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El desprecio

Drama Paul Javal (Michel Piccoli), un dramaturgo francés, acepta reescribir algunas escenas para "La Odisea", una película que se va a rodar en Capri bajo la dirección del renombrado director alemán Fritz Lang (Fritz Lang). En un primer encuentro con el productor norteamericano, el arrogante Prokosch (Jack Palance), el escritor deja que su mujer, la bella Camille (Brigitte Bardot), se vaya en el coche con el productor a la finca de éste. Este ... [+]
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Críticas 60
Críticas ordenadas por utilidad
3 de febrero de 2013
27 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por favor, no pasen a engrosar la lista de los estafados. El gran Frank Capra decía: "En el cine no hay normas, sólo pecados, y el pecado capital es aburrir". Esta película es lisa y literalmente una tomada de pelo: un guión que consta de dos páginas: desafío a cualquiera que cuente cuántas veces se repite la pregunta: "Vas a ir a Capri ? ¿ Quieres ir a Capri ? Si voy a Capri. No voy a Capri...POR FAVOR...AUXILIO. El guión es tan malo que buenos actores como Piccoli y Palance quedan totalmente desdibujadas y la muñeca Barbie se mueve a sus anchas y sale favorecida por la vaciedad del mismo. La fotografía: unas cuantas vistas de Capri muy buenas pero que de ninguna manera podemos decir que son un aporte al cine. El gran Fritz Lang soltando unas cuantas frases intelectualoides para que los pseudo intelectuales califiquen a esta película con sietes, ochos y nueve...POR FAVOR!!! Sr.Godard...sinceramente LO FELICITO...es Ud. un gran embaucador y sin duda que nació con estrella porque es la única explicación de que con películas como esta sea recordado como uno de los grandes directores de la historia del cine...POR FAVOR....¿ cuál es el gran aporte de esta película a la historia del cine ? ¿ cuáles son las grandes innovaciones que trajo ? Es la primera vez que califico una película con un UNO...¿ quién se lo ganó ? La música, lo único rescatable de esta película.
HUSTON
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18 de noviembre de 2010
17 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
"El desengaño" no solo podría dar título a esta crítica, sino que podría valer también para resumir el sobrevalorado trabajo del señor Godard en "El desprecio".
Tenía gran interés en verla ya que aparte del gran reparto, en estas páginas se le concedía una gran valoración (7,7). Tengo que añadir siendo sincero me ha dejado bastante desencantado, ya que esperaba una historia de más fuerza y tensión argumental que una tibia historia de un matrimonio en crisis emocional.
Los actores no me convencieron en absoluto. Hablemos un poco de ellos.
Brigitte Bardot: Se pasa toda la peli luciendo palmito, que por cierto lo tenía estupendo, sobre todo las piernas y el trasero. Pero aparte de esos encantos su interpretación es sosa y desangelada. Le falta fuerza.
Michel Piccoli: !Otro que tal baila!, con menos recursos interpretativos que mi abuela. No transmite nada. Salvo que se pasa todo el tiempo con un sombrero en la testa para disimular una alopecia galopante.
Jack Palance: Quiere dar vida a un productor de cine, pero solo consigue resultar patético en sus arrebatos de ira. Que se dedique a hacer papeles de villano o de gladiador romano.
Fritz Lang: Merece mis mayores respetos como el gran director que fue. Aquí se interpreta a sí mismo y es la nota curiosa de la película. Salvo eso, sólo tengo que añadir... zapatero a tus zapatos.
En el plano positivo resaltar los magníficos paisajes de la isla de Capri, así como el buen trabajo fotográfico de Raoul Coutard.
Concluyendo: Una película que se deja ver con cierto agrado, pero que ni emociona, ni engancha. Facilmente olvidable en el terreno argumental. Aunque en el físico me quedo con el cuerpazo de la B.Bardot que estaba de toma pan y moja.
Walter Neff
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5 de mayo de 2023
12 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si tuviera que escoger un solo cuento de Borges no sabría decantarme entre “El milagro secreto” o “Los Teólogos”. Quizás el primero, que explica la quintaesencia del fracaso borgiano del que trae causa su éxito, o al revés, y el que lo haya leído lo entenderá (lamento la pedantería, pero no quiero extenderme mucho, este no es un texto sobre Borges). O quizás el segundo, que culmina con el párrafo más pasmoso de toda la Literatura universal (lamento la pretenciosidad, pero este es un texto sobre Godard).

Es en “Los Teólogos” donde se recoge una frase que me ha fascinado desde que la leí: al presenciar la muerte de su mayor enemigo, el protagonista “…sintió lo que sentía un hombre curado de una enfermedad incurable, que ya fuera parte de su vida.” El cine, por desgracia, nunca se curará de Godard. Sin embargo, es cierto que personalmente debo decir que mi vida como amante del cine es parte importante de mi vida como persona, y Godard ha sido parte de esa vida.

La suprema idiotez de “Lenny contra Alphaville”, la falsa originalidad de “Dos o tres cosas que sé sobre ella”, el encefalograma plano de “La Chinoise”, el caos sin gracia de “Pierrot el Loco”, que es verdad que anticipa la posmodernidad, algo tan importante como poner en valor que una película sea un adelanto de los reality, las tonterías metacinematográficas de “Banda aparte”, el esnobismo de salón de “Week End” y “Une femme est un femme”, todo ello bien encubierto por Raoul Coutard, no hacían sino esconder una verdadera falta de imaginación visual, de construcción ideológica real y, en resumen, de talento cinematógráfico. En cuanto Coutard se esfuma, a partir de 1968, se esfuma parte de la cortina que protegía a Godard. Si todo lo que digo es verdad dirán que es sorprendente que la modernidad haya seguido a Godard; no, es exactamente lo contrario: es lógico. La modernidad cinematográfica es mucho más arcaica que el clasicismo, porque la auténtica modernidad no tiene nada que ver con la forma de contar una historia, a pesar de lo que diga la crítica, que sigue pensando que la manera clásica de narrar es la acuñada en la novela del Siglo XIX, sino con la forma de construir una imagen.

La obra de Godard es un monumento casi total al anticine. Digo “casi” porque hay dos películas que salvaría, quizás no de un diluvio, pero acaso de una tormenta de verano. Una es “Vivir su vida”. Visualmente, “Vivir su vida” está en línea con el resto de las películas en blanco y negro que filmó Godard en los sesenta, basadas en la iluminación natural, dominadas por tonos grisáceos y depresivos, aunque en ella se va más allá del habitual artificio godardesco y de la frivolidad godardiana.

La otra es la que comento aquí. En “El desprecio” sí veo cine. Al contrario que en el resto de sus películas en color de los sesenta, que configura un universo pop de tonos pastel entre paródico y discursivo, en “El desprecio” Godard se olvida de Mondrian y se inclina por la luz natural, el color natural, la belleza natural. El esplendor de la villa Malaparte inserta en el acantilado, la música de Delerue acompañando la mirada de la Bardot o Fritz Lang hablando de los mitos griegos, se reivindican por sí mismos, más allá de toda farsa pseudocinemática.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Talibán
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20 de enero de 2013
11 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los franceses son los únicos seres del mundo que no sólo siguen siendo amigos de sus parejas tras separarse, sino que las invitan a cenar y a todo tipo de eventos junto a sus nuevas parejas. En esta película la relación no hubiera acabado nunca, está claro, si ella no sufre ese final, una de tantas chorradas de la película. En “El desprecio” no hay ningún desprecio de verdad; sólo se lo dice a su marido francés, de palabra, una apática Brigitte Bardot, pero luego sigue dale que dale, hablando con él, paseando con él, dando la brasa con él. Por cierto, que el marido es francés, vaya si es francés: después de toda su actuación, hostias incluidas, se extraña de que su mujer ya no le quiere. Ay, tanta pose y tanto giro, tanta impostación cultureta para indicarnos hastío, amargura… la cajita de cenizas de la canción de Sabina. El tono intelectualoide es tirando a ridículo, y se manifiesta en mil poses y mil amaneramientos, y en otros tantas “godardeces”, tanto de guión como de realización. Particularmente estúpida es la escena del auditorio con la chica cantando, cuando se va el sonido de la sala cada vez que hablan. En fin, son tantos los experimentos vanguardistas a los que se les va el gas con el tiempo que no se lo tenemos en cuenta. Supongo que esta película tenía que hacerse, hacerse así, y punto. Es más tragable que casi todo lo de Godard, al fin y al cabo.
Pero no todo hace gracia de la mala en el film. La planificación de algunos largos planos secuencia es absolutamente magistral, (maravillosa la escena del apartamento, de principio a final, toda: composiciones, movimientos de los dos personajes, cámaras, gestos, acciones de cada uno, idas, venidas…). Los diálogos también atraviesan largos momentos de brillantez y credibilidad, en especial cuando la pareja habla como una pareja y se dejan a un lado las tontunas de poetas, dioses y pedanterías varias. El cuarteto actoral está simplemente genial, incluido ese Fritz Lang que era un maestro muy superior a Godard retratando psicologías, e infinitamente menos pedantorro. De BB, otro usuario ya ha remarcado su inolvidable culo, la única razón por la que esta película quedará en la memoria. Piccoli, genial, como siempre. Y el grandullón Palance, todos saben que ha sido uno de los más grandes, y compone con su actuación todo un personaje que no estoy seguro que estuviera tan bien perfilado en el guión. Como el tono de amargura, de desaliño, de hastío puede, (a pesar de las mil tontunas que pueblan el film), traspasar la pantalla de vez en cuando, la catalogaremos al final como una película que se puede ver aunque aburra en muchos tramos.
Mención aparte para la tan alabada “banda sonora” del gran Delerue. No es una banda sonora, es una sintonía: la sintonía de la amargura. El uso que se hace de ella es muy superior a la calidad intrínseca de la música en sí. Es corta, bachiana, facilonamente triste en su movimiento secuencial; aparece siempre igual, y asimétricamente, en cualquier momento, lejos o cerca de su anterior aparición, aparentemente independiente de lo que está ocurriendo en ese momento, como esas torturas nuestras que parece que nos han dado tregua, y súbitamente aparecen en medio de cualquier sitio: un parque, una cola en un banco, al arrancar un coche…, para recordarnos que nunca se fueron.. Esta sintonía se convierte, así, en el quinto personaje de la película.
berenice
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3 de agosto de 2010
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tanto Moravia como Godard plantean un alegato contra el cine comercial americano.
En la novela a Ricardo Molteni (en la película Paul) se le oferta reescribir un guión para una película de Rheingold, un director alemán (en la película Fritz Lang interpretado, cine en el cine, por el verdadero Fritz Lang, cuestión esta ya insinuada por Moravia).
Ricardo está casado con Emilia (Camille en el film). Son una pareja feliz. Battista (Prockosh en la película), el productor es el donjuán clásico sin escrúpulos y desea y ronda a Emilia. Ricardo parece que cede confiada e interesadamente la compañía de su mujer. Entonces ella inicia el camino del desprecio.
Sí, cine dentro del cine. El comienzo es espectacular: se graba a una cámara que en travelling paralelo a su vez graba a la secretaria de ese productor de cine, que va caminando; así ambos (personaje grabado y cámara que graba) se acercan hacia nosotros, la cámara gira y, en picado, parece que nos graba. Mientras tanto, una voz en off ha ido diciendo los créditos de la película. Buen comienzo.
Y más: vemos como actor a Fritz Lang interpretándose a sí mismo.
Hay además constantes referencias a películas, que son un homenaje hacia esas películas y sus directores:
-Paul cuenta a su mujer que Lang fue el que hizo un western con Marlene Dietrich (se refiere a Rancho Notorius, de 1952); Fritz Lang dice que la preferida de las suyas es M. (1931).
-vemos varios carteles de películas: en este orden, Hatari (1962, de Howard Hawks), Vivir su vida (1962, del propio Godard), Vanina Vanini (1961, de Rossellini) y Psycho (1960, de Hitchcock).
-en otra escena vemos que están proyectando Viaggio in Italia (de 1954, de Roberto Rossellini).
-se dice que en la ciudad están poniendo Río Bravo y Bigger than Life (de ésta se nombra a su director Nicholas Ray y Lang dice que la escribió él, aunque en realidad los guionistas fueron Cyril Hume y Richard Maibaum).
La Casa Malaparte en Capri, de Curzio Malaparte, es parte del escenario donde Paul y Camille llevaron a cabo su odisea moderna, donde él desestima matar al pretendiente de esta nueva Penélope, encarnada por BB, que toma el sol desnuda y tranquila en la cubierta de una casa que también es cubierta de un barco que enfila el Mediterráneo y busca el derrotero hacia Ítaca. Pero no, Paul no quiso ser Ulises, no quiso volver a Ítaca ni quiso ser un verdadero héroe griego que diera muerte a cualquier pretendiente de su Penélope. Por ello Camille sintió verdadero desprecio y se bajó del barco, desnuda, y desapareció nadando, para marcharse con el pretendiente que su héroe no quiso matar.
Mención especial merece la fotografía, destacando las escenas del interior del apartamento de Paul y Camille, el juego de colores con su indumentaria: blancos y rojos con algún toque de amarillo y negro. Nótese especialmente la composición en el interior del blanco baño en la que ella fuma Marlboro enfundada en una toalla roja.
efectophi
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