Miedo en la ciudad de los muertos vivientes

Lucio Fulci, acompañado de una magnífica y aterradora BSO de Fabio Frizzi, nos lleva a la pantalla el mejor terror psicológico (no se trata de una mera peli de zombis).
Argumento muy bien llevado, escenas escalofriantes, su granito de gore (que a mí no me fascina en demasía) y ante todo una sensación de miedo auténtica, que al fin y al cabo es de lo que se trata en este género.
Además, se intuye cierta crítica a la América profunda (como eliminar el derecho de inocencia) y el decorado es en ocasiones magnífico (si bien es cierto, el montaje tiene defectos claros).
Lo que no entendí es el final, demasiado abierto cuando todo parecía terminado...

Mi gusto por el cine en parte lo heredé de mi padre, quién con gran placer me llevaba al cine a ver películas de todos los géneros en salas cinematográficas donde se exhibían dos filmes al precio de uno, y dónde dejaban pasar a todo aquel que tuvíera para la entrada sin importar condición social ni edad. Estos cines hoy ya desaparecidos tenían el encanto de acompañar una cinta de estreno con una del mismo género de producción no reciente.

Pues bien, yo tendría ya mis 8 o 9 años cuando él me hizo partìcipe de la magia de Lucio Fulci,
teniendo como parte estelar el título de 7 puertas al infierno, del cual después descubrí que se le conoce más como El más allá. La que hacía la segunda era precisamente una película que se le denominó simplemente como La ciudad de los muertos vivientes.

A fuerza de ser franco diré que de El más allá, no tengo el mínimo recuerdo. Pero sin lugar a dudas se grabaron en mi plasma cerebral durante muchos años varias de las escenas de la cinta El miedo en la ciudad de los muertos vivientes.

Desde el principio cuando el sacerdote prepara su suicidio quedé sujeto al juego del director. O la escena del taladro; anoto de igual forma como me impresionó todo cuanto sucedio con los muchachos de la camioneta ante la aparición espectral del cura.

Esos flashazos me empujaron con el paso de los años a conseguir la película y disfrutarla de nueva cuenta. No hace mucho logré mi objetivo y tengo que ser objetivo, el resultado al verla no fue nada alentador. En gran medida creo que el tiempo jugó rudo con cada tramo del film
haciédola ver cansada, sin ritmo, deslucida, con notables deficencias técnicas en todos los rubros como actuaciones incoherentes, maquillaje deprimente, fotografía menos que sencilla,
guión inverosimil, entre muchos detalles más que no tiene caso mencionar.

Aún así no cambio mi perspectiva y prefiero quedarme con aquella estrujante película que admiré en mi niñez y que me embrujó de buena manera para cimentar mis preferencias por el género de terror-gore.

Esa es precisamente la magia de Lucio Fulci.

Esta es la historia de un sacerdote que un buen día se da cuenta de que no está muy católico y decide ahorcarse. Eso está feo, es una actitud muy poco cristiana, pero lo peor es que se le aparece a la gente de esa guisa, y la visión es tan terrible que consigue reventar las córneas y reblandecer el cerebro, como los programas de tertulianos del corazón, pero a lo bestia.

Fulci, en su innata investigación sobre los ascos humanos, aquí adorna su historia con un montón de gusanitos, como ya hiciera en otra peli con arañas peludas, que tampoco venían al caso de lo narrado, pero ahí estaban. Hay más gusanitos en la ciudad de los muertos vivientes que en un almacén de Matutano. Así que si estos bichejos te desagradan, lo vas a pasar en grande con la peli.

Por supuesto, como en otras pelis de Fulci, todo gira en torno a las 7 puertas del infierno y los zombies campan a sus anchas por ahí. Todo muy creíble.

Jesús, cómo está el clero.

La película de Fulci que sin lugar a dudas se acerca más al universo de Lovecraft empezando por el pueblo "maldito", Dunwich, en que se desenvuelve buena parte de metraje y un libro que se cita al principio en boca de una médium que da más miedo que los pocos zombis nauseabundos que se pasean por la oscuridad y el viento bien orquestados por el clímax. Dicho libro abre "las puertas del mal" y en tan lejana localización (como más lejos de la urbe, mejor) empiezan a suceder extraños acontecimientos tras el suicidio de un cura y que su fantasma acabará siendo maestro de la función.

A momentos el filme consigue escenas de angustia que cortan la respiración. Katherine McColl desempeña bien su papel de enterrada viva en una secuencia asfixiante y grotesca en un cementerio neoyorkino o la escena del garaje no venida a cuento tan desmembradora como la censura que se cebó en ella en el momento que se estrenó. Fulci no se anda con maromos; muestra. Tal vez demasiado. Se excede, ya sabemos que es bueno en ello, pero peca en desaprovechar una historia que habría salido tan redonda como los borbotones de hemogoblina que se le escurren minuto a minuto. Derrocha en lo putrefacto y sangriento. Como muestra un botón; la gratificante escena de la tormenta de anélidos (ese animalito inofensivo que le gusta tanto a su director) entrando a través de una ventana. Y es que en ese aspecto no repara en gastos: "Miedo en la Ciudad de los Muertos Vivientes" viene a ser a los gusanos lo que "Barry Lyndon" de Stanley Kubrick fue con las velas y los cirios.

¡Cura ahorcado!
¡Vidente enterrada!
¡Vidente desenterrada!
¡Periodista intrigado!
¡Lugar llamado Danwitch!
Y a partir de aquí... ¡gusanos, conjuntivitis, taladros, vómitos abundantes, ratas voladoras, nucas aireándose, muertos teletransoprtándose y tumbas con entrada y salida de emergencia!

Pues eso. Hay quien dice que es GRAN CINE FANTÁSTICO. No seré yo. Puede ser gracioso, sí. Puede ser morboso, asqueroso, incluso grotesco, sí. ¿Pero tiene alguna intención más que eso? ¿No es el argumento una simple excusa para mostrar lo que sabe que querrán sus videntes? ¿Tiene eso algún tipo de mérito? Y es que la voluntad artística, que sí que podemos encontrar en otros filmes del estilo, en este caso es nula. Y la estética, que sí que existe y que sí podría resultar interesante, es casi accidental, debido a los cánones de la época y los escasos recursos del filme.

Sin embargo no es toda la película igual de prescindible, y puede que por eso haya acabado decepcionándome más de lo que esperé. El comienzo; el planteamiento, es, desde mi punto de vista, el lado positivo del metraje. Hasta pasados unos veinte minutos el guión es suficientemente ingenioso, y los personajes suficientemente redondos como para que esperes tragarte unos buenos sesenta minutos más de sus andanzas por la ciudad Z, no obstante dicha ciudad no solo pudre a sus habitantes sino que pudre además el resto de la película.