Grandes esperanzas

Mira Dickens, mira tu libro, mira tu historia, la ves? la ves??!...
PLAAAAAAAAAAAAAAS. A tomar por culo tu obra.
Los que teníais ganas de ver algo medianamente decente, aún sabiendo que no iba a llegar ni por asomo a la suela de los zapatos del libro...
PLAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAS. Qué os creíais?? Espabilad de una vez!!
Creéis que nos detendremos aquí?
JAJAJAJAJAJA
Qué otros clásicos de este tío podremos destrozar? Cuento de navidad ya está muy visto... puede que David Copperfield... o tal vez Tienda de antigüedades... quizás Nuestro común amigo.... no sabemos no sabemos.... tan solo podemos deciros una cosa:
Temblad lectores de Dickens, tarde o temprano volveremos a atacar, y no tendremos piedad! JAJAJAJAJA

No tengo más que decir de esta película y de los malos malvadísimos que la hicieron realidad.
Bueno, podría añadir dos cosas más:
Helena Bonham Carter...déjanos en paz!!!!!!
Jeremy Irvine...PUAAAJJ me haces vomitar.

Mi libro preferido es Grandes esperanzas, de Charles Dickens.

Es bastante fiel al libro. Quizá le falte, un poco, la ironía de Dickens, es una versión más amable, pero para mí, es un buen guión adaptado.

Para ser mi libro preferido tiene mucho mérito, porque me podría haber pasado lo contrario, y decepcionarme en sus más de dos horas de película, pero no. Muy buena película.

Siempre se ha dicho que en cada generación hay un selecto grupo de idiotas convencidos de que el fracaso del colectivismo se debió a que no lo dirigieron ellos. Gentuza que siempre tiene una excusa para ocultar o distorsionar la realidad: la miseria de Cuba se debe al bloqueo yanqui, en la RDA se vivía estupendamente antes de la reunificación, en Argentina el peronismo estaba a punto de dar sus frutos y en Venezuela, directamente, se vive mejor que en Madrid (pero no lo saben). Precisamente, en España hemos acogido con los brazos particularmente abiertos a muchos de esos fenómenos que, curiosamente, no dudan en emigrar desde sus paraísos hacia cochambres capitalistas como la nuestra, juntarse con la merma autóctona y empezar a derroer el sistema desde dentro predicando sus doctrinas ruinosas. Demasiado poco nos pasa, aunque creo que hemos cruzado la línea roja de la autoextinción y ya sólo cabe ralentizar el proceso.

Igualmente, cada cierto tiempo alguien cree que falta la adaptación definitiva de la novela dickensiana “Grandes esperanzas” porque las ochenta anteriores no fueron capaces de plasmar lo que el gran Charles quería contar. En ese sentido, es cierto que es una novela que, a mí personalmente, siempre me ha dejado un poco perplejo por ciertas ambigüedades y elementos de temática un tanto personal, especialmente al compararla con todas las otras grandes obras suyas que conozco, que son, digamos, más pragmáticas y menos dadas a interpretaciones. Pero yo creo que con cuatro o cinco remakes, cada dos décadas para aprovechar los avances técnicos y mejorar la escenificación, es suficiente. Admitamos, además, un par de miniseries de la BBC y otras dos o tres variantes que hacen customizaciones geográficas y/o temporales como coger la trama e implantarla en la California moderna donde los protagonistas sean Ángeles del Infierno, por ejemplo. Pues yo creo que con eso (y una tematización oriental o similar) ya iría quedando poco sitio para más reinvenciones.

Pero se ve que Mike Newell no pensaba lo mismo y aquí tenemos su visión de “Grandes esperanzas”, un producto que emana corrección tanto como película como como adaptación. Simplifica y generaliza alguna trama, como es normal, pero no hace cosas raras y es fiel en forma y espíritu al libro. La ejecución es, dentro de los estándares del cine de época británico, premium, con una puesta en escena tan rica y colorista como lo permite el rigor documental. La fotografía y el atrezzo nos lleva a la Inglaterra de Dickens y las interpretaciones son tan profesionales como cabría esperar de sus nombres. En ese sentido, la película de Newell brilla hasta alcanzar un techo que viene marcado por los propios parámetros de vencer la pereza de una película que no va a contar nada nueva y de tratarse de una obra de corte más intimista, que toca temas como el desamor o la madurez, que no lucen tanto como otros retratos más sociales de su literatura y que, en ocasiones, cuesta entender o asimilar bajos los parámetros de la actualidad.

Buena película, sin duda, que remite con fidelidad a la novela. Pero no puede evitar ser la adaptación número ochenta y una de un caladero esquilmand.

"Grandes esperanzas" es la nueva película del director británico Mike Newell, un realizador que logró la fama en los 90 con títulos como "Cuatro bodas y un funeral" y "Donnie Brasco" y que es uno de esos artesanos que lo mismo sirven para un roto como para un descosido, con una filmografía que incluye cintas como "La sonrisa de Mona Lisa", "Harry Potter y el cáliz de fuego", "El amor en los tiempos del cólera" o "Prince of Persia: Las arenas del tiempo". En esta ocasión pone su oficio al servicio de una adaptación que no aporta nada nuevo a la celebrada obra de Dickens, con una versión canónica que enfadará a los que busquen aspectos novedosos y que gustará a los aficionados a la obra dickensiana y a las películas británicas de época con ese inconfundible aire clásico estilo BBC, que no en vano es una de las productoras del largometraje.

Para mí siempre es agradable volver a ver "Grandes esperanzas", uno de esos libros que me llevaría a una isla desierta por todo lo que me supone. Es una historia en la que me identifico en muchas ocasiones con su protagonista, cono ese Pip dominado en su infancia por una amenazadora presencia maternal, que cuando crece se convierte en un joven que desea ver mundo y al que su tierra natal se le queda pequeña. Que detesta la petulancia y no puede evitar caer en ella en alguna ocasión, que se enamora de la chica inalcanzable que le roba el corazón y en la que piensa en todos los actos de su vida, a la que sigue deseando pese al paso de los años. En muchas de sus vivencias y reacciones me reconozco en ese Pip y momentos como el que destaco al principio de la entrada me emocionan y me hacen soltar una lagrimilla.

A todo ello ayuda el buen hacer de su elenco actoral, con unos intérpretes secundarios bregados en mil batallas como Robbie Coltrane (como el abogado que lleva la fortuna de Pip), Ralph Fiennes (aportando su aire inquietante para dar vida al exconvicto Magwitch) o Helena Bonham Carter (que aquí une sus dos especialidades, los papeles de época y mujer loca y lo hace muy bien) y unos Jeremy Irvine y Holliday Grainger que cumplen su cometido como Pip y Estella, aunque echo en falta un poco más de tiempo de ambos juntos en pantalla para mostrar esa pasión con mayor resolución.

Con todo ello, nos hallamos ante una versión que se deja ver con agrado en sus dos horas de metraje y que deja un buen sabor de boca. Un rato bien invertido.

Hay películas que tienen todos los ingredientes para atrapar a crítica y público, pero acaban pasando desapercibidas. Eso es lo que ha ocurrido con Grandes Esperanzas, la enésima adaptación del clásico de Dickens. Mike Newell, un director tan competente como poco brillante, es incapaz de insuflar vida al relato y aportar algo nuevo. La anterior versión cinematográfica, realizada por Alfonso Cuarón en 1998, al menos ofrecía una nueva perspectiva situando la acción en el presente.

En el cine actual proliferan los remakes y las adaptaciones literarias, sinónimo de la falta de ideas de la industria. Para colmo se arriesgan a despertar comparaciones que no pueden resistir. En 1946, uno de los mejores directores de la historia, David Lean, rodaba su propia versión de Grandes Esperanzas (titulada en España Cadenas Rotas). Intentar igualar la maestría del creador de Lawrence de Arabia o Doctor Zhivago es un atrevimiento casi kamikaze.

El universo de Dickens es tan rico que el cine bebe de sus fuentes una y otra vez. Uno de los últimos en atreverse fue Roman Polanski con su infravalorada Oliver Twist. El director polaco supo darle su particular toque malsano, creando una película poco apta para la ‘disneyana’ infancia actual. En Grandes Esperanzas, la magnífica fotografía de John Mathieson atrapa el estilo gótico de Dickens, pero Newell no consigue ser todo lo siniestro que debería.