Europa
7.3
10,619
Drama. Bélico. Intriga
Tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), Leo Kessler, un joven americano de origen alemán, se traslada a Alemania para trabajar con su tío en una compañía de ferrocarriles. Su trabajo le permitirá viajar, fascinado, por un país destruido por la guerra; pero también tendrá que enfrentarse poco a poco a los horrores de la barbarie nazi. (FILMAFFINITY)
15 de enero de 2008
15 de enero de 2008
171 de 199 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cada director se caracteriza por poseer un sello único e inconfundible con el que impregna todas sus obras. Y el sello de Lars Von Trier casi siempre lleva las señas de identidad de un pesimismo brutal, una visión absolutamente negra del mundo que analiza, sin dejar concesiones a la esperanza o a la benevolencia.
Tras haber visto otros filmes suyos como "Bailar en la oscuridad", "Dogville" y "Manderlay" (dejando aparte "Rompiendo las olas", que, saliéndose de la línea habitual, apuesta por un mensaje esperanzador), no me cabía duda de que, una vez más, me aguardaba un viaje de pesadilla. Un descenso cada vez más profundo a los infiernos hasta que no queda un solo destello de luz.
Siguiendo su esquema acostumbrado, Von Trier emplea un protagonista que, llegado desde el exterior, se sumerge en una sociedad que le es ajena. Este protagonista siempre sigue unos patrones de personalidad que lo hacen destacar del grupo en el que trata de integrarse: se ha criado interiorizando unos principios de justicia e igualdad; cree en la bondad intrínseca de la Humanidad; está convencido de que las cosas se pueden cambiar para mejor; ve en la paz la única forma de redimir la corrupción del mundo y no desea involucrarse en ningún conflicto. Podríamos decir que es un objetor de conciencia moral, que rechaza la violencia y se siente horrorizado ante las maldades. Este protagonista ha recibido unos ideales que le impulsan a tratar de hacer algo por ayudar a la gente. Y, en su afán por ayudar, se mete en la boca del lobo. Y siempre acaba descubriendo que el ser humano puede llegar a ser la plaga más infecta sobre la faz de la Tierra. Y que todos sus ideales resultan inútiles, asfixiados en medio de la malevolencia que se va cerrando en torno a ellos hasta estrangularlos.
Centrándose en la Alemania que se lame sus heridas al término de la Segunda Guerra Mundial, Von Trier vuelve a crear con mano severa e inmisericorde un retrato que podría semejarse al que mostraba la profunda corrupción del alma de Dorian Gray en la genial novela de Oscar Wilde. Nadie se libra de la quema, nadie sale impune.
Acostumbrados como estamos a que en las películas nos muestren el corazón de las guerras, sin embargo no es tan frecuente que algún film se centre en lo que queda justo cuando la guerra termina. Pero, ¿realmente termina? En agosto de 1945, el mundo entero respiró y oficialmente se declaró el final de los conflictos. ¿El final? ¿Acaso habían acabado? Tras la guerra, las heridas están demasiado recientes... Y los odios palpitan bajo la frágil superficie.
Tras haber visto otros filmes suyos como "Bailar en la oscuridad", "Dogville" y "Manderlay" (dejando aparte "Rompiendo las olas", que, saliéndose de la línea habitual, apuesta por un mensaje esperanzador), no me cabía duda de que, una vez más, me aguardaba un viaje de pesadilla. Un descenso cada vez más profundo a los infiernos hasta que no queda un solo destello de luz.
Siguiendo su esquema acostumbrado, Von Trier emplea un protagonista que, llegado desde el exterior, se sumerge en una sociedad que le es ajena. Este protagonista siempre sigue unos patrones de personalidad que lo hacen destacar del grupo en el que trata de integrarse: se ha criado interiorizando unos principios de justicia e igualdad; cree en la bondad intrínseca de la Humanidad; está convencido de que las cosas se pueden cambiar para mejor; ve en la paz la única forma de redimir la corrupción del mundo y no desea involucrarse en ningún conflicto. Podríamos decir que es un objetor de conciencia moral, que rechaza la violencia y se siente horrorizado ante las maldades. Este protagonista ha recibido unos ideales que le impulsan a tratar de hacer algo por ayudar a la gente. Y, en su afán por ayudar, se mete en la boca del lobo. Y siempre acaba descubriendo que el ser humano puede llegar a ser la plaga más infecta sobre la faz de la Tierra. Y que todos sus ideales resultan inútiles, asfixiados en medio de la malevolencia que se va cerrando en torno a ellos hasta estrangularlos.
Centrándose en la Alemania que se lame sus heridas al término de la Segunda Guerra Mundial, Von Trier vuelve a crear con mano severa e inmisericorde un retrato que podría semejarse al que mostraba la profunda corrupción del alma de Dorian Gray en la genial novela de Oscar Wilde. Nadie se libra de la quema, nadie sale impune.
Acostumbrados como estamos a que en las películas nos muestren el corazón de las guerras, sin embargo no es tan frecuente que algún film se centre en lo que queda justo cuando la guerra termina. Pero, ¿realmente termina? En agosto de 1945, el mundo entero respiró y oficialmente se declaró el final de los conflictos. ¿El final? ¿Acaso habían acabado? Tras la guerra, las heridas están demasiado recientes... Y los odios palpitan bajo la frágil superficie.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Vemos una Alemania ocupada por las fuerzas militares aliadas, y el ambiente se halla en plena ebullición. Los nazis han sido derrotados y humillados para ser reemplazados por la dictadura de las fuerzas de ocupación. Las represalias no se hacen esperar tanto en unos bandos como en los otros. Los aliados que vigilan y someten al pueblo alemán. Alemanes que desean librarse de la peste nazi y colaborar con los aliados. Nazis resentidos que quieren darle una lección a los intrusos aliados y a sus partidarios alemanes. Y muchos otros que sólo desean que vuelva la paz y la cordura pero que se ven en mitad de la contienda. ¿Es posible ser neutral? Leopold, el protagonista, no desea otra cosa. Pero, ¿tiene elección?
Descarnado como siempre, Von Trier nos enseña cómo se ríen las hienas de los ingenuos. Cómo los utilizan, los manipulan, los quieren conducir sin miramientos hacia el bando que les conviene. Cómo se burlan de sus principios, de su neutralidad.
En un drama de Von Trier, el don de la bondad natural es el mayor de los crímenes. No te lo permitirán. Te devorarán, con la voracidad de los depredadores que se deleitan con las presas más tiernas, siempre las más codiciadas. No tienes escapatoria.
Fotografía que combina estudiadamente el blanco y negro y el color. Imágenes envolventes y cuidadas en todo detalle, cargadas de simbología y de mensajes entre líneas. Un discurso en off hipnótico. Una banda sonora a tono con el pesimismo predominante, el tenso suspense y el triste romanticismo. Un guión como siempre plagado de acusaciones veladas, de sentidos que van más allá de la apariencia, en los que no hay nada casual ni irrelevante. Cada frase, exceptuando las de Leopold, lleva oculto un puñal.
No te confíes, porque en el ambiente de Von Trier nadie te va a regalar nada. Ni siquiera el hecho de permitirte ser tú mismo. Si te descuidas, te aplastan.
Descarnado como siempre, Von Trier nos enseña cómo se ríen las hienas de los ingenuos. Cómo los utilizan, los manipulan, los quieren conducir sin miramientos hacia el bando que les conviene. Cómo se burlan de sus principios, de su neutralidad.
En un drama de Von Trier, el don de la bondad natural es el mayor de los crímenes. No te lo permitirán. Te devorarán, con la voracidad de los depredadores que se deleitan con las presas más tiernas, siempre las más codiciadas. No tienes escapatoria.
Fotografía que combina estudiadamente el blanco y negro y el color. Imágenes envolventes y cuidadas en todo detalle, cargadas de simbología y de mensajes entre líneas. Un discurso en off hipnótico. Una banda sonora a tono con el pesimismo predominante, el tenso suspense y el triste romanticismo. Un guión como siempre plagado de acusaciones veladas, de sentidos que van más allá de la apariencia, en los que no hay nada casual ni irrelevante. Cada frase, exceptuando las de Leopold, lleva oculto un puñal.
No te confíes, porque en el ambiente de Von Trier nadie te va a regalar nada. Ni siquiera el hecho de permitirte ser tú mismo. Si te descuidas, te aplastan.
19 de septiembre de 2009
19 de septiembre de 2009
99 de 123 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde un punto de vista estrictamente estético, “Europa” es una pasada. Von Trier es uno de aquellos cineastas que se sabe artista y que rentabiliza al máximo todos los recursos de los que dispone para experimentar constantemente con nuevas propuestas visuales. Sin embargo, qué queréis que os diga, a mi los envoltorios impecables me molan un huevo, sí, pero si la historia no me atrapa, apaga y vámonos. Y esta vez, para qué vamos a engañarnos, la intriga que me plantea el gran danés me ha decepcionado.
Aún así, yo diría que la culpa no es suya, sino mía. No sé, me da la sensación que algo se me escapa. Que no he sido capaz de sacarle el jugo a lo que Lars me proponía. Que no he sido capaz de sintonizar con su sentido del humor. Que no he sido capaz de leer entre líneas e interpretar correctamente cuáles eran sus intenciones.
El caso es que cuando Lars me sedujo por primera vez lo hizo a través de “Rompiendo las olas”, una peli con una envergadura dramática tremenda. Una envergadura que volví a constatar posteriormente con “Bailar en la oscuridad”. Y aunque las otras pelis que he podido ver de Von Trier me parecen levemente inferiores a estos dos peliculones, tenía puestas grandes expectativas en “Europa”. Una peli que, curiosamente, hasta los más enconados detractores de Lars tienen en gran estima.
En esta ocasión, sin embargo, el componente dramático que tanto me fascinó cuando me desvirgué con Lars no aparece por ningún lado y en su lugar observo con estupor que el danés apuesta por una especie de fábula que tiene como escenario la Alemania derrotada por los aliados en 1945. Una fábula en la que alemanes y americanos son caricaturizados con premeditación y alevosía y en la que las situaciones kafkianas se suceden por doquier. Y a mi eso, como que no me va. Parece como si Von Trier no hubiera tenido demasiado claro si decantarse más por lo lírico o por lo grotesco y que, ante la duda, hubiera decidido darle a su peli un aire onírico-paranoico-crítico que hubiera firmado el mismísimo Dalí. Un aire que, dicho sea de paso, me recuerda una célebre obra del genio ampurdanés cuyo título, por cierto, constituye el mejor sobrenombre que se me ocurre para definir el inagotable y desbordante talento de uno de los cineastas más chiflados, excesivos y ególatras del panorama actual.
Aún así, yo diría que la culpa no es suya, sino mía. No sé, me da la sensación que algo se me escapa. Que no he sido capaz de sacarle el jugo a lo que Lars me proponía. Que no he sido capaz de sintonizar con su sentido del humor. Que no he sido capaz de leer entre líneas e interpretar correctamente cuáles eran sus intenciones.
El caso es que cuando Lars me sedujo por primera vez lo hizo a través de “Rompiendo las olas”, una peli con una envergadura dramática tremenda. Una envergadura que volví a constatar posteriormente con “Bailar en la oscuridad”. Y aunque las otras pelis que he podido ver de Von Trier me parecen levemente inferiores a estos dos peliculones, tenía puestas grandes expectativas en “Europa”. Una peli que, curiosamente, hasta los más enconados detractores de Lars tienen en gran estima.
En esta ocasión, sin embargo, el componente dramático que tanto me fascinó cuando me desvirgué con Lars no aparece por ningún lado y en su lugar observo con estupor que el danés apuesta por una especie de fábula que tiene como escenario la Alemania derrotada por los aliados en 1945. Una fábula en la que alemanes y americanos son caricaturizados con premeditación y alevosía y en la que las situaciones kafkianas se suceden por doquier. Y a mi eso, como que no me va. Parece como si Von Trier no hubiera tenido demasiado claro si decantarse más por lo lírico o por lo grotesco y que, ante la duda, hubiera decidido darle a su peli un aire onírico-paranoico-crítico que hubiera firmado el mismísimo Dalí. Un aire que, dicho sea de paso, me recuerda una célebre obra del genio ampurdanés cuyo título, por cierto, constituye el mejor sobrenombre que se me ocurre para definir el inagotable y desbordante talento de uno de los cineastas más chiflados, excesivos y ególatras del panorama actual.
10 de mayo de 2011
10 de mayo de 2011
70 de 80 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ni qué decir tiene que "Europa" es una de las mejores reflexiones cinematográficas en torno a lo ocurrido en nuestro continente entre 1933 y 1945, el trabajo de documentación realizado por el director para la realización de la obra es bastísimo y su sintetización bien madurada, a la altura de los grandes debates historiográficos de las décadas precedentes. Tras el trabajo de Lars von Trier son reconocibles las tesis de algunos sociólogos, historiadores y literatos como Zygmunt Bauman, Geoff Eley, Robert Gellatelly o Cesare Pavese, también son reconocibles los homenajes estilístico-temáticos a los cineastas alemanes de Weimar como Murnau o Fritz Lang. El montaje es trepidante, una trabajo para el recuerdo de los más selectos paladares; la mayor parte de los planos algo simplemente exquisito; la voz en off de Max von Sydow un placer para los sentidos; el traqueteo de los trenes a su paso por las vías alemanas: pura angustia sin cortar. De hecho no sería extraño que Costa-Gavras tomara algunas ideas del danés para la realización de "Amen".
Leo Kessler, estadounidense de ascendencia alemana y de apellido sospechosamente judío, decide cerrar el círculo familiar volviendo a la que fuera patria de sus padres. Bajo la sugestiva voz de Max von Sydow se realiza un auténtico ejercicio de hipnosis por el cual el espectador es sumergido de golpe en la crueldad despiadada de la posguerra europea, concretamente en Alemania. Estamos ante un auténtico viaje psicoanalítico a través de la conciencia de Europa en el que, como digo, no sólo se embarca Leo Kessler, sino también el propio espectador, al cual se trata de retrotraer al pasado en un intento por mostrar lo que un día fuimos.
En realidad el protagonista va a ser un intermediario del espectador. Como cicerone de esta visita por el museo de los horrores un tío del protagonista encargado del servicio de revisores de un tren dormitorio; la ruta: el sistema ferroviario alemán que se recupera a duras penas después del devastador conflicto. El joven va a seguir los pasos del hermano de su padre, creyendo que puede contribuir a la gestación de un mundo mejor a través de su trabajo en los trenes. Nada más lejos de la realidad. Su trabajo como revisor se va a convertir en un infierno donde podrá contemplar el terror en su forma más extrema, mostrando no sólo el drama de alguien procedente de una cultura externa (la estadounidense) incapaz de comprender lo ocurrido en Europa, sino también de aquellos que pretenden sostener una posición neutral ante los conflictos que se desatan a su alrededor. Como Cesare Pavese mostró en "La casa en la colina", a veces los que más sufren son aquellos situados en una zona gris, entre los que ven las cosas blancas o negras.
El símbolo del tren es omnipresente: un tren que constantemente viaja sin un rumbo claro que, como dice el tío de Leo, uno no sabe muy bien si avanza y retrocede.
Leo Kessler, estadounidense de ascendencia alemana y de apellido sospechosamente judío, decide cerrar el círculo familiar volviendo a la que fuera patria de sus padres. Bajo la sugestiva voz de Max von Sydow se realiza un auténtico ejercicio de hipnosis por el cual el espectador es sumergido de golpe en la crueldad despiadada de la posguerra europea, concretamente en Alemania. Estamos ante un auténtico viaje psicoanalítico a través de la conciencia de Europa en el que, como digo, no sólo se embarca Leo Kessler, sino también el propio espectador, al cual se trata de retrotraer al pasado en un intento por mostrar lo que un día fuimos.
En realidad el protagonista va a ser un intermediario del espectador. Como cicerone de esta visita por el museo de los horrores un tío del protagonista encargado del servicio de revisores de un tren dormitorio; la ruta: el sistema ferroviario alemán que se recupera a duras penas después del devastador conflicto. El joven va a seguir los pasos del hermano de su padre, creyendo que puede contribuir a la gestación de un mundo mejor a través de su trabajo en los trenes. Nada más lejos de la realidad. Su trabajo como revisor se va a convertir en un infierno donde podrá contemplar el terror en su forma más extrema, mostrando no sólo el drama de alguien procedente de una cultura externa (la estadounidense) incapaz de comprender lo ocurrido en Europa, sino también de aquellos que pretenden sostener una posición neutral ante los conflictos que se desatan a su alrededor. Como Cesare Pavese mostró en "La casa en la colina", a veces los que más sufren son aquellos situados en una zona gris, entre los que ven las cosas blancas o negras.
El símbolo del tren es omnipresente: un tren que constantemente viaja sin un rumbo claro que, como dice el tío de Leo, uno no sabe muy bien si avanza y retrocede.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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Aquí reside el drama del progreso y el paralelismo con la obra del polaco Zygmunt Bauman, quien afirmó que el nacionalsocialismo y más concretamente la Shoah no fueron un accidente en el progreso de la humanidad, sino una consecuencia natural de éste, conducente en última instancia a la muerte industrial de masas donde la carne humana se convierte en la materia prima y el sistema ferroviario en el sistema nervioso de este gigantesco monstruo que devora Europa. Leo Kessler descubrirá dentro del tren vagones que ni tan siquiera sabía que existían y dentro de éstos los trágicos sucesos de los años 40, poniendo un silencioso pero aterrador grito en el cielo contra aquella Europa que prefirió olvidar su propia tragedia recién terminada la guerra.
Así, el tren en que viaja Leo Kessler se convierte en una alegoría de Europa, en la misma alegoría de la modernidad y el progreso imparables que se dirigen de forma irremediable hacia el abismo, y por mucho que el protagonista lo intente, es imposible frenar ese tren. En dicho tren está mal visto levantar las cortinas para contemplar el exterior, una dura crítica contra todos los alemanes que decidieron subirse al tren sin pensar en las consecuencias, sin apenas conciencia crítica, un reflejo de aquel refrán que dice que "no hay más ciego que el que no quiere ver", pero ya hace muchos años que esa pretendida ceguera no fue tal, todos estaban al tanto de lo que ocurría a su alrededor. El propio Kessler es buena muestra de ello, quien sin ser alemán ni tener vínculos con ninguna causa está a punto de caer en la más absoluta connivencia con el terror por amor hacia Kat, igual que muchos otros tuvieron sus motivos individuales como el propio afán de sobrevivir.
Estamos ante una reflexión que sirve para todo un continente que tiene a Alemania como caso paradigmático de los desastres del siglo XX: desde la hija que empuja a su padre al suicidio en nombre de una causa suprema hasta los que vuelven para reclamar la que fuera su tierra y se encuentran con un paisaje devastado, material y moralmente, pasando por la connivencia de instituciones centenarias como la Iglesia. Es inolvidable la actuación del sacerdote, que le baila el agua a todo el mundo, una de las claves de la supervivencia de una institución como ésta. Dios está contra los que no creen, pero perdona a todos aquellos que matan o mueren por tener fe ciega en lo que consideran una causa justa, porque ellos también sufren y tienen sentimientos, ellos también aman la vida, aunque sólo sea la suya, y aman a sus hijos, aunque sólo sean los suyos. Finalmente mueres ahogado y encima de tu cadáver la gente aún bracea esforzándose por sobrevivir, signo de que la vida sigue y que tu participación no es necesaria para la continuidad del mundo porque, al fin y al cabo, no representas nada, no eres más que una existencia insignificante. He ahí la verdadera tragedia del hombre.
Así, el tren en que viaja Leo Kessler se convierte en una alegoría de Europa, en la misma alegoría de la modernidad y el progreso imparables que se dirigen de forma irremediable hacia el abismo, y por mucho que el protagonista lo intente, es imposible frenar ese tren. En dicho tren está mal visto levantar las cortinas para contemplar el exterior, una dura crítica contra todos los alemanes que decidieron subirse al tren sin pensar en las consecuencias, sin apenas conciencia crítica, un reflejo de aquel refrán que dice que "no hay más ciego que el que no quiere ver", pero ya hace muchos años que esa pretendida ceguera no fue tal, todos estaban al tanto de lo que ocurría a su alrededor. El propio Kessler es buena muestra de ello, quien sin ser alemán ni tener vínculos con ninguna causa está a punto de caer en la más absoluta connivencia con el terror por amor hacia Kat, igual que muchos otros tuvieron sus motivos individuales como el propio afán de sobrevivir.
Estamos ante una reflexión que sirve para todo un continente que tiene a Alemania como caso paradigmático de los desastres del siglo XX: desde la hija que empuja a su padre al suicidio en nombre de una causa suprema hasta los que vuelven para reclamar la que fuera su tierra y se encuentran con un paisaje devastado, material y moralmente, pasando por la connivencia de instituciones centenarias como la Iglesia. Es inolvidable la actuación del sacerdote, que le baila el agua a todo el mundo, una de las claves de la supervivencia de una institución como ésta. Dios está contra los que no creen, pero perdona a todos aquellos que matan o mueren por tener fe ciega en lo que consideran una causa justa, porque ellos también sufren y tienen sentimientos, ellos también aman la vida, aunque sólo sea la suya, y aman a sus hijos, aunque sólo sean los suyos. Finalmente mueres ahogado y encima de tu cadáver la gente aún bracea esforzándose por sobrevivir, signo de que la vida sigue y que tu participación no es necesaria para la continuidad del mundo porque, al fin y al cabo, no representas nada, no eres más que una existencia insignificante. He ahí la verdadera tragedia del hombre.
25 de junio de 2013
25 de junio de 2013
58 de 67 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lars von Trier es un tío original y creativo, pero también un auténtico coñazo pedante y pretencioso. Uno asiste a estos sermones visuales tan afectados y acaba vitoreando a Hollywood o a la madre que parió a Woody Allen. Entonces ¿por qué la película me parece “pasable” y no simplemente “mala”? Pues porque tiene sus puntos llamativos: su mezcla del color y del blanco y negro; sus intentos de hipnotismo; su voz en off; su siniestro pesimismo, y su originalidad... sí, su petarda, pedante y pretenciosa originalidad.
Lo curioso es que otras películas suyas, algunas de su posterior periodo “dogmático”, me parecen muy buenas; aunque, contradiciéndome, todo eso del “dogma” es una de las mayores tomaduras de pelo de la historia del cine. No hay mayor desfachatez que establecer una doctrina puritana -con sus votos de castidad y todo- pretendiendo alcanzar la pureza naturalista... para hacer justo lo más opuesto, o sea, para crear obras manieristas, artificiosas, petardas y antinaturales a más no poder. Tengo que admitir mi contradicción: la pose de Lars von Trier me parece una gilipollez fraudulenta y megalómana (pues cualquier estilo pictórico o cinematográfico es pura invención artificial), pero el tío es un pedante pretencioso que consigue ser impactante, sorprendente y original. No tanto en este coñazo de película que es Europa, sino en otras como Rompiendo las olas, Bailar en la oscuridad o Dogville.
Lo curioso es que otras películas suyas, algunas de su posterior periodo “dogmático”, me parecen muy buenas; aunque, contradiciéndome, todo eso del “dogma” es una de las mayores tomaduras de pelo de la historia del cine. No hay mayor desfachatez que establecer una doctrina puritana -con sus votos de castidad y todo- pretendiendo alcanzar la pureza naturalista... para hacer justo lo más opuesto, o sea, para crear obras manieristas, artificiosas, petardas y antinaturales a más no poder. Tengo que admitir mi contradicción: la pose de Lars von Trier me parece una gilipollez fraudulenta y megalómana (pues cualquier estilo pictórico o cinematográfico es pura invención artificial), pero el tío es un pedante pretencioso que consigue ser impactante, sorprendente y original. No tanto en este coñazo de película que es Europa, sino en otras como Rompiendo las olas, Bailar en la oscuridad o Dogville.
1 de marzo de 2006
1 de marzo de 2006
58 de 87 usuarios han encontrado esta crítica útil
Yo no sé si Europa es pedante o snob. No estoy muy seguro. Lo que sí se palpa es una imaginación acojonante. Además me alegra comprobar la mirada de Von Trier sobre una posguerra que él no vivió pero que me parece más acertada comparando con las obras que hasta ahora se han hecho. Los alemanes vistos como sacos de carne y los yankies con todos sus tonos de gris. Y además aportando una visión distinta en cuanto a lo cinematográfico: original e imaginativa.
No está mal la obra, y desde luego, ya se apuntaban aquí dos cosas para el fúturo: imaginación vanguardista y caña al yanki. Y éso me pone mucho.
Me deja un poco desconcertado el uso del color. Seguro que me equivoco, pero me da la impresión que el puto loco de Trier quiso utilizarlo sólo cuando las emociones eran nuevas y puras:
No está mal la obra, y desde luego, ya se apuntaban aquí dos cosas para el fúturo: imaginación vanguardista y caña al yanki. Y éso me pone mucho.
Me deja un poco desconcertado el uso del color. Seguro que me equivoco, pero me da la impresión que el puto loco de Trier quiso utilizarlo sólo cuando las emociones eran nuevas y puras:
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
por ejemplo cuando la pareja se conoce la chica está coloreada, porque a nuestro protagonista le gusta. Cuando van a hacer el amor también y cuando le pide matrimonio y se casan y se despiden entre los dos trenes y se termina la historia... todas esas emociones primarias las recoge en color. También por ejemplo cuando el empresario ha decidido suicidarse... no sé... es un poco complicado y seguramente no sea así, pero es que no encuentro explicación.
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