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La eternidad y un día

Drama Cuando a Alexander, un escritor griego, le quedan pocos días de vida, necesita resolver un dilema: morir como alguien ajeno a los demás o aprender a amarlos y a comprometerse con ellos. Elegida la segunda vía, lee las cartas de Anna, su esposa fallecida, y cierra su casa en la playa. Un día lluvioso, encuentra a alguien que le ofrece la oportunidad de cumplir su compromiso: un niño albanés al que ayuda a pasar la frontera mientras le ... [+]
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Críticas 32
Críticas ordenadas por utilidad
4 de noviembre de 2016
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Capítulo final de una trilogía iniciada a principios de los años 90, Angelopoulos se plantea la misma pregunta que se hizo Samuel Beckett en su día: ¿cómo terminar? Pero añade una nueva cuestión que tendrá un impacto sobre la respuesta final: ¿cómo terminar nuestra vida cuando solo nos quedan unos días antes del final? Paradójicamente, cuando el tiempo del que disponemos es limitado, sacamos el máximo provecho y es lo que aprendemos gracias a Alexandre y su viaje entre el pasado, el presente y el futuro en el último día que le queda de vida. Si bien el escritor aprovecha para dar un paseo poético entre sus recuerdos, su deseo de llevar al niño hasta la frontera le ofrece la posibilidad de realizar una buena acción que tendrá un impacto en su futuro. La iluminación, que alterna los colores fríos para representar el presente y los cálidos para los flashback, nos deslumbra por su sobriedad. Además, las palabras extraídas de las cartas de la mujer de Alexandre dan un ritmo especial a esta odisea poética y están llenas de una sabiduría que nos conmueve. Y cuando por fin obtenemos la respuesta a la pregunta “¿cuánto dura mañana?”, entendemos que Alexandre está preparado y que no teme lo que encontrará después de la muerte. «La eternidad y un día» es un magnífico testamento de este director que, aunque nos dejó demasiado pronto, nos legó varias obras maestras y distinciones.
Para esta y otras críticas, podéis visitar nuestro blog Los Indiscretos : https://losindiscretos.org/espanol/la-eternidad-y-un-dia-1998-theodoros-angelopoulos/
LosIndiscretos
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22 de febrero de 2017
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Desgarradora historia de un hombre que se entrelaza con la de un niño. Bellísimo guión, una fotografía deslumbrante y actuaciones que te dejan con la boca abierta. Una historia relatada de manera tan poética que se sienten las palabras. Super recomendable.
Samantha Singer
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20 de agosto de 2018
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A menudo dicen eso de que el cine es "simplemente" entretenimiento, pero muchos olvidan que también puede ser, entre otras muchas cosas, lecciones de vida.

Theodoros Angelopoulos ha sabido esculpir una historia de redención para con la vida, recapitulando el paso por el mundo de un personaje interpretado por un Bruno Ganz monumental, este actor suizo te habla cualquier idioma que le pongas por delante con una naturalidad pasmosa. A medias entre la estética del director ruso Andréi Tarkovski y la parsimonia del director iraní Abbas Kiarostami, "La eternidad y un día" es un regalo a la humanidad, una oda a la vida, aunque la tragedia esté a la vuelta de la esquina. La esperanza, representada por el niño albano que el protagonista se encuentra, surge, y con él va a recorrer este camino de sus últimos instantes, antes del mañana, antes de la eternidad que se avecina. Alexandros, el protagonista, aprenderá su última lección; aprenderá a amar, justo en su último paso, hacia la memoria de lo infinito.

Ganadora de la Palma de Oro en Cannes, está más que justificado dicho premio. La profundidad de esta obra, su realización, su significado, juega en la liga de ese tipo de cine que traspasa la butaca. ARTE en mayúsculas. Esto no es simplemente una película para entretener, es vida, y en la vida siempre se ha de estar dispuesto a aprender.

Gracias, Angelopoulos, por esta magistral lección.
Troll
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20 de mayo de 2019
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78/08(13/05/19) Sugerente film griego realizado por Theo Angelopoulos, obra embestido de un turbador lirismo que radiografía de modo poético el ocaso de la vida de un escritor (por una dolencia no especificada, según Angelopoulos, podría ser un cáncer existencial que amenaza con matarlo suavemente) en las que pueden ser sus últimas horas, el análisis de una vida en el crepúsculo de la misma, de la nación helena, el peso del tiempo, , ello con un protagonista superlativo en la figura de Bruno Ganz (originalmente destinado a Marcello Mastroianni, quien enfermó antes del rodaje, tomando el papel el actor suizo, que lo interpreta en alemán, siendo doblado al griego), al que dedico esta crítica por su reciente fallecimiento). Escrito por Angelopoulos, Tonino Guerra (“Blow-up” o “Amarcord”), Petros Markaris (“El paso suspendido de la cigüeña” o “Eleni”) y Giorgio Silvagni (“La mirada de Ulises” o “Eleni”), supuso el reconocimiento mundial para un cineasta críptico y de difícil digestión en muchos casos, aquí hace probablemente su cinta más abierta con este homenaje a la vida vivida, a su tempus fugit, a los recuerdos que nos marcan, a la familia, al amor, a la niñez, al dolor de la pérdida, todo un compendio de elementos que remueven conciencias y te hacen reflexionar sobre lo que has dejado atrás, una historia con profundas raíces existenciales, con momentos conmovedores, que introspecciona con sentido onírico la memoria, proyectándola con una estética visual sugerente. La idea de La eternidad y un día se remonta al fallecimiento de dos personas importantes en la vida de Theo Angelopoulos, según la confesión del realizador, la de Mikes Karapiperis, el jefe decorador de las primeras películas del cineasta, y la del actor italiano Gian Maria Volonté, muerto en 1994 durante el rodaje de “La mirada de Ulises”, de estas dos desapariciones fluyen las ganas de saber lo que estas personas habrían hecho si hubieran tenido un día más de vida. La Eternidad y un día cierra una trilogía comenzada con El paso suspendido de la cigüeña (1991) y continuada por La mirada de Ulises (1995). Tres películas que evocan cada una a su manera «la noción de límite o de frontera en la comunicación entre los seres, en el amor, en el paso de la vida a la muerte» como explica Theo Angelopoulos. La película ganó la Palma de Oro y el Premio del Jurado Ecuménico en el Festival de Cine de Cannes de 1998. Seleccionada como entrada griega al Oscar Película en Lengua Extranjera, pero no fue aceptada como nominada.

Es una reflexión serena marcada por la melancolía sobre el sentido de la vida, sobre escudriñar nuestro pasado buscando las personas y momentos claves que se quedan por siempre, ello con una narrativa nostálgica, derrochando alegorías de todo tipo, buscando las esencias que nos ha dejado lo vivido, en un desarrollo en el que se salta las líneas temporales y de espacio, aparece rejuvenecida y esplendorosa su esposa (fallecida) con un hermoso vestido blanco a lunares negros, aparece su madre (también muerta) rememorando la infancia del protagonista, asistimos con él a una fiesta en la playa, fiesta que fue en el pasado, un universo paralelo de recuerdos que no son más que el subconsciente de un hombre repasando sus existencia ante la inminente mortalidad. Esto lo enfrenta el protagonista Alexander que es un tipo que siempre dejó las cosas a medias, para ello el epítome es como escritor su última novela sin terminar, ser que ha decidido su propio fin, renegando del frío y triste reciclaje del hospital, en una huida hacia adelante. Alexander es un espíritu meditabundo que ante el anochecer de la vida su mundo se agrieta, su hija (Iris Chatziantoniou) le comunica que ha vendido la casa de la playa y que al día siguiente las excavadoras la destruirán, dejando constancia del enfrentamiento generacional, de cómo las nuevas generaciones no comulgan con los recuerdos, son más partidarios del materialismo, y con esta residencia Alexander sentirá su pasado se desmorona, ejemplificado en el lugar donde vivió tiempos felices con su mujer. También la hija le entrega una carta de su esposa antigua, donde todo junto le provoca un coctel mental de nostalgia. Angelopoulos lo escenifica con mucha metáfora simbólica, identificando al protagonista con un poeta antiguo que volvió a su Grecia natal, creando un hálito de felicidad con la recurrente secuencia en la playa, viajando por la nación y su costumbrismo en una bucólica boda, o con sus miserias de la frontera con gente deseando escapar de la miseria albanesa al país heleno, ello en una imagen desgarradora de en medio de un paisaje nevado decenas de personas pegada contra la valla.

Hay recursos con el que Angelopoulos juega con habilidad alegórica, me refiero a la aparición de un rubio niño albanés (Achileas Skevis) que lo vemos por primera vez limpiando el parabrisas, y que Alexander ayuda a escapar primero de la policía y luego de los traficantes de personas, con el que el escritor crea un fuerte vínculo afectivo, que trasciende cual relevo generacional, en el que el protagonista vuelca la icónica historia del poeta comprador de palabras griegas, relación de gran sensibilidad, viéndose reflejado Alexander en sus ganas de vivir, uniendo circularmente el fin de la vida con el inicio de la misma, haciéndole rememorar su infancia. Asimismo este niño sirve para criticar nuestro mundo occidental actual, con las mafias que comercian y explotan la desesperación de los inmigrantes, además de no empatizar las sociedades acomodadas con el sufrimiento de pueblos vecinos, esto reflejado en esa valla fronteriza plagada de seres abatidos y deseando entrar en nuestro primer mundo;... (sigo en spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TOM REGAN
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6 de diciembre de 2022
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LA ETERNIDAD Y UN DÍA - Theo Angelopoulos (85/100)

La soledad y el recuerdo se conjuran en este tránsito por los momentos que conforman una existencia. Instantes vividos pero, inseparable también lo uno de lo otro, por los no vividos, aquellos que dejamos de lado para satisfacer unas necesidades efímeras.

Reflexivo y melancólico, el cine de Angelopoulos también muestra fisuras por donde, finalmente, vislumbramos la cálida luz de la esperanza.

https://cautivodelmal.wordpress.com/
Cautivo del mal
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