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My Fair Lady (Mi bella dama)

Musical. Romance. Comedia Versión cinematográfica del mito de Pigmalión, inspirada en la obra teatral homónima del escritor irlandés G.B. Shaw (1856-1950). En una lluviosa noche de 1912, el excéntrico y snob lingüista Henry Higgins conoce a Eliza Doolittle, una harapienta y ordinaria vendedora de violetas. El vulgar lenguaje de la florista despierta tanto su interés que hace una arriesgada apuesta con su amigo el coronel Pickering: se compromete a enseñarle a ... [+]
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Críticas 82
Críticas ordenadas por utilidad
10 de marzo de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En mi niñez vi mucho cine clásico, muchísimo, era otra época muy diferente a la actual, donde no podías elegir que ver, sino te adaptabas a lo que había. Pero aún así, agradezco y valoro mi infancia, que me abrió la mente a otros géneros que de otra manera, no habría conocido.

My fair lady me trae gratos recuerdos, sábado noche, la familia reunida después de cenar junta (cosa que cada vez vemos menos) y todos preparados para disfrutar de la peli que pondrían esa noche. Ojalá me guste pensaba siempre yo. Y su principio me atrapó, ese reto que plantea el lingüista Henry Higgins con su querido amigo, conseguir que Eliza Doolittle, una florista callejera, harapienta y ordinaria, en un plazo de seis meses, pase por una dama de alta sociedad y hable correctamente el inglés.

A pesar de que soy reacio a los musicales, no es que no me gusten, pero si los puedo evitar, lo suelo hacer, pues este me enganchó desde el principio. No me extraña lo premiada que fue para nada, si consiguió acaparar por completo la atención de un mocoso de 8 años, los adultos la tuvieron que disfrutar mucho más. El reparto funciona a la perfección, en especial la química entre sus dos protagonistas principales, Rex Harrison y Audrey Hepburn, todo surge de forma tan natural que parece hasta real y mira que en principio parecía complicado dada la gran diferencia de edad entre ellos, casi 20 años, él 56 y ella 34. Su padre es la gracia personificada durante toda la obra, Stancey Holloway, en el papel de Alfred Doolittle. El coronel Pickering es la persona que no sólo hace la apuesta con Higgins, sino la parte más sensible dentro de esa misión. Y no menos importante Mona Washbourne en el papel de la Sra Pearce.

Aclarar que la película nace de una obra de teatro y eso se nota hasta en los decorados que se usa y los pocos lugares de variedad que tiene la historia, la casa del señor Higgins y el mercado donde vende violetas Eliza, poco más veremos en pantalla. Ni falta que hace.

A mi esta película me produce una ternura enorme y me alegra seguir disfrutando de ella.
THE CROW
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4 de abril de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
De siempre me ha gustado los musicales, pero aun no habia visto esta película.

He de deciros que a pesar de que es una película larga te mantiene expectante a lo largo de toda ella, por su música, por su trama, sus actores y la musicalidad que te acompaña a lo largo del film

Al final prima la decisión de uno mismo por los deseos de los demás. Totalmente recomendable
Alquibla
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6 de junio de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
My fair lady (1964), dirigida por George Cukor, es un extenso drama musical ubicado en la Inglaterra de principios del siglo XX, en el que una vendedora de flores es tomada como pupila por un experto en lingüística que buscará formarla como una dama de la alta sociedad.

Por Nicolás Bianchi

El poeta romano Ovidio, nacido en el siglo I a.C., popularizó en Las Metamorfosis la historia del escultor griego Pigmalión, quien se enamoró de una estatua esculpida por el mismo a punto tal que ella cobró vida. Basado en ese relato antiguo el dramaturgo George Bernard Shaw escribió la obra Pigmalión en la primera década del siglo XX, en la que un profesor de lingüística y fonética, como aquel escultor, se obsesiona con una joven vendedora de flores que habla de forma vulgar.

De hecho My fair lady, que es una adaptación cinematográfica del escrito de Shaw, transcurre en 1912 en una Inglaterra en la que la división en clases es muy marcada. A la salida del teatro los ricos se mezclan con algunos pobres, como la vendedora de flores Eliza Doolittle (Audrey Hepburn). De manera icónica durante buena parte del siglo XX los personajes de vendedoras de flores son los que representan la mayor pobreza posible dentro del mundo de los trabajadores. Solo los mendigos están por debajo de ellas.

El profesor de lingüística Henry Higgins (Rex Harrison) toma como pupila a Eliza para moldearla como una dama de la alta sociedad. Así es como apuesta, contra su amigo el coronel Pickering (Wilfrid Hyde-White), que podrá convertir a la vendedora de flores en una mujer de modales refinados capaz de insertarse en un baile exclusivo en el que nadie advertirá su origen humilde.

Las rimas de las canciones que presenta My fair lady son ingeniosas y contribuyen a la construcción del mundo en el que se mueven los personajes. De la misma manera los cuadros musicales están interpretados con gracia en coreografías que no apuntan a la grandilocuencia sino a resaltar algunas características de los ricos y los pobres que se relacionan en la trama del film.

Sin embargo, las caracterizaciones que se pueden encontrar en la película están sumamente desfasadas con las sensibilidades actuales. Higgins es despectivo al tratar a Eliza cuando ella todavía se comporta como una trabajadora pobre, a pesar de una de las líneas centrales en el drama es la relación, de afecto pero no de amor, entre ambos personajes. A su vez, el padre de la protagonista, Alfred Doolittle (Stanley Holloway), es un obrero vago y borrachín que cuenta con un número musical en el que deja claro sus valores. Que las mujeres no te atrapen y que no tengas que trabajar, canta el personaje, mientras detrás de él desfilan las sufragistas, quienes peleaban en ese entonces por el derecho a votar. Si bien se marca la diferencia entre la holgazanería de Alfred y la rectitud de las mujeres también se podría interpretar algún componente de burla contra ellas.

El director Cukor, abiertamente homosexual, presenta una pareja gay no declarada en los personajes de Higgins y Pickering. Viven juntos, duermen en cuartos separados, y ambos se presentan orgullosos como solterones empedernidos. En otro cuadro musical, que hoy sería interpretado como misógino, Higgins abunda en las bondades de una vida fuera de la compañía, más allá de lo ocasional, de las mujeres. Dentro de los límites de la industria de Hollywood en aquel momento, Higgins y Pickering, refinados pero no amanerados, representan a una pareja homosexual.

My fair lady se extiende durante dos horas cincuenta minutos en las que lo más interesante se encuentra en los primeros dos tercios del film, antes del corte del entreacto. Eliza era pobre pero no desdichada. Cuando refina sus modales y se inserta en el mundo de la alta sociedad se convierte en una mujer bastante más triste. Su única opción parece ser el matrimonio, y por lo tanto la pérdida de cierta libertad de la que gozaba a pesar de las carencias materiales. Los viajes en taxis y los bombones de chocolate, ambas obsesiones del personaje, pueden ser cómodos y deliciosos pero apagan el brillo inocente en el rostro de la muchacha que con suma gracia encarnó Audrey Hepburn.
El Golo Cine
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19 de diciembre de 2020
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
393/02(02/12/20) Clásico atemporal y universal del género musical, dirigido elegantemente por George Cukor, donde el guión de Alan Jay Lerner, es la adaptación del musical de Broadway de 1956 propio junto a Frederick Loewe (“Gigi” o “Camelot”), basado en la obra teatral de George Bernard Shaw de 1913 “Pigmalión”, supervisados los temas por Andre Previn (“Gigi” o “El fuego y la palabra”), temas varios de ellos hitos que son parte de la cultura pop. Es la historia de una pobre vendedora de flores de Covent Garden en Londres, Eliza Doolittle (Audrey Hepburn), que es aleccionada por un arrogante profesor de fonética, Henry Higgins (Rex Harrison, repitiendo su rol en teatro, que hizo en más de 1000 ocasiones), ello por una apuesta con su amigo Pickering (buen Wilfrid Hyde-White) de que él puede hacer a la malhablada joven una refinada y sofisticada dama a la que hacer pasar por aristócrata.

La mencionada apuesta me recuerda mucho en su flema británica-victoriana arrogante a la del relato de 1893 de Mark Twain “El billete de un millón de dólares”, así como a la de otra famosa apuesta, la de Phileas Fogg en otro relato victoriano en “La vuelta al mundo en 80 días” (1872). También la relación entre Henry y Pickering tiene claros efluvios a la de Sherlock Holmes con el Dr. Watson, donde Henry posee una gran pericia de la deducción cuasi- detectivesca al reconocer la procedencia de la gente únicamente por su acento, asimismo los dos hombres de mediana edad viven juntos, elemento este que me da para un sub texto de una pareja de homosexuales reprimidos, claramente expresado esto cuando Henry canta que si Eliza no podría ser como un hombre, no se puede ser más claro. Esto encima puede poder verse como un antecesor a la película “La escalera” (1969, basada en una obra de 1966 de Charles Dyer) con precisamente Rex Harrison de protagonista, en este caso con Richard Burton, donde interpretan a una pareja explícitamente gay en el Londres contemporáneo. Una comedia romántica poco convencional, sin declaraciones amor, sin nada físico, por no haber, no hay ni besos, donde prima el humor de todo tipo, desde el de diálogos ingeniosos y mordaces, afilados, los dobles sentidos, o el slapstick.

Relato que tras su exaltación del sueño de escapar a tu mala fortuna esconde un claro substrato contra el clasismo social, contra el elitismo, contra el esnobismo de las clases altas, donde incluso se puede ver como una llamada a la Revolución contra la decadente de la engreída supremacista burguesía. También es una clásica lucha de sexos, donde el hombre es un petulante paternalista y la mujer una inculta ansiosa de ascender, ello provoca unos ingeniosos ententes donde brotan las chispas entre es el estilo barriobajero cockney y la soberbia altanera de él, haciendo proyectar gran sarcasmo y cinismo. Sumando hay un excelente elenco de secundarios con roles maravillosamente caracterizados. Pero sobre todo con una exuberante galería de temas musicales, muchos de ellos pegadizos, además de emitir una alegría de vivir potente. Además, es reseñable la sobresaliente ambientación, todo un canto a la artificiosidad de las clases ‘nobles’ con este reflejo de su hiperrealista teatralidad. Sirva de la calidad del film que dura casi tres horas, y no se me ha hecho pesado mínimamente, donde el encanto y el humor se dan la mano con recursos tan teatrales como cuando se congelan los personajes en una transición (genial). Y coronado por un final original, que hubo gente en su momento que lo criticó, y me encanta por lo abierto a interpretaciones que es y por su ambigüedad.

Tiene un comienzo espectacular con ese acercamiento del profesor Higgins por las calles londinenes hasta llegar a Covent Garden, con la guinda del fabuloso número musical, “Why can’t the english”, lleno de energía con decenas de participantes en la bulliciosa calle. Al que sigue la ‘epifanía’ en modus número “Wouldn't It Be Loverly”, en que la ‘paleta’ Eliza sueña con salir del arroyo de ese mugriento barrio mientras baila entre la gente, ello con un tema pegadizo adornado por el coro de silbidos

La primera prueba se da en la archi-famosa carrera de caballos de Ascott,. Tramo este muy jocoso con esos desfiles de sombreros grandilocuentes que rozan (y sobrepasan) la capacidad de ridículo, en lo que es una feria de las vanidades que no es más que una sutil crítica a la hedonista y frívola clase alta. Una ambientación que destaca por su híper-teatralización, para atomizar la falsedad de esta superficial ‘nobleza’, donde incluso sus movimientos resultan mecanizados hasta desembocar en un (ingenioso) congelado, claramente contrastado con la escena del Covent Garden del inicio donde la gente llana se mueve con libertad, sin atender a normas. Cukor utiliza la cinematografía del bi-oscarizado (por esta y por “El retrato de Dorian Grey”) Harry Stradling, para contrastar un mundo rígido en los colores, donde reinan colores secos de blanco y negro en Ascot, frente al colorido híper-cromático de la calle de Covent Garden.

La cinta posee un genuino humor, cimentado en los contrastes de personalidades, el clasismo, la flema clásica británica cuasi-asexuada. Siendo para mí en este sentido el personaje del padre de Eliza, Alfred P. Doolittle, merece por sí solo un spin-off por su poderío y carisma luminoso en cada extasiante aparición de este optimista filósofo vago y borrachín. Con números musicales excelsos, o cuando va a ‘chantajear’ al profesor Henry. Stanley Holloway lo encarna con una electricidad vitalista homérica, siendo su apoteósico mantra cuando canta el divertido e imaginativo (por su coreografía en medio de zanjas en la calle, sorteando obstáculos) "With a Little Bit of Luck”, una celebración de vivir libre de ataduras tanto de mujeres como de trabajos, ensalzando vivir solo con lo necesario para disfrutar de la vida... (sigo en spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TOM REGAN
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30 de diciembre de 2023
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque se puede justificar por la época o ignorar porque te gusta la película, lo que es innegable es que el filme desprende un aire a misoginia que ha envejecido bastante mal. Eso sí, no necesariamente es algo intencionado, yo creo que al revés, pues hay momentos en que parece criticar ese comportamiento tirando de ironía, lo que pasa es que la segunda mitad diluye el ingenio de la primera, se embrolla un poco a la hora de resolver la historia y termina por desembocar en un desenlace comercial e ilógico que traiciona sus intentos de rebeldía en pro de una falsa felicidad idealizada. Eso es lo peor junto a una duración excesiva, a la que le sobran tranquilamente 40 minutos que suenan a relleno y sacan a la pista de baile secundarios intrascendentes.

Por lo demás es una gran película. Las canciones en general son simpáticas, algunas brillantes. Gran diseño de producción, puesta en escena y dirección. Interpretaciones que vuelan alto, entre las cuales destacan las de Stanley Holloway, Rex Harrison y Audrey Hepburn, esta última encantadora. El argumento busca un equilibrio entre la superficialidad romántica de una superproducción musical y la astucia de una sátira social. Infelizmente termina por triunfar la primera, pero la segunda tiene sus momentos, definiendo con humor la libertad de la clase baja, las obligaciones de la clase media, y la frivolidad de la clase alta; o evidenciando que la buena educación no depende del estatus social.

Tan elegante e interesante como larga y pasada de moda.

Qué queréis que os diga, a mí se me hace más cautivadora la Eliza callejera con su desparpajo y acento marcado, que la Eliza aristócrata refinada y sumisa.
Biopunk
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