Kolya

Tierna película que nos adentra en la filmografía desconocida checa. La historia del niño abandonado adoptado a la fuerza por un gruñón músico que ha perdido la esperanza de encontrar más allá de amores ocasionales es una excusa para ver como se puede hacer cine con otras sensibilidades, intereses nacionales y puntos de vista desconocidos.

Ese resquemor entre nacionalidades, la disparidad de idiomas y sentimientos de pertenencia a distintas comunidades me resultaron más interesantes que la búsqueda de la lagrimita y la sonrisa por la mezcla del inocente niño y el rudo músico.

He de reconocer que si que me llegó al corazón el momento en el que el niño coge el teléfono de la ducha mientras se está bañando para intentar hablar con su madre. Al fin y al cabo, los niños pueden ser duros y adaptativos pero siguen siendo niños que necesitan amor, aunque sea provisionalmente provisto por alguien tan inesperado como el sr Louka.

195/55(29/05/21) Grácil y entrañable drama checo, que sin ser original y resultando conmovedoramente previsible, es de esas películas que te deja un delicioso sabor de boca cinéfilo. Película dirigida por Jan Svěrák y protagonizada por su padre, Zdeněk Svěrák, quien también escribió el guión a partir de una historia de Pavel Taussig, ello en un clásico relato del encuentro entre un bon vivant y un niño que debe cuidar, produciéndose el desarrollo esperado, pero ello con situaciones que no caen en lo maniqueo o almibarado en exceso, con sobriedad, con ternura, pero no sentimentaloide facilona, con una gradualidad creíble en su relación, en lo que es un bello canto a las relaciones paterno-filiales más allá de los lazos sanguíneos.

Ello con el componente geopolítico del telón de fondo de los albores de la ‘ocupación’ soviética de Checoslovaquia en 1989, en los albores de la Revolución de Terciopelo (preámbulo de la caída del comunismo en Europa), donde en la población existe gran resquemor a los rusos, esto representado en la cinta por la madre (gran Stella Zazvorkova) del protagonista Louka, que detesta todo lo que venga de allí, aunque sea un niño. Y con esta situación política de fondo se establece la relación entre el checo maduro y el niño ruso, como clara metáfora de las nuevas relaciones que deben florecer, donde los niños no tiene culpa de lo que hacen sus padres, y partiendo de cero pueden convivir.

Todo esto dirigido con gran pulso narrativo por Svěrák, con gran detallismo en su ambientación, con una hermosa fotografía de Vladimir Smutny que embellece el glorioso casco antiguo de Praga, se suma una fascinante banda sonora repleta de música clásica del bohemio Antonín Dvorák, el praguense Bedřich Smetana, o el germano Felix Mendelssohn.

Y por supuesto están las formidables actuaciones que dan lustre de los dos protagonistas: Por un lado Zdeněk Svěrák como el maduro Louka, solterón mujeriego, con un parecido sensible con Sean Connery, que vive en una autodenominada torre (apartamento en lo alto de un edificio que utiliza además como picadero ‘sexual’. Un despreocupado músico soltero, que se vanagloria de ello, de su libertad, no se ata a nadie, tiene una tierna relación con su racista (con los rusos) madre, tipo jovial, con algún problema económico. Sufre una catarsis cuando intenta obtener dinero para un coche y tiene como contraprestación un niño ruso al que debe cuidar forzadamente. El actor borda su rol con humanidad, sin caer en la caricatura de contrastes en su desarrollo, haciéndolo creíble, y ello con una química resplandeciente y chispeante con el niño Andrey Khalimon (en su debut en cine), chico que despierta una dulzura y empatía extraordinarias, haciéndolo grandemente achuchable en la fragilidad y cariño que transmite.

Una relación entre el niño y el músico se da de modo coherente y orgánico, mediante situaciónes en que notamos de modo natural lo que es previsible, desde como Kolya añora a su abuela, como Louka cuida al niño a la fuerza, como Kolya no le da la mano al principio por la calle,... (pasamos a spoiler)

Un flme verdaderamente inteligente, lleno de metáforas, la historia reduce la problemática de un país a un grupo de personas y situaciones, creando una obra donde el espectador se prende y aprende. Conviene darse la oportunidad e pensar más allá de lo que a simple vista ofrece.

La película se centra en Louka (Zdenek Sverák) un chelista de 55 años que tras ser despedido de su trabajo y probar en otros no muy llamativos, decide casarse con una joven rusa para ganar un dinero, obviamente todo es una farsa para que ella acceda a la nacionalidad checoslovaca.

Sin embargo, a los pocos días del matrimonio, ella huye a Alemania Occidental para encontrarse con un amor, dejando a Kolja (Andrey Khalimon) su hijo de cinco años. Pronto Louka deberá hacerse cargo de él a pesar del rechazo de ambos.

Kolja es una comedia dramática bastante agradable para ver, muy divertida, se contextualiza muy bien en la época en la que se desarrolla, cuenta con muy buenas interpretaciones, el dueto entre Sverák y Khalimon funciona a la perfección.

Claro que el film es bastante predecible y cuenta con una resolución que me parece muy facilona, cuestión que desencanta un poco. Pero en general cuenta con un muy buen desarrollo y ritmo para presentar las acciones.

¡Menuda sorpresa! He dado con esta película y la he disfrutado muchísimo. El retrato de la sociedad checoslovaca de finales de los 80 está perfilada de manera magistral, con muchas similitudes a los años de plomo de Franco, con sus diferencias.

El hilo conductor de lo fúnebre: entierros, cementerios y muertes, está muy bien traído.

Las actrices aportan su punto sexy y atractivo a la trama.

El actor, Sean Connery checo, es tranquilo y apacoguado. Siempre esperas que haga alguna broma o giro a lo Connery, pero cumple de una forma brillante.

Y el niño, ¡qué actor!

Maravillosa, sin duda, con esa óptica a los oficios, el pan de oro y las letras de una lápida...