La película de Fulci que sin lugar a dudas se acerca más al universo de Lovecraft empezando por el pueblo "maldito", Dunwich, en que se desenvuelve buena parte de metraje y un libro que se cita al principio en boca de una médium que da más miedo que los pocos zombis nauseabundos que se pasean por la oscuridad y el viento bien orquestados por el clímax. Dicho libro abre "las puertas del mal" y en tan lejana localización (como más lejos de la urbe, mejor) empiezan a suceder extraños acontecimientos tras el suicidio de un cura y que su fantasma acabará siendo maestro de la función.

A momentos el filme consigue escenas de angustia que cortan la respiración. Katherine McColl desempeña bien su papel de enterrada viva en una secuencia asfixiante y grotesca en un cementerio neoyorkino o la escena del garaje no venida a cuento tan desmembradora como la censura que se cebó en ella en el momento que se estrenó. Fulci no se anda con maromos; muestra. Tal vez demasiado. Se excede, ya sabemos que es bueno en ello, pero peca en desaprovechar una historia que habría salido tan redonda como los borbotones de hemogoblina que se le escurren minuto a minuto. Derrocha en lo putrefacto y sangriento. Como muestra un botón; la gratificante escena de la tormenta de anélidos (ese animalito inofensivo que le gusta tanto a su director) entrando a través de una ventana. Y es que en ese aspecto no repara en gastos: "Miedo en la Ciudad de los Muertos Vivientes" viene a ser a los gusanos lo que "Barry Lyndon" de Stanley Kubrick fue con las velas y los cirios.