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Impulso criminal

Thriller. Intriga. Drama Dos brillantes jóvenes de clase alta cometen un asesinato sin motivo aparente; pero, aunque creen haber realizado un crimen perfecto, lo cierto es que han dejado pistas que los incriminan... (FILMAFFINITY)
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Críticas 32
Críticas ordenadas por utilidad
20 de abril de 2014
11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las comparaciones entre la película de Alfred Hitchock, The Rope (La soga, 1949) y Compulsion (Impulsos Criminales, 1959) son notables. Ambas están basadas en el mismo hecho verídico (aunque la película de Fleischer adapta una novela que relata dicho caso) que aconteció en la década de los años veinte (época en la que se ambienta en la película), cuando dos personajes reales, Nathan Leopold Jr. y Richard Loeb, cometieron un crimen por el sólo hecho de creerse moralmente superiores de poder cometerlo. Eso mismo es lo que nos encontrábamos en la película de Hitchock (pese a que las relaciones homoeróticas entre los dos no estaban tan profundizadas como en este caso), y eso es en parte, lo que nos encontramos en la película de Richard Fleischer, director que quizá toca con esta película la cumbre artística de su carrera.

El problema es que el guión no llega nunca a la perfección que ella misma se plantea. En una de las primeras secuencias de la película se revela uno de los temas centrales de la película, cuando uno de los asistentes sostiene un interesante debate con el que Fleischer trata de demostrar la supuesta superioridad mental de los asesinos. Y, ¿Cómo se hace? Recurriendo al tópico fácil. El retorcido personaje acude a un discurso mal digerido de Nietzsche, donde entre otras cosas, realiza una mala interpretación del mensaje filosófico del alemán, donde por supuesto, aparece el socorrido súper hombre. Las comparaciones entre este caso y el nazismo quedan pues también bastante en evidencia. Pero el problema no es sólo que el protagonista haya digerido mal a Nietzsche, sino que al guión de la película le sucede lo mismo. Tratando de aparentar algo que no es, la película recurre en ocasiones a imágenes que Fleischer no es capaz de desarrollar adecuadamente. Un tanto idéntico le ocurre al solemne cierre de la película, en una alusión a Dios que ni viene ni va.

Y así transcurre la primera parte de la película, hasta llegar a la investigación policial. Lo más interesante de este intermedio es que Fleischer sabe dominar la tensión narrativa, dejando de apretar poco a poco el hilo, para conducir las pistas que posteriormente llevarán a nuestros protagonistas a admitir su culpabilidad en el asesinato. Por otra parte, queda vez más claro la tortuosa relación sentimental entre los dos psicópatas. Interpretados respectivamente por Bradford Dillman y Dean Stockwell (ganadores junto a Orson Welles del premio al mejor actor en el festival de Cannes) muestran el buen hacer esta vez sí, de los guionistas. Dean Stockweel es el asesino intelectual, el que sostiene la charla con su profesor acerca de la superioridad moral de ciertos hombres, entre los que evidentemente se incluye él mismo. Su narcisismo y egoísmo se unen a una homosexualidad no revelada, que acaba derivándole problemas psiquiátricos. Su relación en realidad es totalmente pasiva respecto al personaje interpretado por Bradford Dillman, que es el dominante entre los dos protagonistas. Pese al gran intelecto que demuestra tener, su aprecio hacía Dillman es casi una manía. Por otra parte, el personaje de Dillman es el clásico sádico que disfruta con su violencia. Un personaje quizá más simple, pero bien construido y con alguna secuencia simbólica que nos define bien su esencia, como aquella que tiene lugar en el granero, cuando nuestro personaje habla a su compañero acerca de la existencia de la Cabra Judas, aquella que lleva a sus compañeras hasta el matadero, sin que las otras se den cuenta. Una clara alusión al espíritu de este mismo personaje.

Finalmente llegamos a la parte más interesante, la tercera, que se une a la aparición del magnífico Orson Welles (como vemos, con un papel más bien de pequeña duración, consiguió que su nombre se impusiera por delante de muchos otros), que aparece en el papel de abogado defensor de los dos psicópatas. Esta tercera parte puede incluso recordarnos a la mítica película de Sidney Lumet, 12 Angry men( Doce hombre sin piedad, 1957), por la misma cuestión teórica: La defensa de la vida ante la pena de muerte. La película transcurre entonces entre tribunales, donde el abogado interpretado por Welles realiza interesantes discursos. La película adopta una postura bastante valiente, acusando en ciertos momentos al propio populacho de las ansías de sangre. Siempre desde un punto de vista humanista, Welles consigue convencer a su público, y al de la película.

Formalmente la película apuesta por una puesta en escena muy atrevida. Quizá Fleischer quedara bajo el yugo de la renovación formal que estaba empezando a sentirse en el mundo del cine en aquellos mismos años. La película recupera de hecho, una distorsión muy parecida a la que encontramos en las primeras película de Orson Welles. Aquí Fleischer emplea un gran contraste en la fotografía realizada en blanco y negro, mientras que emplea una gran cantidad de angulaciones y planos realmente atípicos para lo que venía siendo su cine (nada que ver con películas como la misma Vikings, 1958, que realizó el mismo Fleischer). Se nota ciertamente, una influencia del cine negro más expresionista.

http://neokunst.wordpress.com/2014/04/20/richard-fleischer-impulso-criminal-compulsion-1959/
Kyrios
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16 de diciembre de 2014
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dos jóvenes de la alta sociedad de Chicago, obsesionados por las teorías de Nietzsche acerca del superhombre, deciden cometer un crimen perfecto, basándose también en la creencia de que ambos poseen una inteligencia superior y fuera de lo común que les permitirá quedar impunes y, de paso, demostrar su superioridad. La historia está basada en un hecho real acaecido en 1924, que inspiró la obra de teatro: “Rope”, llevada al cine por Hitchcock en 1948. Pero el guión del film, basado en el libro de Meyer Lewin y escrito por Richard Murphy, se centra en los hechos escuetos, en lo que podría denominarse la crónica casi documental del suceso.

En primer lugar, intentando describir la psicología de los dos criminales. Judd Steiner (Dean Stockwell) y Artie Strauss (Bradford Dillman). En segundo lugar, mostrando fríamente los hechos correspondientes a la investigación criminal a través de la conducta del fiscal Horn (E.G. Marshall). En tercer lugar por medio del funcionamiento de la maquinaria judicial, retomando a los tres personajes anteriores y añadiendo un cuarto: el abogado defensor Jonathan Wilk (Orson Wells). Y hay también una latente homosexualidad entre los dos jóvenes que el cineasta nos lo presenta de forma solapada.

Fleischer planifica las secuencias centradas en el personaje de Dean Stockwell siguiendo la estrategia de la tensión, es un joven emocionalmente inestable y dependiente de su amigo Artie, a quien admira, cuya inestabilidad es causa de tensiones y desequilibrios que el cineasta maneja con habilidad en la puesta en escena, sirviéndose del cinemascope y una estupenda fotografía. Artie es el líder espiritual de la pareja y quien proclama con más convicción la necesidad de vivir una vida desprovista de emociones humanas: “La maldad es bella”, llega a decir sin rubor. Su frialdad es el eje dramático del film, su violencia interior subyace permanentemente.

La aparición escénica del abogado Jonathan Wilk, que en principio puede molestar por cuanto tiene de servilismo a la endiosada aparición de Welles, introduce en el film otro elemento en el que Fleischer siempre se mostró interesado: la religiosidad, considerada como intervención del destino. Baste con decir que, aparte del discurso contra la pena de muerte (la crueldad no se combate con más crueldad), por parte del abogado, el cineasta pone el acento sobre el providencial hallazgo de una prueba inculpatoria. En el fondo, la reflexión es que hagas lo que hagas no puedes escapar a tu destino. Resulta curioso que estos dos seres abyectos que tanto leyeron a Nietzsche no encontraran esta cita del filósofo alemán: “Los monos son demasiado buenos para que el hombre pueda descender de ellos”, Friedrich Wilhelm Nietzsche, 1844-1900.
Antonio Morales
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3 de enero de 2013
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Excelente interpretación la de los por ese entonces jóvenes Bradford Dillman y Dean Stockwell , de una pareja de cínicos asesinos perfeccionistas en caso tomado de la vida real ocurrido en Chicago en los años 20s .
Richard Fleisher dirige este film con un tema recurrente en su carrera, tal como lo hiciera mas adelante con 10 Rillington Place , acerca de crímenes seriales y asesinos calculadores. La historia está bien llevada y está llena de detalles interesantes.
Lo mejor por supuesto esta en el cuarto final de la película cuando entra en escena el Gran Orson Welles interpretando a un abogado ateo que acepta defender a los criminales confesos, logrando salvarles la vida al cambiar una sentencia de muerte por otra de cadena perpetua aduciendo demencia criminal en el acto enfermizo de secuestrar a un niño y matarlo solo para satisfacer su deseo de un "crimen perfecto".
Welles y su monologo final impactan, por el sutil aplomo de sus palabras llenas de compasión ante un acto abominable causado por la locura.
Pablinchi
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9 de febrero de 2012
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que sean portentosos estudiantes no da pie a pensar por ello que lo sean en todos los complejos aspectos emocionales.
Asistimos a un juego, a la manera en que los niños descubren la reglas de la vida (uno lleva, otro se deja(admiración); se retan a si mismos, uno al otro, y al resto).
Se van tocando demasiados temas como para darles salida en una sola película (la mejor parte es para el debate del espectador), tales como:
-hasta que punto puede alguen olvidar lo que siente por creer que ello le hace mejor
-cómo en pos de la verdad tanto unos como otros aplican sus reglas justificando el fin de una vida
-si el verdadero reto a su inteligencia no hubiera estado en intentar conocer y superar sus patologías...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
rchelsh
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27 de mayo de 2014
9 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Richard Fleischer ha dirigido varios éxitos de taquilla. Sus películas son un clásico norteamericano. Pertenece a una sector del cine Hollywoodense de esa época que poseía guiones muy herméticos y no se experimentaba con las tomas. Sin embargo, Fleischer se anima un poco más y se aventura con los planos. Juega con las sombras y las luces geométricamente. Un ejemplo es cuando Horn deja los lentes encontrados sobre la mesita de luz del hotel donde interrogan a los muchachos, y van pasando las horas por la luz del sol en los mismos. Otro plano interesante es cuando refleja las caras de los chicos en un vidrio de los lentes y la de Horn en otro.
Consta con la brillante actuación de Orson Welles, quien adopta un papel de justiciero agotado por la violencia que ve en el mundo.
Como suele pasar con las adaptaciones, casi siempre las películas se quedan cortas en comparación con los libros, y Compulsión no es la excepción. Hay algunas grietas en el aspecto psicológico de los asesinos, retratados minuciosamente hasta el hastío en la obra. En cambio, en el film los personajes pecan de trillados. Las personalidades de Artie y Judd son llevadas equívocamente al extremo. Lo cual, en parte, contradice la postura del escritor en donde se muestran a los adolescentes en “apariencia” normales de clase alta. Digo en “apariencia”, porque justamente el libro de a poco va a ir desmenuzando sus trastornos mas íntimos. Lentamente Leyer nos magnetiza con cada descubrimiento de sus compañeros más cercanos, y de los peritos psicológicos. En la película desde principio a fin se da todo por sentado. Los personajes son representaciones obvias y las actuaciones, propias del cine de esa época, son exageradas y poco realistas.
Todo el tiempo vemos a Judd como un simple cómplice de Artie, un títere que se deja dominar por los caprichos de su compañero. Cuando en verdad era un continuo juego desafiante e íntimo entre ambos.
También en la película Wilk decide arrebatadamente en el inicio del juicio declarar a sus clientes culpables, cuando en verdad esa determinación se acordó en una concienzuda discusión entre las familias de los criminales, los analistas y los abogados, como la única posibilidad para comenzar a humanizar a los (considerados socialmente) pequeños monstruos.
La película también decae al final, en el discurso de Jonathan Wilk. Si bien, es innegable que Orson Welles hace una actuación digna de admiración, el guion se ve debilitado al presentar sólo algunos aspectos del verdadero discurso. En el argumento original de defensa, se hace hincapié en las siguientes afirmaciones: Los asesinos son demasiado jóvenes para la pena de muerte, dicha sentencia solo traería mayor violencia a la sociedad, el crimen es resultado de los múltiples trastornos de ambos pero entendido sólo en conjunto, presentaban una disfunción emocional.
En contrapartida, en la película la tesis apela a la compasión, despliega parte de la culpa del crimen sobre los padres, pasa por alto el tema de no nombrar la noción legal de insania (de lo que tanto se cuidaron en el libro, así no les tocaba el jurado) hablando explícitamente de paranoia en Judd y esquizofrenia en Artie.
Queda un final abierto, en el que Wilk (que en la obra es ateo) piensa en la existencia de Dios. En un enfrentamiento con Judd, el abogado de Orson le responde desafiante si acaso no fue el todopoderoso, quién dejó caer sus lentes. Esto nunca sucede en el libro y contrariamente, mas que sostener la existencia de una divinidad, el texto apela a la filosofía materialista, y la fenomenología, y el psicoanálisis.

www.losojosdelolita.com.ar
Nadya Palacios
LOLITA
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