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El gran despilfarro

Comedia Brewster es un jugador de las ligas menores de béisbol. Aunque no lo conocía, un rico pariente suyo acaba de fallecer y, para probar que Brewster comprende el valor del dinero, le impone en su testamento la prueba de derrochar 30 millones de dólares en cosas inútiles en un mes, sin poder poseer al final de ese tiempo absolutamenta nada de lo que haya gastado. Si tiene éxito, heredará otros 300 millones de dólares. (FILMAFFINITY)
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Críticas 14
Críticas ordenadas por utilidad
8 de diciembre de 2023
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
333/03(04/12/23) Fallida comedia que con buen potencial en la idea se desperdicia en situaciones que se van haciendo cansinas conforme avanza el metraje hacia la nada, pues el objetivo del protagonista debería de tener un componente de con el botín obtener algo, no simplemente el premio por que sí y ya está, con lo que cuesta empatizar con este tipo anodino sin metas en la vida. Es de esas cintas que tuvieron éxito entre las estanterías ochenteras de los videoclubs. Dirige el enfant terrible Walter Hill en su única incursión en el género (aunque su anterior trabajo “Limite 48 horas” tenía muchas dosis humorísticas), y prueba de lo perezosa que es la cinta en su desarrollo es que el propio Hill declaró que este era un trabajo meramente alimenticio. El guión es del tándem Herschel Weingrod y Timothy Harris (ambos responsables del libreto de “Entre pillos anda el juego”), se basó en la novela homónima (título original) de 1902 de George Barr McCutcheon siendo la séptima película basada en la historia (la primera llegó en 1914 y fue dirigida por Cecil B. DeMille y la última llegó de China en 2018, no he visto ninguna de estas). Tiene un elenco de intérpretes encabezado por los cómicos Richard Pryor y John Candy, que están encorsetados en unos roles de los que parecen estar pidiendo la otra para irse a sus casas, sin química alguna, no ayudando un guion que no les da material para que salten chispas entre ellos, no tiene fondo alguno, dejando Candy muy solo (por ser secundario) a Pryor, y este parece al ralentí. Les secundan entre otros Lonette McKee, Stephen Collins, Hume Cronyn, Jerry Orbach, o Pat Hingle, y todos parecen estar aquí cual día en la oficina, sin poner un mínimo de alma en sus anodinas actuaciones, solo destacaría por el erial, al veterano (74 años) Cronyn en un papel electrizante del tío Horn, que en una sola escena donde deja muestras de su grácil carisma, derrochando energía. Este rol de Horn es del leit-motive del film, cuando a este su padre lo pilló fumando de niño y lo encerró con un cartón de tabaco como único alimento hasta que lo gastara, para que lo aborreciera, y esto hace Horn con su sobrino, pero en este caso con el dinero, pero este es un poco cojo, pues a Montgomery no lo hemos visto derrochador, o llorando por las esquinas por falta de plata, en esto, como en muchas otras cosas, flaquea la peli.

Esta es una de esas ideas ‘pitch’ en cine, las que se cuentan en pocas líneas (también storyline), y que provocan intriga en el espectador, sobre todo porque le coloca en el dilema moral de que haría él mismo en la situación del protagonista, nos den una burrada de millones (30 millones de dólares, en la novela original era un millón pero la inflación sube)) y estar obligados a gastarlos en poco tiempo (un mes) con unas reglas (la principal es que cuando expire el plazo no puede haber obtenido beneficio alguno; otra es que no puede decir a nadie que tienes que gastarlos rápido, por lo que te toman por loco cuando empiezas a malgastarlo) que hacen difícil la misión. Pero de la forma que el realizador la pone en pantalla se agota antes de la mitad de metraje, quedando en un típico producto que te atrae la sinopsis pero una ves la historia en pantalla se queda en algo plano, sin mordacidad alguna, sin imaginación, todo muy funcional, sin apenas sacarme una media sonrisa.

Tiene una divertidilla presentación del protagonista, este enrolado en un equipo de baseball del montón, jugando en un campo donde hay que parar cuando pasa el tren de mercancías, pues la vía cruza el campo. Hay algún chiste zafio sobre la mujer de un bateador, con el orondo Jon Candy de instigador. Tras ello hay una pelea de bar simplona, que lleva al calabozo a los amigos, y tras ello sacados para asistir Montgomery a la lectura del guion de su millonario tío Horn que lo pone ante una prueba, un millón en mano, o arriesgarse a gastar con unas estrictas normas 30 millones en un mes, y ganar si lo consigue 300 millones, y si no se quedará sin nada. Por supuesto acepta el reto de los 30 millones, tenido un buen inicio en como visita el banco a ver todo el pastizal, como reniega de los intereses que le ofrecen, como ficha a un detective como fotógrafo a sueldo de lujo, y como recluta a todos los guardias del banco por un dineral, como contrata al primer taxista con el que se cruza por un enrome sueldo, como coge una planta del elitista Hotel Plaza. Comenzando con ello las ideas demenciales para ir dilapidando miles de dólares cual hemorragia continua, siendo apreciable este tramo, como contrata ideas tan locas como un proyecto de poner un motor a un iceberg para llevar agua a Arabia Saudí, como hace las apuestas más desastrosas deportivas posibles, como compra el sello más costoso, contrata para decorar una habitación del hotel por tropecientos mil dólares, invita a comer y beber a todos a donde se presentas Monty. En el tramo medio organiza un partido de su penoso equipo de baseball contra los Yankees de Nueva York, en un tramo desprovisto de ingenio alguno. Pero cuando la historia tiene que avanzar se estanca, pierde todo el fuelle, con una sub trama chusca sobre el novio de la contable de Monty que es un topo de los villanos, o al sub trama romántica ridícula, donde ella pretende dar lecciones morales sobre el despilfarro del que hace gala Monty. En la parte final se añade una crítica blandita a la política (nido de corrupción) cuando Monty se suma la campaña para la alcaldía de Nueva York con proclamas ridículas, le falta colmillo para ser algo que cale en su mordacidad plúmbea.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TOM REGAN
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1 de marzo de 2014
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No soy seguidor de la carrera del humorista Richard Pryor (1940-2005); le recuerdo de algunas comedias pero rara vez ha conseguido sacarme una carcajada. La excepción, No me Chilles que no te Veo (1987), una comedia donde era acompañado de un cómico -este sí, genial- Gene Wilder. Por lo tanto la razón de ponerme a ver en pleno 2014 un film como El Gran Despilfarro (1985) no viene por su presencia, viene del director que está tras las cámaras, Walter Hill, y ver como se desenvuelve en el género de la comedia tras una carrera dedicada al mejor cine de acción (The Warriors, La Presa o Límite: 48 Horas).

De qué va: un veterano jugador de Baseball de las ligas menores (Pryor) se hace con un testamento de trescientos millones de dólares, que sólo recibirá si en el primer mes consigue gastarse treinta de ellos, y al finalizar este periodo de tiempo no posee ningún bien material. Le acompaña en la aventura un amigo, para nada trascendente en la trama, pero que vale la pena mencionar porque el actor que lo interpreta es otro gran humorista de la época, John Candy (1950-1994).

Al grano ¿Te ríes con El Gran Despilfarro? A carcajada limpia ni una sola vez, no es una película de grandes gags ni tampoco muy elaborados. El personaje de Richard Pryor se gasta el dinero en estupideces pero nada desternillante: organizar un partido contra los New York Yankees, comprar un iceberg, redecorar un hotel o presentarse a la alcaldía de Nueva York. Eso sí, lo que cuenta es fiel al título que se le puso en España -el original es Brewster's Millions-, ver cómo son invertidos treinta millones de dólares, hora y media de consumismo puro y duro.

Respecto al motivo por el que puse la peli, ni rastro de Walter Hill por aquí; está dirigida por él como lo podría estar por Perico el de los Palotes -al igual que la banda sonora de su habitual Ry Cooder, aquí tampoco muy presente su sonoridad-. A salvar: que Pryor y Candy caen muy bien, y una premisa divertida, más de los que la peli acaba por ser.
David MS
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1 de mayo de 2022
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Pasable comedia que se realizó para el lucimiento de Richard Pryor (en pleno auge) que entretiene por momentos, aunque con poco podría haber sido mejor. La trama cuenta como un mediocre beisbolista recibe una herencia pero con la condición que para cobrar todo primero debe gastar 30 millones de dólares en un mes y de paso no decirle a nadie el porque de su comportamiento. Así utilizando el ingenio, a veces, intenta cumplir su cometido para poder alzarse con la fortuna. Hay algunos gags graciosos pero tiene un final precipitado que perjudica un film que si bien tiene una idea interesante no logra desarrollar todo el potencial de la misma. Entre las actuaciones Richard Pryor es gracioso, al igual que el querido John Candy (un poco desaprovechado) también encontramos a Pat Hingle correcto como siempre.
gustavof42
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13 de marzo de 2023
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Película divertida que, en cierto modo, es un remake de una no muy conocida cinta protagonizada por Gregory Peck, "El millonario" (1954), aunque con las premisas invertidas, mientras en la de Peck, éste recibe un talón por un millón de libras, con la condición de que no debe canjearlo en el plazo de un mes, pese a encontrase sin blanca y en un gran apuro financiero, en esta ocasión es al contrario, Pryor recibirá un una gran herencia, con la condición de que antes deberá gastar 30 millones de dólares, sin adquirir propiedades, en menos de 30 días. Y a partir de aquí, comienza el gran despilfarro... Y aunque ustedes no lo crean, no es misión fácil, el dinero llama al dinero, e incluso inversiones absurdas o apuestas imposibles, resulta que dan beneficios.

Comedia pensada para Richard Pryor, que en mi modesta opinión, es una de las mejores de este cómico curtido en los clubs neoyorquinos. Y como con tantos actores provenientes del mundo del humorismo (como Jerry Lewis o Jim Carrey por ejemplo) te debe gustar mucho su personal forma de entender el humor para que te gusten sus películas. En cualquier modo, está bien para pasar un rato entretenido.
Plácido Eldel Motocarro
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