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España España · Madrid
Críticas de Charles
Críticas 1.065
Críticas ordenadas por utilidad
8
23 de enero de 2017
348 de 395 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los márgenes suelen ser lugares cómodos en los que establecerse: solitarios, tranquilos, anónimos.
Nadie puede saber de tu vida si no quieres.
Nadie tiene que recordar tu cara si no le das motivos.
Cuando alguien elige establecerse al margen de la vida, primero es por necesidad, aunque más tarde el olvido siempre sea un gustoso antídoto contra las decepciones.

Sin embargo, también es difícil mantenerse en esos márgenes.
La familia, los amigos, la pareja, los hijos siempre "pasan", por así decirlo. Dejan una huella que va más allá de una soledad autoimpuesta.
Y esa huella no tiene por qué ser buena o mala... simplemente es, existe, nos recuerda quién somos.

Lee Chandler rehuye todo tipo de vida social, tanto positiva como negativa: no hace caso a intentos de ligoteo, no le afecta ser gritado por un cliente.
Pasa por la vida como un fantasma, con el único objetivo de cumplir en lo suyo, no hacer demasiado ruido, y quizá lo más inquietante de su comportamiento sea esa sensación de que no le importa, de que podría almacenar toda la basura de Boston hasta ahogarse en ella.
Desde ese cómodo margen, le llega una llamada. Y empezamos a conocer esa huella suya llamada Manchester.

Su hermano ha muerto, dejando atrás a un hijo, y los lamentos de amigos o doctores que no sabían que lo suyo era algo anunciado.
Lee no llora, solo asiente y pregunta, aceptando la responsabilidad de ejercer de padre temporal para el adolescente, con una naturalidad para dejarse fuera de la ecuación que asusta.
En su cabeza se alternan recuerdos de épocas más felices, fragmentos de una vida pasada que apenas parece existir, confundiendo la presente, sacando a la luz sus dolorosas cicatrices.

Lo que el espectador no sabe, hasta determinado momento, es que Lee hace tiempo que aceptó su papel de sustituto.
Su vida como persona fuera de los márgenes acabó una noche muy concreta, bañada por la culpa, en la que vemos como intentó quedarse en segundo plano de un accidente que ojalá le estuviera sucediendo a otro. Cada maldito segundo pasó por encima de él, pero él ya no estaba: se convirtió en otra persona, en alguien que huyó de los demás para no verse reflejado en ellos.
Así se lo hace saber al abogado que le designa tutor de su sobrino Patrick: "esto no debería estar pasando... yo solo era un sustituto".
Claro que la vida hace sus planes, como siempre.

'Manchester frente al Mar' es la difícil curación de una herida que nunca parece cerrarse.
Las noches solitarias frente al televisor y la comida recalentada al microondas son los particulares símbolos de un silencio contra el que Lee y Patrick no saben cómo comportarse, estallando por tonterías, buscando el consuelo en otros lugares que no sean el hogar que de repente se han visto obligados a compartir.
Ambos entierran el dolor de la mejor manera que pueden, pero muchas veces es imposible quitarle esa importancia, ese halo con el que parece flotar encima de cada cosa, haciendo que nada vuelva a ser lo de antes: ahora hay que encajar la vida que se fue en la que se queda, por muy difícil que pueda ser.
Lee y Patrick apenas hablan entre ellos, se observan, no se soportan, se echan responsabilidades a la cara... y al final, es imposible no ver que ambos pagan su desconcierto con el otro, quizá por lo mucho que se ven reflejados, y lo poco que les gusta eso.

Quizás Lee, en otro tiempo, en otra vida, hubiera podido ser como su sobrino, sin preocuparse por tener que madurar cuando apenas estaba preparado para ello.
Quizás Patrick, en otro tiempo, en otra vida, no tendría que sufrir el recordatorio constante de que las cosas ya no serán iguales para ninguno de los dos.
Cada cual lidia con la culpa como puede, y pocas veces es hablando: es más fácil callar, más cómodo dejarse llevar, caer en el margen que tan fríamente suele acoger.

Patrick no va a ser el primero que tienda el puente. Pero Lee ya se ha pasado demasiado tiempo en el margen como para saber que no quiere lo mismo para su sobrino.
Probablemente será la única vez que Lee se atreva a no ser un sustituto, sino un padre de verdad. Y vale la pena acompañarle en su tragedia, aunque solo sea por ver cómo es capaz de juntar todo lo bueno que tiene, para que nadie tenga que sufrir lo malo.

Hay veces que un corazón siempre estará roto, y es humano no poder aguantarlo.
Aunque compartirlo pueda ser un correcto camino para curarlo.
Charles
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8
18 de noviembre de 2016
396 de 497 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una retahíla de imágenes desconcertantes abren 'Animales Nocturnos'.
Mujeres fofas, carnes colgantes, estética grotesca, sin sentido ninguno.
Poco a poco, entendemos que estamos en una galería de arte, y que ha tenido lugar una exposición. Que una mujer llamada Susan la ha dirigido, y el espectador observador podrá comprobar que no parece muy satisfecha con dicho arte.
Juntamos piezas, poco a poco. Porque esta historia es un continuo juntar piezas, y mejor empezar desde el principio.

Cuando Susan vuelve a casa, encuentra un manuscrito esperándola, un libro recientemente escrito de su ex-marido Edward. La naturaleza inquietante de mandar algo así después de tanto tiempo queda patente, tan solo por la herida que se hace Susan con el sobre: una superficial, poca cosa, lo menos que ese relato puede hacer.
Será tras pasar una sutilmente decepcionante velada en casa de unos amigos cuando por fin se ponga a leer. Aunque antes de que ocurra, un amigo la avisa: "no deberías estar tan cansada de todo. Al fin y al cabo, estas tonterías de las que nos rodeamos son mucho, mucho mejores que la dolorosa vida de ahí fuera".
Un consejo que sirve como sutil invitación a comprobar, de verdad, que hay en esa "dolorosa vida", y si le puede ofrecer algo diferente a un marido ausente y una casa demasiado vacía.
Nada mejor para ello que la carta en forma de libro que te ha escrito un antiguo amor abandonado.

La historia del libro nos atrapa tanto como a Susan: como si fuera una tenue pesadilla, de bordes opacos e irreales, asistimos a la desesperada situación de un hombre con mujer e hija, y lo que nos sobrecoge no es tanto la historia como la cercanía. Esto que estamos viviendo, sufriendo, temiendo, (llegado a un punto, ya no leemos) le podría pasar a cualquiera.
A su vez, se intercalan conversaciones del pasado de Susan, con un hombre al que apenas estamos conociendo a partir de lo que escribe. De repente entendemos que el dolor de lo que leemos no surgió de la nada: es el manifiesto de algo que "se podría haber perdido de no estar escrito", como mencionó Edward alguna vez.

'Animales Nocturnos' habla de la creación artística en su esencia, y del efecto que nos produce, pero también del duro sacrificio que exige.
Tus palabras nunca serán dolorosas si nunca has sufrido dolor. Los sentimientos de tu lector nunca serán manipulados si no sabes, exactamente, como manipularon los tuyos. Y el precio a pagar por eso es algo horrible, que transforma al romántico soñador (aquel que empieza) en un alma profunda y oscura.
Todos escribimos de nosotros, todos elegimos si creamos o tan solo apreciamos las creaciones.
Y es algo que pasa, y pasará siempre, que la distancia entre los que observan algo y los que lo moldean está solo a una lágrima de más.

Entre Edward y Susan se establece una relación a partir de una creación, una forma de arte tan sencilla como un libro, y es una relación tan profunda que infecta todos los aspectos de su vida.
De repente, Susan experimenta un lado de Edward que nunca vió, porque ella estaba demasiado ocupada controlando, apreciando, no creando.
Los motivos de la historia y sus imágenes se entremezclan con su realidad cotidiana (el director hasta nos lanza guiños comparando un lecho sensual con un desolador asesinato, como si dijera que ambas cosas no están tan alejadas), y Susan se da cuenta del mundo que estuvo ignorando.
La "dolorosa vida" qué estuvo evitando. La que vivió Edward en su tiempo juntos, la que perdida en sus lujos nunca alcanzaba a ver.
Ese es el maravilloso (y terrible) regalo del artista: te doy mis ojos, tú verás si puedes soportarlo.

Para cuando alcancemos el final no hará falta decir nada, porque hemos estado tan cerca de la historia del libro como para compartir cada latido de su agonía. Nos ha cambiado tanto como a Susan: los motivos del pasado se adivinan entre los pliegues de la narración.
Y las palabras parecen banales, carecen de adjetivos, para expresar el vacío inmenso que deja un romántico soñador, cuando ha perdido los sueños y no cree en el romance.

"Si amas a una mujer, y la pierdes, conviértela en literatura".
O convierte la literatura de esa mujer en tu único testimonio de amor y pérdida.
Charles
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7
10 de marzo de 2017
331 de 396 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuál es la clave a la hora de provocar miedo: ¿lo que piense el espectador o lo que se está mostrando?
Una situación podría espantar a una persona, y a otra dejarla completamente indiferente. Las diferentes culturas, razas y creencias proporcionan una piscina demasiado amplia, donde sería posible que algunos espectadores hicieran pie.

¿No se trata en los medios demasiadas veces esa línea de ofensa, que establece que vivimos en una era tolerante, y que algunas quejas al respecto "están exageradas"?
Terreno abonado para una película de terror donde la mayoría de sus personajes no tienen arraigados ciertos temores, mientras que la insignificante minoría se va ahogando en el silencio.

'Get Out' no es una historia demasiado original.
Las siniestralidades que atesora la élite social y geriátrica de la sociedad son ya un clásico con todo tipo de adaptaciones.
Y sin embargo, hasta ahora a nadie se le había ocurrido un tema en particular: la tensión racial existente entre una juventud realmente tolerante, y una cuasi tercera edad que ha tenido que moderar sus impulsos ante el avance de los tiempos.

Quizá nunca explorada antes por incomodidad o miedo, Jordan Peele convierte esa tensión en el centro de esta historia, dejando que se cuele por las rendijas de una rutinaria cita familiar, hasta que su evidencia ahoga la poca amabilidad que va quedando.
Chris es solo un joven negro, de camino a casa de los padres de su novia Rose, con la intención de presentarse por primera vez en familia. Sus reservas a la hora de ir son rápidamente acalladas por ella, que no presta ninguna atención a las consideraciones de raza, por más que Chris siga pensando que es un dato importante a señalar.
Sigue sin parecerlo, sin embargo, cuando por fin llegan: nadie menciona nada a Chris, nadie parece escandalizarse por su presencia. De algún modo, todas las dudas nos han predirigido a un malentendido que nunca sucede, porque en la finca familiar todo es tan normal y feliz como podría ser.

Y sin embargo... hay algo en esas apariencias, una inquietud oculta en las miradas y sonrisas de los que le rodean.
Una persona corre hacia Chris en plena noche, y este se prepara para el impacto, solo para descubrir que era alguien haciendo ejercicio. Nadie le puede culpar porque... ¿quién correría hacia un joven negro si no es para atacarlo?
Ese pensamiento de "alerta racista" impregna acciones banales de una comida entre familiares, dibujando poco a poco, sin pausa, un cuadro en el que algo no va bien. No sabemos qué es pero lo notamos... en misteriosos comportamientos, en fugaces vistazos, en insistentes sonidos crispando los nervios (una cucharilla perpetuamente arrastrada en su taza de té, un reloj marcando cada segundo de su aguja...).

'Get Out' se contagia de tópicos del terror como apariciones repentinas o siniestros subidones de volumen, y les da una razón narrativa, rompiendo una normalidad que, si nos hemos fijado bien, nunca ha sido normal.
Los viejos presentes no paran de señalar sutilmente la raza de Chris ("me gusta el golf, sobre todo Tiger Woods"), y hasta el hermano de Rose se refiere burlonamente a su "maquillaje genético"; como si de todos los temas posibles solo se pudiera sacar ese.
Pero eh, que todos están de broma, que somos muy tolerantes, no te lo tomes a mal, ven a celebrar con nosotros, que ya eres parte de la familia.

Entre sus mejores rasgos de género, 'Get Out' habla de la tolerancia, y cómo las más de las veces es tan solo una sutil capa sobre el desprecio o el interés.
El racismo sigue presente, hasta el punto de que no es descabellado temer presentar un novio o novia de otra raza a una muy tradicional familia: vienen de otro siglo, donde las diferencias eran la excusa para separar una élite del resto.
Lo verdaderamente terrorífico, horroroso, es que esos "tradicionales" puedan llegar a adaptarse tan bien como para ocultar sus verdaderas opiniones, y mientras tanto sigamos aceptando esos "comentarios inofensivos" que reducen personas a meros objetos (... hasta que nos diéramos cuenta de que lo importante "no es lo que se dice, sino cómo se dice").

El silencio de los oprimidos empieza con una generalización, con una voz de alarma a la que nadie hace caso por considerarla demasiado irreal en pleno S. XXI.
Sería espantoso que normalizáramos esa situación, en la que la gente pueda reírse burlonamente de graves acusaciones, solo porque "ya nadie es tan racista".

Todos son normales.
TAN normales que nadie será diferente.
O nadie tendrá permitido sentirse diferente.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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8
3 de marzo de 2017
287 de 325 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nadie sabe qué pasa con los héroes cuando han dejado de luchar.
Algo normal, porque nadie quiere verles sufriendo los estragos de la edad, lamentando una gloria largo tiempo extinguida, o banalizados por los mismos que les aclamaron.
Las leyendas siguen conservando toda la grandeza del héroe, mientras las personas se marchitan y mueren.

'Logan' es justo ese final del héroe que nunca se escribiría en la última página, porque ningún soñador necesita saberlo.
Nos lleva a donde van a morir las leyendas, y habla en murmullos de gente extraordinaria con grandes poderes, que en algún momento llegaron a salvar al mundo. Trozos de fantasía multicolor que alguien capturó en sencillas revistas infantiles.
Nada de eso queda ya: un viejo solitario y un aún más viejo demente moran en la frontera de México, a salvo de un legado que les ha sobrevivido.

Nos gustaría que Logan volviera a sacar sus garras contra fantásticos enemigos, pero los únicos peligros que le acosan son simplones maleantes y culpas no asumidas. Su violencia no es florida y espectacular, sino sanguinariamente sucia.
Querríamos volver a Cerebro para que Charles Xavier encontrara más increíbles alumnos, pero solo es un frágil anciano perdido en la decadencia de su mente traicionera, mientras los mutantes se han convertido en el cuento que pudo no haber pasado nunca.
Nuestro escapismo superheroico, nuestro caramelo juvenil, se ha vuelto amargo y exige pagar las cuentas de haber soñado tanto, transformando una fantasía en desilusionadora y humana realidad.

Pero otra llamada de ayuda llega; como en tiempos remotos, otras personas se encuentran en peligro.
Y el ayudar a inocentes es como la sangre: se lleva por dentro, impulsa el gastado cuerpo de Logan a hacer lo único que ha hecho siempre.
La joven Laura aparece en su vida y la de Charles para cambiarlas para siempre, quizá como prueba de que nunca podrán dejar de ser faros de esperanza para el necesitado.
Entonces, la gran pregunta es si serán capaces de volver a ser las personas que eran, aunque hiciera mucho que las dejaron atrás.

A partir de ahí, esta película pasa a ser una vuelta de tuerca sobre el viaje del héroe, donde el mismo héroe pone en duda su condición como tal, y el lugar que debe ocupar en su propia historia.
Es duro ver a Logan agitar un cómic clamando que no son más que una sarta de gilipolleces, apenas basura para convertir hazañas costosas en entretenimiento prefabricado.
Pero Laura ha puesto toda su ilusión en esa "basura" fantástica, creyendo en la esperanza que ve en cada viñeta, intentando encontrar el punto exacto en el que ella sabe que se encuentran con la realidad.
Se trata de un diálogo casi metanarrativo, que confronta la ficción de 17 años, de aquel macarra en traje de cuero ajustado, con el curtido hombre que estamos viendo entre pueblos de carretera y polvo del desierto.
No podrían ser la misma persona.
Pero ojalá que lo fueran, solo por seguir creyendo en lo imposible.

El propio Logan desprecia esa posibilidad, se enfada ante su idiotez, pero tiene una familia tirando de su (escasa) creencia: la hija que nunca tuvo y el padre que nunca dejó de tener, marcados ambos por arrepentimientos sin resolver.
Laura es como él, rabiosa y salvaje, un reflejo que todavía puede cambiar, si recibe la guía adecuada que él nunca tuvo.
Y Charles guarda la clave de por qué debe seguir adelante: en un breve paréntesis de su huida le dice "aún estás a tiempo". Para él, Logan todavía puede tener la vida tranquila que sus luchas nunca le dejaron, con su hija recién adoptada como guardiana del cambio.

Pese a todos los cortes sangrantes, pese a todos los seres queridos perdidos, se adivina un final que Logan aún podría concederse.
Por eso sigue una vez más en la lucha, por eso nunca pudo ser el solitario que siempre quiso, o la bestia que los demás quisieron hacer de él. Por eso seguimos viéndole, aún en este triste momento en que sus menguadas fuerzas le dejan lejos del X-Men que fue.
Porque todavía le quedaba este último capítulo, para descubrir aquel héroe sacrificado que siempre fue parte de él.

Puede que la historia de Lobezno nunca sucediera, o que los relatos de sus aventuras nunca fueran como se contaron.
Pero si existió esta historia del hombre llamado Logan, que tuvo que luchar contra su propia rabia y condición, para convertirse en el salvador que una niña necesitaba.
Y es ahí, justo ahí, donde el hombre abraza humildemente su leyenda, solo para engrandecerla.

Hasta siempre, viejo amigo Logan.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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8
31 de diciembre de 2017
283 de 323 usuarios han encontrado esta crítica útil
De qué va 'Lady Bird', no tengo ni idea.
Es un conjunto de trozos vitales, efervescentes y caóticos, que a veces duelen hasta lo más hondo mientras otras tantas descansan, ansiando demostrar que existen.
Es vida, es impulso, es incomprensible, pero por encima de todo eso, es adolescencia.

A Christine le va muy bien en el instituto.
O no, o quizás sólo le va bien a ratos, cuando le mira Danny en las audiciones de teatro o se ríe por lo bajo de la misa con su amiga Julie.
También quiere mucho a sus padres.
O puede que sólo soporte sus sermones porque son los que ponen la comida, y autorizan los avales económicos de becas futuras.
De todas formas, es muy probable que Christine, perdón, Lady Bird, esté contenta con lo que hace, aunque a veces explote, se lleve todo por delante, y no esté saliendo de una para meterse en la siguiente, gritando con tanta rabia que a veces se confunde con júbilo.

Lo bello de esta historia suya es que se nos ahorra la inútil necesidad de empatizar fácilmente: su madre Marion repite que es la villana de la casa, pero nunca me parece que alce la voz sin motivo, porque tiene cierta razón y, además, (en un hermoso detalle de verosimilitud) tan pronto puede echar la bronca como abrazar una hija que la necesita.
Greta Gerwig sabe que su criatura es descuidada, obscena, maleducada y otras tantas lindezas, pero nunca elige ennoblecerla, hacerla víctima o heroína, y mucho menos pedirla que actúe con inteligencia.
Porque nunca fuimos buenos o malos a su edad, siempre estuvo el caos del momento, empujándonos a hacer lo que nos parecía "correcto", ya fuera dejar una amiga en la estacada o llegar a casa a las tantas de la madrugada, todo por un beso.

El querer retratar todo eso deja significados: ¿la escayola del brazo representa una cáscara que deja atrás, la que todos tenemos que romper cuando nuestras ilusiones se rompen también? ¿tachar novios en las paredes de una habitación atestada de verdad marca todo lo que tú eres o puedes ser? ¿el plumaje de la señorita pájaro brillará más al elevar un vuelo que nunca se ha atrevido a iniciar?
Las sutilezas no importan tanto en verdad, y pronto se esfuman porque, en esta vida real, nadie tiene tiempo para seguir una ruta en la que no se vaya a equivocar.
Lady Bird, Christine, en sus mentiras y gritos, desenvuelve una búsqueda de identidad, de apariencia, una que no le gusta y que cree que podrá cambiar si se lanza de cabeza a todo lo que la asusta, sin mirar nunca más de lo necesario. Y ahí quedan las primeras traiciones a las mejores amigas, las mentiras piadosas que no tienen sentido sobre una "casa de los sueños" en la que se vive, y sobre todo, el primer contacto con el masculino sexo, en la edad en que una alcachofa de ducha ya da todo lo bueno.

Lo duro, lo triste en realidad, es que cuesta todos los errores del mundo darse cuenta de lo que uno quiere de verdad.
Y lo difícil no es saberlo: es decirlo.
Saber que una canción te encanta aunque todos los que se hacen llamar tus amigos la odien. Darte cuenta de que prefieres irte a otro sitio que no suponga una felicidad obligatoria. Y salir en las fotos riendo de verdad, porque no había ninguna sonrisa que preparar.

Seamos sinceros, a nadie le arregla la vida saber dónde no quiere estar, y a dónde quiere ir. Seguimos siendo manojos de nervios, impresiones y arrepentimientos, que a veces salen bien.
Hay que conformarse con entrenadores de fútbol dirigiendo teatro, amigas que decepcionar y estar en alguna lista de espera, sin poder entrar.
Pero eso está bien, es lo normal, Lady Bird.
Ojalá alguien me lo hubiera dicho, y me lo siguiera recordando, como a ti, querida Christine.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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