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El gran despilfarro

Comedia Brewster es un jugador de las ligas menores de béisbol. Aunque no lo conocía, un rico pariente suyo acaba de fallecer y, para probar que Brewster comprende el valor del dinero, le impone en su testamento la prueba de derrochar 30 millones de dólares en cosas inútiles en un mes, sin poder poseer al final de ese tiempo absolutamenta nada de lo que haya gastado. Si tiene éxito, heredará otros 300 millones de dólares. (FILMAFFINITY)
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Críticas 14
Críticas ordenadas por utilidad
5 de marzo de 2011
21 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sí, ya lo sé: es una de las comedias de mi época infantil. De esas que alquilabas en VHS en el videoclub del barrio y que veías en el vídeo de un primo o del amigo de un amigo que tenía la fortuna de que en su casa hubiera uno.
Entrabas en el establecimiento abarrotado de largos estantes, superpoblados de carátulas de películas que tenían pegatinas donde figuraban números, ordenados según la hilera. En un expositor más apartado y discreto, se amontonaban, menos visibles, las pelis porno, hacia donde se dirigía algún vistazo rápido o, aprovechando cuando nadie miraba, acercarse con aire de ladrón que espera ser atrapado en cualquier instante y radiografiar con las pupilas aquellas visiones de carne íntima alegremente expuesta. Siempre me preguntaba si todo el mundo se aproximaba a aquel rincón con la misma pinta de pecador furtivo, y si les daría vergüenza que otros vieran que se aproximaban, y no sólo para robar vistazos de copulaciones y manejos sexuales varios, sino con la valiente intención de coger alguna de aquellas carátulas y encaminarse con ella al mostrador. Debía de ser como cuando ibas a la farmacia a comprar condones a los dieciséis o diecisiete, o imaginándote a ti misma diciéndole a tu madre que pensabas ir a que te recetaran la píldora.
Sin duda, tenía que ser un poco bochornoso exhibirte con el cuerpo del delito. Hasta nos retábamos a ver quién se atrevía a plantarse a menos de un metro de la sección porno. Era una proeza en chiquillos de nueve o diez años en aquellos tiempos, desde luego.
Y en fin, que aquel encanto de los videoclubs de barrio me trajo, entre otras muchas, “El gran despilfarro”. Richard Pryor era el típico actor de comedietas, con muchas muecas y actitud de chulillo andante, pero tenía su gracia, sobre todo si quien lo acompañaba en el reparto era mi entrañable John Candy. Un dúo simpático en aquella década en la que ser Richard Pryor y John Candy era garantía de risas para el público que buscaba peliculillas para echar un rato divertido.
El jugador de béisbol de tercera que recibe una curiosa herencia da para sonreír y acordarse de cuando aún no habían llegado los “Blockbusters”, y nos saltábamos la norma que, pegada en la pared del videoclub, nos instaba cívicamente a devolver las cintas de VHS rebobinadas.
Vivoleyendo
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21 de noviembre de 2005
21 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Conseguir que te hagan reír es difícil, y más si hablamos de los 80, pero El gran despilfarro posee una idea original y atrayente que te embauca por momentos. Es cierto que a veces peca de tontorrona y un poco lenta, aunque el resultado final es un entretenimiento aceptable que ya les gustaría conseguir a películas tan estupidas como Algo pasa con Mary.

-"Qué tíos... queréis Lafitte?"
Txarly
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4 de marzo de 2009
13 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Este clásico de los 80 todavía hace reir a cualquiera. Bueno, casi a cualquiera, según las críticas que leo por aquí.
LA TRAMA: Un auténtico "loser" que juega al béisbol y se pone la misma ropa todos los días, recibe una herencia de 30 millones de dólares. Pero hay una cláusula: Si los gasta en 30 días, cobrará 300 millones, si no, se queda sin nada. Claro que le dan la opción de olvidarse de la apuesta por 1 millón de dólares. Pero él sigue adelante.
ACTUACION: Pues, qué se puede esperar de Richard Pryor y John Candy? Actuaciones cómicas decentes, tanto ellos como los secundarios.
CONCLUSIÓN: Esta película tiene un encanto especial, el de los años 80. Y la idea es bastante original. Ya casi nadie se atreve a realizar guiones con esta fuerza. Y además, uno se pone a pensar en cómo los gastaría, y así da para más de una charla con los amigos.
Si pueden verla, háganlo. No deja indiferente.
aladdinsane
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3 de marzo de 2013
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Últimamente me ha venido a la mente esta película, especialmente la escena que cito en el título de esta reseña.
Y es que esta entrañable comedia ochentera de sobremesa, a pesar de ser una apología del capitalismo, tiene un puntillo subversivo que la hace interesante.

La historia es tan rocambolesca como sencilla. Monty Brewster es un mediocre jugador de beisbol que de improviso hereda la nada despreciable cifra de 30 millones de dólares de un tío rico que tenía por ahí olvidado.
Pero hay trampa, porque la herencia real es en realidad de 300 millones. Monty tiene que gastar los 30 millones antes de un mes o se quedará sin nada.
Naturalmente no todo puede ser tan sencillo. No podrá acumular posesiones, ni donar más de un cierto porcentaje a obras de caridad. Ni que decir tiene que tampoco puede contárselo a nadie.

Un trama digna de un reality show, vamos. Así que ahí tenemos al bueno de Monty derrochando a manos llenas ante el jolgorio y la estupefacción de la plebe.
A partir de ahí se van desarrollando una serie de situaciones de lo más delirantes y divertidas algunas de ellas. Resulta inevitable jugar mentalmente a ser Monty en algunos momentos.
Por supuesto, como mandan los cánones hay una historieta de amor y unos malos malosos encorbatados.

De todas formas, a pesar de su predictibilidad y de algún que otro bajón en el ritmo narrativo típico de las comedias ochenteras, resulta una película divertida y simpática.

Pero sin duda, el corazón del film es Richard Pryor, uno de los grandes humoristas de la década de los 80. Que sirvan estas líneas como homenaje a una de las caras televisivas más carismáticas de mi infancia. Esta crítica va por ti, Richard.
Kwisatz
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12 de agosto de 2008
9 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque a Walter Hill lo que le va y donde se siente más cómodo es con la acción, también tuvo su momento para el humor, ya se había aproximado a la comedia con su célebre “Límite 48 horas” aunque esta era también violenta. El caso es que como tantos en la década acabó por acercarse a la risa pura y dura con “El gran despilfarro”, una simpática comedia con algunos buenos momentos pero que en ningún caso termina por ser una verdadera crítica de lo que pretende, es más, es un canto al capitalismo más salvaje. Es como aquel programa de Jesús Puente titulado "El millonario", lo mismo pero 30 millones de dólares y en 30 días.

Porque puede que algunos espectadores les pueda el punto populista del film, la débil crítica al sistema de partidos políticos, el buen rollo de Richard Pryor y John Candy y todas esas situaciones hilarantes pensadas para que el espectador se nuble con los millones más que reflexione hondamente. No podemos ser tan simples. "El gran despilfarro" es ante todo un canto al American Way of Life, y como un pobre hombre puede vivir a cuerpo de rey. La inclusión del beisbol, deporte del pueblo, y la tontorrona historia de amor hacen el resto.

Sin ser el Walter Hill que más me gusta, por lo menos tiene la suficiente gracia como para aguantarse hasta el final. No busquen lecturas y recovecos mayores porque si las encuentran entonces no sé que harán con Kafka.
vircenguetorix
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