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La conspiración

Drama En 1865, tras el asesinato de Abraham Lincoln, ocho personas son detenidas y acusadas de conspirar para matar al presidente, al vicepresidente y al secretario de Estado. Entre ellas está Mary Surratt (Robyn Wright), la dueña de una pensión, donde John Wilkes Booth (Toby Kebbell), el autor material del magnicidio, y sus cómplices se reunieron y planearon el atentado. Mientras el resentimiento contra el Sur domina a las autoridades de ... [+]
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Críticas 59
Críticas ordenadas por utilidad
4 de diciembre de 2012
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Claramente, La Conspiración no es una película de nuestro tiempo. Hay algo en la forma de contar su argumento, de ponerla en imágenes e incluso de enfocar la historia, que al espectador de hoy en día le puede parecer lejano, incluso, qué palabra más fea, añejo. Está claro, su estilo cinematográfico es tal vez anacrónico, pero, ¿convierte eso a La Conspiración en una mala película? No creo. Tampoco es realmente buena, pues tiene problemas estructurales que podrían haberse salvado, pero en cualquier caso considero que La Conspiración tiene una tesis necesaria, sobre todo para los tiempos que corren.

En La Conspiración Robert Redford nos cuenta el proceso a los asesinos del presidente Lincoln, y en especial el juicio a una mujer Mary Surratt por, supuestamente, haber colaborado y conspirado para matar al mandatario. ¿Pero quiere Redford hacer una visión historicista y académica sobre ese periodo esencial en el recorrido de los Estados Unidos como nación? Pienso que no, que lo que en realidad Redford pretende, más teniendo en cuenta su íntegra visión política e ideológica a lo largo de toda su carrera, es exponer y debatir la Quinta Enmienda de la Constitución Americana de una forma intelectual e inteligente, para lo que se sirve del caso de Mary Surratt, pero podría servirse de cualquier otro.

Puede que eso le reste potencial trascendente a su historia, o que parezca que La Conspiración sea algo que en realidad no es, y eso lleve a la decepción, pero la carrera de Redford como realizador siempre ha ido unida a un intimismo humanista y no a grandes frescos históricos o sociales. Aquí hay un diálogo legal y moral en torno a la supuesta inocencia o culpabilidad de una mujer, y cómo en una nación el interés político pasa por delante del interés del ciudadano. Aquí hay un emotivo tratado sobre la justicia y su ausencia, sobre víctimas y verdugos y sobre cómo estos conceptos pivotan según intereses mayores. Hay un tratado sobre la “culpabilidad hasta que se demuestre lo contrario” en pos de consolar a una nación herida, ideas todas muy actuales, ¿no?

Redford, además de confundir en las expectativas de su película, falla en el ritmo, y tal vez en la incursión de rutinarios flashbacks o en el desarrollo de la mayoría de los personajes secundarios. Pero cuenta con una intachable integridad moral e ideológica y con un gran ramillete de actores, en el que una sobrenatural (por veraz, intensa, bella) Robin Wright, se convierte en ejemplar víctima de la injusticia institucional.
jaly
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15 de diciembre de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los actores metidos a director suelen empezar su carrera tras las cámaras con propuestas conservadoras, de riesgo cero, con el evidente objetivo de no cagarla y dar pie a sus haters a decir las crueldades habituales de «zapatero a tus zapatos» o «ya te han consentido tu capricho, vuelve a lo que sabes hacer». Luego, si realmente le han cogido el gustillo a manejar el cotarro, lo normal es que se vayan soltando a medida que desarrollan un estilo propio. No es el caso de Robert Redford, cuyo cine tras las cámaras sigue siendo igual de, digamos, descriptivo que el primer día. Siempre fue un actor que basó su éxito en la contención y en su carisma, en su idilio con la cámara y los primeros planos, alejado de exhibiciones gestuales o físicas y, en cierto modo, su obra como director es un reflejo de esa forma de ser: selección de una historia interesante y planificación milimétrica de la escena y ejecución del guion al pie de la letra, sin concesiones a la improvisación técnica o artística. Cada encuadre, cada movimiento de cámara, cada plano, representan la forma más eficiente de llevar a la pantalla la historia que ha elegido negro sobre blanco, sin trucos narrativos, sin flashbacks, sin saltos en el tiempo, sin juegos de pistas con el espectador.

Así las cosas, el cine de Redford, desapasionado y frío como él solo, no es precisamente de los que despiertan furor por comprar las entradas con antelación ni de los que llenan salas. Y además tiene una enorme dependencia con la verosimilitud de la historia que quiere contar: puede funcionar cuando cuenta cosas basadas en hechos reales o ficciona hechos que podrían haber sucedido, pero se ha revelado como tosco e infantil cuando se ha salido de esa línea. Afortunadamente “La conspiración” entra dentro de la primera tipología con una propuesta que no está nada mal, un ejercicio de revisionismo histórico sobre los juicios a los presuntos cómplices de John Wilkes Booth, asesino de Lincoln, poco después del magnicidio, especialmente en lo tocante a Mary Surratt, la dueña de la pensión en la que Booth y compañía se alojaron y reunieron antes de los hechos. Se trata pues de una historia funcional donde puntos fuertes de Redford como el detallismo y la ambientación aportan valor a la película.

Además, la propia secuencia de acontecimientos introduce elementos de drama, emoción y reflexión, al llevarnos a una época donde derechos como el derecho a la vida, a la presunción de inocencia o la tutela judicial efectiva eran todavía esbozos de ideas por consolidar en la mente de los juristas y filósofos más vanguardistas. Y, obviamente, no había mucha intención de desarrollarlos por parte de una sociedad norteamericana en estado de shock tras la muerte de uno de sus mejores presidentes. “La conspiración” muestra, con escalofriante rigor, cómo el sistema judicial puede acobardarse o ser manipulado para aplacar a la sociedad, cuando esta se ha convertido en una turba que demanda su propia justicia, lo que no deja de tener su reflejo en la época actual, con sentencias que todos tenemos en mente que se han visto influenciadas por clamores populares y mediáticos.

“La conspiración” es lenta y hasta cierto punto pesada. Pero trata de que empaticemos con gente relacionada sólo tangencialmente con un crimen y hace pensar en lo peligroso que es quedarse en manos de la justicia en según qué circunstancias (y por extensión en lo frágil que puede ser un sistema judicial permeable a conceptos extrajudiciales). Ni en lo técnico, ni en ambientación, ni en rigor histórico ni en interpretaciones admite un reproche. Un acierto de Redford y su estilo, siempre hay un roto para un descosido.
OsitoF
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9 de diciembre de 2011
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sabemos que Robert Redford es un actor con registros muy dispares, lo mismo te hace de Sundance Kid en 'Dos hombres y un destino', de candidato idealista en 'El candidato', de timador de poca monta en 'El golpe' como de periodista del The Washington Post en 'Todos los hombres del presidente'. Esto le convierte en una de las cosas más importantes que le ha pasado al cine norteamericano en el siglo XX. Pero también demostró su gran capacidad como director cuando debutó en 1980 con 'Gente corriente', un drama familiar que se llevó 4 Oscar incluidos el de mejor película y el de mejor director.

'La conspiración' gira entorno al magnicidio del presidente de los Estados Unidos Abraham Lincoln en 1865, figura política que parece estar de moda, y que Steven Spielberg está preparando una superproducción sobre dicho presidente antiesclavista. Ocho personas fueron acusadas, entre ellas está Mary Surratt madre de John H. Surratt, Jr. también condenado, en cuya casa se había planeado el asesinato, no solo del presidente sino que también del vicepresidente y del secretario de Estado. El abogado Frederick Aike, interpretado por un infalible James MacAvoy, se verá obligado a defender a Surratt ante un tribunal militar.

Una película bien hecha y mejor realizada, que a quienes no les interese nada la política (y menos la de Estados Unidos) les dejará indiferentes e incluso les aburrirá. Pero me atrevería a decir que se trata de una magnífica y esclarecedora lección de historia, que aunque se encuentre lastrada por una fotografía excesivamente arcaica y una música descarada, el filme se limita a ser políticamente correcto en lo judicial, basándose en los hechos.

Lo mejor: una extraordinaria ambientación de la época.

Lo peor: un desconocido Kevin Kline.
Angel Lopez
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14 de diciembre de 2011
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Robert Redford, como ya hiciera en su anterior trabajo como realizador -"Leones por corderos"-, escoge una vez más la dirección de un argumento con trasfondo crítico, que aunque desarrollado en esta ocasión en el Washington de 1865 y basado en los hechos reales que rodearon el asesinato de Abraham Lincoln, no deja de tener paralelismos con los tiempos que hoy corren, cuando entre los disfraces con que se visten las democracias es difícil discernir dónde empieza la justicia o dónde acaba el poder; o más bien si el poder político de unos pocos no es más que el eterno titiritero de la dama con balanza y venda en los ojos que debiera depender de todos y actuar del mismo modo con todos.

Para ello conduce el guión con una narración precisa, dinámica, donde tras una introducción en los hechos, pronto da paso a la parte de mayor intensidad en tono de thriller judicial y político dentro del drama que asola a la acusada Mary Surrat, interpretada con madurez y expresividad por Robin Wright (aquella "Princesa prometida" que una vez también destacase como amor platónico de "Forrest Gump"). Junto a ella, James McAvoy afronta al abogado principal protagonista, sin alardes pero convincente; y ponen su grano de arena secundarios de lujo como un casi irreconocible Kevin Kline midiendo bien el cinismo de su personaje de Stanton moviendo los hilos del poder, o Tom Wilkinson encarnando al senador Johnson símbolo de quien se debate entre el quiero y no quiero cambiar este mundo de apariencias.

Al lado de un amplio y acertado reparto, una correcta banda sonora bien engranada, y una lograda ambientación de la época, destaca la puesta en escena, una variada composición de planos y la fotografía resaltada sobre todo por una luz tamizada tanto en escenarios al aire libre como en los interiores donde juega con ventanales y sombras dando una apariencia especial, algo etérea algunas veces, a los personajes. La transición entre el final demoledor, lleno de fuerza dramática, y la presentación de los títulos finales con fotos envejecidas con apariencia del siglo XIX acompañadas del bello y melancólico tema musical folk "Empty" de Ray LaMontagne, dejan el regusto de una de las películas más cuidadas de Redford, tanto o más que "Gente corriente" o "El río de la vida".

"There's a lot of things that can kill a man,
there's a lot of ways to die,
listen, some already did that walked beside me.
There's a lot of things I don't understand,
why so many people lie.”

Un profundo vacío es así lo que uno siente, la sensación de estar en una realidad de permanente alienación donde la injusticia no hace sino repetirse de modo cíclico a lo largo de la historia.
Pedro
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27 de diciembre de 2011
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las películas históricas tienen su interés, sobre todo si mantienen un cierto rigor. Sobre el asesinato de Lincoln es seguro que muchos habíamos oído cientos de veces hablar sobre él, pero pocos podríamos dar los más mínimos detalles del magnicidio. Gracias a la película de Robert Redford, nos enteramos, o al menos yo me entero, de que fue una conspiración total, destinada a matar a la cúpula del Gobierno de la Unión, de que la guerra aún mantenía sus rescoldos todavía encendidos, o de que fueron muchos los implicados en diversos grados de autoría, por poner tan solo tres ejemplos, y sin olvidarme del amañamiento judicial.

Precisamente, sobre una colaboradora necesaria va la película del actor y director americano. La primera mujer ahorcada en los Estados Unidos. A la hora de analizar el film convendría destacar el doble drama que se expone: la de la madre sureña que se debate en denunciar a su hijo y la del abogado yanqui que lucha entre su deber como abogado y sus sentimientos como soldado del Norte. Todo ello está bien resuelto, sin grandes alardes, pero tampoco sin grandes estridencias. En definitiva, un film entre histórico y judicial, contado con un buen discurso narrativo, el suficiente como para salir satisfecho de la sesión, y mucho mejor informados que antes de entrar en ella; lo que no es poco, con los tiempos que corren.
Luigi
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