La momia

Donde esperaba encontrarme una película de terror más o menos ingenua, me he encontrado sin esperarlo una espléndida historia romántica (en el sentido decimonónico del término, no en su sentido cursi desvirtuado), con los mejores ingredientes del romaticismo clásico: arqueología, viejas culturas, amor imposible, sacrilegios, inmoralidades, muerte y delirios de inmortalidad. Aunque pase por ser uno de los clásicos del género, “La momia” es más un thriller fantástico que una película de terror.
Si acaso, el terror se reduce a la escena en que la momia se despierta, que pone el vello de punta limpiamente, sin recurrir a trucos de sonido, sólo con imágenes y silencios (¡cuánto podría apender de ello el cine actual!)…, y a cada sobrecogedor primer plano del rostro maquillado de Boris Karloff, tan escalofriante como irrepetible.
En definitiva, todo un regalo, una joya que hace especialmente odiosa cualquier comparación con los híbridos subproductos actuales sobre el tema.

Junto con “Dracula” (1931) de Tod Browning y “El Doctor Frankenstein” (1931) de James Whale, “La Momia” (1932) se la puede considerar como uno de los ejemplos más sobresalientes de esas viejas joyas del horror clásico que manufacturó la Universal en los años treinta. Se puede considerar el primer papel importante (por caracterización, interpretación e intervención) del británico Boris Karloff antes de encumbrarse, por si no tenía poco con su popularidad, con “La Novia de Frankenstein” (1935) antes de ser relegado nuevamente a sus principios como actor; a papeles secundarios de Hombre Alto y tez siniestra.

El maquillaje del que fue sometido no tiene precedentes en su época. Lo vemos momificado como cadáver y dos lustros más tarde caracterizado como el siniestro guía egipcio Ardath Bey de mirada tan hipnotizada como petrificante. El grupo de arqueólogos británicos encabezados por el doctor Joseph Whemple (Arthur Byron), su hijo Frank (David Manners) y el doctor Muller (Edward Van Sloan) no sospechan de su origen pero si de sus intenciones; ir en pos del papiro que devolverá a la vida a la princesa Anek-Es-En-Amon de quien Imhotep, nombre auténtico de Ardath y que fuera sacerdote antes de ser sacrificado por su intento de resucitar a Anek tres mil años atrás, quiere hacerse con su poder. Pero necesita el cuerpo y la belleza de la atractiva Helen (Zita Johann), la amada de Frank, y que guarda un increíble parecido a la antigua princesa.

Karl Freund, ayudante de Fritz Lang y un iluminado del cine expresionista alemán nacido en 1890, se aventuró a Estados Unidos para dirigir “La Momia”, su film más conocido, con una sobresaliente experiencia como operador de cámara. Los primeros planos con el rostro inerte y arrugado de Karloff es la primera imagen que le viene a uno en mente antes que recordarlo como la criatura de Frankenstein al que veiemos acauchutado con ese enorme frente y ojos apagados. Y, como en el film de Whale para darle un ápice de romanticismo al monstruo, la criatura es humanizada por el amor que siente hacia una mujer en siglos, a parte de recalcar en su diplomática educación hacia sus rivales que incluso hace helar a más de uno la sangre.

Excelente clásico del cine de terror y del amor imposible.
La película es una auténtica maravilla, desde sus diálogos, o su música, pasando por el diseño artístico, el maquillaje, y el gran reparto del que hace gala.
Boris Karloff luce realmente imponente, y su mirada atraviesa el alma.
En aquella época el cine de terror adquirió unos tremendos galardones, y esta película tiene buena culpa de ello, junto con otros clásicos de Universal.
Absolutamente imprescindible para los fans del terror y del buen cine.
Mi nota: 9,5.

Vista esta pionera del terror aventurero, no puedo más que confesar que prefiero la de Stephen Sommers de 1999. Sí, ¿qué pasa? Pero tranquilos, que no pienso comparar nada, no es necesario y «La momia» no lo merece.

Hombre, miedo, ninguno; acción, ninguna; gancho, poco; intriga, inexistente. Bueno, entonces, ¿qué tiene «La momia»? Pues más bien no tiene: no tiene secuencias ridículas ni grandes meteduras de patas, ni nada que desentone en exceso. Eso ya es mucho. La historia recuerda constantemente a otras tramas, pero igualmente resulta divertida, en un sentido agradable del término. Quizá porque la estaba viendo de madrugada, o quizá por el metraje en sí, a mi me ha parecido lenta, sin chispa.

Boris Karloff se mete en el sarcófago con seriedad y pone cara de palo, como corresponde. A destacar, las labores de maquillaje, que están bastante bien resueltas, al menos respecto a Imhotep, porque si hablamos de la chica, Zita Johan, los ojos ahumados no creo que le favorezcan. El resto del reparto, sin desvaríes.

Yo no hubiera abierto el cofre maldito. ¿Tú sí?

Buen clásico de terror de la Universal, pese a que el tiempo se suele mostrar inclemente con este tipo de películas. Una ambientación muy lograda, una historia justita, pero con los elementos y el ritmo adecuados para llevarla a buen puerto.

Destaca la interpretación y la caracterización de Boris Karloff, absolutamente inquietante en su papel del sacerdote egipcio ImHotep.