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Mad Men (Serie de TV)

Serie de TV. Drama Serie de TV (2007-2015). 7 temporadas. 92 episodios. Aclamada serie dramática que narra los comienzos de una de las más prestigiosas agencias de publicidad de los años sesenta, y centrada en uno de los más misteriosos ejecutivos de la firma, Donald Draper, un hombre con un gran talento. "Mad Men" es la mirada a los hombres que dieron forma a las esperanzas y sueños diarios de los americanos de la época. En 1960 la publicidad era ... [+]
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Críticas 124
Críticas ordenadas por utilidad
8 de mayo de 2008
36 de 58 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sí, a pesar de se nombre tan peculiar que uso para escribir aquí y en otros sitios hubo un tiempo en que me dedicaba a escribir series españolas. No, no conocéis ninguna porque ninguna ha llegado ningún buen puerto. En realidad, todas han derrapado en las peligrosas e imposibles curvas en que se ha convertido este rally absurdo que es la ficción española. Y no, no me he equivocado de sitio al soltar esta retahíla de crítica explícita e implícita a la tele en España. Y la razón es muy sencilla: acabo de ver el primer episodio de esta obra maestra de la pequeña pantalla americana. Y me he quedado sin palabras. Sólo me queda tener envidia, mucha envidia. Todo el ritmo, todo el diálogo, toda la átmósfera, ... He vuelto a creer y quien no me crea ya sabe dónde me encontrará: viendo Mad Men.
elintenso
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19 de mayo de 2015
16 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sonará a tópico, pero se ha acabado “Mad Men” y nos hemos quedado un poco huérfanos. Porque, totalmente de acuerdo con Enric González, de El País, “Mad Men es de lo mejor que ha ocurrido en televisión estos últimos años”.
Siendo, como es, una serie larga ―en antena desde 2007; siete temporadas, ocho si tomamos en cuenta la división de la última en dos―, apenas si sufre tramos de decaimiento, haciendo gala de una regularidad inhabitual en productos de tan prolongada exposición.
Sin ambages, “Mad Men” es una joya irrepetible, a todos los niveles. Buena parte de culpa ―bendita culpa, por cierto― recae en Matthew Weiner, el valiente ―o loco, y no quería ser juego de palabras― demiurgo al que agradecerle su maravillosa osadía, y en una nómina de guionistas cuyo mérito, una vez más coincido con Enric González, es enorme, dadas las circunstancias argumentales ―no hay en “Mad Men” crímenes por resolver, ni luchas encarnizadas por el poder (no en sus más altas esferas, al menos)― y fílmicas ―la acción brilla por su ausencia y las imágenes (preciosas) se suceden con cadencia morosa en largos planos secuencia que parecen no conducir a ningún sitio―. Y, sin embargo, la serie no da una puntada sin hilo; capaz, insisto, de mantener un vivísimo interés a lo largo de sus siete ―ocho― temporadas, y deparar sorpresa tras sorpresa incluso al espectador más cínico.
Ambientada en la triunfante, segura de sí y, por qué no decirlo ―aunque en su día no se tuviese ni un atisbo de dicha percepción―, machista sociedad norteamericana de los sesenta, su trama está atravesada por una serie de hechos históricos ―entre otros, el asesinato de Kennedy, la Guerra de Vietnam, el “Watergate” y la revolución sexual, esta última de importancia capital en el devenir de la serie y, sobre todo, el de sus personajes femeninos.
“Mad Men” es profundamente amoral ―que no inmoral, mal que pese a tanto censor cotidiano―, y ahí radica buena parte de su atractivo, dados tiempos tan biempensantes ―sofocantes, añadiría― como los que corren. “Old Nick” Maquiavelo parece encontrarse a la cabeza del cotarro, en fecundísima colaboración con el citado Weiner. Así, la vida ―igual que los negocios y, concretamente, el de la publicidad― es contemplada como una especie de “arte de lo posible” por medio de la cual remover, sortear o convertir en oportunidad de negocio cualquier obstáculo con que topemos. No cabe más moraleja. No la hay, por tanto. Cosa que se agradece sobremanera.
El diseño de producción es, sencillamente, un prodigio de verosimilitud ―casi puedes sentir los sillones de escay pegándose a los muslos de las sufridas secretarias―. Muchos diálogos, por su parte, resultan antológicos. Pero si hay algo que destaca especialmente en “Mad Men” y que, de hecho, ha entrado para siempre en el imaginario colectivo, es su inolvidable galería de personajes. Porque, pese a todo lo dicho, probablemente sea ésa la seña de identidad de la serie. La complejidad psicológica de los mismos resulta inaudita, hasta tal punto que no hay ninguno que no sea razonablemente susceptible de un “spin-off” ―recemos, por otra parte, para que tal aberración no sea llevada a término; aunque, habida cuenta del buen gusto de sus responsables, no creo que haya nada que temer al respecto―. El elenco de completos desconocidos en que se encarna ha acabado convertido en un florido ramillete de iconos, a cual más inconfundible. Así, la apabullante pelirroja Joan Harris-Christina Hendricks evoluciona desde su rol de Marilyn Monroe de la televisión moderna hasta el de respetable ―y respetada― empresaria de éxito. Peter Campbell-Vincent Kartheiser es el arribista despreciable al que, sin embargo, y como muy bien apunta Elvira Lindo, no puede ―aunque de manera bastante retorcida― no quererse. John Slattery se mete en el traje a medida del vividor irredento Roger Sterling, sumido en un Eterno Retorno de matrimonios fallidos ―algo muy americano, por cierto―. A fuerza de voluntad pura y sin mezcla, la niñita reprimida que empieza siendo Peggy Olson-Elizabeth Moss consigue abrirse paso en un mundo eminentemente masculino y patriarcal. Betty Draper, el bonito florero interpretado por January Jones, amenaza a cada instante con romperse en mil pedazos, oscilando en equilibrio inestable sobre sus insatisfacciones de ama de casa ignorada por su exitoso marido. Y así podríamos seguir hasta agotar el extenso reparto.
Mención aparte merece el rol más que interpretado, mimetizado por John Hamm. Semblanza aparte merecería, más bien. Alma indiscutible de la fiesta, su Don Draper es uno de los hallazgos máximos no sólo de la televisión, sino de la imagen contemporánea toda. Objetivamente analizado, se trata de un tipejo miserable. Desertor y mentiroso, infiel a su esposa y pésimo padre. Aun así, es imposible no sentir honda admiración e indisimulada envidia por la figura distinguida y lacónica que compone. Las mujeres, incluso las de hoy día, liberadas y trabajadoras, e iguales ―teóricamente― en derechos y libertades a sus contrapartes masculinas, lo aman con ceguera animal. Los hombres, por su parte, y probablemente por justo lo anterior, quisiéramos ser como él ―corrijo: quisiéramos ser él―. Es evidente que ni deberían ni deberíamos. Pero el “deber” cae dentro de la órbita de la moral, y de eso ya hemos quedado que en “Mad Men” hay apenas nada.
Carorpar
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7 de enero de 2016
15 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo eres. Porque resultas interesante, atractivo, arrollador, osado y mil cosas más. Pero también, débil y atormentado, escurridizo y cobarde, mentiroso y narciso. De tu mano recorremos los revirados caminos hacia el éxito de un grupo de publicistas en la década de los sesenta en los EEUU, concretamente en el epicentro de la industria de la publicidad que fue la Avenida Madison con sus nueve mil largos metros en Manhattan.
Pero no solamente eso: es el retrato de una época fascinante en cambios retratados con primor, desde los más evidentes -vestimenta, peinados, etc-, hasta los profundos que tienen que ver con un modelo de sociedad que cambió a ritmo de rock, folck protesta y pop en una década irrepetible y vertiginosa.
Desde el hilo argumental de las peripecias de un ser hecho a si mismo -y nunca mejor utilizado el adjetivo "self-made man"-, nos cuentan cómo se modificó el rol de la mujer laboral y familiarmente, el advenimiento de la televisión como motor de campañas publicitarias, pero también políticas y sociales, y la pérdida de la inocencia de una sociedad que en la década pasada vivió feliz en progreso tras la II Guerra Mundial y la guerra de Corea, y se encontró con Vietnam y las protestas ante la barbarie y las desigualdades raciales.
Todo ello está engarzado con primor, reflejado pero no subrayado toscamente a lo "Cuéntame". Weiner -ideólogo de la serie, gracias de corazón-, nos trata con inteligencia a los espectadores evitando la papilla explicativa y permitiendo que nos demos cuenta del paso de las cosas y tiempo relajadamente.
Todo cuidado con un cariño espectacular: el vestuario es de premio Oscar en cada capítulo, y creo que fueron noventa y dos maravillosas entregas; los diálogos irrepetibles, en especial los que entablan en su relación Don y Roger Sterling su "jefe?" / amigo / cualquier cosa. Y los personajes de la agencia, cada uno de ellos merecería por si solo una crítica de cinco párrafos: Peggy Olson como paradigma de la mujer fuerte que rompe esquemas, Joan Harris secretaria y dueña en la sombra de la agencia, y escultural sostén de todo lo que ocurre allí, Peter Campbell espejo deformado del propio Don, el excéntrico socio fundador Bertram Cooper, y un largo etcétera que me ahorro por no aburrir.
Mención aparte para las mujeres maravillosamente complejas que pasan por la vida de Don, en especial su primera esposa Betty Francis. Aparentemente de inicio en un rol de "mujer florero", su devenir en la serie es parte esencial de su éxito y calidad. Tampoco se queda atrás su segunda mujer Megan Calvet, que personifica también con acierto los cambios y la independencia de la mujer en esa época. Por último, del heterodoxo grupo de mujeres que pasan por la vida de Draper, destaco la empresaria judía Rachel Menken, casi la única que descifra la complejidad de Don y actúa en consecuencia ante la imposibilidad emocional del ego-hombre que es Donald Draper.
Las siete magníficas temporadas dan espacio suficiente para tratar muchos temas, y conocer mejor a los anteriormente citados personajes, y muchos otros que omito por falta de espacio que no de ganas. Diré que tardé mucho en empezar a verla porque "desde fuera" en apariencia puede parecer una cosa, y os aseguro a los/las afortunad@s que no la hayáis visto aún que es mucho más de lo que esperas. Infinitamente más.
En el spoiler destaco algunas escenas o capítulos que considero memorables tras acabar de ver la serie, pero cada cual tendrá los suyos, tan grande en calidad y cantidad de ellos como es esta maravilla de serie que es Mad Men.
Para terminar, diré que Don se ha encaramado en la segunda posición de mi pódium de personajes de series, y he visto unas cuantas...a la derecha de dios Tony Soprano, desbancando al tercer puesto al bueno de Walter White -sí, sí, en mi modesta opinión le supera por poco en el olimpo de caracteres televisivos inolvidables-.
Clase para dar y regalar, desde sus títulos de crédito, hasta la selección de canciones que cierran cada capítulo. Excelente, irrepetible, imprescindible. GRACIAS a todos los que la han hecho posible esta joya televisiva.
Nota: 9,5.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Feldon
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16 de noviembre de 2011
15 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta es una de las series más comentadas, premiadas y vistas de los últimos años. No les diré nada nuevo. ‘Mad Men’ narra, entre tragos de whysky y humo de tabaco, el día a día de una empresa de publicidad de la Nueva York de los glamurosos años 60: vemos a los jefazos ahogándose en alcohol entre reuniones (y abordando a sus secretarias), a los creativos elaborando falsas realidades para los anuncios (y ambicionando el puesto de sus superiores) y a las secretarias trabajando diligentemente (y haciendo en ocasiones de cuidadoras y amantes de los dirigentes).

Todo esto se nos presenta sobre un gran telón de fondo, con una magnífica ambientación histórica, lo que constituye un gran punto a favor de la serie. Vemos, a través de los personajes, como vivía y sentía la sociedad americana respecto a los temas del momento, como por ejemplo la muerte de Kennedy, la herencia de la Segunda Guerra Mundial (cuando Sterling no quiere tratar a un cliente nipón porque amigos suyos murieron luchando contra los japoneses) y, especialmente, el machismo imperante de la época, muy bien tratado por los guionistas a lo largo de la serie pero especialmente en el personaje de Peggy Olson. También cuestiona la ética que existía (y existe) en el mundo de la publicidad o, más bien, la ausencia de ella, creando ilusiones e inventando necesidades con tal de vender.

La ficción se centra en Donald Draper (un Jon Hamm al que a partir de ahora siempre relacionaremos con Draper, como ocurre con Gandolfini y Tony Soprano), un publicista que es carisma y atracción en estado puro, especialmente para las damas. Su vida familiar más parece uno de los anuncios que él mismo crea: una simple fachada para ocultar un pasado algo turbio, su adicción al reconocimiento social y laboral y sus constantes escarceos extramatrimoniales. Pero el otro gran logro de la serie son los numerosos personajes secundarios que bailan alrededor de Draper: empezando por la perspicaz y valiente secretaria Peggy, su mujer Betty, el siempre ambicioso Pete Campbell o los dos fundadores de la compañía de publicidad, Roger Sterling y Bert Cooper, con cierto aire místico y que, en ocasiones, parecen más locos que cuerdos.

Si los dos grandes puntos a favor son la ambientación y el excelente elenco de personajes secundarios, quizá el único contra de la serie es lo que tarda en desarrollar las tramas. De las 4 temporadas que hay hasta la fecha, personalmente creo que ésta última ha sido la mejor, pero en las 3 primeras da la impresión de que algunos capítulos se parecen demasiado entre sí, y vemos a Draper actuando de la misma forma (básicamente, engañando a su mujer) sin avanzar, mientras que otros personajes sí que llevan a cabo una evolución. Mi valoración de la serie es notablemente positiva, pero pienso que, en ocasiones, decelera en exceso el ritmo.

Por tanto, hablamos de una gran ficción que sólo requiere paciencia para ser vista. Por cierto, no vean la serie con tabaco cerca: se lo fumarán todo.
Carlos
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28 de julio de 2008
24 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dándole la vuelta a las películas en las que Cary Grant interpretaba a un amable, educado, elegante y cariñoso publicista, esposo y padre de familia con una sonrisa permanente en los labios, nos encontramos a Don Draper, sus compañeros, su compañía publicitaria, reuniones llenas de humo de cigarrillo y grandes dosis de alcohol, las secretarias 'cuasi floreros' testigos mudos de las evoluciones de sus jefes varones, las esposas perfectas que esperan en casa perfectamente vestidas con la cena lista, los hijos que apenas ven y todo un mundo de intrigas, envidias, manipulación, enormes sumas de dinero y algún que otro oscuro secreto dentro del feroz y todopoderoso mundo de la publicidad estadounidense de los años 60.
maest
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