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Rifkin's Festival

Comedia. Romance. Drama Un matrimonio estadounidense acude al Festival de cine de San Sebastián por trabajo de ella. El marido, Mort, sospecha que su mujer está teniendo un affaire con un joven y aclamado director de cine francés. Pero su preocupación disminuye cuando se encapricha de una atractiva médico española que le trata en una consulta. (FILMAFFINITY)
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Críticas 68
Críticas ordenadas por utilidad
9 de octubre de 2020
10 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Rifkin´s festival” me ha gustado. Ya está. Ya lo he dicho. Últimamente parece que para hablar bien de Woody Allen haya que pedir perdón primero, y francamente no estoy por la labor. Como alleniano de toda la vida me siento casi obligado a defender este proyecto que nació con el pie torcido y que ha salido adelante a pesar de los pesares. El resultado, sí, es un Allen perezoso, festivo, menor, y todas esas cosas que se han dicho, pero al fin y al cabo un Allen; y por muy perezosa, festiva y menor que sea, una película con el sello Allen sigue garantizando aún hoy destellos de inteligencia e ingenio.

“Rifkin s festival” se abre y se cierra en la consulta de un psicoanalista, todo un cliché en el cine de su autor, pero también en este caso toda una declaración de intenciones de lo que en realidad es la película. Wallace Shawn compone uno de los alter ego allenianos más potentes de la obra reciente del neoyorkino en lo que sin duda es una puesta al día de sus propias “stardust memories”. En los últimos años, Woody disfraza de comedias ligeras sus reflexiones de siempre, en torno a la pareja, en torno al cine y por supuesto en torno a la muerte.

Todo resulta demasiado obvio en “Rifkin´s festival” sin que ello suponga una molestia, más bien al contrario. Es posible que por momentos haya alguna concesión al trazo grueso – Sergi López y Elena Anaya tirándose los trastos a la cabeza remedando las no muy lejanas en el tiempo broncas barcelonesas de Bardem y Pe. Puede que Woody se exceda en los halagos a esa San Sebastián que ha decidió recibirle con los brazos abiertos para rodar, algo que para muchos convierte la película en todo un publirreportaje de la capital guipuzcoana. Pero qué menos. En contrapartida, el trabajo del maestro Storaro parece más pendiente de acercarse y capturar los tonos añejos de una tardía nouvelle vague que de resaltar los encantos reales de la ciudad.

Nada mejor que el marco de un festival de cine – que efectivamente tampoco ya son lo que eran- para que un cineasta y un cinéfilo – no sé en el caso de Woody qué va primero- haga balance de su obra y de su vida. “Rifkin´s festival” no tiene vocación de testamento, pero encierra toda una tesis sobre lo que el cine y la vida son y han sido para su creador.

En la película hay sueños que remiten a otros tantos clásicos, todos ellos filmados en blanco y negro excepto uno, el que vive su protagonista con su bella doctora donostiarra. Un sueño de seductor, naturalmente. Desde su posición y sus años, Allen nos cuenta lo ajeno que se siente a la realidad que le rodea. Y al cine. Gracias al estirado personaje de Louis Garrel se ríe de todos esos nuevos gurús que se creen que inventan el cine cada vez que ruedan una película. Y el cine está todo inventado. Y afortunadamente películas como ésta nos recuerdan de vez en cuando que un día fue grande de verdad.
Juan Solo
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6 de octubre de 2020
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Rifkin’s Festival es un Woody Allen sin alardes, es un Woody Allen retroalimentando, es un Woody Allen dèja-vû, es un Woody Allen sin más. Esto último sirve lo mismo para sus defensores o los correspondientes haters (¿Boyero?). En mi caso, que no soy sospechoso de mi postura, como no sabía qué esperarme o cuando menos me esperaba algo así, me dispuse a esperar sentado en una sala cuasi desierta y con la mascarilla puesta.

Es un cine el reciente de Allen con sordina. No se le entiende en ocasiones lo que quiere expresar a pesar de que comprendamos sus palabras. A ratos, esas frases con las que clava la sinrazón del ser humano y su sinvivir eterno nos valen aunque sea de forma fugaz. Nos agarramos a ese clavo entonces para reencontrarnos por vez enésima a sus personajes reiteradamente repetitivos de la psique del director judío (otra vez ante el diván del psiquiatra, qué me pasa doctor) y para buscar algún clavo más que apuntale momentos críticos del guión de las trágicas comedias o cómicas tragedias que esta vez tienen de bonito fondo la Concha de San Sebastián.

En Rifkin's Festival el clavo llega aunque tarde.

Porque hay momentos críticos en este Rifkin's Festival. Qué tendrá rodar en España. Mediapro mediante.

Rifkin’s Festival comienza con Wallace Swan, el bueno de Wallace Swan a estas alturas de la vida, visitando a su analista de-mentes para contarle sus últimos fracasos amorosos en un comienzo que puede recordar (en el espíritu) al de Annie Hall (al romper la cuarta pared, nosotros seríamos los receptores de las neurosis en el caso de la película de 1977). A raíz de ahí, comienza el cuento, que a la manera rohmeriana desgrana los motivos que el corazón, que no entiende de razones, esgrime a la hora de querer bailar con la más guapa.

Y las razones que utiliza Woody Allen en Rifkin’s Festival como excusa para levantar una historia después de dos años de obligado y contractual silencio son puramente sentimentales: un paseo por los recuerdos que el cine en blanco y negro, con los maestros europeos más Kurosawa o Welles a la cabeza, desata en la cabeza de Wallace Swan cual obsesiones ocultas e inquietudes soterradas.

Allen se homenajea a sí mismo y no sólo a Fellini en un momento dado (son los recuerdos de una estrella). También a Buñuel y los espacios cerrados, Welles y complejos infantiles, Truffaut y los tríos amorosos, Godard y la iconoclastia narrativa. O Bergman y la introspección. ¡O Lelouch, oh là là!

Que canta un tanto la evidencia, el trazo grueso del homenaje, que cojea... el chico casi tiene ochenta y cinco años. No se camina de la misma forma a esa edad que a los treinta o los cuarenta, aunque en esencia realmente se siga siendo el mismo. Si ya esperamos todos en definitiva en qué momento del (reducido) metraje va a llegar la reflexión sobre vida, muerte y sus consecuentes vacíos. En Rifkin’s Festival aparece a medida que va adivinándose que llega el final y su amiga la moraleja. Que es aquel clavo que estábamos esperando. Aparece cuando Waltz, que lo hace como ese agua de mayo que levanta la película, remata de manera magistral (en esencia se sigue siendo el mismo, por mucho que exista la lejanía con los treinta o los cuarenta tacos) y nos regala unas sentencias de muerte de las que todos deberíamos tomar nota. Bendita la guadaña. Lástima que te deje con ganas de más película (¿descompensación?)

Y no falta algún mensajito de rondón (en un momento dado se llega escuchar un, como el que no quiere la cosa, “me too”).

Y sí, Christoph Waltz. Ya sé que no, pero aceptaría un plus de mi futuro confinamiento por que el alemán o austríaco fuera nominado al menos por esos escasos minutos de actuación a cuanto premio gordo se otorgara por el mundo.

Y ya que estamos de reconocimientos, Elena Anaya, la pobre, y menos bajo la dirección de Woody Allen, no es la peor actriz del mundo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
cassavetes
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20 de abril de 2021
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Discreta comedia romántica filmada en España dirigida por un poco inspirado Woody Allen que pasó sin pena ni gloria por las carteleras, entre otros motivos debido a las restricciones impuestas por la cansina pandemia de coronavirus.

Se trata de uno de los trabajos más flojos del genio neoyorkino, una obra intrascendente que cuenta lo de siempre pero sin gracia. Allen homenajea las obras maestras de los directores europeos clásicos, incluido nuestro Buñuel, y de paso aprovecha para mofarse del ambiente pedante e impostado de los festivales de cine. Esa es quizá la parte más conseguida de la trama sin embargo la historia romántica no me la creo. El romance entre su pareja protagonista (Shawn y Anaya), lo encuentro muy forzado e inverosímil.

Eso sí, Elena Anaya está estupenda y muy guapa, al igual que la madura Gina Gershon.
Harold Angel
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9 de febrero de 2021
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una obra floja en líneas generales. Rifkin, el alter ego del clásico personaje neurótico de Woody Allen, acude al festival de cine de San Sebastián acompañando a su esposa, que va por trabajo.
Esta excusa le sirve a Woody para tratar varios temas, tenemos las relaciones de pareja, sus declives y aventuras, que en este caso concreto no funcionan en ningún momento, resultando en tramas muy insustanciales.

El humor y mordacidad habitual también brilla por su ausencia, y luego está la crítica hacia la superficialidad de un cine comercial centrado en la figura de Louis Garrel, y la autocrítica hacia si mismo y su aprecio por los directores europeos que marcaron una época (Truffaut, Bergman, Godard, Fellini, etc), que puede ser vista por otros como pedantería, y los recuerda en forma de ensoñaciones en blanco y negro sumergiéndose en la nostalgia, todo ello acompañado por algunos de sus temas recurrentes como la muerte.

Wallace Shawn es un buen actor, pero no encaja tan bien como lo hizo Larry David en “Si la cosa funciona” o como lo hubiera hecho el propio Allen, del resto del elenco, lo más destacable es una entregada y desaprovechada Elena Anaya, y por desgracia el personaje de Sergi López es una mera caricatura y Christoph Waltz solo realiza un cameo, y no tiene una presencia ni relevancia fuerte en el film.

La ciudad de San Sebastián aparece con una gran belleza, pero formalmente la cinta no es nada especial, en líneas generales se trata de una película muy flojita, aunque con buenos ingredientes que son recurrentes en él, que en el pasado funcionaron mejor, y que espero que lo vuelvan a hacer en el futuro.
mi_mo_ca
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2 de octubre de 2020
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno de los más grandes directores de todos los tiempos, a la altura de los Wilder o Ford, lleva unos años dejándose contratar por los Ministerios de Turismo europeos, tras sus éxitos mostrando Manhattan a la humanidad. El gran maestro pone su talento al servicio de las bellezas monumentales y turísticas de aquellos que se lo pueden permitir. Roma, Paris, Barcelona y ahora San Sebastián han servido de escenario a películas del gran Allen o, más bien, el gran Allen ha puesto su maestría al servicio de esas ciudades.
La historia que nos cuenta es una obra menor dentro de su carrera pero no deja de tener ese encanto que otorga a sus personajes. Tiene tendencia a dejar como un poco tontos a los hombres y un poco cansinas a las mujeres pero, en esta ocasión, se observa una relajación en sus obsesiones y un cierto cansancio en su narración.
El reparto con especial mirada a Wallace Shawn, Christoph Waltz y Gina Gershon dejan un muy buen sabor de boca y la gran Elena Anaya, como con la película en general, deja un poso de decepción.
Se disfruta como siempre pero uno, que es muy fan de Woody, queda un poco desencantado, un poco decepcionado pero, como siempre, con ganas de ver su próxima obra, quizás, maestra.
LuisOrtiz
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