El desierto de los tártaros

Un desierto que trastorna. Una fortaleza amenazada por temibles enemigos invisibles. Extraviados mandos de exquisitos modales decimonónicos. La vastedad del desierto amenazante. Las fieras temen a las fieras. Ineficaces disciplinas castrenses. El desierto envenena los muros del bastión, el desierto erosiona las mentes de sus moradores. El enemigo está dentro de nosotros mismos: San Jorge mata al dragón. Los hombres creen con su vana arrogancia que son la joya de la Creación. Están hechos a imagen y semejanza de Dios, eso creen. Esta hybris acarrea el castigo, no puede ser de otra manera. Los amos se sienten en estado de sitio: Los muros exteriores son fuertes, los interiores se resquebrajan. Se accede a la realidad alterada del amenazado. Los comportamientos son extraños. Hay un heroísmo tejido de miedo o un miedo tejido de heroísmo: ¿Por qué estos términos son antagónicos? El orden vacuo de la cotidianidad es signo de decadencia. Los tártaros acechan. Solo destruyen, son los más fuertes, nombrarlos es invocarlos. Los guardianes no quieren reconocerse que ansían la sangre nueva del advenimiento de los tártaros, los destructores, los aniquiladores, para salvarse. El velo del sueño envuelve las acciones de los personajes: Es un sueño morboso quizá inoculado por el veneno del inexorable paso del tiempo. Mientras, el tigre acecha.

Una película evocadora de estados de ánimo metafísicos. A algunos les resultará lenta. Frustra que no se ahonde en la evolución de las conciencias de los personajes. Es disculpable hasta cierto punto porque la película ya es de por sí larga. Sin embargo, esta carencia recalca su factura desangelada. Le falta el genio de un buen director que le aportara el alma y el dinamismo de la que carece. No he leído la novela, pero si se ha hecho un esfuerzo por trasladar los mismos poderosos estados de ánimo de un medio artístico a otro, el objetivo se ha cumplido. El éxito en esta empresa es muy difícil, por lo que es digna de mérito. Si las evocaciones que suscita son mérito propio de la película, también es admirable. Goza de una buena fotografía.

Querámoslo o no, el cine nunca igualará la grandeza, la complejidad y la riqueza del lenguaje literario, de la literatura, o más bien de la "gran literatura". Y la novela "El desierto de los tártaros" es una obra maestra.

Reconozco que he visto esta película por curiosidad, habiendo leído antes la novela, sabía que una película no podía alcanzar la maestría del texto escrito. Así que entiendo que los que no hayan leído la novela poco atractivo encontrarán en la cinta: es lenta, triste, mal montada y "no pasa nada". Esto último como en la novela, donde tampoco pasa nada, porque ese es el verdadero argumento de la novela, porque allí lo que importa es otra cosa. No solo el virtuosismo del lenguaje, la atmósfera que imprega desde la primera palabra hasta la última (por cierto, que me parece un gran error haber elidido la escena final de la novela) y sólo muy de lejos la peli consigue hacernos llegar el tedio, el absurdo y la inutilidad de la vida en la fortaleza. Esa imposibilidad de marcharse sin causa aparente de la misma, de cambiar, de hacer algo mejor. Y sobre todo, la fatalidad de que cuando va a ocurrir algo la vida ya se le ha ( se nos ha ) pasado.

La vida burguesa, el mundo actual de la clase media acomodada -y nunca mejor dicho- que no puede actuar ni cambiar porque la pereza y el ser de costumbres en que nos hemos convertido impide que cambiemos nuestro destino, es el verdadero argumeto de la novela, pero no sirve como argumento para una peli.

Loable intento no obstante. El director ha tratado de transmitir con imágenes lo que solo se pudo hacer con palabras.
En este caso permítanme recomendarles la novela y no la película.

Una división militar se atrinchera en una fortaleza en el desierto a la espera del ataque del ejército enemigo. El relato se centra en un joven teniente. Sobrio cierre a la filmografía de uno de los más grandes y menos reconocidos cineastas italianos. A Zurlini le preocupa poco el asunto bélico y se centra en los sentimientos de los personajes y en su evolución interna dentro de otro interior, el de la fortaleza. Sin estar a la altura de sus obras maestras, posee notoria sensibilidad y buena construcción de tipos (todos masculinos), en un reparto tan cosmopolita (Rabal y Rey por parte española) como espectacular (los consignados más Perrin, Tritignant, von Sydow). No merecía otra cosa el humilde genio Zurlini.

El mejor enemigo es el que nunca aparece
las mejores armas son las que jamás se utilizan
el mejor caballo es el que no tiene jinete
el mejor soldado es el que nunca rasga sus vestiduras
el mejor tártaro es el que yace bajo tierra o bajo la leyenda
el mejor desierto es el que posee una fortaleza inexpugnable
la mejor jerarquía es la que de vez en cuando desfallece
el mejor misterio es el que enseña de vez en cuando sus grietas
el mejor amor es el que se aleja del objeto anhelado
la mejor esperanza es la que mira al más lejano horizonte
la mejor novela es la que jamás podrá ser llevada al cine
la mejor película es la que jamás se rebaja a la literatura
la mejor crítica es la que dice lo que oculta
la peor crítica es la que a sí misma se delata en sus intenciones

Con semejante escenario, un buen director, y un reparto espectacular, uno espera algo más de este excesivamente lento film, pero que al menos no está exento de interés.

El ambiente que se desprende, lo pírrico de la situación de Perrin, la imponente presencia de Von Sydow y las pinceladas de carácter del resto de secundarios (Gassman, Gemma, Griem, Rabal, Rey y Terzieff) son suficientes para hacer del film uno sobradamente visible.
No aporta tanto Trintignant, que a pesar de sus minutos en escena pasa bastante desapercibido; y la presencia de Noiret se reduce prácticamente a un cameo.

Buenas imágenes, buenos actores y buena banda sonora (del gran Morricone), pero falta absoluta de actividad, suponemos que en parte a causa de un escueto presupuesto.