Antes de que lean esta crítica, que seréis muy pocos, he de decir que me salí del cine en Batman Begins. Iba con una chica y en medio de la película le pregunté si le interesaba algo de lo que estaba viendo. Dijo que no y terminamos una noche de agosto tomando cañas en una plaza de Madrid. Esta secuela la he visto por consideración a un amigo mío, que debo tener en muy alta estima. Sé que puedo herir la sensibilidad de algún freak de Batman o no, pero creo que a la luz de lo que he visto por aquí y por allá, esta es la película más sobrevalorada con la que me he topado en años. Una narración insuficiente, unos personajes que dan tumbos sin saber uno a qué atenerse, claro, porque no hay pistas en el desarrollo de la película, un metraje extenso hasta decir basta, unas introducciones de secuencias desde el aire que da qué pensar sobre quién ha montado la película, en fin, no voy a seguir que seguro que esto no lo leéis ni de blas.

Impotencia, incredulidad, estremecimiento, congoja, preguntas, dudas... Todo esto te asalta cuando terminas de ver el film con el que Enrique Piñeyro asesta uno de los golpes más fuertes a la considerada hasta hora intocable aviación civil. Y lo hace con buena mano, con distinta suerte en las dos historias que cuentan que están notablemente descompensadas, lo cual, no le quita brillo al fenomenal reportaje ficcionado sobre la línea aérea Lapa, pero que bien podría llamarse Spanair, Easyjet, o... No recomendable verla antes de subirte a un avión. Y aquí va una nota personal: la vi en su estreno en Madrid, en la semana de cine argentino en 2005. Tardó mucho tiempo en estrenarse después de eso, y lo hizo en muy pocas salas.
¿Por qué? Pregúntenle a Enrique. Pero quizá la respuesta ya la tengan pululando en su cabeza.

Esta carta va dirigida a los hermanos Scott:
Queridos Ridley y Tony Scott:
No sé cuánto os habrán pagado por poner vuestros nombres detrás de esta producción de serie B. No me importa, ya sé que sois ricos y famosos, y a lo mejor ni necesitabáis el dinero. Quería contaros por medio de esta carta cómo me he sentido al ver este engendro llamado La amenaza de Andrómeda, un bodrio de 180 minutos, en el que habéis cortado y pegado todos lo clichés de este tipo de película. Me ha aburrido y aunque no lo he pasado mal, he apagado la tele antes de tiempo. Sí, puede parecer que no me gusta la ciencia ficción, pero esto no es del todo así. Es verdad que no leo libros de ciencia ficción, pero me parece que vosotros tampoco, al menos, los buenos si es que los hay. Para finalizar, no me gusta que me traten como a un niño pequeño cuando se trata de hacer una producción audiovisual.
Atentamente, un superviviente de eso que llamáis miniserie.

Antes de que el diablo sepa que has muerto es una buena película, incluso moderna en su desarrollo y su narración, pero eso no le resta interés. Lo que sí le resta interés son las, en mi opinión, lagunas en el guión que hacen que cosas que pasan en las películas tengan muy difícil explicación. Ethan Hawke es una especie de Tom Cruise más alto y con más arrugas, y lleva repitiendo los tics desde su primera película hasta esta. Sí, la he visto en versión doblada y eso seguro que le quita pasión a la cosa, sobre todo, el doblaje de Marisa Tomei, chica con un cuerpo espléndido y mejor sonrisa. De todas maneras, la casualidad del dealer de diamantes que es a la vez el "guionista" de la película (ya me entenderá el que la haya visto) destroza una película que, como ya dije, no está mal. Digamos que demasiado pasado para contar una historia en presente. Mejor una serie.

Sí, a pesar de se nombre tan peculiar que uso para escribir aquí y en otros sitios hubo un tiempo en que me dedicaba a escribir series españolas. No, no conocéis ninguna porque ninguna ha llegado ningún buen puerto. En realidad, todas han derrapado en las peligrosas e imposibles curvas en que se ha convertido este rally absurdo que es la ficción española. Y no, no me he equivocado de sitio al soltar esta retahíla de crítica explícita e implícita a la tele en España. Y la razón es muy sencilla: acabo de ver el primer episodio de esta obra maestra de la pequeña pantalla americana. Y me he quedado sin palabras. Sólo me queda tener envidia, mucha envidia. Todo el ritmo, todo el diálogo, toda la átmósfera, ... He vuelto a creer y quien no me crea ya sabe dónde me encontrará: viendo Mad Men.