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El silencio del mar

Drama Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Durante la ocupación de Francia por las tropas alemanas, un anciano y su sobrina deben compartir alojamiento y convivir con un afable oficial nazi. (FILMAFFINITY)
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Críticas 20
Críticas ordenadas por utilidad
27 de abril de 2020
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando te das cuenta de lo difícil que te resulta hablar de una obra (cine, música, poesía...) que te ha calado hondo, es cuando descubres que aquello ha sido una experiencia (no solo el disfrute de una obra de arte). Esta película es felizmente extraña, insólita (por lo menos, para mí), y aunque casi todo el tiempo transcurre en una habitación, es todo lo contrario a teatro filmado. Y ahí radica su brillantez. El trasfondo poético es evidente, aunque trasfondo y evidencia puedan parecer una contradicción. Los encuadres, la fotografía, las extremas i arriesgadas sutilezas expresivas, y al mismo tiempo la potencia silenciosa tanto de las convicciones como del debate interno de los personajes, todo es magistral. He leído que el escenario en la ficción es el mismo donde tuvieron lugar los hechos, quizá por eso hay un momento en que el oficial del ejército alemán dice que el lugar "tiene alma" y es una frase que pertenece al guión pero se ve reforzada (aunque el espectador no sepa por qué, algo siente) por una alma real. En definitiva, casi diría que me ha parecido una película trepidante de acción, pero donde toda esa acción tiene lugar detrás de los silencios, las miradas, la atmósfera de un tic-tac, Y una película llena de diálogos, aunque esos diálogos no aparezcan porque se acurrucan y esconden sabiamente dentro de un monólogo.
Lo único que podría, a mi entender, mejorarse (y aún así, dudo), es el tema de la música, en algún momento hay violines excesivos para mi gusto, pero curiosamente los he detectado a posteriori, no han interferido en mi placer mientras veía esta película, lo cual me reafirma en su grandiosidad.
Lausonn
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30 de marzo de 2021
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
El silencio del mar (Le silence de la mer, 1949), de Jean Pierre Melville, que adapta la novela de Vercors, seudónimo de Jean Bruller, que se había publicado de modo clandestino en 1942, es un vibrante canto, de intenso lirismo, al entendimiento con el otro y la empatía, que alcanza la condición de poema narrativo con una estructuración del relato poco convencional que influyó en cineastas como Robert Bresson, Alain Resnais o cineastas de la Nouvelle Vague, aunque haya sido calificada como anti cinematográfica por la constante presencia de una voz en off (como si fuera el único canal narrativo y las imágenes ilustraciones de acompañamiento). Por un lado está narrada, evocada, en tercera persona, por El tío (Jean Marie Robin), un anciano que vive en una apartada casa en un pequeño pueblo de la campiña francesa, junto a su sobrina (Nicole Stephen), durante la ocupación alemana, en 1941. Su presentación, en el exterior de su hogar, ante dos señales, una de las cuáles indica la dirección del cuartel alemán: ya se indica que su circunstancia está condicionada por dos direcciones (en colisión). Su hogar será el elegido para que se aloje un oficial alemán, Von Ennebreck (Howard Vernon). Esa imposición encuentra una respuesta: el silencio. Ambos personajes, tío y sobrina, en su sala, escuchan, cada día, durante semanas, los reiterados y perseverantes monólogos del oficial alemán, sus perseverantes intentos de entablar comunicación y diálogo, pero para ambos no es un individuo singular sino la representación de una ocupación y una imposición. Su presentación: una figura en el umbral de su casa, una luz refulgente, sobre su rostro, perfilada sobre la oscuridad. ¿Una luz pálida como una figura amenazante, como una criatura siniestra de una película de terror, o una luz genuina que les costará advertir? La luz de lo que representa y la luz que tardarán en discernir.

La narración en tercera persona, la voz ausente, escondida, del tío, conjugada con esas emocionadas digresiones de Von Ennebreck delimitan, en feliz hallazgo formal, ese desencuentro. Las palabras claman por el entendimiento mientras los silencios protestan por la imposición. Son muy puntuales, y muy significativos, los momentos en los que tío y sobrina pronuncian palabra (la palabra será aceptación, apertura de un diálogo). Escuchan, mientras ella teje y él lee y fuma en pipa. Von Ennebreck anhela el entendimiento, con sus reflexiones admirativas sobre la cultura francesa, o sobre la música de Bach y lo que representa, sobre su ilusión de que lo que sienten como ocupación no suponga más que un mutuo enriquecimiento. Para él no es una ocupación sino el proyecto de una alianza y una conjugación simbiótica. Von Ennerbreck no quiere que su presencia sea recibida como imposición; en un momento dado de la narración, no aparecerá en el salón con su uniforme sino como con ropa de civil, un gesto que busca la identificación, un modo de facilitar que sea vean el uno en el otro. Un intento de que no solo vean su uniforme sino a aquel que porta una voz singular. Mientras, se teje con exquisita sutilidad la atracción que se va gestando entre él y la sobrina, aunque ésta en escasas ocasiones alce la cabeza, concentrada en tejer.

La planificación atiende a los detalles, y la presencia de los objetos. elementos y gestos (el ángel, la lumbre, el gesto nervioso, abriéndose y cerrándose, de las manos de Von Ennerbreck, como si por fin fueran desterrados los puños, cuando por fin muestran ambos disposición comunicativa...).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
cinedesolaris
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10 de diciembre de 2014
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Se trata del primer largometraje de Jean-Pierre Melville, quien establece aquí una curiosa visión de los años de la Segunda Guerra Mundial en Francia, desde un enfoque doméstico, cotidiano e intimista. La película posee una gran fuerza poética. A los monólogos del alemán culto y sensible interpretado por Howard Vernon se oponen, como en una guerra silenciosa, pero muy tensa, los silencios del anciano y la joven que acogen en su casa, por la fuerza, al oficial nazi, como si el salón de la casa fuera una metáfora de la Francia ocupada. Son silencios como una resistencia pasiva contra el invasor, por un lado; y monólogos contra la soledad y el vacío, por el otro.

Es un film muy particular, lleno de introspección y reflexión; también, literario, delicado y sentimental, como señalara Carlos Aguilar. E influyó mucho, al parecer de algunos, en la posterior "Nouvelle Vague" francesa.
Pedro Triguero_Lizana
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30 de julio de 2021
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta es un de esas películas que te hacen amar el cine, a pesar de la cantidad de basura que se produce en su nombre.
Parte de un buen libro, con una calidad poética sencilla y sublime a la vez.
Solo tres personajes principales: el teniente alemán, el viejo y su sobrina. Estos dos últimos no dicen ni una sola palabra. El silencio del mar.
Solo habla el alemán, que no es un nazi, no se unió al partido, perdiendo así posibilidades de ascenso; es un soldado.
Un alemán culto, sensible, que ama Francia y la cultura francesa y se entera de los crímenes que se estaban cometiendo en los campos de exterminio.
Una maravilla de principio a fin. Una historia de amor con una sola palabra: Adiós.
Hay que reivindicar a Melville, el gran olvidado.
yoparam
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29 de agosto de 2019
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Curiosa e interesante ópera prima de Jean Pierre Melville, afamado director del polar francés que dejaría excelentes títulos para el recuerdo como " El silencio de un hombre", " Círculo rojo" o " El confidente", por citar algunas, debuta con un título basado en una pequeña obra de Vercors, pseudónimo de Jean Bruller, que publicó esta novela en la clandestinidad de una Francia ocupada por los alemanes en 1942.
Nos cuentan la historia de un anciano y su sobrina, que viven apaciblemente en un pequeño pueblo rural francés, que durante la ocupación se ven obligados a acoger en su casa a un oficial alemán. Ante la imposibilidad de rebelarse, harán un pacto de silencio en la convivencia con el alemán.
Pero éste, lejos de ofenderse, admirará la resistencia pasiva de unos patriotas y aprovechará ese silencio, para por medio de soliloquios, mostrarles su alma.
Comienza así un asedio moral, en el que Melville refleja al autor con fidelidad, fuera de una o dos licencias, presentando un alemán culto, sensible e idealista, imbuido de amor por Francia y cuyos ideales pasan por el entendimiento francoalemán, lejos todavía ( en 1941, los alemanes no habían comenzado, en apariencia al menos, el terrible genocidio), de suponer a dónde les llevarían esos ideales.
A pesar de que la obra de Vercors, tuvo una gran repercusión, no estuvo exenta de polémica, ya que en aquella época, parecía hacer un llamamiento a la tolerancia para con los invasores, pero nada más lejos de la realidad. La obra incide precisamente en la imposibilidad de un entendimiento, incluso ante la posibilidad de compartir intereses comunes.
Me ha parecido preciosa, la alegoría que el autor utiliza en la obra y también en la película, de La Bella y la Bestia, como símbolo de unión y seducción entre los dos países. Toda una declaración de intenciones.
Es, por tanto, una cinta de lo más recomendable, que creo hará disfrutar con fruición a los amantes del cine.
No es perfecta. Pero es una ópera prima de las de quitarte el sombrero, sin duda.
Izeta
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