El desierto de los tártaros

Podía ser que desde el desierto se viese como se espeja la luna sobre la arena. Se hablase de náufragos de tierra firme. Nuevas estrellas a lo lejos como luces o guías.

El tiempo práctico es, para Jeanne Hersch, el tiempo en el que podemos actuar y tomar decisiones en torno a nuestro presente. Un presente vivido intensamente porque es la suma de todos los tiempos pasados, y posibles futuros, funcionando como una miniatura del universo. Se trata de un "si mismo" en libertad.

Ante la soledad del protagonista, se revela su escucha activa, se convierte en una gran antena receptora, hace que se anule el paso del tiempo, o se relativice de una forma extraña y contradictoria. Drogo vive en el tiempo y fuera del tiempo. Es, en palabras de Hersch, lo que permite dar nuevos comienzos, diluir lo intolerable y esperar lo necesario y deseable.

Cuando las luces se dejan ver, estas parecen estar constituyendo parte de un nuevo relato mitológico amenazante, poniendo en entredicho creencias y ritos, los propios fundamentos que hacen que ese grupo de personas se encuentren ahí mismo. En la profundidad del cielo nocturno surgen nuevas estrellas, luces hechas por el hombre, es lógico que algunas personas se autodenominen como relevo de los antiguos astrólogos y se pertrechen con los útiles de estudio, que les permitan medir los efectos que puedan provocar, estas nuevas constelaciones, en las vidas de sus semejantes.

Vivimos de lo que pasa y somos parte de lo que pasa. Y sin embargo no es del todo cierto. Se nos ha repetido, hasta hacérnoslo grabar a fuego, que la esperanza es lo último que se pierde, sin atender a que esta se transforma, muda de una cosa en otra, hasta que ya no hay algo que se le parezca.

La construcción de la carretera es, en definitiva, una línea de fuga que absorbe aquello que se le da.

Soporífera cinta de metáforas desarmantemente obvias bañada en ese pedantorro pedigrí del peor cine cultureta europeo; es decir, con los personajes tiesos, metidos en formol, empeñados en el estatismo, la quietud, el silencio y las miradas trascendentes durante todo el (eterno) metraje. Una sobredosis de hieratismo que responde solamente al miedo a parecer poco profundo. Se puede ver por disfrutar de los formulismos militares, bien logrados; o por disfrutar de caras conocidas de buenos actores. Incluso se puede uno quedar pasmado con la ciudadela iraní de Arg-é Bam, patrimonio de la Humanidad, donde se rodó el film. Pero son cosas accesorias. No basta con tener un bonito mensaje para perdonar un tostón. Desconozco con qué rellena Buzzatti tanto silencio, pero siempre tendrá ventaja con un papel en blanco. La película acaba resultando plúmbea.

Existen novelas factibles de adaptarse al cine o tv y otras que no son factibles. La novela de Dino Rossatti figura entre las no factibles.
Con un elenco actoral de lujo es imposible no hacerse expectativas, sin embargo, no siempre la presencia de actores de categoría asegura un buen filme. En este caso el resultado fue un filme tedioso y aburrido en extremo. De todos modos este filme es una bendición para todos aquellos que tengan problemas para dormir, ya que acá encontraran un excelente remedio.

Peculiar, llamativa, intrigante, pausada, absurda, endeble, pretenciosa, reiterativa y funesta producción italiana que goza de una gran fama mundial, pero que a mi no me ha llegado a convencer en ningún momento.

Valerio Zurlini, se deja llevar por el entusiasmo y la ambición. echando a perder la presencia y labor interpretativa de un reparto prometedor.

Miembros de una división militar se atrincheran en una recóndita fortaleza del desierto a la espera del ataque del ejército enemigo.

Los responsables de la película no consiguen dar forma y coherencia a una trama de intrigas que peca de forzada, previsible y absurda.

El desierto de los tártaros, queda como una funesta visión de los códigos establecidos por el ejército.