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Fanny y Alexander

Drama La historia está ambientada en 1907, en Uppsala, Suecia, y se centra en los Ekdahls, la familia del joven Alexander y su hermana Fanny. Los padres se dedican al teatro y son felices, hasta que el padre muere de forma repentina. Al poco tiempo, la madre decide casarse con un líder religioso conservador, una decisión que cambiará sus vidas. (FILMAFFINITY)
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Críticas 91
Críticas ordenadas por utilidad
5 de enero de 2015
18 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fanny y Alexander siempre me pareció una película navideña, especialmente optimista y feliz. No quiero decir con ello que Bergman se volviera al final de su carrera un cándido bobalicón, pero sí que en ésta, que en teoría iba a ser su última película, dejó entrever una cierta calidez y un sentido del humor que sólo en contadísimas ocasiones había mostrado antes. Iba a ser, como digo, su última película y al final no lo fue, porque desde que la rodó en 1982 hasta que falleció en el verano de 2007 todavía nos dejó unas cuantas más que hizo para la televisión sueca y que conocieron estreno en pantallas de cine.

Pero en 1982 parecía que el maestro se retiraba y que al hacerlo empezaba a echar la vista un poco atrás. Entre los años 80 y 90 escribió dos libros de memorias (La linterna mágica, más o menos estrictamente autobiográfico, e Imágenes, en que comentaba con apabullante sinceridad algunas de sus películas y el juicio que a posteriori le merecían) y varios guiones, sobre la vida de sus padres y sobre su niñez, que cedió a otros para que los convirtieran en películas (Las mejores intenciones, Niños del domingo).

Así que Fanny y Alexander tiene un cierto carácter de narración autobiográfica y también de legado cinematográfico. Y para hacer tal cosa, Bergman se tomó su tiempo. Aquí me gustaría deshacer un entuerto frecuente y es el de considerar esta película como una serie de televisión. Me explico. Es frecuente considerar (y citar de ese modo) la versión de cinco horas como una serie de televisión y la versión abreviada de tres horas como una película. No creo que sean dos versiones realmente queridas y el propio Bergman así lo cuenta en Imágenes. Lo apropiado es más bien considerar Fanny y Alexander como una única película de cinco horas y punto.

Cuestión aparte es que Bergman fue obligado por contrato a presentar una versión abreviada (abreviada… tres horas…) que poder rentabilizar en su exhibición en cines y que la película verdaderamente querida sólo se exhiba completa por televisión y no siempre. En mi caso particular, me permitirán ustedes que cuente la batallita de que nunca he visto la versión de tres horas, pero por puro azar. Tuve la suerte de que la primera vez que vi la película me la habían grabado cuando La 2 la emitió en Nochebuena en el año 94 ó 95 y luego ya las demás veces han sido con la edición en DVD que trae la versión completa.

Fanny y Alexander es una especie de álbum familiar ambientado a principios del siglo XX, una tragicomedia que sigue un recorrido de luces, sombras y finalmente luces (con matices) y que empieza con una metafórica escena del niño Alexander asomándose a un teatro de juguete como quien se asoma con ojos de aprendiz a la representación del teatro de la vida.

Tragicomedia digo, porque empieza con la cena, de vitalidad contagiosa, en la noche de Navidad en casa de la abuela, sigue con la muerte del padre, el nuevo matrimonio de la madre con el obispo Vergerus (un nombre, por cierto, bergmanianamente fetichista, porque así se llaman muchos personajes de muchas de sus películas), los castigos y malos tratos que sufren a manos del obispo, el rescate de los niños gracias a la intervención de un anticuario judío amante de su abuela…

…Un carrusel en el que cabe lo sobrenatural, como la aparición del padre ya fallecido como un espectro blanquecino o las dos niñas muertas que vomitan sobre Alexander (aparición ésta que por lo visto no está en el montaje “abreviado”), y también lo mágico, como el rescate escondiéndose en el arcón que trae el anticuario y apareciendo mágicamente en otro lugar, a salvo, recogidos por sus tíos.

Bergman, a su modo, era un ilusionista (y ahí queda la lejana película El rostro para comprobarlo) que con su representación confirmaba aquello de que las fronteras del espacio y el tiempo son límites que sólo existen en nuestra imaginación. Ojalá les guste tanto como a mí. Es mi Bergman preferido.


http://negrocomounanochesinluna.wordpress.com
jpsc
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24 de septiembre de 2009
36 de 55 usuarios han encontrado esta crítica útil
¡Qué desengaño! Tanto tiempo madurando y postergando el visionado de “Fanny y Alexander” para esto...
Descubrí a Bergman hace unos añitos con “Persona”, ni más ni menos, sin paños calientes ni calentamiento previo..., me encandiló, y no ha dejado de encadilarme en cada película suya que he visto posteriormente..., con mis preferencias, obviamente..., pero ninguna de sus obras me ha dejado indiferente. Y cuando uno empieza con “Persona” y queda fascinado, no es difícil que le guste el resto de su filmografía. Así que tenía verdaderas expectativas puestas en “Fanny y Alexander”, que pasa por ser su película más laureada, la que más consenso despierta entre crítica y público y la más accesible para el público menos habituado a la complejidad del resto de su filmografía. Y hete aquí que... ¡chas! ¡fiasco al canto!
El problema, para mí, es que, primero, Bergman aquí no juega a confundirnos -como pueda hacer por ejemplo, y es la tercera vez que la cito ya, en “Persona”-, sino que nos confunde simplemente, que es distinto..., como si él mismo estuviera tan confundido cual Dinio tras noche de juerga...; lo segundo es que el ritmo de la película no es que sea lento, sino que está forzadamente ralentizado, que es diferente; y lo tercero es que la cosa se queda en el quiero y no puedo o, mejor dicho tratándose de quien se trata, en el puedo y no quiero, o sea, a medio camino, lo mires por donde lo mires: ni es una película asequible con un relato tangible, por mucho que me hablen de historias dickensianas o cuentos de navidad, ni es la reflexión intelectual y encriptada plagada de las imágenes oníricas, los símbolos etéreos y las metáforas intuitivas a que nos tiene acostumbrados... Es un poco una cosa y la otra, y al final ninguna de las dos... Y, o se renuncia a lo uno por lo otro, o a lo otro por lo uno, pero teta y sopa no cabe en la boca.
No negaré que hay partes de la película que funcionan muy bien, pero funcionan por sí mismas y no en relación a la película como un todo unitario; en este sentido resulta bastante irregular.
Por no hablar de que le sobra una hora y media, ¡pordiós, si el asunto de la película no se plantea hasta el minuto 90!
Estética, preciosismo, fotografía, dirección artística y diseño de vestuario aparte, me quedo, de todas formas, con algunas imágenes indelebles, especialmente con el paseo nocturno de Alexander por esa especie de inquitante país de las maravillas que es la mansión poblada de muñecos ¿inanimados, animados?..., que por un momento me recordó al piso de J. F. Sebastian en “Blade runner”, película de la que –curiosa coincidencia- es coetánea.
Ziryab
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24 de noviembre de 2009
19 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Delante de su imagen, ante un espejo con la lámina de plata desgastada que manchaba la superficie de cristal, observó sus arrugas, las comisuras de sus labios apagados, los ojos hundidos en la cara. Su expresión resultó desoladora.

Recordó, en aquel instante, ese pequeño pensamiento que tuvo millones de años antes, de que no hay infancia lo suficientemente feliz ni memoria que pueda olvidar este hecho.

Aquejado de la espalda, volvió a salir a escuchar como las olas se estrellaban contra el acantilado. Casi anochecía, y el cielo pintaba un color anaranjado. Se sentó en la única silla de mimbre seca. En Fårö un temporal de viento arrancó en la madrugada las fresas de los arrietes, y toda la mañana pasose recogiendo las frutas que ya estaban maduras de la tierra. Sin mirar el cesto cogió la primera fresa. Sólo la olió antes de meterla en la boca.

El gusto ácido le recordó que Alexander jamás regresaría. En lugar de apenarse, sintiose aliviado. Supo entonces que jamás sentiría de nuevo la culpa, ni volvería a buscar el perdón. Olvidaría para siempre a Dios, la penitencia, las infidelidades teológicas o carnales, las terapias freudianas como Fanny y Alexander.

Las gaviotas revoloteaban hasta perderse en la costa. Los graznidos, las olas encrestadas, los árboles balanceándose y el rechinar de las puertas y ventanas creaban la perfecta zarabanda final. No quería otro envoltorio. Jamás lo hubiera permitido.

Era Ingmar Bergman y seguro que murió mirando al sol.
Chagolate con churros
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26 de enero de 2012
19 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo que consigue Ingmar Bergman con “Fanny y Alexander” es capar el milagro de la vida, la mirada de la infancia, la tristeza de ser adulto, lo hermoso –y trágico- que puede ser el amor. La familia de cine se hace carne, se siente, se toca. 190 minutos de cine de inalcanzable altura que sorprende por su vitalismo y su perfecta concepción, y demuestra una vez más la capacidad de Bergman para construir microcosmos perfectamente equilibrados, en los que la parte dramática no bordea el melodrama, sino que abraza sus códigos y los filtra, para dejar sólo aquello que es necesario para cada secuencia.

Todo empieza con una celebración, en navidad. Una mujer adinerada hace a sus sirvientas (a las que trata como iguales) preparar la casa para la llegada de su familia, que trabaja en un teatro local. Durante el primer acto asistimos a una presentación de personajes sencillamente soberbia, inmejorable, que dedica tiempo a todos y cada uno de los miembros de la familia. Lo que sigue a continuación cambia en tono (hay hasta tres posibles ‘películas’ dentro de una) pero mantiene la esencia: la vida, en su más pura representación. Un diálogo entre la citada mujer y su hijo en la segunda parte del film (en una habitación prácticamente vacía, pero de alguna forma extrañamente cándida), la mirada de esos dos niños inocentes, los sacrificios de una madre.. es, sencillamente, vivir. Y respirar.

Ingmar Bergman es eterno. Uno de los pocos verdaderos maestros que ha dado el cine, capaz de variar la forma de sus filmes o incluso juguetear con los géneros, para terminar hablando en toda su obra de sí mismo y, por tanto, del ser humano con sus luces y sus sombras. “Fresas salvajes”, “Persona”, “La hora del lobo”, “Un verano con Mónica”, “El séptimo sello”, “Secretos de un matrimonio”… y claro está, ‘Woody Allen’. “Fanny y Alexander” es una obra maestra sobre la infancia, la edad adulta, la vida y la muerte, la familia y cada una de sus partes, una lección de cine que además cuenta con algunas secuencias que son sencillamente virtuosas, que captan como nunca se ha visto un ambiente, y que otorgan importancia a cada uno de los detalles. No sabría decir si que he visto “Fanny y Alexander” o si la he vivido. Probablemente nadie lo sepa. Pero desde luego, en su condición de cine, es imperecedera, eterna. Como Ingmar Bergman, y su cine.
Caith_Sith
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17 de julio de 2008
16 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ingmar Bergman nunca lo ha tenido fácil entre nosotros. Los espectadores de casi todo el mundo hemos crecido alimentándonos del lenguaje del cine americano, de los mensajes frenéticos, de ritmos trepidantes, de lo inmediato que desde hace decenios nos cuenta y nos muestra la televisión.

La irrupción de otras narrativas, de otras miradas, provoca el desconcierto, crea receptores desubicados que se cuestionan aquello que reciben, Al sueco Ingmar Bergman, desde sus primeros trabajos, se le cuelga ese sambenito: el de ser un director opaco, con una obra llena de simbolismos de difícil acceso, impenetrables, inaccesibles.

Y es en ese contexto, después de haber firmado títulos supuestamente espesos como “El séptimo sello” y “Fresas salvajes”, cuando el cine internacional recibe la nueva visita del maestro sueco, esta vez empeñado en contarnos su punto de vista sobre lo suyo, lo que tiene más cerca, sobre su país y sus obsesiones.

Con “Fanny y Alexander” nos llegó la respuesta, un fresco testimonio de la sociedad sueca de principios del siglo XX, de tiempos de cambio y turbulencias que el maestro refleja con trazo fino, sin prisas y con minuciosidad, deteniéndose en el detalle formal y moral.

“Fanny y Alexander” es la historia del avatar de una saga familiar, de todas las familias, interrumpido por la Muerte. Es algo que permite a Bergman involucrarse en la resolución de problemas y conflictos morales, de intervenir la realidad desde su mirada, un punto de vista pulcro y a veces ingenuo que persigue la emoción y descarta el efectismo.

En “Fanny y Alexander” Bergman abandona las grandes verdades y mira hacia lo cotidiano, rebusca en sus demonios y teje historias de todos los días sin saber que cautiva a quienes lo despreciaron por lo denso de su discurso, lo tenso de sus planteamientos y lo fronterizo de sus propuestas: en un polo está el cine de consumo de todos los días y en otro las películas de consumo nada compulsivo. El reto de Ingmar Bergman es el de resolver la contradicción entre la poesía y la prosa.

Bergman, que fue poesía, busca su sitio en la prosa. Y también en ella se revela como maestro.


Saludos de FrankiE LamparD
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Guilamps
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