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El intendente Sansho

Drama A finales de la Época Heian en el siglo XII, el gobernador de un pueblo es enviado al exilio. A pesar de que su familia quiere ir con él, ninguno podrá acompañarle, pues, engañados por una vieja que se hace pasar por sacerdotisa, son vendidos como esclavos por separado: la madre por un lado y los hijos por otro. (FILMAFFINITY)
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Críticas 57
Críticas ordenadas por utilidad
18 de noviembre de 2005
33 de 43 usuarios han encontrado esta crítica útil
No creo que exista nada comparable al final de esta película, que no desvelaré. Opino sinceramente que es lo más hermoso y perfecto jamás rodado: los movimientos de cámara, la emoción acumulada, la entrada de la columna musical en el momento justo, la grúa final..., me emociono hasta recordándolo
Talibán
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21 de enero de 2007
31 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
La injusticia y la piedad, la libertad y la opresión, el amor y la inmoralidad, la violencia y el clasismo, se presentan descomunales en esta exquisita película, cuya maestría se manifiesta en la tranquilidad y sencillez con que se suceden las imágenes.

Lo admirable es que, mediante planos medios o generales que respetan cierta distancia con los personajes, se muestre el dolor de una forma tan contundente, un dolor que se aferra inexorable a los personajes durante su vida y que se impregna con arrebato en el propio espectador que, paradójicamente, disfrutará con emociones tan intensas y a flor de piel.
Kick'Em Ars
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27 de enero de 2009
14 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Si una persona no siente la caridad, no es una persona.
Incluso ante tu enemigo hay que sentir la caridad."

Esta declaración de intenciones hace la película desde el principio, en una entrañable conversación entre el honrado padre de familia y Zushio, su hijo, en el que será su despedida ya que ha de partir al exilio, donde le obligan a marcharse tras serias disputas con sus superiores. Es el final de la era Heian (siglo XII) y la esclavitud en Japón está muy extendida, es una época oscura y revuelta, y la familia debe separarse, marchando la mujer, el hijo Zushio y su hermana Anju por un lado, y el padre por otro. No cuento más, sabe mejor si lo descubres poco a poco.

Esta película, a pesar de contar ya con 55 años, es uno de los más bellos y significativos alegatos que contra la esclavitud y el tráfico de humanos se ha hecho jamás. También clama contra la injusticia, la opresión y el clasismo que existía en la sociedad feudal japonesa de la época, pero que en otro estado se podría trasladar a esos años 50, e incluso a nuestros días, sin duda alguna. Es un canto sencillo, realizado de manera sencilla, en la que se muestra un dolor humano desgarrador sin recurrir a primeros planos exagerados, usando planos que no dejan indefenso al personaje ante la cámara, sino que lo muestran en toda su categoría humana, con sus sentimientos y sus emociones.

Hay magníficas escenas que perdurarán en mi memoria para siempre, por su belleza y por su significado, sobretodo por su significado. La conversación entre el padre y Zushio que mencioné antes, la escena de las barcas, las marcas a fuego sobre los esclavos, la escena de Anju en el lago... No quiero desvelar nada aunque me encantaría expresar todo lo que me hicieron sentir, pero es una experiencia inolvidable el visionarlas sintiendo el placer de una película increíblemente bien hecha, con un guión tan preciso, con unos movimientos de cámara tan elegantes, con una suavidad en la historia que te va encogiendo el pecho a cada minuto, con una música que cuando surge estremece, con unos personajes inolvidables (atención a Anju, y al omnipresente padre), y jóder, uno de los finales mejor rodados que jamás he podido ver.

Dos horas de intenso cine de verdad, japonés pero válido para cualquier cultura, con una situación del siglo XII pero completamente atemporal, con unos valores envidiables para todo ser humano. Con multitud de preguntas e interrogantes lanzadas a las sociedades de cualquier rincón del planeta.

"(...) Pero el mundo era mucho más cruel de lo que yo imaginaba, de nada sirve la voluntad de una sola persona, al ser humano le son indiferentes las desgracias cuando no le afectan directamente, la piedad se rinde ante el egoísmo. La vida es muy dura, los seres humanos son crueles y en lo más profundo de su ser solo saben pensar en si mismos."
I_Monde
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23 de noviembre de 2009
17 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando Mizoguchi quiso reunir en este film la discriminación de clase del Japón medieval con su particular idea de la esclavitud, el tema no le surgió del todo bien, más que nada por lo obvio del resultado.

Técnicamente, Mizoguchi es un genio, la película es inmaculada, no hay cortes, no hay traspíes, la iluminación se extiende a escenarios bastante amplios y complejos... Este punto muy bien.

La historia, por su parte, tiene una trascendencia obvia. Como una familia de las clases acomodadas (aunque de rango escaso) se ve sepultada por la nobleza de sus actos a sufrir el esclavismo, a cargo de quienes tan solo buscan el enriquecimiento personal.
Está bien contada, se entiende el mensaje, no queda como algo genial porque original lo es poco, pero cumple sin problemas.

La mayor pega llega con las actuaciones... Incluso sabiendo que aquí difiere mucho lo que occidentales y orientales piden a un actor, Mizoguchi tiene fama de ser un director muy occidentalizado y sin embargo, el protagonista es terriblemente triste, triste en su voz, triste en sus gestos, triste en su constitución, es un actor de medio pelo.
Tanto es así que se consigue que la historia no cale, y no cala.

Ps. Recordando al rival por el trono Kurosawa (ya que son los dos directores japoneses con mayor número de películones, aunque no tiene porqué ser con los mejores), éste siempre da un papel vital a su protagonista, gusta de pocos personajes activos y muy trascendentes (y luego lo rellena con extras) y yo creo que es mejor fórmula.
Follawski
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13 de noviembre de 2011
11 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Si una persona no siente la caridad, no es una persona” le dijo, y él, niño, lo repitió.
En su ausencia, una y mil veces lo musitaba, tantas, que se arropó con ese mantra.
Cuando el horror le alcanzó, son inútiles, se lamentaba, las palabras.
Primero mudo, se las calló. Luego sordo, al viento no escuchó.
Envilecido con el tiempo, una mañana, le espantó su reflejo en el agua.
Recordó palabras, las conjuró y la brisa le guió con retazos de canción.
Anhelante llegó a la orilla, el mar había dejado el consuelo de un alma exigua.
The Quiet Man
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