgico de fin de una era, o quizás haciéndonos ver que la decadencia moral de la alta sociedad era una podredumbre e indolencia que dio lugar a que Francia fuera conquistada en pocas semanas por los nazis. Una sociedad elitista y hedonista, envuelta en el conformismo flemático, donde las falsas apariencias lo eran todo, mantener el escaparate limpio, aunque tras él reine la corrupción. Pero todo esto me resulta un ejercicio fútil por lo plúmbeo de su trama, por lo caótico-moral de sus personajes con los que nunca se puede conectar, nos cuelan en una comedia astracanada para en su final optar por dar un giro que bien planteado podría haber sido de peso, pero del modo risible en que es mostrado resulta grimante (spoiler).

Que haya quien ha querido ver en el tramo de la caza del conejo un símil con lo que vendría después durante el conflicto bélico mundial me resulta hilar no muy fino, si no lo siguiente, pues la metáfora de que como estos snobs disparan contra los conejos del campo, esto es una alegoría de la Guerra, pues vale, y qué? Se nos quiere hacer ver que esto es un sin sentido. Pues aun comprándolo, y qué? Si es que no me mueve a emoción alguna; Que la representación teatral puede ser otra alegoría de los demonios que están por llegar y que la alta sociedad se tomaba como un juego tiene el valor de una viñeta de un periódico (escaso); He leído que a través de los enredos amorosos se nos quiere hacer ver la naturaleza humana, sus diferentes perfiles pueden ser representativos de nuestra sociedad (venga ya, puaj!), y de verdad mediante estos seres esperpénticos se quiere hacer un estudio de la Condición Humana? Venga ya! Hay más hondura psicológica contemplando una almeja; Se alaba su humor, y este me resulta chusco y de una sal gorda propia de nuestro querido Mariano Ozores, diálogos inverosímiles, situaciones ridículas, gags insípidos, pues lo de pelearse por ser quien ha matado a tal o cual conejo resulta chispeante (ataque de cinismo!), o la pelea entre André y Robert propia de niños es graciosísima (otro ataque de cinismo!)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TOM REGAN
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4 de diciembre de 2009
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Caústica y vitriólica película de Renoir, con aleteos de mariposa y picotazos de avispa, que dirían de Ali, o de mí, no me acuerdo.

Me gusta más que su otra cumbre presunta, siempre presunta, La Gran Ilusión, película sobrevalorada hasta el paroxismo, por cierto. Pero no, no llega al nivel de ese emocionantísimo puñetazo en los testículos llamado Esta Tierra Es Mía, para mi gusto la proeza por excelencia de este gran hombre.

Aquí, y del mismo modo que en la mediocre Boudu Salvado De Las Aguas, aunque con bastante más puntería, gracia y filo, este irreverente francés se dedica a desnudar las vergüenzas de la burguesía y las altas esferas francesas. La película tiene una agilidad y un contoneo de cintura modélicos, apunta a tu yugular mientras te guiña un ojo, y sin duda intuyo que las revisiones la mejorarán, la engrandecerán, destaparán aristas y abismos, que aquí se cuentan por docenas.

Muy recomendable.
Barfly
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7 de diciembre de 2009
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si alguien acostumbrado a ver esos cuadros de comedor en que se ven unos caballos galopando o unos perros haciendo presa en un venado viera de pronto un Cézanne o un Van Gogh probablemente diría que no le gustan. Para emocionarse con ellos hay que abrirse un poco, desentumecer la sesera, desacorchar la sensibilidad y trabajar para liberarse de estándares baratos.
Eso mismo exige esa gran película. Si no estáis dispuestos a hacer ese trabajo no malgastéis tiempo viéndola. Pero si aceptáis el reto, no os defraudará y a cada nueva visión descubriréis un detalle. Comienza como una comedia, pasa por episodios enloquecidos propios del mejor cine de Charlot y acaba como un drama con sombras entrando a la mansión.
Para conservar en vuestra videoteca.
Ethan Edwards
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23 de octubre de 2012
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
La regla del juego se inicia con unos versos de Beaumarchais que introducen al espectador en el núcleo de la cuestión: los juegos amorosos, sexuales y los convencionalismos más estrictos en un universo social jerarquizado, en donde todo el mundo debe ocupar el sitio que le corresponde; cada lugar cuenta con características y reglas propias, protocolos inalterables sobre lo que puede y no puede hacerse, aunque nadie cumpla finalmente con lo establecido como correcto. Una sociedad enferma en donde nadie se somete y sigue con rigor sus propias reglas, con tendencias que condenan al olvido la fidelidad, la honestidad y la caridad, “Lo que es terrible en este mundo… es que todos tienen sus razones”, exclama Octave (interpretado por el mismo Renoir) al entender con cierta autoindulgencia los extravagantes comportamientos de los demás.

Los diálogos de los personajes respiran libertad, al igual que en las obras francesas del XVIII. En La regla del juego cada cual expresa sus opiniones libremente; no se conversa sobre los convulsos momentos políticos que se viven, ni de la crisis económica de aquellos años, ni de problemas laborales… sino sobre la atracción sexual, las relaciones de pareja, sobre fiestas de disfraces y de batidas de caza… es un islote en una época de pesadumbre y temores en donde parece que todo lo exterior al universo recreado por los personajes estuviera demasiado lejos o no tuviera nada que ver con ellos. Un mundo cerrado, autosuficiente y en el cual sólo importasen las sensaciones, el amor, incluyendo las infidelidades, la amistad y el sexo, tratados con una doble moral, un acentuado cinismo escondido en una falsa tolerancia. Bajo su apariencia benigna, la historia ataca a la estructura misma de la sociedad.

La regla del juego describe a unos individuos agradables, simpáticos… pero en su globalidad representan a una sociedad en descomposición. Renoir no concibió una historia como tal, sino diferentes hechos y circunstancias que se van cruzando en un mismo lugar, la mansión La Colinière, cerca de París, y que afectan a distintos personajes representativos de las distintas clases sociales y el paralelismo existentes entre ellas al compartir problemas comunes de índole sentimental. Son personajes débiles ante las tentaciones, atraídos por la suerte que les lleva en brazos de otros sin sentimientos de culpa por ser infieles, encantados por el puro placer de flirtear, de conquistar. Las diferencias entre las clases sociales se disipan, se convierten en un mal endémico donde no existe ningún valor cívico, y los protocolos, las genuinas reglas del juego, se ven difuminados hasta desaparecer; incluso los comportamientos son idénticos en ambas direcciones, como demuestra la escena en donde Marceau y Schumacher se pelean por Lisette y al mismo tiempo hacen lo mismo el conde de La Chesnaye y André Jurieux por Christine, como animales defendiendo su territorio y disputándose la supremacía del grupo. Amos y criados se comportan de la misma manera, exhibiendo los mismos defectos.

En el aspecto formal, la película se caracteriza por ser una proeza de técnica cinematográfica, un ejercicio brillante de depuración para su tiempo. La puesta en escena de Renoir es brillante. Utiliza su habitual plano-secuencia; confía en la espontaneidad y frescura de sus intérpretes y, sobre todo, usa de forma magistral la profundidad de campo, un recurso que adquiere una trascendencia fundamental en la película, unos años antes que Orson Welles lo utilizara de igual manera en Ciudadano Kane, y que le sirve para disponer a los personajes por el decorado en varios planos y materializar el movimiento. En suma, una extraordinaria lección de cine que influyó directamente en las obras de otros grandes directores, como Alain Resnais o Luis García Berlanga. Imprescindible.
Ethan
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