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Mad Men (Serie de TV)

Serie de TV. Drama Serie de TV (2007-2015). 7 temporadas. 92 episodios. Aclamada serie dramática que narra los comienzos de una de las más prestigiosas agencias de publicidad de los años sesenta, y centrada en uno de los más misteriosos ejecutivos de la firma, Donald Draper, un hombre con un gran talento. "Mad Men" es la mirada a los hombres que dieron forma a las esperanzas y sueños diarios de los americanos de la época. En 1960 la publicidad era ... [+]
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Críticas 124
Críticas ordenadas por utilidad
2 de abril de 2010
14 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mad Men es la serie de moda y con razón!!! Esta serie es grande por su genial ambientación de los años 60, por sus increibles dialogos o por sus fabulosas interpretaciones (grandes Jon Hamm y January Jones ), pero si por algo destaca es por sus guiones. Unos guiones que diseccionan la sociedad y nos muestran lo mejor y lo peor de la gente, una sociedad donde las apariencias son lo más importante y donde los personajes tratan de vivir una vida aparentemente feliz de cara a los demás.
Darle una oportunidad, puede parecer una serie de ritmo lento, pero sus frases lapidarias se te quedarán en el cerebro, y sus imágenes las recordarás después de ver cada capítulo .
La mejor serie de la actualidad, con razón gana el globo de oro y el emmy todos los años.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
yorch_88
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14 de mayo de 2013
14 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
"¿Estás solo?" Con esta escueta y poderosa frase, tan socorrida por el subtexto del cine de autor y aludida en general, por el arte universal, cierra la magistral temporada número cinco de Mad Men. Al término, o mejor dicho, a media temporada cuatro parecía que el ciclo narrativo de la serie creada por Matthew Weiner se cerraba y sólo se dedicaba a reciclarse a sí mismo. Las vueltas de tuerca en las distintas subtramas se agotaban en virtud, no se sabe, si de un agotamiento intelectual de los encargados de los guiones o del material temático que puede proveer el mundo que retrata, el de la publicidad. Pero llegó la última temporada y rescató la humanidad de, prácticamente, todos y cada uno de los personajes que componen el universo fílmico de Mad Men.

Don Draper ha alcanzado por fin la opulencia, el glamour y la irresponsabilidad absoluta que supone la vida de millonario ejecutivo de la publicidad en un Manhattan que cambia a la velocidad de la luz. Su antigua vida en los suburbios era un lastre para su ambición. Situación en la que ahora Pete Campbell aparece empantanado, sabedor de que, para los estándares formales de lo que un verdadero hombre debe ser en esa época, el hogar suburbano le aporta poco menos que nada. Don, ya lo sabemos, es incapaz de amar. A pesar de que su flamante esposa, Megan, se diferencia de Betty en que no es una ama de casa reluciente y abnegada, sino una mujer de la "liberación", bilingüe y con aspiraciones profesionales, él sigue pensando en ella como un artículo de lujo qué presumir, como el Jaguar que, descaradamente, compra por un "paseo" de forma arrogante en algún capítulo de media temporada.

Don, sin embargo, advierte una terrible verdad, la verdad del cambio. Los Estados Unidos que él conoció y vivió a través de su infancia en el medio oeste, la guerra de Corea y su matrimonio por conveniencia con Anna se derrumban indisolublemente. En este sentido, ni siquiera el cine de aquella época logró retratar con tanta sabiduría la década de los sesenta y su impacto en la cultura occidental. Tuvieron que llegar diez años después los Altman, los Scorsese, los Lumet, los Coppola y los Allen para poner al día la cinematografía norteamericana y traducir la "nouvelle vague" francesa y el neorrealismo italiano al lenguaje anglosajón para plasmar la crisis civilizatoria. De ellos bebe directamente Matthew Weiner y su "Mad Men". Como bien apunta Daniel Krauze en una crítica publicada en Letras Libres, "el mundo de ensueño de la primera mitad de los sesenta se ha esfumado y ahora hay una especie de temor y reticencia a la destrucción del sueño americano.... en la suciedad con que Sally (hija de Don) identifica las calles de Nueva York se vislumbra el mundo sombrío de Travis Bickle y Scorsese en Taxi Driver..."

Me gustaría trazar además una comparación que, con toda seguridad, será calificada de osada. La quinta temporada de Mad Men ha venido a encumbrar a Don Draper como el prototipo del hombre occidental del siglo XX, a tal grado, que lo pone a la altura de lo que representó en su momento Michael Corleone. La odisea vital de Draper es equiparable a la del mítico personaje encarnado por Al Pacino, con la ligera diferencia de que Corleone heredó su imperio, en tanto que el primero lo ha construido desde los cimientos. ¿No sería entonces más útil una comparación con el patriarca de la familia mafiosa, Vito Corleone? No, porque Vito, a pesar de estar chapado a la antigua como Draper, no pasa por la decadencia moral que supone la actividad ilícita que representa, es más, jamás la advierte a su alrededor. En cambio, su hijo Michael y Don se regodean de ella, son arquetipos de un monstruo leviatánico que se destruye construyéndose, si vale la ironía. Ambos conocen al dedillo la naturaleza del poder, ambos crecen materialmente mientras emocionalmente su mundo se hace pedazos, y finalmente, ambos han comprendido que no hay marcha atrás, que hay algo de definitivo en ese trazo histórico de la construcción de sus respectivos mundos que impide cualquier duda o trastabilleo, aún cuando esto vaya en contra de la bondad y la justicia, conceptos que sólo les sirven para soñar con lo que pudo ser. Don Draper y Michael Corleone son, en realidad, la verdadera cara del Tío Sam.

Mención aparte merece el trabajo de los guionistas durante la última temporada de la serie. Han refrescado y dignificado a cada uno de los personajes (por así decirlo, secundarios), perdidos algunos en entregas anteriores. El peso de Peggy en la trama se reduce pero, paradójicamente, aumentan las posibilidades histriónicas de Elizabeth Moss, enfrentada a la confirmación definitiva del papel marginal de la mujer en el boom del sistema, Campbell, como decíamos, se encuentra atrapado en la solitud y aburrimiento que le proporciona su hogar de los suburbios, Sterling, sorprendentemente, encabeza la incursión de la serie en el tema de la explosión del consumo de drogas sintéticas de la época (un capítulo perturbador y fascinante), Joan intenta su propia liberación con decepcionantes resultados, Megan es un constante vaivén entre un escaparate de Don y la repulsión al confinamiento doméstico, Betty expone la angustia que la banalidad provoca en la sociedad de consumo,Sally compone la arquetípica pérdida de la inocencia (otra gran metáfora) y Lane, el melancólico y flemático Lane, pone el acento sobre la desilusión que provoca el fracaso, anatema del paradigma imperante en Madison Avenue.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Sergio Espinoza
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20 de julio de 2010
39 de 68 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para mi, y afortunadamente para mucha otra gente, la serie "Los Soprano" es una de las mejores de la historia de la tv. Acabada esta gran serie, esperaba con mucho interés la nueva serie de los creadores de "Los Soprano". La verdad es que el argumento general de esta nueva serie, el mundo de la publicidad en los Estados Unidos de principios de los 60, no me parecía demasiado apasionante que digamos, pero, el hecho de ser la serie de quien era, y encima las alabanzas y premios que le otorgaron los críticos estadounidenses, hacia que mi interés y expectación creciera poco a poco y al final tuviera la seguridad de que la serie me iba a "enganchar". Cuando por fin pude ver el primer capitulo dije; bueno, es el primer capitulo y mas o menos estamos conociendo a los personajes y entrando en el "mundo" particular de la serie, así que voy a pasar por alto que me he aburrido como una ostra viéndolo y seguiré con los demás hasta que me enganche. Después de ver el segundo, ya tenia claro que esta nueva serie no me iba a apasionar tanto como "Los Soprano", porque tampoco me convenció, pero pensé que podía llegar a ser una serie aceptable que valdria la pena seguir...Desgraciadamente siguieron los capítulos y el aburrimiento casi continuo hasta el capitulo octavo, ya que ahí decidí definitivamente abandonarla porque a esas alturas esperar que llegara a engancharme era practicamente imposible...
No digo que sea una serie mala, puede que sea una serie de calidad como dicen los críticos USA, pero a mi no me gusta. Me parece una serie insulsa y aburrida en la que no pasa nada y lo poco que pasa tiene escaso interés. Eso si, tiene cosas muy logradas como la ambientacion de los años 60 en que transcurre la serie. Pero, como digo, a mi personalmente no me interesa y prefiero dedicar mi tiempo libre a ver otra cosa.
Dexter
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30 de marzo de 2009
13 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
No voy a caer en el tópico (justificadísimo) de criticar a las series de ficción españolas, a cual peor y a cual más mediocre y boba. Tampoco caeré en la tentación de compararlas con series americanas como Los Soprano, A dos metros bajo tierra o Mad Men, precisamente la serie de la que quiero hablar. A menudo para que una serie me enganche necesito ver tres o cuatro capítulos, con Mad Men me enganché desde el primer minuto, cuando una cámara nos describe un bar frecuentado por altos ejecutivos y sus amiguitas en el New York de principios de los 60, y todo ello tras una espesa capa de humo de los cigarros. Y el planteamiento de la serie creo que no puede ser más sugestivo: la vida en una agencia de publicidad en plena ebullición de los medios audiovisuales, en una época donde el acoso sexual en el trabajo no estaba mal visto, donde los negros eran tratados como simples criados, donde las mujeres eran las perfectas madres, las perfectas esposas y las perfectas amas de casa. Un New York donde aparentar era fundamental, donde tener una, dos y hasta tres amantes era normal, donde el fumar tabaco Lucky Strike y beber whisky era el hobbie de todo importante ejecutivo, donde la ambición por escalar era el objetivo de todo joven rico.

El protagonista de la historia es el apuesto Don Draper. Director creativo, casado con una mujer preciosa y con dos niños. Es apreciado por sus jefes, envidiado por sus compañeros y subordinados y un mujeriego empedernido, con un pasado desconcertante y que se debate entre sus deseos contradictorios de amor a su familia y su necesidad de estar con sus "queridas". Junto a él, su secretaria Peggy Olson, que no sigue las reglas establecidas de estar guapa para su jefe; el joven ambicioso y sin escrúpulos Pete Campbell; su simpático y exigente jefe Roger Sterling; su amantísima mujer Betty, y todo un elenco de "hombres malos" y vividores; de mujeres, unas preocupadas por su estado físico y otras queriendo romper con los clichés impuestos; y empresas que necesitan de los servicios de la agencia Sterling & Cooper para darse a conocer en el incipiente mundo de la publicidad. Y el tabaco, elemento fundamental e indispensable en todos los actos de los protagonistas.

De hecho, en el tema de la publicidad, la serie nos muestra como Sterling & Cooper lleva a cabo la campaña de Lucky Strike y la de Nixon para ser presidente de EE.UU. Por si alguien que lee esto quiere ver la serie (cosa que debería hacer) no descubriré ni diré cómo llevan a cabo cada trabajo y encargo. Cabe destacar también su cuidadísima fotografía y la elegancia a la hora de filmar cada plano y cada situación. Aunque he de decir algo, aunque para mí es obra maestra, también entiendo que haya gente a la que no le guste este tipo de series de desarrollo lento y cuidado, de ahí que no deje indiferente a nadie.
Corleone
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2 de diciembre de 2010
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
En 'Con la muerte en los talones' Roger Thonrnhill (Cary Grant) se da de bruces con una confusión de identidad que le incrimina y le encajona en un tejido de espionaje donde su nueva personalidad crecida de la nada: George Kaplan, le hace mutar de sofisticado ejecutivo publicitario de Manhattan a un personaje etéreo que constantemente debe medir su equilibrio para no venirse abajo literalmente, medir el suelo, romperse las narices y besar la tierra.
Cuando en el comienzo de su carrera, allá por 1931, Archibald Alexander Leach estampó su firma con la Paramount abandonó su nombre para siempre y marcó su nueva identidad con el nombre de Cary Grant. Una persona, dos nombres y una diatriba identificatoria en la que el actor inglés se debatió hasta su muerte.

Por su parte, Don Draper, el personaje más complejo, norteamericano y velado que ha dado la ficción estadounidense en las últimas décadas convierte la serie Mad Men en un producto de altos niveles de calidad formal y de fondo que persigue ser el fresco sociológico de la más reciente Historia contemporánea estadounidense, así como el muestrario latente de identidades opacas en busca de aquello que durante un cierto periodo se llamó sueño americano. Las apariencias hablan de una serie de publicitarios sobre la inseminación de lo que décadas más tarde se denominaría sociedad del bienestar, pero ese juego de palabras que atribuyen a Mad Men un cierto halo de locura más allá del punto geográfico donde nacieron y se siguen hallando en la actualidad las sedes centrales de todopoderosas multinacionales de la comunicación empresarial.
Aunque lo que realmente hace mayúsculo a un producto como Mad Men no es su capacidad de radiografiar ese tejido socio-cultural que repasa la Historia, sino los estados anímicos que refleja, así como la autenticidad que desprenden sus nudos argumentales más melodramáticos. El descubrimiento del pasado turbio de los personajes, las interrelaciones veladas entre ellos o la opaca sensación de aquello que se esconde tras la supuesta felicidad de clase media-alta. No es casualidad que todo lo que engloba a Mad Men aparezca como dicotomía de extremos que guardan numerosas capas intermedias de lectura e interpretación.

Donald Draper tiene un pasado, como Cary Grant, como yo. La vulnerabilidad del ser no conoce de éxito y ganancias. Los fantasmas siempre acechan. Hitchcock lo sabía mejor que Freud. La estética más sofisticada del nuevo hombre moderno aún la sigue manejando los resortes del añorado trabajo de Saul Bass. Nueva York sigue teniendo la magia siniestra de aquellos lugares donde nunca se puede dormir.
Migue Muñoz
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