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Pedro y el dragón Elliot

Infantil. Fantástico. Musical Elliot, un simpático dragón de alitas rosas, es el único amigo de Pedro, un niño huérfano. Juntos resolverán problemas inesperados y protagonizarán divertidas aventuras. (FILMAFFINITY)
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Críticas 12
Críticas ordenadas por utilidad
21 de diciembre de 2007
22 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pedro es un niño huérfano que va a parar a un pueblecito llamado Pasamaquody, pero Pedro no viaja solo, le acompaña un entrañable y divertido dragón, Elliot, pero no todo el mundo puede ver a Elliot, sólo los que son capaces de creer son capaces de ver.
Estamos ante una película maravillosa, tierna, divertida y que muestra unos valores que hace mucho tiempo que desaparecieron del cine actual. Hay que verla con los ojos de un niño y sobretodo recordar en todo momento que tiene 30 años. El doblaje sudamericano me recuerda a mi infancia y a todos los que nacisteis en los 70 os pasará lo mismo y es que cada vez que veo esta película me abruma la melancolía.
Mención especial para la animación de Elliot, absolutamente asombrosa para la época.
kikujiro no natsu
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19 de febrero de 2015
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace tiempo que quería revisar este clásico disney, referente del cine infantil edulcorado y hermana pequeña (al menos en presupuesto) de aquellos largometrajes en los que la productora entremezclaba animación e imagen real (desde "La canción del Sur" hasta "¿Quién engañó a Roger Rabbit?"). Una película que aún hoy puede presumir de virtudes aunque en su momento se enfrentara al menosprecio de unos críticos que la encontraron anacrónica (se estrenó bajo la sombra de "Star Wars" y la nueva era que supuso para el cine familiar), antes de convertirse en clásico de culto gracias a la televisión y el formato doméstico. Ésta recayó en las sabias manos artesanas de Don Chaffey por mil razones, habiéndose responsabilizado en el pasado de proyectos con animación integrada (stop motion) para la Hammer y Harryhausen, un cineasta de lo más "moderno" adicto a los zooms y juegos de cámara habituales de su época, un tipo que podía presumir de haber dirigido una de las más grandes obras maestras del cine, "Jasón y los argonautas".

Y como era de esperar, el dragón resultó un prodigio creativo de los animadores (responsabilidad ni más ni menos que de Don Bluth), algunas de sus canciones seriamente pegadizas (cuidado con el tema "Boo Bop BopBop Bop"), su nivel de producción bastante alto (espectacular el decorado del innombrable pueblo o el clímax bajo la tormenta) y el plantel de actores una delicia a pesar de su caracter bufonesco (y no sólo el gran Mickey Rooney sino los cantantes Jim Dale y Helen Reddy, gente que se merecía una mayor gloria en el cine). Por su ingenuidad, sentimentalismo y anarquía podría provocarle urticaria a más de uno, pero aquellos que la hayan visto de pequeño o se identifiquen con su percepción de las cosas podrían llegar a entender el calado y fuerza de sus imágenes. Muestra de ello el que la disney ya esté filmando su remake, previsto para el verano de 2016. Y todo porque en su simpleza y minimalista visión del mundo puede refugiarse todavía un público algo hastiado de la cruda realidad.
tagline
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4 de julio de 2010
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
La vi cuando tenia 7 años por la televisión y después de 15 años sin volverla a ver debo confesar que estamos ante una película preciosa. No es de esos largometrajes que quedan como un buen recuerdo de la infancia y cuando la vuelves a visionar siendo adulto te llevas una decepción.

Es una historia entrañable sobre la amistad entre el mágico dragón Elliot y Pedro, un niño huérfano. Se podría decir que Elliot es el ángel de la guarda de Pedro, pues su propósito sera conseguir su felicidad (aunque a veces le meta en más de un aprieto).

Los personajes son divertidos y alegres, así como también su banda sonora. Si bien algunos números musicales pueden resultar un poco infantiles la película no llega en ningún momento a hacerse empalagosa. Y la animación del dragón es soberbia para su tiempo (de parte del mágico e inolvidable Don Bluth). Destaco también el mantenimiento de su doblaje sudamericano lo cual potencia más su interés (pues no ha sido victima de ningún redoblaje).

Sin duda un gran clasico de Disney de imagen real mezclada con animación junto con "Mary Poppins" y "La bruja novata". Por ultimo decir que el tema inicial de la película es una delicia para los oídos pues me ha transportado a la infancia.
enzo
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7 de abril de 2009
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque quede lejos de un clasisazo como "Mary Poppins" (que también combina imagen real-animación-musical) esta entrañable aventura consiguió fascinarme de pequeño y aún hoy, muchos años después, despierta una nostálgica sonrisa en mí.
davinsuper
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18 de agosto de 2016
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Hay algo más evocador que un dragón?
La criatura más extraña, la más fantasiosa, la más imposible de todas. La clase de animal que solo creeríamos posible en la infancia, fuera de ella la dura coraza de la madurez lo borra para siempre de la posibilidad.
Pero, ¿y si un dragón fuera el mejor amigo de un niño?

'Pedro y el Dragón Elliot', como tal, es la fantasía definitiva: no solo la del amigo invisible, siempre presente, que nos hace vivir miles de aventuras, sino también la del compañero que sabemos que siempre nos podrá salvar de un apuro o consolarnos cuando la vida nos trata mal.
Parece entonces un golpe maestro hacer del dragón que acompaña a Pedro un ser animado, porque, como espectadores, nunca sabremos si todo es producto de una imaginación desbocada o realidad que el director ha querido plasmar de un modo determinado.
Nunca lo sabremos, y realmente no importa, pues puede funcionar en ambos sentidos sin perder ni un poquito de su aire entrañable y bonachón, del que parece participar en principio todo el pueblo al que van a parar ambos amigos. Sin embargo, demasiado pronto se revela como una localidad pesquera muy estricta, que nunca será un lugar agradable para un niño acostumbrado a soñar.

Nora, la dueña del aislado faro, se dará cuenta de esto y ofrecerá un refugio a Pedro, sin por ello decirle que sus fantasías de un amigo dragón son inútiles: ella es la única que, entre adultos ignorantes, elige seguir el juego al muchacho, porque siempre es mejor que un niño pueda seguir siéndolo todo el tiempo que pueda, sin restricciones de ningún tipo. Parece una respuesta natural al haber perdido a su marido años atrás, al saber que la vida ya es suficientemente dura como para que no la alegremos con nuestras ilusiones.
Contrasta con el resto del pueblo, que se compone de todos los adultos más cerrados de mente que se puedan imaginar: para ellos, la fantasía era parte de una inocencia que ya hace mucho que han perdido, en parte gracias a la edad, en parte gracias a charlatanes que se aprovechan del mal ajeno como el ambulante vendedor Doctor Terminus.
Este último, al enterarse de la existencia de un dragón, querrá comprarlo para sacar beneficio económico, y uno no puede sino mirarle con cierta lástima al pensar que es el ejemplo definitivo de adulto: la clase de niño que ha encontrado la manera de entender el mundo en vender y comprar, sin nada más en medio. En eso te convierte el no creer que, cualquier día, un dragón podría sorprenderte volando por encima de tu cabeza.

Lo que empezó en forma de gracioso cuentecillo se transforma así en una fábula poderosa: nada más y nada menos que en la reivindicación de nuestra capacidad para sorprendernos, para creer en lo imposible, y nunca crecer desterrando esas dos virtudes.
Llega un momento en que todos maduramos, cuando los problemas parecen demasiado evidentes como para negarlos y curarlos con la ilusión de algo imposible... pero, en ese momento, Pedro toma la mano de Nora y le demuestra que sus fantasías tienen el mismo valor que sus esperanzas. Y aún más, que unas retroalimentan a las otras, para que los días felices en el faro nunca terminen.

Pero la imaginación no dura para siempre, llega un momento que nos abandona, y es de aplauso que una película que sepa hablar tan bien de ella no renuncie a hablar de su desvanecimiento.
No es el final: mientras recordemos ese sentimiento, mientras tengamos una guía a la que aferrarnos, nunca habrá días tristes. Es la maravillosa moraleja que esta fábula nos deja.
Charles
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