La regla del juego

La página en blanco casi siempre se empeña en ofrecer un rostro adusto y severo que insiste en asegurar que la verdad no existe, que toda opinión es relativa y que cualquier juicio encierra en sí mismo el germen del error.

Por eso sólo diré tres cosas más:
1. J. Renoir presenta una película que ha envejecido mal porque su capacidad de fabulación resulta escasa y su planteamiento se muestra insuficiente y afectado para el tiempo actual.
2. En nuestros días se considera irrelevante lo que en aquel remoto 1939 parecía aportación valiosa desde el punto de vista cinematográfico.
3. La crítica social posee mérito y demuestra coraje pero no basta la mera denuncia para acreditar la calidad de una película.

Y añadiré un apéndice: el largometraje posee el encanto de los clásicos y hay que otorgarle el mérito de una clara línea ascendente a medida que el metraje entra en materia.
Los treinta minutos finales justifican todo lo demás.

Lo más notable de esta película es la dirección magistral de Renoir. Intachable, plagada de valor y de detalles, a través de un guion fluido, constantemente ágil e inteligente. Profunda (en su aparente ligereza de comedia de enredo) y compleja, con claves continuas, mezcla géneros con soltura y solvente amargura también, logrando una caricatura seria de un universo social enredado, lleno de trampas y segundas lecturas, impregnadas de coralidad magnífica. Un clásico de Renoir y del cine francés.

Después de ver la peli, leer mucho sobre ella y escuchar críticas, incluso al propio Renoir hablando sobre la película, aprecio su calidad, pero he de confesar que por más que lo he intentado, no me llega.
Es indudable la calidad con que Renoir retrata la decadencia de una sociedad (no sólo el estamento burgués sino el que está por debajo) justo en el momento inmediatamente anterior en el que todo está a punto de estallar por los aires, pues recordemos que Renoir filma poco antes de estallar la Segunda Guerra Mundial. La metáfora es más que incisiva.

No puedo negar que hay momentos estelares, como el de la caza (realmente cruel), con indudable maestría técnica como la profundidad de campo, o la habilidad para meter a tantos personajes en el encuadre sin que parezca un despiporre, así como la fiesta de disfraces o el teatrillo que representan con la icónica imagen del gorila, el propio Renoir.

Alabo esa habilidad para cambiar de comedia a tragedia sin solución de continuidad, pero no me llega. No me seduce, me siento distante. No es la película que volvería a ver, a pesar de que, como se dice, parece que los personajes ofrecieran una actuación diferente, tomaran otro camino en cada visionado. Es indudable su modernidad tanto en las relaciones que mantienen todos con todos, como en el mensaje, el fondo y la forma. Pero no es de mis películas favoritas. El ritmo no me engancha, los personajes tampoco.

Ha estado muchos años en listas como una de las mejores películas de la historia, pero en mi lista no entraría. Aún así, sé apreciar sus virtudes, pero una de las máximas del cine también es entretener y por alguna razón, “La regla del juego”, a mí, personalmente, no lo hace.

De modo increíble casi todo el mundo parece haberse puesto de acuerdo en alabar esta película calificándola de obra maestra. Pero a mi, en cambio, me parece un truño de campeonato. De hecho, ni siquiera he sido capaz de acabarla; bueno, en realidad ni siquiera soy capaz de aguantar quince minutos de lo que para mi es un tostón soporífero e inaguantable. La fotografía demasiado borrosa y poco contrastada tampoco ayuda, la verdad, y luego todo son dialogos aburridos entre personajes aburridos, en ambientes artificiosos y aburridos. Mira que soy fan de muchas películas antiguas y de autor que no son para nada comerciales, y de Renoir me encanta "El Rio", pero es que esta película me irrita y me aburre tanto como no recuerdo casi ninguna otra de las que he visto (y he visto muchísimas).

Dicen muchos críticos (Cahiers du cinéma) que en esta película (cima del cine de Renoir y precursora del cine moderno) se condensan todas la virtudes del humanismo de Montaigne, respetando el principio de bondad, ausencia de malicia y la idea de que "todo el mundo tiene sus razones".

Pero la película, sin ser técnicamente gran cosa, fue un rotundo fracaso (incluso gente en su estreno intentó quemar los cines). Y es que, por mucho que nos quieran decir, esta película ofrece la vida de la élite burguesa en el año 1939 (prolegómenos de la II Guerra Mundial), de una manera inocente, frívola y despreocupada de la gran catástrofe bélica que se estaba gestando en aquellos años. Es inaudito un pensamiento tan descontextualizado, desacertado y trivial a la hora de inspirarse en la "La vie de Marianne" de Pierre de Marivaux, para rodar tamaña broma cómica (por cierto, ni esbocé una mísera mueca o sonrisa con su visionado). Desde entonces esta película se consideró maldita, sufrió mutilaciones y cortes, siendo considerada un peligro para la moral.

El argumento es enrevesado y absurdo como pocos. Con una puesta en escena de corte teatral, bastante trasnochada, se nos cuenta la historia (a principio de los años 30) de amoríos entre amos, sirvientes y una pléyade de personajes variopintos que carecen de realismo, alma y vida (como títeres en la mansión, son lo más parecido a "no personas" que te puedes encontrar en la gran pantalla). Los ricos por un lado, los pobres sirvientes por otro (¿sátira social como en "Las Bodas de Fígaro"?); pero todos ellos movidos por el amor, y más concretamente, por la infidelidad y las ansias de liarse con otro/a (esto es lo que más le interesaba a los pobres judíos y a los polacos aquel año). Estos personajes son felices con sus cacerías, desvaríos amorosos, escenas costumbristas, montajes teatrales-musicales, etc. Todo se desarrolla siguiendo las más bajas pasiones, pero sin perder la más estricta cortesía (regla del juego). Pero para que funcione una sátira y, en concreto este film, debe haber un contexto histórico-estético que lo sostenga y un espíritu de entendimiento, comprensión y respaldo artístico, fruto del momento vivido. En este caso no existe nada de eso por lo que fue un rotundo descalabro.

En una época de crisis política y bélica, en la que las vanguardias estéticas y artísticas estaban imbuidas de un profundo pesimismo, expresionismo y oscuridad, que un director se salga de la "regla artística" y nos ofrezca algo tan frívolo, descontextualizado y despreocupado es incomprensible. Pero, aunque así fuera, la película es que no da para más, quedando "fuera de juego" de las verdaderas grandes películas de la historia, y lo que ofrece desfallece como comedia, sátira e incluso mero pasatiempo: es aburrida como pocas, los personajes y el argumento son ridículos y caricaturescos y, ciertamente a nadie la importa lo más mínimo lo que le pase a esa élite de privilegiados burgueses y a sus bufones sirvientes.