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El silencio del mar

Drama Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Durante la ocupación de Francia por las tropas alemanas, un anciano y su sobrina deben compartir alojamiento y convivir con un afable oficial nazi. (FILMAFFINITY)
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Críticas 20
Críticas ordenadas por utilidad
25 de septiembre de 2010
60 de 63 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el cine, al igual que en la literatura, la figura del intruso que irrumpe en una comunidad, familia u hogar, ha tenido muchas versiones y perspectivas, si bien de entre todas ellas pueden destacarse dos, de carácter moral; así, en ocasiones el intruso es vehículo del bien, y su llegada anuncia tiempos mejores, esperanza o salvación (muy habitual en los westerns, como "Raíces profundas"). Sin embargo, en otras tantas, el intruso trae el mal consigo, o bien es el mal encarnado (¿qué otra cosa es Robert Mitchum en "La noche del cazador", por ejemplo?).

En el filme que nos ocupa el intruso es un oficial alemán que se aloja como huésped indeseado en una casa habitada por un tío y su sobrina, situada en una zona rural francesa durante la ocupación nazi en la segunda guerra mundial. La película explora los sentimientos de los dos pobladores de la casa hacia el oficial, en el que concentran el odio y el desprecio que en ellos, y por extensión en gran parte de la sociedad francesa, genera la ocupación. Lo llamativo es que ese desprecio se materializa en incomunicación; el intruso es concebido como una bestia, como un ser inhumano, natural prolongación de la barbarie nazi, y por tanto no merece que se le dirija la palabra. Pero aún más importante que esto es la reacción del oficial, un hombre sensible, culto y educado, que en los "solitarios" discursos que pronuncia en presencia de sus mudos "anfitriones", expresa su esperanza en un futuro de paz y de entendimiento entre franceses y alemanes, al tiempo que deja ver la atracción amorosa que en él provoca la sobrina.

La película carece prácticamente de diálogos, estructurándose en torno a la voz en off del tío, que recuerda la estancia del oficial, y en los ya mencionados discursos que este último realiza en el acogedor salón de la casa, en los que la única respuesta que recibe es la del tiempo que pasa, materializado en el constante y omnipresente tic tac de un reloj. El escenario sólo cambia con el eventual viaje del oficial a París, viaje que constituye una fatal toma de conciencia para este personaje, que constata entonces su soledad, tanto física como espiritual.

Pese a tratarse de una opera prima, el talento de Melville, tantas veces glosado en otras obras suyas, está ya presente; es impresionante su facilidad para transmitir emociones y estados de ánimo con primeros planos y planos de detalle (las manos), y lo natural que en su forma de filmar resulta esto, cuando en otros realizadores parece forzado. Si a ello unimos buenas interpretaciones, una magnífica fotografía y el interés de lo narrado, sólo queda disfrutar de esta estupenda película.
Continúa en spoiler.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Quatermain80
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23 de marzo de 2011
38 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
84/27(18/03/11) Fascinante ópera prima del iconoclasta Jean-Pierre Melville. Una obra que es casi teatro y en la que apenas dos personas hablan, es una extraña cinta que nos habla del entendimiento de los pueblos en las condiciones más adversas. Se desarrolla en una casa de una villa a las afueras de París durante la ocupación nazi, esta vivienda está ocupada por un francés (buen Jean-Marie Robain) y su sobrina (correcta Nicloe Stephane), en ella se instala a la fuerza un teniente alemán, un idealista Werner von Ebrennac (Soberbio Howard Vernon), que en la vida civil era músico, la forma de combatir al invasor del tío y la sobrina es no dirigirle la palabra, a pesar de esto todas las noches va a la salita donde están ellos, y se esfuerza, de modo muy educado, por hacerles entender que los alemanes no son el enemigo, les suelta soliloquios sobre la forma de entender el mundo que tiene, habla de cómo la cultura puede unir a las naciones, les dice que ellos no han venido a destruir si no a sumar y hacer renacer Francia. El film está basado en una novela de Jean Marcel Bruller publicada en 1942 en Francia bajo la ocupación, lo hizo con el seudónimo Vercors, cuento un hecho real que le ocurrió al escritor, como curiosidad está rodada en el interior de su casa, donde sucedieron los acontecimientos. Melville dota al relato de una atmósfera asfixiante, impregnada de un sórdido pesimismo, donde los monólogos de Werner poseen en eco doloroso, nos penetra su pasión, su sentimiento, sus argumentos rebosan emoción y están inundados de un optimismo utópico. La cinta te deja huella por el uso del silencio, te angustia el no escuchar al tío y sobrina, de, el que no hablen a alguien tan amable y que la única respuesta que tenga sea el doloroso tic tac del reloj, esta forma de que el invasor sea el agredido por el invadido resulta turbador, como se puede sentir lástima por un nazi, sentimos su conmovedora soledad, esto hace que nos cause empatía, pues parece ser puro de corazón que no sabe realmente en que está metido. Es una cinta donde se le da la vuelta al estereotipo de nazi, no se le caricaturiza, se le dota de sentimientos para de esta forma poder confrontarlo con la desgarradora realidad y de este modo el mensaje llega diáfano. Reseñable para entender la personalidad del teniente es su analogía que hace con la situación al contar la historia de Bella (Francia) y Bestia (Alemania), el autoengaño de muchos alemanes. Recomendable a todos los que gusten de un notable drama original y minimalista antibélico. Fuerza y honor!!!
TOM REGAN
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31 de julio de 2010
34 de 41 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo cierto es que Melville estira una buena idea de manera ejemplar, pero acaba por estirar tanto la cuerda que esta termina por ceder. Además, Melville siempre es un director de interiores, y todo lo que consigue dentro de la casa, lo pierde cuando graba el París ocupado.

En sí, la idea del silencio como desprecio y la reconciliación paulatina de dos enemigos me parece interesante, pero al realizador le preocupa más curar el amor propio herido que hermanar a dos pueblos. Y por eso percibo un excesivo chovinismo que me impide disfrutar de las muchas cosas buenas que tiene este trabajo.

Como debut no deja de ser muy interesante. Bandera de la Nouvelle Vague, por esos planos de los que Melville hacía gala entre las paredes de una habitación, la fuerza de los primeros planos y, por el uso maravilloso de los elementos que componen la estancia: como el reloj o la biblioteca.

Howard Vernon (von Ebrennac) será el primer personaje de Melville que pondrá en una balanza su código moral frente al trabajo encomendado, y comparte la desesperación existencial que luego acompañaría a casi todos los personajes principales en las películas noir de Melville.
Chagolate con churros
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15 de septiembre de 2011
27 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Gracias a la recomendación de mi amigo Rick Blaine (el de la Casablanca de España :D) he descubierto recientemente esta joyita para mí semidesconocida, pese a ser del reconocido cineasta francés Jean-Pierre Melville.

Como únicas pegas le pongo algunos detalles de la típica pedantería francesa en las artes (esos primerísimos planos, esa voz en off excesivamente presente -y a veces innecesaria-, y por supuesto y ante todo, el chovinismo francés, ejemplificado en la admiración que el (aún iluso) nazi, marcadamente francófilo (¿?) demuestra por su país de (forzada) acogida temporal cuando habla de la literatura y las artes. En un momento dado él afirma que de cada gran país europeo se podría mencionar inmediatamente un caso singular, destacando sin embargo que en el caso de Francia habría problemas para quedarse con uno sólo. Y eso, ponerlo en boca de un nazi, es si cabe más chovinista.

Pero salvo estos detalles, casi inevitables en el cine galo de la época, y más cuando se trata el tema de la ocupación nazi de su país (la gran herida histórica para el orgullo francés), es una estupenda película, que te va metiendo en ella a medida que transcurre, y que a su manera también es de intriga, al hacernos partícipes de la tensión entre ese locuaz oficial alemán demostrando su "amour pour la France" y el denso e implacable silencio de sus forzados anfitriones.
Amor Perro
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17 de noviembre de 2013
23 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Maestro del “film noir” francés – y, por extensión europeo -, pionero del cine independiente galo, fascinante estilista visual, áspero y ligeramente romántico, todo esto y más es Jean-Pierre Melville, un clásico cuya fuerza artística permanece aún hoy intacta. Debutó allá por 1947 con esta curiosa película bélica, sin disparos ni explosiones, pero con personas que viven y sufren la invasión nazi en Francia allá por 1941. Alejada de lo que sería su estilo habitual posterior, esta película de difícil difusión, ha sido editada por el sello Filmoteca FNAC, por lo que les agradezco la excelente calidad de la copia, en versión original y con subtítulos en español.

Basada en la novela corta escrita por el dibujante y novelista Jean Bruller (1902-1991), que él mismo editó clandestinamente en Febrero de 1942 bajo el seudónimo de Vercors. Y al igual que el texto en que se basa, el film de Melville comparte esa visión íntima, extremadamente introspectiva, de la ocupación nazi en territorio francés, de la Resistencia e, incluso, tal y como explicita el prólogo de la película, de las problemáticas relaciones franco-alemanas, “problema que se pospondrá tan largo tiempo como los crímenes de la barbarie nazi, perpetrados con la complicidad del pueblo alemán, permanezcan en la memoria de los hombres”.

La belleza que aún hoy destila “Le silence de la mer” proviene de sus imágenes, poéticas, emotivas, depositarias de una turbadora delicadeza. Aparte de los largos monólogos del oficial nazi Werner Von Ebrennac, gran admirador de la cultura francesa (Howard Vernon), o la voz en “off” del paisano francés (Jean-Marin Robain) en cuya casa se aloja el oficial, la cinta es una sinfonía de gestos y miradas, de palabras y silencios, de detalles escénicos que definen a un personaje, a una situación. Recordemos, por ejemplo, los clásicos que conforman la biblioteca del paisano francés, la tétrica presencia del uniforme del oficial nazi, o la breva interpretación del alemán al órgano que le aproxima, aunque sea por unos minutos, a los propietarios de la casa. Son instantes que no sólo cumplen una función narrativa, sino metafórica, como pequeña muestra de un conflicto mucho más profundo.

Continúa en spoiler.
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Antonio Morales
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